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Por qué la gente trabaja gratis, explicado por las chicas que van a fiestas VIP
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Por qué la gente trabaja gratis, explicado por las chicas que van a fiestas VIP

Una investigadora de la Universidad de Boston ha acudido a un montón de fiestas de élite y allí ha encontrado buenas razones para explicar por qué se aceptan empleos sin retribución

Foto: La imagen es esencial para formar parte del mundo VIP. (iStock)
La imagen es esencial para formar parte del mundo VIP. (iStock)

Trabajar gratis es una práctica cada vez más frecuente, a menudo promovida como medio de mejora de las habilidades profesionales y como puerta de entrada al mercado laboral. Numerosas iniciativas han denunciando los abusos a los que pueden dar lugar, pero no parece que la tendencia esté decayendo: si antes este tipo de actuaciones estaban confinadas en sectores específicos, como las industrias culturales, o en el meritoriaje en el mundo jurídico o el periodístico, hoy abarca muchos más aspectos, e incluso hay tiendas de ropa que exigen a sus dependientas varias semanas de trabajo gratuito, periodo tras el cual decidirán o no su contratación.

Ashley Mears, del departamento de sociología de la Universidad de Boston, ha investigado las motivaciones que llevan a los empleados a aceptar este tipo de trabajos en el estudio 'Working for free in the VIP: Relational Work and the Production of Consent', a partir del análisis de las prácticas y de los discursos de las jóvenes que trabajan en las fiestas VIP. Estas “zonas glamurosas urbanas”, como las denominó Saskia Sassen, son organizadas en ciudades como Nueva York o Miami, pero también en destinos turísticos exclusivos, desde St. Bars en enero hasta St. Tropez en julio, a partir de un calendario prefijado.

Allí no se sirven copas, sólo botellas cuyos precios oscilan desde los 250 dólares que cuesta el vodka Absolut hasta los 5000 de una botella de champán

En ese circuito de élite, asegura Mears, los clubes nocturnos tienen como rasgo distintivo el “bottle service”: en lugar de pedir las bebidas en la barra, los VIP reservan mesas que atienden atractivas camareras con vestidos sugerentes. Allí no se sirven copas, sólo botellas cuyos precios oscilan desde los 250 dólares que cuesta el vodka Absolut hasta los 5000 de una botella de champán Cristal. El precio medio de la reserva un sábado noche en un club es de 1500 dólares por mesa, y esa cantidad incluye la garantía, mediante un férreo servicio de acceso, de que se estará en un espacio exclusivo al que sólo accederán las personas adecuadas.

Gastos de cortesía

Los promotores encargados de fichar a las chicas de la zona VIP están constantemente reclutando nuevas caras. Las más valoradas son modelos representadas por agencias de prestigio, seguidas de las chicas cuyo aspecto “da la impresión de que podrían ser modelos”. Como muchas de ellas no acuden siempre que se las invita, los promotores suelen ofrecer algunos beneficios de cortesía, como invitarlas a cenar, a beber y, en su caso, a drogas. No se les retribuye con salario alguno, y el dinero que se les ofrece (unos 20 dólares) está expresamente destinado a pagar el coste de los taxis de ida y vuelta. En algunos casos muy infrecuentes, se les llega a pagar una cantidad que oscila entre los 40 y los 80 dólares como compensación, pero es algo que se entiende como un acto de desesperación que devalúa a los promotores.

El empleo no pagado se justifica interiormente por la vocación (“en realidad es mi pasión”) y por ser una mezcla de trabajo y placer

En el estudio, que duró 18 meses, y en los que Mears visitó 17 clubes, estuvo en 120 fiestas VIP y entrevistó a promotores, chicas invitadas y clientes, la investigadora trató de entender cuáles eran los motivos que llevaban a esas mujeres a generar un negocio sustancial para quienes las reclutaban y para las salas sin pedir ninguna retribución a cambio. Eran conscientes del beneficio que aportaban, pero se daban por satisfechas con ventajas secundarias.

Hacerse un nombre

Como señala Mears, los motivos que las chicas VIP le ofrecieron pueden ser de aplicación para segmentos crecientes del mercado de trabajo. Dado que cada vez es más frecuente la idea de que en el empleo deben cumplirse las expectativas vitales, los trabajadores valoran los beneficios simbólicos tanto o más que el salario, especialmente en las industrias de la cultura, de la comunicación y de la tecnología. A pesar de las malas condiciones laborales en que operan estos sectores, siguen atrayendo a mucha gente que está dispuesta a sacrificar la retribución a cambio del deseo de abrir esas puertas que le permitirán hacerse un nombre.

Aceptan malas condiciones laborales a cambio de ser asociados a marcas con mucho prestigio, por los pagos en especie o por los descuentos en la mercancía

En las industrias culturales, subraya el estudio, el empleo no pagado se justifica interiormente por la vocación (“es mi pasión”) y por ser una mezcla de trabajo y placer. Dar rienda suelta a la creatividad, la consecución de algunos bienes gratis, el estar presente en determinados acontecimientos y otras recompensas psíquicas suelen invocarse, asegura Mears, como las razones por las que los periodistas o los becarios de la industria musical aceptan trabajar sin cobrar. En las tiendas de moda, las trabajadoras aceptan malas condiciones laborales y a veces salarios por debajo del mínimo por ser asociadas a marcas con mucho prestigio, por los pagos en especie o por los descuentos en la mercancía. En los deportes universitarios estadounidenses, que generan amplios beneficios a las universidades, los atletas no solicitan ninguna retribución, en parte porque se les compensa a través de los títulos que adquieren, en parte porque pertenecer a esos equipos les convierte en celebridades. Y en el deporte profesional, hay cheerleaders que hacen su trabajo gratuitamente, sólo compensado con entradas y tickets de aparcamiento (como ocurrió en los Buffalo Bills).

La paradoja

Todos estos campos poseen características que fomentan el trabajo no (o pobremente) pagado, como la elevada competencia fruto de la sobreoferta de mano de obra, la posibilidad de conseguir beneficios simbólicos o la concepción de ese tiempo como mera inversión en la adquisición de habilidades. Pero el estudio tiene interés más allá del entorno estudiado, por el alto valor que poseen hoy los espacios VIP, entendidos en un sentido amplio. La paradoja es la siguiente: cuanto más prestigio posee una firma (y por lo tanto, cuanto más dinero gana) más sencillo es conseguir que la gente trabaje gratis para ella. La enorme diferencia entre el capital simbólico de la empresa y el casi inexistente del candidato establece condiciones estructurales propicias para situaciones de injusticia.

Trabajar gratis es una práctica cada vez más frecuente, a menudo promovida como medio de mejora de las habilidades profesionales y como puerta de entrada al mercado laboral. Numerosas iniciativas han denunciando los abusos a los que pueden dar lugar, pero no parece que la tendencia esté decayendo: si antes este tipo de actuaciones estaban confinadas en sectores específicos, como las industrias culturales, o en el meritoriaje en el mundo jurídico o el periodístico, hoy abarca muchos más aspectos, e incluso hay tiendas de ropa que exigen a sus dependientas varias semanas de trabajo gratuito, periodo tras el cual decidirán o no su contratación.

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