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La "furia española": así utilizó Franco el fútbol y así le respondieron los nacionalistas
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HISTORIA DE UN 'NACIONALISMO BANAL'

La "furia española": así utilizó Franco el fútbol y así le respondieron los nacionalistas

La Eurocopa de 1964 celebrada en España fue el punto culminante de un proceso que empezó 25 años antes, nada más acabar la Guerra Civil, y que cambiaría nuestro país

Foto: Franco y el fútbol, una relación simbiótica.
Franco y el fútbol, una relación simbiótica.

El 21 de junio de 1964, Francisco Franco era un hombre feliz, pero también aliviado. La selección española había conseguido alzarse con la Eurocopa en el Santiago Bernabéu gracias al postrero gol de Marcelino, y no lo había hecho ante un enemigo cualquiera, sino ante la Unión Soviética. El dictador había transmitido a Benito Pico, el presidente de la Federación Española de fútbol, el mensaje de que bajo ninguna circunstancia podía permitirse que España perdiese en su propio feudo ante el combinado rojo. Y, después de valorar la posibilidad de envenenar las bebidas de los jugadores, lo descartó porque podría haber conducido a un incidente diplomático de proporciones incalculables. Así pues, no quedaba otra que salir y jugar. Y, como ocurrió, ganar.

En el comienzo del verano de 1964, millones de telespectadores vieron a Franco saludar desde el palco del Bernabéu cuando Fernando Olivella, el capitán de la selección, recogió el trofeo de manos del presidente de la UEFA, Gustav Wiederkehr. Era la culminación de la propaganda futbolística del régimen franquista, un momento de éxtasis en el que se juntaban multitud de factores: una victoria europea que coincidía con la apertura económica y social del país, ante el enemigo comunista, y que había sido vista por millones de personas en todo el mundo vía Eurovision. Al dictador de repente se le habían olvidado sus dudas de acudir al encuentro: no había golpe más duro que dar la cara ante una hipotética victoria rusa en Madrid. Un día después, como declaró a su primo, “nuestra unidad y patriotismo ha sido mostrada a los millones de personas que han visto el partido en todo el mundo”. Durante años, España había evitado el enfrentamiento con Rusia, como ocurrió durante el Mundial de 1960, cuando la selección española se retiró de la Eurocopa después de que el dictador prohibiese que viajasen a la Unión Soviética. Pero al ser los anfitriones, no podían evitar verse las caras con los rusos.

Final de la Eurocopa de España 1964.

La historia del franquismo y el antifranquismo con el fútbol es mucho más compleja de lo que puede parecer. No sólo cambió a medida que pasaba el tiempo, sino que cada club desempeñó diversos roles y no era nada extraño que los aficionados compartiesen diversas identidades al mismo tiempo (vascos y españoles, catalanes y españoles, aficionados al Barcelona y a la selección), como expone Alejandro Quiroga, del departamento de Historia de la Universidad de Newcastle, en una fantástica investigación publicada en 'European History Quarterly', que nos sirve para orientarnos entre los mitos y las realidades de la época franquista.

El nacimiento de una pasión

“Desde su origen durante la Guerra Civil española a la muerte de Franco en 1975, el régimen militar promocionó una narrativa nacionalista asociada al fútbol, que perseguía incrementar la identificación de los españoles con la dictadura”, señala el autor. Pero ello, matiza, no quiere decir que se ahogase a los equipos más ligados a las diferentes identidades regionales, como el Athletic de Bilbao o el F.C. Barcelona, sino que, “como en sus contrapartidas alemana e italiana, cultivó ciertos tipos de identidades regionales en un intento de introducir un elemento de populismo en la dictadura”.

Los conceptos asociados con la furia española (virilidad, fuerza, coraje, sacrificio, espíritu de lucha…) eran música para los oídos franquistas

No obstante, las características que definieron a la selección española que emergió durante la Guerra Civil nacieron mucho antes de que Franco llegase al poder. Sus orígenes pueden encontrarse en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920, cuando España se alzó con la medalla de plata. “En Bélgica, la prensa internacional describió de forma poco amable el estilo del equipo español como poco sofisticado, furioso y violento”, explica Quiroga. “Aun así los periódicos españoles le dieron la vuelta alegremente a las connotaciones negativas de la furia española y adornaron el término con tonos positivos”. El franquismo de los años 40 encontró en este término una perfecta definición para la selección, puesto que “los conceptos asociados con la furia (virilidad, fuerza, coraje, sacrificio, espíritu de lucha…) eran música para sus oídos”.

Un discurso que también interiorizaron los jugadores y entrenadores. Significativamente, Eduardo Teus, el entrenador de a selección entre 1941 y 1942, señaló que en el equipo, que “nunca ha existido”, debía prevalecer “la improvisación y el individualismo de nuestra raza”. En los primeros años tras la contienda, los amistosos jugados por la España aislada dan buena fe de sus relaciones peligrosas: Alemania, Italia o la Francia de Vichy. El culmen fue el partido jugado entre la Alemania de Hitler y la selección española en 1942, en la que se pudieron ver las calles de Berlín adornadas por banderas nazis y españolas.

Un país, muchos equipos

La represora política lingüística del Régimen, que obligó a equipos como el Sporting de Gijón a llamarse Deportivo de Gijón o al Athletic a llamarse Atlético de Bilbao, puede hacer pensar que los equipos de las regiones fueron víctimas propicias del franquismo. Sin embargo, no fue exactamente así; “como con la música popular, los bailes y la literatura, se pueden encontrar matices regionalistas en el deporte del franquismo de los 40”. La selección catalana, por ejemplo, jugó y ganó contra la de Castilla en marzo de 1941 en Chamartín: “Ambas identidades eran compatibles pero la jerarquía era clara”, señala Quiroga.

Mención especial merece el caso del Athletic de Bilbao, que experimentó la misma paradoja que el espíritu vasco en general. “La dictadura a menudo presentaba 'lo vasco' como el carácter español original”, explica Quiroga. De ahí que hubiese un intento de apropiación de la pelota vasca y del levantamiento de piedras por parte del nacionalismo franquista, algo que también llegó al fútbol. Como aseguraba Ricardo Zamora, las características de la selección eran eminentemente vascas: “Pases largos, fuerza y entusiasmo”. El franquismo llegó a ver al Athletic como el club español perfecto para una era de reconstrucción, como se hizo notar en las páginas de 'Marca'. Esta visión ligaba el falangismo vasco con el viejo carlismo y hacía que el Athletic de Bilbao fuese “la encarnación de los valores hispanos masculinos: virilidad, ímpetu y furia”.

En esos momentos, la política de fichajes del Athletic no se vio como una amenaza, sino como una virtud en un momento en el que todo lo extranjero eran mirados con recelo. A la larga, estos mismos valores serían reivindicados por los antifranquistas: la fidelidad a los orígenes del club bilbaíno se convertiría en una manifestación de la igualdad en la clase trabajadora, de igual manera que su moderación salarial permitía que los jugadores se mantuvieran con los pies en la tierra: “La política de cantera hizo granjearse al club una gran cantidad de admiradores fuera del País Vasco, no porque ayudase a mantener la 'pureza' de los vascos, sino porque representaba una inversión en talento local”. Conocidos son gestos del portero José Ángel Iríbar como portar un brazalete negro tras la ejecución de dos miembros de ETA y tres del FRAP o saltar al campo con una 'ikurriña' en un derbi entre el Athletic y la Real Sociedad cuando aún era ilegal.

Muchos de los fans del Real Madrid de los años 40 y 50 eran aquellos que habían perdido en la Guerra Civil y pertenecían a la clase trabajadora

El Barcelona, por su parte, se convirtió en uno de los grandes valedores de la cultura y la lengua catalanas, como quiso reflejar Narcís de Carreras en su célebre sentencia “más que un club”. En los años 50, la revista oficial del club, 'Barça', empezó a utilizar el idioma catalán, y una década más tarde pasaría a reforzarse aún más debido a que “algunos de los nuevos directivos del F.C. Barcelona se encontraban ideológicamente cercanos al nacionalismo catalán de derechas”. Poco a poco, el club empezó a defender la cultura de la región y a convertirse en un símbolo antifranquista. Sin embargo, como explica Quiroga, “este sentimiento asociado con el Barça no implicaba necesariamente ningún sentimiento antiespañol”.

El ejemplo que propone el autor es el de Manolo Escobar, un icono tanto para España como para el Barcelona, en cuyas celebraciones ligueras de 1974 participó. Como señaló el presidente Agustí Montal, que dirigió el club entre 1969 y 1977, el club debía ser “el símbolo de Cataluña y la mejor embajada española en el extranjero”. Era habitual que tanto en Cataluña como en el País Vasco coexistiese esa convivencia de la identidad nacional con la regional: según una encuesta de opinión, al final del franquismo el 30% de catalanes se sentían sólo españoles y un 53%, tanto catalanes como españoles; en el País Vasco, el 60% manifestaban sentirse identificados con ambas identidades.

¿Y el Madrid qué, por primera vez campeón de Europa? Sus éxitos consecutivos en la mayor competición europea (de 1956 a 1960 y 1966) lo convirtieron en la mejor tarjeta de presentación de la dictadura fuera de España. “Desde mediados de los años 50, el Real Madrid se convirtió en el 'embajador' no oficial de España fuera de sus fronteras, y los directivos, entrenadores y jugadores eran plenamente conscientes de ello”, explica Quiroga. Sin embargo, recuerda que muchos de los jugadores y directivos “separaban mentalmente España del franquismo, a pesar de los esfuerzos de la dictadura para presentarlos como lo mismo”. Algo aún más acentuado en el caso de los aficionados: “Muchos de los fans del Real Madrid de los años 40 y 50 eran aquellos que habían perdido en la Guerra Civil y pertenecían a la clase trabajadora”.

En la final de la Copa de Europa de 1966, que se celebró en el infausto Estadio de Heysel y que enfrentó al Partizan de Belgrado con el Real Madrid, se pudieron ver en las gradas de los aficionados madridistas unas cuantas banderas de la República. Se trataba de exiliados cuyo gesto, señala Quiroga, era inequívoco: “Esos aficionados republicanos apoyaban al Real Madrid porque era un equipo español pero eran abiertamente antifranquistas”. Desde que el equipo merengue comenzó a conquistar Europa, muchos exiliados empezaron a asistir a sus partidos en Francia, Alemania e Inglaterra. “Aquellos españoles sentían que la dictadura era brutal e subdesarrollada en términos europeos, pero encontraron en las victorias del Real Madrid algo que les permitía vivir en el extranjero con la cabeza alta. La patria futbolística era diferente de la nación política”.

Los documentos del PCE sugieren que muchos apoyaron a España, mientras sólo unos pocos priorizaron sus visiones políticas y siguieron a la URSS

Algo semejante ocurre con la actitud de los comunistas españoles durante la final de la Eurocopa: “Los documentos del PCE sugieren que muchos apoyaron a España durante la final, mientras tan sólo unos pocos priorizaron sus visiones políticas y apoyaron a la Unión Soviética”. Como señala Quiroga, muchos se sentían emocionalmente identificados con la idea cultural de la nación española que representaba la selección.

¿Otra vez fútbol?

Esta vinculación entre franquismo y fútbol no habría eclosionado de la misma manera si no hubiese sido por la irrupción y desarrollo, durante los años 50, de los medios de comunicación de masas: “La combinación de periódicos, radios y el NO-DO permitían que la presencia de un único partido de fútbol estuviese en la cabeza del público durante varias semanas”. ¿Les suena de algo? Gracias a este proceso de esperar el partido, verlo, leer la prensa y hablar de él se produjo “un efecto acumulativo que reforzó el impacto del mensaje oficial franquista y los estereotipos nacionales”.

Gol de Zarra contra Inglaterra en el Mundial de Brasil.

Ello se reflejaba también en las palabras de los comentaristas y en los proyectos cinematográficos. El NO-DO produjo 'España en Brasil', una película sobre el paso de la selección por el Mundial de 1950, donde venció a Inglaterra en los cuartos de final, “un nuevo episodio en la lucha histórica contra Albión”. TVE era el canal propicio para que los españoles viesen cada semana un nuevo partido de fútbol y, de paso, escuchasen la retórica franquista asociada a ellos, con un clímax en la ya comentada final de la Eurocopa de 1964, repuesta en sucesivas ocasiones para solaz de los aficionados. “Después de veinticinco años de paz, detrás de los aplausos podía escucharse un auténtico apoyo al Espíritu del 18 de julio”, podía leerse en el 'ABC' tras el partido.

En una España que estaba atravesando un rápido proceso de modernización, el régimen recurría a los estereotipos más irracionales

Una vez más, se recuperó el espíritu de Amberes y de la furia española para glosar la hazaña de los de José Villalonga. El propio entrenador se vino arriba el día del partido y confesó lo siguiente: “Hasta la fecha habíamos oído siempre la épica historia de Amberes, cuando España competía en las Olimpiadas de 1920. Creo que lo que nuestros chicos han hecho hoy podría servir como ejemplo para los próximos 44 años”. El destino quiso que exactamente 44 años después, en 2008, la selección española volviese a alzarse con una Eurocopa tras otros tantos años de sequía. Quiroga añade que “en una España que estaba atravesando uno de los procesos más rápidos de modernización industrial y social, el régimen recurría a los esterotipos más viscerales e irracionales sobre los españoles”.

Poco le iba a durar la alegría futbolística que vivió aquella tarde de 1964 a Franco. El Madrid sólo ganaría una copa de Europa más (en 1966) y la selección tardaría aún más en reverdecer sus laureles. Por eso fueron otros deportes los que reprodujeron sus éxitos, del tenis (con Manolo Santana y Manuel Orantes) al esquí (Paco Fernández Ochoa), pasando por el boxeo (Pepe Legrá, Pedro Carrasco o Urtain) o motociclismo (Ángel Nieto), que se convertirían en los últimos exponentes de los éxitos deportivos de España en el extranjero antes de la muerte de Franco. “Cuando se trataba de expresar la identidad nacional vía fútbol, el franquismo fue exitoso precisamente porque su 'nacionalismo banal' no tenía (aparentemente) implicaciones políticas y por lo tanto era fácilmente adoptable por distintos sectores de la sociedad”, concluye Quiroga. “El fútbol actuó como un mecanismo de nacionalización informal a lo largo de la dictadura”. Durante décadas, el partido de las cinco, escuchar la jornada por la radio cada domingo o leer el periódico en los bares se convirtió en parte esencial de la vida diaria de millones de personas.

El 21 de junio de 1964, Francisco Franco era un hombre feliz, pero también aliviado. La selección española había conseguido alzarse con la Eurocopa en el Santiago Bernabéu gracias al postrero gol de Marcelino, y no lo había hecho ante un enemigo cualquiera, sino ante la Unión Soviética. El dictador había transmitido a Benito Pico, el presidente de la Federación Española de fútbol, el mensaje de que bajo ninguna circunstancia podía permitirse que España perdiese en su propio feudo ante el combinado rojo. Y, después de valorar la posibilidad de envenenar las bebidas de los jugadores, lo descartó porque podría haber conducido a un incidente diplomático de proporciones incalculables. Así pues, no quedaba otra que salir y jugar. Y, como ocurrió, ganar.

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