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Terror en el Mediterráneo: los temibles y sádicos piratas de Berbería
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Terror en el Mediterráneo: los temibles y sádicos piratas de Berbería

Los corsarios del norte de África podrían haber capturado en estimaciones básicas y muy conservadoras bastante más de un millón y medio de personas, que se dice pronto

Foto: Óleo de Van Eertvelt en el que se muestra un abordaje de los piratas berberiscos.
Óleo de Van Eertvelt en el que se muestra un abordaje de los piratas berberiscos.

'La fe es la capacidad de soportar la duda'.

–Tomas Moro

Una virulenta plaga asoló las costas del este de España durante los siglos XVI y XVII. Era indetectable; como mucho se sabía de donde procedía, pero poco más. Su 'modus operandi' era esquivo, sorpresivo, mimético con los objetivos y las victimas, se confundía entre los que podrían combatirlo y, a la postre, era letal y fulminante en sus apariciones. El mar Mediterráneo se había convertido en un infierno y ellos eran los amos de aquella masa líquida y los heraldos del terror en el que miles de desgraciados desaparecían sin dejar rastro.

Se calcula que entre los siglos iniciales desde su “bautismo” –tras la caída de Constantinopla– y su erradicación a manos de españoles, en primera instancia, y franceses y norteamericanos posteriormente, miles de cocas, naos, galeras, carabelas y pinazas desaparecerían sin remisión entre las fauces de aquella horda de pabellón de conveniencia. Amplios tramos de las costas francesas, italianas, portuguesas, e incluso razias en Irlanda e Islandia, están perfectamente documentadas en crónicas y sagas de la época. Enormes tramos del levante español e italiano quedaron despoblados hasta bien entrado el siglo XX. El tema era serio.

Sólo comerciaban con mujeres, los hombres normalmente eran decapitados sin contemplaciones o llevados de galeotes

Entre los siglos XVI y hasta mediados del siglo XIX, los corsarios de Berbería podrían haber capturado en estimaciones básicas y muy conservadoras bastante más de un millón y medio de personas –que se dice pronto–, que serían vendidas en el enorme mercado musulmán de esclavos, aparte de los millones de personas que habrían muerto en defensa de los suyos. En general, sólo comerciaban con mujeres, los hombres normalmente eran decapitados sin contemplaciones o llevados de galeotes o para obra civil en condiciones infrahumanas hasta que les asistiera la muerte liberatoria.

Su valor como seres humanos esclavizados sin remisión era proporcional a su resistencia física. Cuando el agotamiento les asaltaba, cuando el aliento era un hilo de vida, era el fin; miles se suicidaron, según documentan las órdenes religiosas trinitarias, mercedarias y lazaristas, dedicadas al pago de rescates por cautivos.

Una tragedia constante

Para las mujeres, objeto principal de las razias costeras, su captura, por lo general, significaba el fin de su existencia en el sentido metafórico. Desposeídas de su pequeña parcela de futuro para los restos, pasaban a engrosar la primera línea de los mercados de esclavos y sus cotizaciones se destacaban de las del resto. Las cristianas desaparecidas en los mercados asiáticos y en la propia Berbería para procurar placer a sus dueños o marchitarse en los harenes o serrallos, y siguiendo extraños baremos y caprichosos criterios mercantiles, solían ser vendidas varias veces, según caducara la pasión del amo de turno.

La piratería proveniente de Berbería, era para la monarquía hispánica algo así como un mal menor, pero sin embargo, era una tragedia constante, una sangría escandalosa en el patio de atrás, algo que no tenía visos de remitir. Eran auténticos golpes de mano difíciles de neutralizar por imprevisibles y aleatorios, hasta que se tomaron medidas serias y destinaron recursos para conjurar esa amenaza fantasma.

Al principio las filas de los piratas estaban integradas por renegados cristianos islamizados a los que más tarde se les solaparían moriscos expulsados

Los piratas de Berbería –el equivalente geográfico en extensión a lo que hoy ocupa el Magreb–, eran una confederación de colegas que se dedicaban a la rapiña pura y dura desde sus bases en Salé –costa marroquí atlántica–, hasta sus refugios en lo que hoy es Argelia. Desde Orán, Argel, Bujía, etc., abarcaban un abanico de actuación impresionante.

Arrasaban en rápidas incursiones con todo lo que podían rapiñar desde Malta hasta las Canarias, pasando por Ibiza, la costa siciliana, Gibraltar o las lindes de la península por el este con el mar Mediterráneo. Al principio, sus filas estaban integradas por renegados cristianos islamizados a los que más tarde se les solaparían moriscos expulsados. Mediado el siglo XVI, los jenízaros de la Puerta Sublime, a las órdenes de los sultanes anatolios se integrarían en esta peligrosa hueste de profesionales del espanto tomando la jefatura de las operaciones y planificando las actuaciones de manera escrupulosa. Eran un ejército en la sombra, y su sombra era muy alargada.

Conferencia de los Piratas Berberiscos, impartida por José Miguel Rodríguez Buendía.

Un acumulado de especial inquina

Mención especial merece la República Independiente de Salé, en la costa marroquí atlántica, configurada por moriscos con un acumulado de especial inquina desde su expulsión de la península. De todos es sabido que más de 300.000 de ellos fueron expeditivamente enviados al norte de África entre 1609 y 1613 en la época de Felipe III, de lo que cabe deducir que el caldo de cultivo de un cabreo intenso era el aderezo perfecto para retornar a la península con malas intenciones y desquitarse por los agravios y expropiaciones sufridas.

Las costas onubenses, gaditanas y las Islas Canarias sufrieron de manera persistente el goteo de razias de esta turbamulta. Huelga decir que los piratas que caían en manos de los lugareños eran ajusticiados de forma bastante expeditiva. Hay una leyenda local no lo suficientemente contrastada en su descripción por el cronista Sandoval sobre un desembarco descubierto al alba en el norte de Lanzarote en los albores del siglo XVI, donde todos los tripulantes y la chusma corsaria fueron pasados a cuchillo por los lugareños y se dice que 'ipso facto' fueron pasto de improvisadas barbacoas regadas abundantemente con orujos nativos de la madre de la uva. Comprensible reacción quizás, a la luz del terror que dispensaban a diestro y siniestro.

Pero en el trasunto del tema cabría considerar que la piratería contra las naves cristianas era considerada por los berberiscos una forma de Guerra Santa y, en consecuencia, al amparo de lo religioso, la coartada perfecta para cometer todo tipo de fechorías.

No hay que olvidar tampoco que la tónica en aquella época era la de contestar proporcionalmente. En aquel toma y daca, los Austrias en particular y los reinos europeos con intereses mercantiles en el área mediterránea no se limitaban a desplegar una estrategia defensiva. La toma de Túnez y Djerba, y el durísimo (y fallido) ataque a Argel por Carlos V, Juan de Austria y Andrea Doria con Hernan Cortés entre los expedicionarios, la batalla de Lepanto (1571) y una protección más adecuada de las flotas combinadas para la defensa de los convoyes y por lo tanto del comercio, aliviaron en parte la tortura constante de estos amantes de lo ajeno, eso sí, bendecidos por Allah.

El atraco institucionalizado

Pero el tema no acababa de remitir por más énfasis que se pusiese en la solución militar. En el apogeo de la piratería berberisca (siglo XVII) hubo un momento en que se hizo insoportable la presión de estos cofrades del choriceo profesional. Antiguos piratas ingleses desmovilizados tras la proclamación por el rey Jacobo I de Inglaterra del fin del corso en junio de 1603 formaron una 'joint venture' conocida como piratería anglo-turca, una alianza entre protestantes y musulmanes que en apariencia pretendían combatir el catolicismo, pero cuyos intereses poco o nada tenían que ver con lo religioso.

El negocio institucionalizado del atraco a mano armada que tan pingües beneficios les había aportado a sus arcas no remitiría hasta comienzos del siglo XIX. Gran Bretaña, convertida ya en la primera potencia naval del orbe, Francia y Estados Unidos comenzaron a realizar campañas de castigo contra la base pirata de Argel y a ensayar lo más granado de su armamento. Para 1830, las fuerzas francesas, tras destruir minuciosamente una a una todas las bases de la piratería, desde Trípoli hasta Orán y Bujía, tomarían el control de la situación y comenzarían su expansión colonial.

El Corán, en lo referente a la esclavitud, acepta esta macabra institución de naturaleza infrahumana como algo indiscutible

Capítulo aparte merece el análisis del destino de los más de 4.000.000 de esclavos capturados en conjunto durante la duración de la larga sombra otomana en Europa Central y el Mediterráneo con sus estados vasallos durante los cuatro siglos posteriores al año 1.500 d.C.; ya fueran presididos por meros propósitos comerciales (el negocio movía cifras escandalosas) o por las derivadas de las acciones militares en los campos de batalla. Mas allá de la captura de bienes o incautación de las naves apresadas está la tragedia del factor humano. El desarraigo de millones de seres humanos catapultados para su desgracia hacia lugares ignotos para su explotación animal o prostitución contra su mas íntima voluntad fue un hecho terrorífico durante aquellos lúgubres siglos.

El Corán, en lo referente a la esclavitud, acepta esta macabra institución de naturaleza infrahumana como algo indiscutible, puesto que como libro sagrado de referencia en el Islam, en muchos de los países en que se aplica en su literal radicalidad prima sobre el derecho civil y sobre los más elementales derechos humanos. Lamentablemente, quien tuvo, no retuvo.

La Historia, un lugar común lleno de interpretaciones contradictorias y a gusto del consumidor. La verdad es siempre un espejismo.

'La fe es la capacidad de soportar la duda'.

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