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Algunos héroes españoles durante el Holocausto
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DESTELLOS EN LA OSCURIDAD

Algunos héroes españoles durante el Holocausto

La distinción "Justo entre las Naciones" premia a aquellos que hicieron lo posible –arriesgando sus vidas, bienes, y posición–, para salvar judíos en la Shoá

Foto: Entrada al jardín de los Justos entre las Naciones. (Yad Vashem)
Entrada al jardín de los Justos entre las Naciones. (Yad Vashem)

'Quien salva una vida, salva el mundo'.

–Cita en La Torá

En el museo-cementerio de Yad Vashem en Jerusalén, un lugar bañado generosamente por una luz intensa, que más parece alumbrar las oscuras zonas de la memoria humana que cumplir con su cadente función cíclica, y entre la paz de los olivos, han sido reconocidos como Justos entre las Naciones por su contribución en la salvación de la vida de miles de judíos perseguidos por los nazis algunos hombres y mujeres de España que a costa de sus vidas e integridad física, arrancaron con tesón y osadía, con imaginación y recursos admirables, sus presas a la máquina del horror hitleriana, dando testimonio de grandeza ante un mundo resignado y robándole al dramático destino a innumerables candidatos a un visado indeseado.

En un sencillo y estremecedor monumento (por la historia que contiene e irradia), situado en el pacífico jardín que alberga a cerca de los 26.000 "Justos entre las Naciones", ciudadanos que trascendieron las limitaciones impuestas por el terror, el minimalismo cicatero e intramuros de las fronteras, y que entendieron que solo tras una visión universal de la condición humana se podría hallar una verdad más integradora, hay nombres que configuran una lista de honorables de alto nivel, cuya humanidad es y será ejemplo de la dignidad necesaria a practicar siempre, y en particular en los tiempos oscuros.

Hay nombres que configuran una lista de honorables de alto nivel, cuya humanidad es y será ejemplo de la dignidad necesaria que siempre debe practicarse

La distinción "Justo entre las Naciones" premia a aquellos que hicieron lo posible –arriesgando sus vidas, bienes, y posición–, para salvar judíos en la Shoá u Holocausto. Desde el embajador Sanz Briz, pasando por Concepción Faya Blázquez, modesta costurera que acogió en su no menos modesta casa a una madre y sus dos hijas, y más tarde a otros dos fugitivos de la Gestapo, o el ilustre Eduardo Propper de Callejón, el doctor José Ruiz Santaella (agregado de agricultura en la embajada en Berlín que dio cobijo a una familia entera de judíos como servicio doméstico en su residencia) y Carmen Schrader, el diplomático Romero Radigales o el jovencísimo Aguirre y Otegui, son los émulos y coparticipes junto con otros grandes en aquella terrible Era Negra, en la que el cónsul y banquero sueco Raoul Wallemberg pagaría con su vida su implicación en el salvamento de miles de judíos, y el empresario Schindler se arruinaría económicamente en su apuesta por arrojar un poco de luz en medio del horror.

El documental 'Ángel Sanz Briz, el Schindler español'.

Quizás el caso más notorio haya sido el de Ángel Sanz Briz, diplomático en funciones en el infierno de Budapest durante la durísima retirada alemana que dejó arrasada la ciudad en medio de demoliciones a discreción. Como encargado de negocios de la legación española en el verano del año 1944, y cogido entre dos fuegos (la artillería rusa no solo era letal en su fúnebre mensaje, sino que además tocaba de oído), tomó la decisión desde que dieran comienzo las persecuciones de los judíos húngaros de ofrecerles amparo y protección.

Judíos con pasaporte español

En el año del Señor, que todo lo ve y nunca interviene, era por entonces 1924. En tiempos de Miguel Primo de Rivera se había promulgado una ley por la cual los descendientes de aquellos judíos sefarditas, expulsados en tiempos de los Reyes Católicos, tenían derecho a pasaporte español. Con un par de agallas y no pocas facultades de persuasión, les colocó a las autoridades húngaras y a uno de los más destacados asesinos de masas de la historia, Adolf Eichmann, una ley que ya no tenía vigencia y de paso les recordó que los españoles éramos colegas de toda la vida. El alemán, que se había quedado a cuadros ante la encendida defensa del español, asumió la incómoda habilidad del diplomático, y se tragó la historieta hasta la empuñadura. Años después este católico convencido, cristiano de acción y no de boca pequeña, confesaría que llevaba mal lo de mentir.

Hay que recordar que el no menos implicado Schindler salvaría en el decurso de sus acciones algo más de un millar de judíos, pasando a la historia como referente de bien hacer. Más sin ánimo de entrar en comparaciones, nuestro honorable diplomático llegaría a salvar a más de 5.500 desposeídos por el destino de los derechos más elementales. Es triste que en este país jibarizado tengan más predicamento en el callejero la meritocracia de la sangre que la de los humanistas patrios.

El caso es que en un principio recibió autorización para salvar a 200 judíos españoles que acreditaron su origen sefardita, pero quizás su faceta contable no fuera su fuerte y entre unas cosas y otras añadió algún cero de más a la cifra convenida con las autoridades magiares de tal manera que se le fue un poco la mano.

Al igual que el tristemente desaparecido Raoul Wallenberg, puso bajo el paraguas de la bandera española viviendas protegidas y diseminadas por toda la ciudad bajo pabellón nacional. Con la colaboración de la Cruz Roja Internacional, amplió la protección de la legación diplomática, orfanatos y maternidades albergando a miles de judíos, financiando incluso con sus propios recursos el mantenimiento de aquella ingente cantidad de desheredados.

Este héroe de España fue convocado en el país de Yahvé en el año 1966 al serle concedido el máximo reconocimiento que otorga el Estado hebreo, pero el Estado Franco-cainita no le permitió personarse en aquellos pagos. España no tenía por aquel entonces relaciones con Israel.

La humillación como premio a los héroes

Pero por si el caso de Sanz Briz no fuera lo suficientemente ilustrativo del contenido o significado de la palabra humanidad, otro grande de su misma estirpe, Eduardo Propper de Callejón, elevó, si cabe, el asilo y el refugio a la categoría de arte.

Este hombre fue un diplomático de alto rango y cónsul en Burdeos durante el avance nazi en Francia allá por el trágico año de 1940. Una turba de aterrorizados judíos buscaba a la desesperada un visado para entrar en España (en teoría neutral). Durante cerca de dos meses trabajando en jornadas maratonianas, fue expidiendo salvoconductos y extendiendo visados a diestro y siniestro, hasta que el entonces ministro de Asuntos Exteriores, el “cristianísimo” Serrano Suñer, “le puso la mano encima”. Le reprochó a Propper por su iniciativa trasladándole 'ipso facto' a Larache-Marruecos, esto es, 2.000 km más al sur. Además, se le congeló el ascenso a la categoría de embajador, se le alejó deliberadamente de su familia y se le hizo la vida imposible hasta en los más nimios detalles. En la época del Nacional Catolicismo, a este hombre que había salvado miles de vidas se le hundió literalmente en la miseria. Contradicciones que se daban con frecuencia en el asolado y desolador solar nacional.

Treinta y cuatro años después de su fallecimiento en Londres en 1972, un luminoso 27 de agosto de 2007, en Yad Vashem, Eduardo Propper de Callejón recibió en las tierras del que fue su gran mentor ideológico, Jesús el Cristo, el título de Justo de las Naciones.

Martín Aguirre y Otegui, ya octogenario en 2013, recibió de manos de Simón Peres la mayor distinción que concede Israel a los extranjeros

Para mayor abundamiento y no hablar de casos aislados, está el de Martín Aguirre y Otegui. Hijo de gudari, padeció el durísimo castigo al que fue sometida Durango en Vizcaya, con bombas de fósforo por la Legión Cóndor. Muy joven, huyendo de la Guerra Civil en la ciudad belga de Malinas, albergaría a casi un centenar de niños y adolescentes judíos en diferentes momentos. Uno de ellos, Fred Bild, que más tarde fue embajador en Canadá y otros países del sudeste asiático, sería el impulsor del reconocimiento al que Aguirre y Otegui, ya octogenario en 2013, recibiría de manos del presidente israelí Simón Peres, la que es la mayor distinción que a un extranjero se le puede conceder en Israel, la de Justo entre las Naciones.

Grandes testimonios de humanidad

Pero la cosa no acaba ahí. En 1943, se hizo cargo de la embajada española en Atenas Sebastián Romero Radigales, un caballero “comme il faut”. Consciente del giro que estaba dando la guerra en detrimento de las fuerzas del eje, decidió hacer unos trabajillos por su cuenta. Los nazis, en aquel tiempo de demencia, habían ordenado la deportación de todos los judíos desde la preciosa ciudad mediterránea de Salónica a Auschwitz.

El ministro de Exteriores de la época, Gómez-Jordana, más anglófilo (la guerra se decantaba claramente en favor de los aliados) y menos radical que Serrano Suñer, filonazi convicto y confeso, hizo la vista gorda ante las truculencias de Romero Radigales, que hábilmente se ocuparía de negociar con las autoridades alemanas y españolas la repatriación de más de medio centenar de judíos de Salónica hacia Marruecos. Lamentablemente, la voracidad de la Hidra Hitleriana le arrebataría una cantidad similar de judíos españoles que irían a parar irremisiblemente al campo de exterminio de Bergen-Belsen.

Muchos fueron los españoles que a título personal salvaron en diferentes lugares y momentos a innumerables judíos de aquella terrible contienda

Asimismo, Romero Radigales sería honrado y reconocido como Justo entre las Naciones. Con 86 años, este hombre singular, y bendecido por la grandeza de los que navegan más allá de sus limitaciones, pondría rumbo hacia la paz.

Muchos fueron los españoles que a título personal salvarían en diferentes lugares y momentos de aquella terrible contienda a innumerables judíos a los que conseguirían arrebatar de las garras de la fatalidad, siendo literalmente incontable su número. Esta es una pequeña muestra de aquel testimonio de humanidad, grandeza y sentido común que a todo ser humano bien nacido se le supone. Otros, en los momentos críticos, prefieren ampararse en la impunidad o mirar para otro lado como si la cosa no fuera con ellos. Cuestión de principios.

'Quien salva una vida, salva el mundo'.

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