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La historia olvidada de los marinos vascos que llegaron hasta los límites de la tierra
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GRANDES VIAJEROS, PERO MUY DE SU TIERRA

La historia olvidada de los marinos vascos que llegaron hasta los límites de la tierra

Las embarcaciones de aquellos astilleros del norte habían superado las pruebas más exigentes y estaban sobradamente capacitadas para travesías largas y duras

Foto: 'Marino vasco' de Ramón de Zubiaurre.
'Marino vasco' de Ramón de Zubiaurre.

Engrandecerás a tu pueblo, no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes.

Epicteto

La memoria de la historia tiende a la atrofia y a la amnesia cuando se acerca al umbral de las verdades ocultas o mal enterradas. La tendencia del observador, poco avezado por lo general, es mirar a otro lado como si nada hubiera ocurrido y de esta forma, el pasado, que es muy tenaz desde su condena al olvido, erosiona el presente a veces pacientemente, a veces con ferocidad caníbal. La historia de España es muy proclive a esta peculiar tendencia.

Antes de la tragedia civil vivida en las cercanías del ecuador del siglo veinte en este grandioso y desafortunado país, las relaciones entre el pueblo vasco y sus convecinos fueron de naturaleza correcta y amistosa durante cientos de años, siendo una pléyade innumerable de nuestros pobladores del norte adelantados, comprometidos y fieles vasallos de sus reyes, a la par que agradecidos y pacíficos súbditos a condición de un buen trato y respeto a sus tradiciones.

Reyes castellanos, portugueses, franceses y contratistas privados se hicieron con los buenos oficios de estos extraordinarios marinos

Pero si a Patxi le obligabas a tomar un “ txiquito” contra su voluntad, igual te arreaba una pedrada de 200 kg y el escenario cambiaba súbitamente. Otra cosa bien diferente ocurría si ponías el condicional delante. Este detalle lo entendió perfectamente Fernando el Católico, enorme rey y mejor diplomático, que respetó la arraigada tradición foral en la Vizcaya tributaria de Castilla y posteriormente en Navarra tras su conquista.

El pueblo vasco, milenario y atávico, mágico e inexplicable, es, junto a los ainus blancos japoneses de las Kuriles y Sajalin (actualmente en manos rusas), un inextricable nudo gordiano de la historia. No se sabe cuándo aparecen ni de dónde proceden. Quizás cuando se despeje la milenaria nebulosa del genoma humano y se alcance su primer trazado, asomen las respuestas.

Listos para la acción

La hospitalidad de los vascos es legendaria, es acogedora pero no integradora. Son muy celosos de sus tradiciones, endogámicos –que no excluyentes– y un formidable equipo cuando se trata de trabajar juntos por una causa común; son un pueblo admirable y temible a la vez. Elevan la amistad al grado de excelencia, o tienen enfados enrocados como niños.

La trágica noche de cuarenta años, no tan reciente pero sí viva todavía en parte del inconsciente colectivo, no puede empañar nuestra sensacional historia, la de España, ni puede enturbiar la enorme implicación de multitud de señalados vascos en la construcción del país, mano a mano con otros españoles. La naturaleza de los enfrentamientos civiles de antaño y hogaño obedece de forma general a la utilización de una depravada clase política que no duda en apelar a los símbolos nacionales, mientras por otro lado agita la cuna. Mal pronóstico nos espera si seguimos mirando al pajarito y no al fotógrafo.

Quizás, por la habilidosa destreza mostrada en la lectura de las cosas del mar con su corolario de capturas de ballenas, cachalotes, bacalao, etc., en las largas travesías a Terranova, las Feroe e Islandia en los siglos XIV y XV (leer a Mark Kurlansky en su lograda obra 'Historia Vasca del Mundo') y otras más cortas, en la plataforma continental del Golfo de Vizcaya; reyes castellanos, portugueses, franceses y contratistas privados, repararon en la necesidad de hacerse con los buenos oficios de estos extraordinarios marinos y sus famosos astilleros en Bermeo, Pasajes, Lekeitio, etc.

Sebastián Caboto documentaba la sorpresa que se llevó al escuchar a los indigenas hablar un 'mix' de euskera con paridad de voces locales propias

Ya no solo se trataba de una marinería altamente especializada, sino que además las embarcaciones de alto bordo se habían instalado para quedarse en la añeja construcción naval de los vascos. Se podría decir con rigor, que las embarcaciones de aquellos astilleros del norte habían superado las pruebas más exigentes y estaban sobradamente capacitadas – junto a las naos portuguesas y juncos chinos– para travesías largas y duras en mares muy abiertos.

El Atlántico estaba esperando el reto.

Estaban hasta en la sopa

Ya Sebastián Caboto en sus singladuras por la costa Este de los actuales Canadá y EEUU, documentaba en sus relatos la inexplicable sorpresa que se llevó al escuchar a los indigenas hablar- en el caso de las comunidades de San Lorenzo- un 'mix' de euskera con paridad de voces locales propias. Pero el tema no acaba ahí.

En 1560, cuando los franceses exploraban los ríos de Nueva Francia, hallaron nativos hurones, que hablaban un idioma mitad indígena, mitad eusquérico, como aseveraría Pierre Lhande-Heguy, primer secretario de la Academia de la Lengua Vasca (Euzkaltzaindia) revisando exhaustivamente la documentación de los navegantes galos de esa época en aquellas latitudes.

Así como antes de la era precolombina se habían dado casos probados (algunos indiciarios, otros mas sustentados), marinos castellanos, portugueses y probablemente chinos y fenicios pudieron haber “tocado” costa americana. Pero en el caso de los vascos todavía es mas confuso el tema, pues, habiendo tantas señales de su posible desembarco, no hay nada que indique taxativamente su presencia en aquellas latitudes. ¿O quizás sí?

Los marinos vascos fueron siempre de su tierra. Esta paradoja tiene una sencilla explicación. Básicamente el secreto estribaba en el celo con que guardaban sus caladeros. Lo que les importaba a los de la txapela era el “bacalao”, no solo como materia prima, sino en su interpretación mas “cheli”.

Cuando se mejoró el conocimiento de las técnicas de navegación, se descubrió que habia buques vascos por el Ártico (Larteguy dixit), en el Antártico, y en los bancos de Bahia en Brasil. Estaban hasta en la sopa.

Tentáculos vascuences

Los vascos jamás invadieron nada, salvo el mar, claro está. El apego a la tierra y su enorme cohesión social, jamás les indujo a elevar la mirada mas allá de sus bosques, pero en el mar eran grandes.

Juan de La Cosa acompañó a Colón en su segundo viaje (y probablemente en el primero) antes de perderse en las costas de Brasil y morir a manos de indígenas

En tres de los viajes que hizo Colón, hubo un porcentaje muy elevado de tripulantes vascos. En el primer viaje, se considera bastante probado, aunque no certificado, que la Santa María fue botada en Bermeo –produciéndose, sobre la titularidad del astillero, reñidas y enconadas disputas–, y que el contramaestre Txantxo fue embarcado junto con su amigo de infancia, el armador Lope de Erandio. Del segundo se sabe que fue organizado en Vizcaya, entre el armador Juan de Arbolantxa y el Comandante Naval Íñigo de Artieta. Seis barcos salieron en julio de 1493 con este propósito, y se da la circunstancia de que Juan Perez de Loyola, hermano del fundador de los jesuitas, financió la entera dotación de una de las naves llena de vasquitos, txapela en ristre. Asimismo, en el cuarto viaje, La Vizcaína, construida en Getaria, embarcaría piloto y tripulación local.

Destacar también que el afamado cartógrafo Juan de La Cosa, vizcaíno, entendido como vasco en aquella época, acompañó a Colón en su segundo viaje (y probablemente en el primero) antes de perderse en las costas de Brasil y morir a manos de indígenas.

El primer hombre que dio la vuelta al mundo, en contra de la creencia general, fue Elcano, otro vasco, y no Magallanes, que fue azotado en Cebú hasta morir por osado, pues se puso farruco con cuarenta de sus hombres enfrentándose a más de 1.500 voraces antropófagos autóctonos. Con las cosas de la manduca no se juega.

El 8 de septiembre de 1522, tres años y un mes después de abandonar Sevilla, llegarían unos harapientos, procedentes de todas las latitudes de los Reinos de España para proponer al resto del mundo conocido un reto nuevo a superar. En la capital hispalense, docena y media de andrajosos marinos (marinos en ocasiones se escribe con mayúsculas) anduvieron mil quinientos metros de rodillas hasta la iglesia de Santa María la Antigua para rezar, en agradecimiento al Señor que todo lo ve aunque esté ausente.

Salvo Elcano y un tripulante anónimo, ninguno de los dieciocho embarcados y supervivientes en aquella gesta, recibiría retribución o pensión alguna. España devora a sus hijos. Los vascos volverían con Urdaneta en 1536 a circunnavegar el globo por segunda vez (la tercera lo harían los ingleses, siempre con retraso).

Cuatrocientos años después, un militar sin memoria pondría al pueblo vasco contra las cuerdas.

Engrandecerás a tu pueblo, no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes.

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