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Soy el último del Club de Payasos y pienso morir con el maquillaje puesto
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DECLARACIÓN DE AMOR AL CIRCO

Soy el último del Club de Payasos y pienso morir con el maquillaje puesto

Me llamo Paco Serrano y también soy el payaso Killo. Tengo 73 años y durante los últimos 40 me he dedicado a hacer felices a los demás, aprendiendo la profesión desde cero

Uno no se hace payaso por dinero, lo hace por amor al arte. Lo sé porque trabajé durante más de veinte años en una empresa de diamante industrial y ni el brillo del diamante puede compararse a la risa de un niño, ni tampoco su dureza al del oficio de payaso, que es muy hermoso, sí señor, pero hay que tener reaños para maquillarse y vestirse y cargar con el acordeón cuando, como suele decirse, uno llora por dentro mientras ríe por fuera.

Me llamo Paco Serrano y también soy el payaso Killo. Tengo 73 años y durante los últimos 40 me he dedicado a hacer felices a los demás, aprendiendo la profesión desde cero, imitando a mis maestros en este Club de Payasos y Artistas de Circo de Madrid del que soy uno de los socios más veteranos y, posiblemente, uno de los últimos payasos vivos. Porque el Club no ha muerto, aunque haya quien lo repita, los que han muerto son los payasos; pero lo hicieron con el maquillaje puesto, igual que pienso hacer yo.

Lo mismo que Fanny, el de Pepín y Fanny, que nos dejó a los 85 años y hasta los dos años antes visitaba los hospitales y hacía bolos, aunque estaba ya tan viejo que alguna vez perdió la paciencia con los niños y, siendo su compañero artístico, el augusto torpón de un cara blanca -el listo, el pierrot-, casi la toma a caramelazos con los críos cuando se le abalanzaron todos encima en una actuación. Con Fanny pasé los últimos 11 años, justo cuando Pepín decidió dejarlo porque cayó en una depresión.

Hay que entender este mundo, tener paciencia, oficio, sensibilidad y la capacidad de volverse niño para poderle arrancar la sonrisa incluso a los más difíciles; ir a los hospitales o a las residencias y dejar una huella en ellos, que siempre recuerden la vez que Killo y el cara blanca Tanti, que es mi primo y pareja artística, pasaron por sus vidas.

A Tanti, por cierto, lo introduje yo en la profesión; tiene una asesoría jurídica, pero siempre quiso ser payaso, así que le compró la ropa a la viuda de Fanny, ese disfraz de cara blanca clásico con un millón de lentejuelas, que cuesta más que un traje de torero, y aprendió el oficio rápido, porque tiene un corazón muy puro y venía de hacer teatro.

Y también hice lo mismo con mi primer compañero, Tato, que trabajaba en el Hospital Niño Jesús de Madrid, donde soy voluntario desde hace muchos años; y luego entrené al novio de mi hija, antes de convertirse en mi yerno, y estuvimos haciendo bolos, pero le dije: “Mira, si vas a ser mi yerno más vale que te busques trabajo…”. Porque, como digo,es una profesión bonita, pero dura.

No provengo de un linaje de circo, pero luché mucho para entrar en el Club de Payasos. Fue cuando tenía 33 años, lo recuerdo bien. Entonces yo era bailarín folclórico de jota aragonesa y participaba en el Festival de Vista Alegre. Allí, en los camerinos, me encontré con un payaso histórico, Kyno, que se maquillaba para su actuación. Y pensé: “Mira, un payaso… Justo lo que siempre quise ser”. Me habló del club y allí fui, y conocí a Fanny y a los míticos Hermanos Tonetti, con los que alguna vez me imaginé recorriendo España como miembro de su circo Atlas.

No lo llegué a hacer nunca, pero, la verdad, me siento realizado. Una vez incluso interpreté a Grock, el gran payaso suizo que pintó Picasso, en una película de Bardem. Sucedió en los años ochenta y tenía que caerme sobre un violín y romperlo. Fue un momento glorioso, igual que cuando me marché de gira nueve días con el circo Price por Sevilla y actuaba en la pista.

A menudo se lo recuerdo a mi esposa, le digo: “Si cuando te pedí matrimonio me hubieras dicho que no, me habría ido de gira con los Tonetti”. Y eso que tardé cinco años en confesarle a ella que mi ilusión era ser payaso porque temía que me dejase. Bueno, a ella se lo oculté y también lo hice en la empresa, porque era jefe, pero cuando me salía un bolo fingía estar enfermo y ningún directivo supo nunca que, en vez de estar tosiendo en la cama, estaba subido a un escenario.

Un buen día, después de años de llevar esta doble vida, decidí abandonarla para dedicarme enteramente al espectáculo. Fue a principios de los años noventa, mi plan era montar una agencia de representación artística de fiestas infantiles, pero entonces mi hijo murió; le habían diagnosticado cáncer dos años atrás.

Era duro, mi hijo; jamás le vi llorar. Y yo seguí maquillándome y cargando el acordeón por España, a pesar del trago, y cada vez que me subía a un escenario me convertía en otro, pero cuando me quitaba la nariz de payaso, el dolor seguía ahí.

Un año y medio después de morir mi hijo, su novia me trajo una placa que él quería regalarme por mi cumpleaños. Decía: “El mejor payaso del mundo es aquel que estando llorando por dentro,sabe hacer reír por fuera. Tu eres el mejor padre y payaso del mundo. Te quiere, Javi”.

He llorado mucho, sobre todo de niño. Pero es mi trabajo que no se note, aparcarlo a un lado. Creo que ese amor al circo nació en mí un poco acompañado del dolor, para ponerle fin. Porque mi hermano murió cuando yo tenía nueve años y el diez, y mi madre se volcó en esa pena y yo pensaba: “¿Qué pasa conmigo?”. Como en el colegio, de vez en cuando, nos llevaban al circo, descubrí un lugar donde se respiraba una sensibilidad diferente, porque me gustaba hacer reír más que hacer llorar, y pasaron los años y yo seguía acudiendo cada vez que cambiaban el programa. Lo que aprendí, primero como espectador y luego como bailarín, payaso y voluntario, es que cuando haces feliz a alguien, toda esa felicidad revierte en ti. Eso te convierte en un hombre rico, en un afortunado.

Lo digo alto y claro, la vida de payaso es dura como el diamante, pero hay que ver cómo brilla… Y yo seguiré en el club, donde una vez hubo faquires, malabaristas y payasos, y ahora sólo quedamos nosotros, y lo pienso hacer hasta que me muera.

Tendrán que hacerme una caja más grande para que quepa mi acordeón. Palabra de Killo el payaso.

Texto redactado por Beatriz García a partir de entrevistas con Paco Serrano.

Uno no se hace payaso por dinero, lo hace por amor al arte. Lo sé porque trabajé durante más de veinte años en una empresa de diamante industrial y ni el brillo del diamante puede compararse a la risa de un niño, ni tampoco su dureza al del oficio de payaso, que es muy hermoso, sí señor, pero hay que tener reaños para maquillarse y vestirse y cargar con el acordeón cuando, como suele decirse, uno llora por dentro mientras ríe por fuera.

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