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Un héroe en medio del horror: el alférez que se convirtió en una referencia moral
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EL ABSURDO DE LA GUERRA DE VIETNAM

Un héroe en medio del horror: el alférez que se convirtió en una referencia moral

En una de las peores masacres de la historia del siglo XX, un hombre fue capaz de enfrentarse a sus mandos para salvar un gran número de vidas civiles

Foto: Hugh Thompson Jr. fue una de las pocas personas que mantuvo la Humanidad entre tanto horror.
Hugh Thompson Jr. fue una de las pocas personas que mantuvo la Humanidad entre tanto horror.

'En un mundo de forajidos el que camina en sentido contrario parece que huye'.

T.S. Elliot.

El 16 de marzo de 1968, una compañía del Ejército de los Estados Unidos asesinó a sangre fría a medio millar de mujeres, ancianos y niños, sin que el mando –tanto el que estaba al frente de la tropa, como a los burócratas en sus despachos–, les temblara el pulso. Era una operación de la inteligencia militar norteamericana perfectamente planificada y ejecutada al milímetro sobre gente absolutamente indefensa, y sin recursos para oponerse a una fuerza a todas luces desproporcionada. ¿La excusa oficial para ese proceder? Que estas pobres gentes albergaban a los Viet Cong que, al parecer de los marines y sus mentores intelectuales del Pentágono, eran demonios con colas de tridente. Se olvidaban como es habitual, de que ellos eran los ocupantes, de que habían prefabricado deliberadamente el incidente de las cañoneras en el Golfo de Tonkin para justificar la agresión al pueblo vietnamita, y que antes de declarar la guerra oficialmente a Vietnam del Norte ya había cerca de 30.000 asesores norteamericanos en el sur y de que, además, no eran bienvenidos.

Pero claro, mientras docenas de bonzos y ciudadanos mondos y lirondos se suicidaban tras severos ayunos o impregnados en gasolina, protestando por la guerra impuesta a un país que una vez más tenía que padecer los caprichos colonialistas de Occidente; al otro lado del Pacífico, media docena de empresas armamentísticas del Imperio se forraban a espuertas con este conflicto. Los crecimientos netos y beneficios al selecto grupo del accionariado de Lockeed Martin, Northrop Corporation, Boeing, etc., subieron como la espuma sin importarles en absoluto el severo coste en vidas humanas con que la factura de la guerra y su implacable guadaña alimentaban las portadas de los diarios. Parecía que el adversario amarillo no tenía bajas y se magnificaban las propias. Pero la verdad tenía la sombra invertida.

La llamada guerra de Vietnam (1955-1975) devoró cerca de 4.000.000 de seres humanos, 58.000 de ellos estadounidenses

Cuando la carnicería ya empezaba a ser insoportable allá en la antigua Indochina, y el hedor de tanto cadáver clamaba justicia, mientras se acercaba peligrosamente a las riberas del Potomac, la revista 'Time' y 'The New York Times' hurgaron sobre las relaciones cruzadas entre los 'lobbies' armamentísticos, la cúpula militar y otros insanos intereses tras la tramoya del consabido mantra de la cruzada contra los malvados comunistas. Fue un trabajo de orfebrería informativa donde periodistas comprometidos se dejaron la piel contra viento y marea.

El argumentario generalizado de la prensa norteamericana –no independiente en aquel tiempo (la mayoría)– citaba aquella guerra como justa, pues el país en donde los derechos y libertades eran los más garantes del orbe, no podía permitir el atropello sin mas de aquella milenaria cultura que iba en chanclas y se conectaba con un tal Buda. Había que evitar su caída en las fauces de las hordas rojas. Solo faltaría, y así, Johnny cogió su fusil.

¡Qué delicia oler napalm por la mañana!

La llamada guerra de Vietnam (1955-1975) devoró cerca de 4.000.000 de seres humanos, 58.000 de ellos estadounidenses. Fue una guerra donde las atrocidades se prodigaron hasta hacerse intolerables. El uso del napalm arrasando las exuberantes selva del país asiático, el agente naranja, un cancerígeno herbicida con el que Estados Unidos pretendían defoliar los bosques bajo el pretexto de que albergaban al Viet Cong, por otra parte, arma de exterminio en diferido, que provocaría cáncer y malformaciones a más de dos millones de vietnamitas. Los impunes bombardeos de aldeas microscópicas, o grandes ciudades (véase los durísimos ataques sobre Hanói y Haiphong) con los intocables B-52, y en definitiva el enorme campo de pruebas que supuso aquel castigado territorio, laboratorio de horrores incontables, etc.

Las misiones de "búsqueda y destrucción", que pretendían prioritariamente la muerte del mayor número posible de civiles, estaban perfectamente programadas y estudiadas al detalle para causar el máximo horror entre la población civil y actuar a modo de aviso a navegantes.

Si bien es cierto que la inteligencia americana sabía de las infiltraciones en las aldeas sureñas fronterizas con Laos y Camboya a través de la Ruta Ho Chi Minh, también es cierto que atacar a poblaciones civiles indefensas les acercaba al tan denostado método de trabajo de las odiadas SS en el frente Este durante la II Guerra Mundial. Los campesinos estaban entre dos fuegos y sin posibilidad de elección, pues ambos contendientes eran sus verdugos.

Lo ocurrido en My Lai, no fue diferente de lo que aconteció en las matanzas de las Fosas Ardeatinas en marzo de 1944, o en la tragedia de Oradour sur Glane ocurrida en junio de ese mismo año, o las represalias y ejecuciones masivas efectuadas en Lidice tras el atentado contra el agente del horror, Heydrich. El mismo 'modus operandi', pero claro esta, en nombre de las libertades y en pro de la democracia.

Un baño de sangre que quedó impune

Eran las ocho de la mañana cuando las hienas de la Compañía Charlie entraron en el indefenso pueblo, en la aldea mártir de My Lai, en una de estas operaciones de castigo contra los civiles tan habituales en la asimétrica guerra de Vietnam. Las gallinas corrian aventadas por una ligera brisa unos minutos antes y nada hacía presagiar la matanza y la intensa crueldad aplicada a aquellas gentes si amparo alguno.

'A priori', se suponía que aquel lugar estaría infestado de vietcongs, pero en My Lai no solo no quedaba ninguno, sino que todos habían huido para engrosar grupos dispersos de este ejército paralelo y aplicar asi su alabada y tenaz lucha contra la mayor potencia del mundo. La aldea estaba “limpia” y no había nadie en edad de tomar un arma, pero esta circunstancia no impidió que la tragedia de aquella espeluznante misión siguiera su siniestro rumbo.

Lideraba el teniente William Calley aquel baño de sangre amparado en la impunidad. Sacó a los lugareños de sus precarias chozas y los convocó en una explanada. El teniente ordenó tajantemente que no quedase un solo vietnamita con vida y para dar comienzo a esa sangría sádica, a ese ritual de carnicería desde la omnipotencia de unos galones sin escrúpulos, se comenzó a ensartar en las bayonetas a todo bicho viviente. Embarazadas, ancianas, niñas y criaturitas horrorizadas, eran incapaces de huir de aquella sórdida matanza. El ensordecedor griterío de aquellas víctimas recorria las profundidades de la jungla clamando venganza.

El documental 'Los fantasmas de My Lai'

A algunos campesinos se les tiraba a los pozos y luego se les estallaban granadas sobre sus cabezas mientras gritaban a un dios vengador sin mayores consecuencias pues, como es natural, el Señor que todo lo ve pero que siempre está ausente no tenía el día…

A otros, se les hacinaba en chozas comunales y se les ametrallaba sin compasión, posteriormente sin rematarlos, se les prendía fuego con lanzallamas. El horror en su apogeo.

Los helicópteros artillados remataban la faena en una orgía de sangre nunca antes vista en esas proporciones en aquellas asoladas tierras

El soldado Harry Stanley, afirmaría en una investigación posterior al Departamento de Investigación Criminal estadounidense, «algunas ancianas y algunos niños pequeños, entre quince y veinte, se agruparon alrededor de un templo donde se quemaba incienso. Se arrodillaban y lloraban y rezaban, y varios soldados […] pasaron a su lado y los ejecutaron disparándoles en la cabeza». En vano, las mujeres protegían a sus hijos e imploraban gracia para sus pequeños. Mientras, la Compañía Charlie avanzaba por la aldea masacrando a todos sus habitantes como si de una mortífera apisonadora se tratara; para darle un poco más de dramatismo al tema, los helicópteros artillados remataban la faena en una orgia de sangre nunca antes vista en esas proporciones en aquellas asoladas tierras.

Hasta el ganado fue aniquilado. Se destruyeron a conciencia las cosechas y no quedo una casa en pie. Solo un infierno diseñado por humanos puede alcanzar las cotas de paroxismo que se vieron en My Lai. El soldado Herbert Carter se disparó en el pie para escapar de aquel lugar dantesco y desolador. En un momento dado, a una orden del teniente Calley, su sección reunió a un centenar de mujeres, ancianos, niños y bebés en un arcén del camino de acceso por el sudeste, y los fueron matando uno a uno, para no dilapidar más munición.

Un héroe en medio del horror

Bastante avanzada la tremenda carnicería, el alférez Hugh Thompson, a la sazón piloto de un helicóptero de reconocimiento, aterrizó en las lindes del pueblo y, desconocedor de lo que estaba aconteciendo en My Lai, comenzó a balizar con humo los lugares donde se encontraban los campesinos heridos. Cuando localizaba a uno de ellos, por arte de magia, aparecía uno de los soldados a las órdenes del teniente Calley y remataba al desgraciado que había osado sobrevivir, sin mas contemplaciones. Poco tiempo tardó en comprender que estaba en el escenario de una masacre. Cuando asumió el carácter excepcional de la situación, decidió obrar autónomamente sin informar a sus superiores dadas las fundadas sospechas de contubernio entre la alta oficialidad. Thompson dio órdenes tajantes a sus subordinados para que disparasen contra cualquier uniformado que intentara actuar contra aquellos desgraciados, protegió y evacuó en varias tandas en su helicóptero a aquellos inocentes llevándolos a una posición segura a dos kilómetros del lugar donde Calley y sus forajidos rubricaban su locura.

Tras el tremendo escándalo internacional originado tras el descubrimiento de las atrocidades, las autoridades militares norteamericanas se vieron impelidas a actuar por el crescendo del estupor ocasionado por las declaraciones de algunos periodistas de raza. William Calley, sería el único condenado por aquel acto de barbarie que desafia a los principos morales mas elementales. Sólo cumpliría tres años y medio en arresto domiciliario tras frenar la investigación en su persona y asumiendo toda la responsabilidad de la misma.

El 6 de marzo de 1998, el ejército hizo entrega de la Medalla al Heroísmo sin conflicto a Thompson; a su artillero, Lawrence Colburn, y, a título póstumo, al capitán Andreotta, al único al que consultaría el alférez por la confidencialidad que les unia tras una larga amistad. Andreotta bloqueó la consulta a sus superiores cuando Thompson le comunicó lo que estaba ocurriendo y en 'petit comité' le dijo a su fiel amigo que actuara en consecuencia. Tres semanas después, el capitán y amigo de la infancia del héroe de My Lai fallecería en un extraño accidente. El indicador de nivel de combustible había sido manipulado y llevado a 'full'; tras cinco minutos de vuelo, se estrellaría sin remisión pereciendo en el incendio de la nave tras el potente impacto. Es más que probable que fuera una venganza por la afrenta no olvidada a sus superiores. Pero no pudieron matar su memoria y el reconocimiento a su humana actuación. Su ejemplo, será siempre una referencia moral de altura para futuras generaciones de soldados norteamericanos y un lujo en la memoria colectiva de las gentes de bien.

Una buena dosis de cinismo

Los reportajes de periodistas honorables y comprometidos como Hersh y Ronald L. Haeberle, fotógrafo empotrado en la Compañía Charlie, sacaron a la luz aquella aberración que conmocionó a la ciudadanía estadounidense y al resto del mundo.

El periodismo de investigación, probablemente la parte más seria de lo que queda de lo que fue la prensa libre, en su edición norteamericana de '¡Basta de mentiras!', ponía en boca del corresponsal John Pilger las palabras que le dijo el general Winant Sidle, portavoz del Ejército estadounidense en Vietnam, en las que aducia que los civiles no deberían de estar en las zonas de combate pues sabían a lo que se atenían. Una dosis de cinismo que retrata al uniformado y desprestigia al ejército que representa.

Hugh Thompson, treinta años después de ser tratado como un traidor, recibiría la prestigiosa Medalla del Soldado

Transformado en un incómodo testigo, al volver a su base, el piloto denunciaría lo ocurrido a sus superiores, rompiendo el código de silencio sobre atrocidades en el frente, pues entendia que lo ocurrido no podía ser descrito como una legítima operación militar. A partir de ahí el acoso de sus mandos y la adjudicación de operaciones de alto riesgo para su integridad física fueron la tónica. Ignorado por sus compañeros y tildado de delator, su vida en el ejército fue infernal.

Todo esto demuestra que la osadia de unos periodistas honrados y comprometidos y la valentía de unos militares mas alla del silencio de la obediencia debida hacen justas aquellas palabras que demuestran palpablemente que el mal triunfa sólo cuando la gente de bien no hace nada.

Hugh Thompson treinta años después de ser tratado como un traidor, recibiría por fax la comunicación de que el Ejército le había concedido la prestigiosa Medalla del Soldado, distinción también otorgada a los otros miembros de su tripulación, Lawrence Colburn y Glenn Andreotta, este último a titulo póstumo.

La decidida acción de un profesor de la Univesidad de Carolina del Sur –David Egan–, propiciaría, tras reunir cientos de miles de firmas, reivindicar la actuación del piloto de helicópteros como un hecho de alto perfil ético. El académico, un veterano oficial de la Segunda Guerra Mundial, redactaría más de un centenar de cartas al Congreso y otras autoridades federales en búsqueda del reconocimiento de este hombre denostado y vilipendiado hasta que finalmente se le resarciría del daño causado.

Hugh Thompson, un modelo a seguir.

'In memoriam'.

'En un mundo de forajidos el que camina en sentido contrario parece que huye'.

Noadex
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