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De lo que no se habló en la investidura: la España real y sus verdaderos dramas
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“PUEDES ESTAR EN LA CALLE DE UN DÍA PARA OTRO”

De lo que no se habló en la investidura: la España real y sus verdaderos dramas

Una investigación nos ayuda a entender de primera mano los discursos que los españoles hemos utilizado desde la crisis para hablar aquello que nos afecta a nosotros y al bolsillo

Foto: ¿Qué es lo que queremos? Desde luego, no un escaño. (Reuters/Susana Vera)
¿Qué es lo que queremos? Desde luego, no un escaño. (Reuters/Susana Vera)

El largo y complicado proceso de formación de Gobierno ha vuelto a provocar, después de un breve período de reenganche de la población española a la política, que esta vuelva a ser vista como un lamentable juego de poder en el que unos y otros miden sus palabras y calculan sus opciones para conseguir el mejor asiento posible. Ello ha facilitado, igualmente, que se olviden las dificultades que gran cantidad de españoles han padecido durante los últimos años y que seguramente seguirán padeciendo en el futuro inmediato. Más aún después de que en el pasado mes el número de parados registrase su peor febrero de 2013.

Para entender la España real, que no es la de los centenares de diputados que se disputan el hemiciclo en la prensa, el Congreso y ahora también las redes sociales, hay documentos especialmente reveladores. Uno de ellos es 'Del consumismo a la culpabilidad: en torno a los efectos disciplinarios de la crisis económica', publicado en 'Política y sociedad', uno de los trabajos que los profesores de la Universidad Autónoma de Madrid Luis Enrique Alonso, Carlos J. Fernández Rodríguez y Rafael Ibáñez Rojo publicaron para entender mejor la crisis y en el que abordan los problemas de consumo que los españoles han tenido que afrontar.

Hay conocidos supercualificados que, trabajando en empresas maravillosas, estupendas, están ahora en la calle

De él llama la atención, más allá de sus conclusiones, su capacidad para recoger los discursos a través de llos cuales los españoles hemos intentado entender nuestra situación. “En este artículo examinamos cómo estos discursos funcionan ideológicamente a la hora de formar actitudes hacia la crisis y prácticas de consumo”, señala la investigación. “Desde nuestro punto de vista, estos discursos son clave para cualquier comprensión del comportamiento político e ideológico en la situación actual, ya que no sólo proporcionan significado para aquellos grupos de clase social o generacional específicos, sino también que lo unen con la naturaleza problemática del consumo”. ¿Qué nos hemos dicho a los españoles sobre nosotros mismos? (Nota: las declaraciones han sido transcritas literalmente de la expresión hablada, de ahí que muchas puedan contener errores gramaticales o repeticiones de palabras)

Miedo, incertidumbre y dramatización

“Casi todos los grupos, con independencia de su condición social, reflejan un primer movimiento en sus discursos que recoge la sensación de miedo que ha desatado la crisis”, explica el estudio. “De la noche a la mañana puedes estar en la calle” es la concreción de este miedo, por ejemplo, a un hipotético despido: “Hay conocidos muy allegados que trabajando en empresas maravillosas, estupendas, supercualificados, y bueno, están ahora mismo en la calle”, explica uno de los consultados. “El paro existe, nos estamos dando cuenta de que existe”.

Esta incertidumbre llegó también, por primera vez, a los funcionarios: “Hace un año no me planteaba si la crisis me podía afectar o no y ahora no tengo la seguridad y mucho menos después de lo que están hablando de Grecia y todo eso”. Es quizá el testimonio más visible de que lo que antes parecía inamovible –el puesto de los funcionarios– pasa a ser puesto en duda.

Estamos como los españoles de Alemania, que ponían una litrona en el medio, dos latas de sardinas y una televisión para todos

Las amas de casa son la que proporcionan, en ese sentido, “el discurso más explícito a la hora de subrayar el temor a que la situación de necesidad se extienda”: “Ahora hay gente con mucha necesidad, que en cuanto se le acaba el paro pide un subsidio”, señala una, que añade más tarde: “En Alonso Martínez hay unas monjitas que dan comida y hay cola, ves a gente que es normal; antes había mendigos pero ahora no”. Es uno de los miedos más frecuentes durante la época de carestía, que ha calado en la sociedad española: que la “gente normal” –la autoconsiderada clase media– termine pidiendo o acudiendo a beneficencia.

Ello se refleja en los hábitos de consumo, como explica una divertida explicación de las formas de ocio a las que la crisis conduce:

“Estamos como estaban los españoles cuando fueron a Alemania en los años sesenta, se juntaban en las casas, ponían una litrona en el medio, dos latas de sardinas y una televisión que había para todos y ahí veían el partido, pues eso estamos haciendo ahora nosotros, nos juntamos en la casa, tú pones el primero, tú pones el segundo, tú pones el chorizo, tú pones el postre y ya está, y qué nos hemos gastado, diez euros, de la otra forma nos hubiéramos gastado ochenta euros”.

Esta mentalidad de ahorro se reproduce igualmente entre los más acomodados, casi “por mimetización con el contexto”: “Me compro un bolso pues imitando a piel, eso es lo que hago, y antes iba más a la peluquería, ahora ya tengo que esperar a tener unas canas tremendas para ir”.

La crisis de los pobres (no es una novedad)

El drama vivido por los sectores menos desfavorecidos, señala la investigación, se vive de manera diferente al de aquellos que han estado siempre acostumbrados a vigilar el gasto y que, por lo tanto, que no lo experimentan como una novedad: “Yo es que como soy vamos a llamar la agarrada […] ni he cambiado de sitio, además hago excursiones turísticas por todos los comercios a ver cuál es donde venden las cosas más baratas, entonces a mí afectarme, afectarme, claro, afecta que entra menos en tu casa, pero como siempre hemos estado mirándolo pues al final no lo noto tanto”.

Hay una especie de naturalidad que se desprende de una visión “muy racionalizada del consumo y la gestión cotidiana de los ingresos”. Esto se traduce en una mayor facilidad a la hora de adaptar unas aficiones más baratas: “Yo ahora con la crisis estoy teniendo más ocio que nunca porque con una nevera y un bocadillo se va al fin del mundo, hoy me recorro medio

Si me tienen que meter en la cárcel, que me metan, así no tengo que pagar casa

Por el contrario, el mensaje es mucho más pesimista entre los jóvenes de clases sociales modestas, que expresan “con angustia” su situación tanto laboral como de consumo. “Si me tienen que meter en la cárcel que me metan, así no tengo que pagar casa” es una de esas elocuentes sentencias que resumen el miedo que muchos jóvenes sienten ante un porvenir en el que la subsistencia no está garantizada: “Así ha subido el nivel de suicidios”, explica el mismo de la frase anterior.

En este grupo resulta llamativo el de determinados trabajadores (industriales, algunos de ellos), que han accedido a altos niveles de consumo y han interiorizado la culpa por la crisis: “Otra cosa es que gastemos por encima de nuestras posibilidades que es lo que yo creo que ha pasado en estos años porque la verdad es que oías a gente, yo también tengo un apartamento en la playa y, bueno, allí cuando lo compramos, pues hombre, generalmente se suponía que la gente que compraba ello estaba desahogada”. ¿La conclusión? “Para ser real tienes que gastarte lo que tienes”.

Europa, Europa

La crisis también ha hecho que resurjan los viejos discursos del fatal carácter de lo español que, en este caso, sirven para explicar por qué nunca nos podremos igualar con el resto de la Unión Europea: “Yo pienso que hemos subido muy deprisa, […] nos han dado muchas facilidades, no lo han controlado desde mi punto de vista ni el Gobierno ni los bancos, aquí todo el mundo esto era viva la virgen, llegabas al banco y pedías dinero y te lo daban y no tenías que llevar ni un papel”.

Tengo amigos y vecinos nórdicos y y ven la cosa de otra manera, le dan más valor a una copa de vino y a charlar con la gente en la casa

Un pensamiento que, como señalan los autores, denota una posición “infantilizada respecto a la madurez europea”. Los españoles nos consideramos descontrolados, lo que fomentan discursos que piden una solución autoritaria. Un concepto frecuentemente utilizado durante la época de la crisis para entender el proceso de bonanza previo (1997-2008) es el de “sueño”: “Yo creo que el problema está también en que hay mucha gente que contrajo unas ciertas obligaciones que tampoco eran necesarias, partiendo de esta base, sí que es verdad que pagan tres mil euros entre la hipoteca, el coche, la moto Kawasaki, se compraron una segunda residencia en Lloret de Mar porque estaba bien de precio y al final qué pasa si se queda uno de los dos en el paro, pues evidentemente es un follón”.

Los españoles nos entendemos por comparación, generalmente, negativa. Y si surgen los países escandinavos, peor aún: “Tengo amigos y vecinos nórdicos y me junto con ellos y ven la cosa de otra manera, le dan más valor a una copa de vino simple y charlando con la gente en la casa, nosotros queremos la reserva y el Mercedes y las vacaciones”.

La inmoralidad del consumo

El discurso de los españoles ha estado caracterizado por poner de manifiesto la singularidad de nuestro país y nuestro comportamiento. Por ello, se ha pasado de las prácticas concretas y diferenciadas para centrarse en generalidades como la cultura y los valores vinculados. En otras palabras, el problema no ha sido la mala racionalización económica de los individuos, sino unos esquemas mentales que parecen casi impuestos por nuestra mera condición de españoles.

En ese punto se encuentra la clase media, entre la cual el discurso habitual es el siguiente: “No, la culpa no la tienen los demás, la culpa la hemos tenido nosotros mismos por habernos habituado a ese lujo, lo que pasa es que claro, nos hemos habituado de tal manera que cuando ha bajado no pensábamos...” El problema, afirman dos de los entrevistados que conversan entre sí, “está en la mentalidad del español”. “La gente se ha metido en cosas” es la frase que lo sintetiza. Pero esto también significa que los que manejan dichos discursos han adoptado una visión circular de la historia, “dentro de una sociedad en la que lo más inteligente es saber adaptarse al lugar que te corresponde porque 'el que no ha sabido estar en su sitio le ha pillado con el culo al aire'”.

Si puedes tener una de veinte mil por qué no vas a tenerla

La asunción de la culpa es muy habitual entre la parte más popular de los pequeños comerciantes: “Hay que mentalizar a toda la población, no puedes mentalizar solamente a un grupo, todo el país se tendría que mentalizar para saber comprar bien y comprar calidad y acogerse a su jornal que tiene ahora”.

A todos nos gusta vivir bien

Si todos estamos de acuerdo, ¿por qué no llegamos a ningún sitio? Como sugiere el último punto de la investigación, aparte de la superficialidad de dicho consenso, no hay una crítica clara al “modelo actual de consumo”. “La sociedad de consumo consume”, dice uno de los participantes. “Eso es lo que hace funcionar un país, si no se consume no se fabrica”.

A fin de cuentas, todos queremos lo mejor, parece ser el discurso dominante. Y si no lo tenemos, nos frustramos. “Si puedes tener una de veinte mil por qué no vas a tenerla”, se puede leer en el artículo. Frente a ello hay un discurso mucho más tímido, y perteneciente a las clases más populares que, como hemos visto, han afrontado de forma más natural la crisis. “Por eso los pobres somos más felices, sabemos buscarnos la felicidad mejor que los ricos, ¿que no? Te diviertas sin nada y los otros se tienen que divertir con lo que sueltan”. Una mentalidad de “si tengo que ir en bici, me voy en bici y si tengo que ir andando, andando” que refleja bien cómo ha cambiado la mentalidad de clases medias y altas en España en su asunción de una realidad de consumo que los más pobres han aprendido a interiorizar desde su nacimiento.

El largo y complicado proceso de formación de Gobierno ha vuelto a provocar, después de un breve período de reenganche de la población española a la política, que esta vuelva a ser vista como un lamentable juego de poder en el que unos y otros miden sus palabras y calculan sus opciones para conseguir el mejor asiento posible. Ello ha facilitado, igualmente, que se olviden las dificultades que gran cantidad de españoles han padecido durante los últimos años y que seguramente seguirán padeciendo en el futuro inmediato. Más aún después de que en el pasado mes el número de parados registrase su peor febrero de 2013.

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