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'Estaba felizmente casada pero engañé a mi marido con una amiga'
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las mujeres que no necesitaban a los hombres

'Estaba felizmente casada pero engañé a mi marido con una amiga'

¿Qué lleva a una mujer madura y heterosexual a interesarse por otra? 'La falta de sexo', reponderían muchos. Según estos testimonios y estudios, están muy equivocados

Foto: Tess Stimson lo tenía todo con su marido. O casi todo. (Facebook)
Tess Stimson lo tenía todo con su marido. O casi todo. (Facebook)

Cuando las hormonas campan a sus anchas, muchas jóvenes son capaces de adaptarse a sus novios hasta un punto casi insano. Se sienten tan completas al encontrar el amor y el buen sexo que asumen los gustos de él, sus horarios, sus prioridades... Con el tiempo y la madurez, esa dinámica deja de funcionar. ¿Cómo es que la persona que daba sentido a mi vida ya no lo es todo para mí? ¿Cuándo acabó esa magia? Y si algo tan fantástico puede decaer, ¿no será que los hombres y las mujeres estamos destinados a ser infelices juntos?

Elizabeth Gilbert, autora del libro superventas 'Come, reza, ama', dejó la semana pasada a su marido por su mejor amiga. Gilbert ha contado que la enfermedad terminal de su íntima fue lo que le hizo darse cuenta de que lo que sentía por ella era 'más que platónico'. El matrimonio de la novelista, ahora roto, fue el caso real en que se basó la historia de su obra, que se hizo mundialmente famosa tras la versión cinematográfica, protagonizada por Julia Roberts.

Otro caso sonado últimamente ha sido el de Cynthia Nixon, la actriz de la serie 'Sexo en Nueva York', que dejó a su novio de 15 años y se mudó con otra mujer. Estos y otros casos han animado a hablar de su experiencia a Tess Stimson, escritora del libro 'Un matrimonio abierto', cuyo sugerente eslogan es: 'Cuando abandonas las reglas, ¿es posible volver atrás?' Stimson es también periodista y ha revelado en un artículo para 'Daily Mail' que hace cinco años tuvo un breve 'affair' con una amiga y consiguió salvar su matrimonio solo gracias a la comprensión de su marido, Erik.

Creo que es un error convertir esa relación en sexual, porque a menudo se pierde la amistad cuando se acaba el romance

Dice Stimson que no se trata de sexo: “Como he tratado de explicar a mi marido Giles, en muchos casos se trata más bien de diferencias sobre cómo pasar el tiempo en la vida”. A partir de una edad, quizá más o menos coincidiendo con la pérdida de la fertilidad, las mujeres son muy conscientes de que la vida no dura siempre, y que pasar el tiempo con alguien que está siempre pegado al ordenador o a sus hobbies solitarios no es la mejor forma de pasar lo que les queda de juventud.

“Yo tenía 40 años y tres hijos y nunca había sentido ese tipo de atracción adolescente por una mujer, más allá de una relación física. Nunca me habían atraído las mujeres y aún quería a mi marido, que también tenía 40. Y de repente me encontré en una aventura apasionada que podía haber acabado con mi matrimonio”.

“Aunque no dejé a mi marido, estoy convencida de que un montón de mujeres cometen el error de hacerlo porque, a los cuarenta, lo que queremos de una relación cambia. Ya no necesitamos a los hombres biológicamente como padres, y muchas hemos sido las criadoras de nuestros hijos y descubrimos que tenemos más en común con otras mujeres que con ellos. A veces, esto desencadena una relación física y mujeres que nunca se habían visto como lesbianas sienten que se han enamorado de una buena amiga. Pero creo que es un error convertir esa relación en sexual, porque cambia la dinámica y, a menudo, se pierde la amistad cuando se acaba el romance. Como sucedió en mi caso”.

Por eso cree que las mujeres necesitan entender que sus necesidades emocionales han cambiado y encontrar maneras de compartir amistad con otras mujeres sin confundirlo con algo sexual: “Estaba demasiado asentada en mi cómoda vida de clase media y había perdido la sensación de aventura que tuve al conocer a Erik. Lo que pasó me hizo descubrir cosas sorprendentes sobre mí misma, y me obligó a salir de la rutina. Pero tuve suerte: mi marido me perdonó. No es un riesgo que quiera volver a correr”.

¿Y qué pasó? ¿Peleaban sin parar? ¿No se querían? Según Stimson, nada parecido. Recuerda los principios de su relación, dramáticos e intensos, luminosos. Se conocieron en la boda de un amigo, ella estaba, según cuenta, “destrozada por un amargo divorcio, un romance era lo último que tenía en mente”. Pero consiguió hablar con un hombre que le fascinó desde el principio. Se enamoraron y durante un año tuvieron una relación a distancia, uno a cada lado del Atlántico. Ya se sabe que las dificultades son el ingrediente principal de toda historia de amor que se precie.

Después llegaron los hijos, las mudanzas, los colegios y vivir en una ciudad más pequeña, Vermont, donde Stimson se sentía algo sola y descolocada. Recibió un mail de una antigua compañera de trabajo, Freya, a la que no conocía bien pero que estaba en una situación parecida, lejos de casa. Ella era inglesa y vivía cerca, en Montreal, así que empezaron a quedar cada varias semanas: “Era agradable tener una chica con la que hablar. Erik siempre fue muy empático, pero hay cosas que solo una mujer puede entender”.

No mucho después, en una fiesta salvaje en la que habían bebido demasiado, Freya la besó y terminaron en la cama. “Una vez que dejé atrás las inhibiciones, una parte de mí tenía curiosidad. Nunca había hecho algo así antes. Pero a la vez resultaba sorprendentemente natural”. Al principio no quiso llamarlo infidelidad: “Como mi amante era una mujer, traté de engañarme a mí misma. El sexo con Erik seguía siendo satisfactorio, pero después de tantos años yo había perdido interés y habíamos caído en la rutina”.

Empezaron a hablar casi cada día por teléfono y por mensaje. “Las dos teníamos más de cuarenta y teníamos que lidiar con adolescentes. Las dos éramos redactoras freelance en una economía en crisis. Con ella, no tenía que explicar cómo me sentía”. Lo contrario a los matrimonios distanciados tras muchos años, cuando empiezan a tener esa duda que consume: ¿hemos cambiado o es que en realidad no nos hemos comprendido nunca?

La articulista dice que conoce dos casos más de mujeres en principio heterosexuales, que han tenido experiencias similares: “Una de ellas es feliz con su chica, pero la otra se arrepiente amargamente de haber emborronado las fronteras entre el sexo y la amistad. En mi caso, luego supe que mi marido había sabido lo que pasaba desde el principio, pero había esperado a que siguiera su curso”.

Todas lesbianas o bisexuales

Ya hemos hablado en 'El Confidencial' de un famoso estudio de la universidad de Essex que ocupó todos los titulares con su provocadora conclusión, no mal fundada del todo. Decían los investigadores que habían demostrado que todas las mujeres son homosexuales o bisexuales; ninguna era “heterosexual pura”, al menos como lo son muchos hombres. Expusieron a 345 mujeres a vídeos de hombres y mujeres desnudos, y resultó que se mostraron claramente interesadas en el cuerpo femenino, como se podía ver en la dilatación de sus pupilas e incluso en su excitación genital. Aún más llamativo, las imágenes de hombres y mujeres juntos no les excitaban más, sino lo mismo que las de dos mujeres solas practicando sexo.

Otra fuente, la psicóloga Lisa M. Diamond, de la Universidad de Utah, autora del libro 'Sexual Fluidity' (sobre lo que se está dando en llamar 'género fluido'), coincide en que esa 'fluidez' caracteriza en general a las mujeres. Ellas son más abiertas a conectar con otras personas y, a veces, al establecer una conexión fuerte con otra mujer, terminan sintiéndose atraídas sexualmente por ella.

Varios experimentos han demostrado que las mujeres se sienten tan atraídas por las imágenes 'sexys' de otras chicas que por las de hombres

Otro experimento reciente de la Universidad de Cardiff lo corrobora midiendo otro indicador relacionado con la atracción visual: el tiempo que tardaban los voluntarios (57 personas entre los dos sexos) en enfocar un punto que aparecía en una pantalla tras mostrar rápidamente una imagen sexy de un hombre o de una mujer. Si tardan mucho en centrarse en el punto es porque sus ojos -o más bien su cerebro- han reaccionado a la imagen anterior con especial interés. Pues bien, las mujeres prestaban la misma atención a las imágenes masculinas y femeninas (nada que ver con lo que les pasaba a ellos, que eran indiferentes a las imágenes de hombres). Los investigadores preguntaron qué fotos eran las preferidas de cada sujeto, y ellas contestaban que las de cuerpos masculinos, pero los movimientos de sus ojos no decían lo mismo.

En un cuestionario con más de 9.000 personas, las mujeres se mostraron más propensas que ellos a definirse como “más bien heterosexual” y no heterosexual a secas.

Más allá de la primera reacción divertida (y sexualmente sugerente), puede ser duro para el hombre moderno llegar a pensar que las mujeres realmente no necesitan a los hombres. Las famosas -cada vez más- que confiesan que han tenido aventuras con otras mujeres (como Angelina Jolie) pueden ser solo la punta del iceberg.

Cuando las hormonas campan a sus anchas, muchas jóvenes son capaces de adaptarse a sus novios hasta un punto casi insano. Se sienten tan completas al encontrar el amor y el buen sexo que asumen los gustos de él, sus horarios, sus prioridades... Con el tiempo y la madurez, esa dinámica deja de funcionar. ¿Cómo es que la persona que daba sentido a mi vida ya no lo es todo para mí? ¿Cuándo acabó esa magia? Y si algo tan fantástico puede decaer, ¿no será que los hombres y las mujeres estamos destinados a ser infelices juntos?

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