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Por qué la mayor parte de las investigaciones médicas no sirven para nada
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EL PACIENTE ES LO ÚLTIMO EN LO QUE SE PIENSA

Por qué la mayor parte de las investigaciones médicas no sirven para nada

Uno de los grandes médicos de Estados Unidos acaba de publicar en 'PLOS One' un provocador artículo en el que señala los grandes problemas de la ciencia moderna

Foto: Los intereses profesionales y económicos se interponen en muchos estudios clínicos. (iStock)
Los intereses profesionales y económicos se interponen en muchos estudios clínicos. (iStock)

“Los doctores en activo y otros profesionales de la salud estarán familiarizados con lo poco que hay útil en las revistas médicas”. Este es el arranque de un artículo publicado en 'PLOS Medicine' que promete levantar no pocas ampollas dentro de la comunidad médica, ya que toca unos cuantos puntos sensibles del estado actual del mundo académico y médico. La tesis principal de su autor, John P. Ioannidis, es que la mayor parte de estudios no sirven para gran cosa. Desde luego, no para “conducir a cambios favorables en la toma de decisiones, ya sea por sí mismos o integrados con otros estudios y datos en revisiones sistemáticas, metaanálisis y guías de actuación”.

Gran parte de las investigaciones no tienen por qué tener un impacto claro, concede Ioannidis. Sin embargo, también recuerda que es diferente con la investigación clínica, “que debería marcar la diferencia en la salud y en los efectos de las enfermedades”. Ionannidis es un viejo conocido del mundo médico. Actualmente, es profesor en la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, dirige el Centro de Investigación para la Prevención de dicho centro y goza del privilegio de ser uno de los científicos más citados de la historia de la medicina clínica y las ciencias sociales. Y quizá algunos recuerden su célebre artículo de 2005 en el que explicaba por qué la mayoría de investigaciones son falsas.

Las universidades piden más 'papers' en lugar de 'papers' útiles ya que el impacto clínico no sirve para juzgar el rendimiento académico

El doctor recuerda que, actualmente, hay aproximadamente un millón de investigaciones médicas publicadas. Sin embargo, añade, “la mayoría no son útiles”. En este punto de la historia, millones de personas han firmado artículos científicos, pero “se juzga a los estudiantes por su habilidad para producir publicaciones rápidamente, un criterio que no se presta a la producción de los estudios grandes, realizados en equipo y a largo plazo, que se necesitan para informarnos sobre salud, enfermedades y prevención”.

En muchos casos, estos investigadores “son explotados como personal mal pagado o voluntariado”. A veces, “las universidades y otras instituciones piden una mayor cantidad de 'papers' en lugar de 'papers' clínicamente útiles ya que el impacto clínico no es parte formal de las métricas utilizadas para juzgar el rendimiento académico”. En definitiva, se da preferencia a los autores prolíficos frente a los críticos y escépticos.

En algunos casos, los problemas de los experimentos se encuentran en los objetivos que plantean. En otros, en su diseño. Pero, en opinión de Ioannidis, “las fuerzas que llevan a producir y difundir investigaciones clínicas inútiles son fácilmente identificables y modificables”. Aquí están las razones por las que tanto esfuerzo personal e inversión económica resultan tan baldíos.

Enfermedades que no existen

La lógica indica que una investigación resulta más útil cuantas más personas afecte la enfermedad. Sin embargo, recuerda Ioannidis, resolver problemas graves aunque incidan en un menor número de pacientes también es útil, tanto para ellos como para aplicar los hallazgos a otras enfermedades más comunes. El ébola podría haberse detenido antes si se hubiesen realizado más investigaciones. El problema es la medicalización (o, según el nombre que le da el estudio en inglés, “disease mongering”) que provoca que “se cree una percepción ficticia del peso de las enfermedades” entre la gente saludable. Es decir, los intereses de la industria farmacéutica y de determinados profesionales provocan que se estudie sobre enfermedades que en realidad no existen como tales, malgastando tiempo y esfuerzo por meros intereses económicos.

¿Para qué sirve un estudio?

Si alguien realiza una investigación, su objetivo es, básicamente, añadir conocimiento a lo que ya sabemos. Eso implica, recurda Ioannidis, que debemos saber qué sabemos; además, que los estudios deben contar con la información suficiente como para que los pacientes, los médicos y los políticos puedan confiar en sus resultados; y, en último lugar, que todos los estudios deben resultar útiles independientemente de los resultados que arrojen. Eso quiere decir que si se realiza un experimento con determinado objetivo en mente, lo más probable es que los datos se manipulen para obtener dicho resultado, o termine olvidándose si este no es el que se esperaba.

Los estudios observacionales a menudo sobreestiman sustancialmente los efectos de los tratamientos

Muchas investigaciones no están acompañadas de revisiones sistemáticas, son comparadas con placebos y, por lo general, cuentan con muestras muy pequeñas (según PubMed, la mediana se encuentra en 36 para los tests al azar realizados en 2006).

Pragmatismo, solo a ratos

Al contrario de lo que ocurre con otros campos, la investigación médica “debería poder ser aplicable a circunstancias de la vida real”, explica Ioannidis. No siempre es posible reproducir un contexto real en un laboratorio, pero ¿dónde se encuentra la frontera que invalida un experimento? “El pragmatismo ha sido recomendado en la investigación clínica, pero es raro”, explica el autor. Es lo que ocurre con muchos estudios observacionales, que “interpretan precariamente que son capaces de responder preguntas sobre los efectos causales de los tratamientos”. En la mayor parte de casos no es así, sino que suelen centrarse en poblaciones muy concretas (de enfermeras, de médicos o de trabajadores) que raramente son extrapolables. “Al final, los estudios observacionales a menudo sobreestiman sustancialmente los efectos de los tratamientos”, señala el médico.

Y el paciente, ¿qué?

Es obvio, pero esta máxima no siempre se respeta: “Las investigaciones útiles se centran en el paciente. Se llevan a cabo para preservar la salud y mejorar el bienestar, no para satisfacer las necesidades de los médicos, los investigadores o los sponsors”, señala Ioannidis. Cada vez hay mayores conflictos entre las prioridades de los pacientes y las de los investigadores, que a menudo, “son bombardeados con información que intenta convencerlos que los sucedáneos y otros resultados son buenos, porque dichos atajos tienen beneficios comerciales o facilitan una publicación rápida”. Como hemos explicado en otras ocasiones, los 'rankings' y la publicación de estudios científicos, primando la cantidad sobre la calidad, son costumbre habitual en el mundo académico.

Dinero bien gastado

¿Quién decide qué investigación es rentable y cuál no? A pesar de que vivimos en una “era de recursos limitados”, como explica el propio Ioannidis, la mayor parte de métodos para calibrar la rentabilidad de un estudio son “meros constructos teóricos”. Eso sí, aunque la mayor parte de investigaciones clínicas son muy caras, el autor considera que “alrededor de un 90% del coste presente de los experimentos se podría eliminar fácilmente”. Una racionalización de las investigaciones sería mucho más rentable que “simplemente permitir que sigan realizándose experimentos” o recortar presupuestos de procesos en marcha, lo que suele dar lugar a “estudios a los que le falta el suficiente poder, precisión y duración como para cambiar de verdad las prácticas”.

Viabilidad: ser o no ser

Otro de los defectos de muchas investigaciones actuales es su inviabilidad, que a veces solo es evidente una vez el experimento se encuentra en proceso (y ya se ha invertido tiempo y dinero). Muchos estudios mueren en el proceso a causa de “un optimismo injustificado” entre los investigadores.

Los pequeños estudios de las grandes revistas tienen resultados más exagerados que los pequeños estudios publicados en otros lugares

¿Es verdad lo que se publica?

¿Qué utilidad tiene un experimento que no resulta completamente transparente o que no ha cumplido todos los protocolos de publicación? En muchos casos, los resultados no pueden ser verificados, o el diseño de los experimentos está manipulado para conseguir determinados resultados… solo que en muchos casos es imposible saberlo a ciencia cierta. “La confianza se ha deteriorado siempre que un procedimiento legal o un nuevo análisis haya descubierto una subversión importante de las evidencias”, señala el profesor. Y es algo mucho más habitual de lo que se piensa.

El peligro de las revistas científicas

La mayor parte de médicos tan solo leen las grandes publicaciones: 'The New England Journal of Medicine', 'The Lancet', 'British Medical Journal', 'JAMA' y 'PLOS Medicine' (paradójicamente, la revista en la que se edita el artículo de Ioannidis). Como es obvio, tan solo representan una pequeña parte de la actualidad científica, unos 18.231 artículos entre 730.447, es decir, un 2,5% del total. Uno de los principales problemas señalados por el médico es que “los pequeños estudios publicados en grandes revistas tienen resultados más exagerados, de media, que los pequeños estudios publicados en otros lugares”.

“Los doctores en activo y otros profesionales de la salud estarán familiarizados con lo poco que hay útil en las revistas médicas”. Este es el arranque de un artículo publicado en 'PLOS Medicine' que promete levantar no pocas ampollas dentro de la comunidad médica, ya que toca unos cuantos puntos sensibles del estado actual del mundo académico y médico. La tesis principal de su autor, John P. Ioannidis, es que la mayor parte de estudios no sirven para gran cosa. Desde luego, no para “conducir a cambios favorables en la toma de decisiones, ya sea por sí mismos o integrados con otros estudios y datos en revisiones sistemáticas, metaanálisis y guías de actuación”.

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