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Las comidas preparadas ahorran tiempo, pero si lees esto dejarás de comprarlas
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Las comidas preparadas ahorran tiempo, pero si lees esto dejarás de comprarlas

No, la 'tortifácil' no es igual que una tortilla de patatas: tiene menos nutrientes saludables y añade otros que no son recomendables. Que no te la cuelen

Foto: Si, son cómodos, pero ni son ni están buenos. (iStock)
Si, son cómodos, pero ni son ni están buenos. (iStock)

Basta hacer un rato la cola de un supermercado para ver a la típica persona que sólo compra pizzas congeladas, latas de fabada y platos preparados de toda índole. Gente que, como mucho, es capaz de hacerse un huevo frito o un plato de pasta, y se contenta con el amplio catálogo de alimentos precocinados que se ofertan en el lineal. Individuos que, como no cambien su dieta, pueden enfrentarse a importantes problemas de salud.

Por todos es sabido que, en general, los platos precocinados son ricos en grasas saturadas, azúcares y sal, la triada maldita que ha disparado la obesidad y los problemas cardiovasculares. Pero este no es el único problema de este tipo de comidas. Como explica Richard Hoffman, bioquímico y nutricionista de la Universidad de Hertfordshire en un artículo en 'The Conversation', “existen otros problemas en el valor nutricional de algunas de estas comidas, que no vas a encontrar señaladas en el etiquetado”.

Hoffman se refiere en concreto a los nutrientes que se pierden cuando se cocinan estos alimentos, algo en lo que los consumidores nunca reparan. “El proceso de cocción puede ser tan importante para tu salud como el contenido de azúcar, sal y grasa”, explica Hoffman. “El agua de color morado que aparece cuando cocinamos la remolacha es el claro ejemplo de cómo los nutrientes (en este caso, un antioxidante llamado betalaína) pueden perderse. Pero hay otros que desaparecen sin que nos demos cuenta en el agua de la cocción, de la vitamina B de los vegetales verdes a los glucosinolatos de la familia de las coles”.

El proceso de cocción puede ser tan importante para tu salud como el contenido de azúcar, sal y grasa

Lógicamente, estos nutrientes también se pierden cuando cocinamos en casa –a no ser que aprovechemos el caldo de cocción o preparemos las verduras al horno o al vapor–, pero hay procesos industriales por los que se pierden en mayor cantidad, por no hablar de que las grasas y aditivos que se usan en los platos precocinados son, por norma general, mucho menos saludables de los que utilizamos en casa.

La perversión de un plato saludable

El pasado septiembre Hoffman presentó un estudio en la revista 'Nutrients' en el que analizaba la composición de algunos platos típicamente mediterráneos en su versión “listo para comer”. Todos sabemos que la dieta del Mare Nostrum es saludable pero, en gran medida, esto se debe a los efectos protectivos de los fitoquímicos presentes en alimentos como los frutos secos, las verduras o el aceite de oliva, que como explica el investigador no están presentes en la misma medida en los alimentos precocinados.

Platos mediterráneos como el humus o la pizza se han elaborado siempre con aceite de oliva, pero en su versión precocinada (tan popular en la actualidad) se suele emplear aceite de colza, lo que reduce notablemente el valor nutricional de estos productos. “El aceite de oliva virgen tiene beneficios para la salud bien conocidos, y actúa contra las enfermedades cardiovasculares y, posiblemente, contra el cáncer de mama, pero no hay ninguna evidencia de estos beneficios en el aceite de colza”, explica Hoffman.

La legislación europea no obliga a que las etiquetas indiquen el contenido en vitaminas y minerales de los productos

Otro ejemplo, explica el bioquímico, es el proceso por el que se comercializan muchas aceitunas. Los antioxidantes beneficiosos que rebajan el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares se pierden en el procesado de muchas de las olivas negras que se venden en los supermercados. Estas son muy fáciles de distinguir, no sólo porque son las más baratas, sino también porque contienen gluconato ferroso, un aditivo que se utiliza para estabilizar su color y que en el etiquetado aparece como E-579.

En este caso podemos guiarnos por la información que aparece en el envase, el problema es que, en la mayoría de los casos, no hay forma de saber qué nutrientes se han perdido en el procesado de los platos preparados. La legislación europea no obliga a que las etiquetas indiquen el contenido en vitaminas y minerales de los productos. Sí, hay fabricantes que lo incluyen, pero eso, asegura Hoffman, no significa que estemos mejor informados: “Esto indica solamente las vitaminas presentes en los ingredientes crudos, no las que quedan en el producto final”.

Por qué deberíamos cocinar más

El consumo de platos precocinados no ha dejado de crecer en los últimos años. Según un informe de Víctor J. Martín Cerdeño, profesor de Comercio en la Universidad Complutense de Madrid, en 1997 el consumo per cápita de este tipo de aliementos en España era de 6,7 kilos. En 2011 se llegó a los 11,9 kilos. Y la cifra sigue subiendo.

Cerdeño señala además que el consumo de este tipo de platos varía notablemente en función de la composición de los hogares. Como es lógico su compra es muchísimo mayor entre los jóvenes independientes, los solteros y las parejas jóvenes sin hijos, pero también entre los jubilados, un colectivo especialmente vulnerable a la falta de nutrientes.

En los platos precocinados se aumenta la presencia de los nutrientes que menos nos convienen y se reduce la de aquellos que más necesitamos

Los estudios muestran que muchas personas mayores tienen carencias de ácidos grasos omega-3, vitamina B y D y minerales como el calcio, el magnesio o el selenio, nutrientes que por norma general están presentes en menor cantidad en este tipo de platos precocinados. Sí, algunos suplementos pueden ayudar, pero es mucho más recomendable seguir una dieta saludable, algo difícil de lograr si no estamos dispuestos a cocinar. Máxime teniendo en cuenta que los platos precocinados están especialmente diseñados para que nos encanten.

Como explicó el divulgador Michael Pollan en una entrevista con El Confidencial la industria alimentaria “está trabajando de forma deliberada para crear comida que no podamos parar de comer. Y saben cómo hacerlo, básicamente mezclando sal, azúcar y grasa”. Esto es, aumentan la presencia de los nutrientes que menos nos convienen –por no hablar de la presencia de aditivos nada recomendables– y reducen la de aquellos que más necesitamos.

Basta hacer un rato la cola de un supermercado para ver a la típica persona que sólo compra pizzas congeladas, latas de fabada y platos preparados de toda índole. Gente que, como mucho, es capaz de hacerse un huevo frito o un plato de pasta, y se contenta con el amplio catálogo de alimentos precocinados que se ofertan en el lineal. Individuos que, como no cambien su dieta, pueden enfrentarse a importantes problemas de salud.

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