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La reina española cuya sexualidad desatada casi nos lleva al abismo
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UN ROTO EN EL PROTOCOLO

La reina española cuya sexualidad desatada casi nos lleva al abismo

Su tiempo es el preludio de la descomposición de España, que advierte nítidamente de la presencia del mal y la corrupción moral arraigada de manera natural en la clase dirigente

Foto: Isabel II en 1852, retratada junto a su hija Isabel por Franz Xaver Winterhalter.
Isabel II en 1852, retratada junto a su hija Isabel por Franz Xaver Winterhalter.

"El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad".

William Shakespeare

Una infancia desatendida, unos padres a distancia sideral de las emociones más básicas que una criatura necesita; esto es, afecto, atención, referencias, apoyo, seguridad, etc., configuraron toda una declaración de intenciones sobre la crónica de un desastre anunciado. Su vida, la de Isabel II de España, comienza con un 'crescendo' galopante, casi infinito, hacia un vacío de afectos en el que superada la nubilidad y un matrimonio arreglado con un hombre que por su dudosa correspondencia y múltiples carencias en el territorio de lo masculino, no podía dar respuesta a una mujer exigente en la demanda de lo razonable. Pudiera ser que este desaguisado de matrimonio metido con calzador dejase aparecer una sexualidad desatada que la condujera al abismo, en el que la nada abraza a los huérfanos cual encantadora de serpientes de oficio avanzado.

En la sacra catedral del imperio de la historia, con su peculiar temporizador, un desperfecto en este espectacular escenario llamado vida puede pasar desapercibido; pero para un pueblo que vivía en la miseria más absoluta, la vida disoluta, la pompa y la indiferencia de la Corte hacia sus necesidades, no son nunca una buena carta de presentación.

A veces, la realidad es un canto a la energía cuando un pueblo está motivado y tiene el apoyo de sus gobernantes; de no ser así, la pérdida de esperanza se convierte en una melancolía patológica que puede ser vasta y crear resentimientos.

Con ella, España vive un momento excepcional por lo caótico, pero también por las funestas maneras que apunta hacia el futuro

El tiempo de Isabel II es el preludio a la par que una nota fúnebre más, en la descomposición de España, que advierte nítidamente de la presencia del mal y la corrupción moral arraigada de manera natural en la clase dirigente, que con menoscabo y desprecio absoluto hacia la miseria instalada en el país –como si de una costra asumida con resignación se tratara-– pareciera un germen de una de desintegración difícil de embridar. Con ella, España vive un momento excepcional por lo caótico, y por las funestas maneras que apunta hacia el futuro. Sin duda, la proyección de una nación sin luz para ser guiada, ni para apaciguar un porvenir cada vez más decadente, en el que una intensidad desgarradora apunta hacia un callejón sin salida, sin halo alguno de esperanza, como el tiempo siguiente vino a demostrar.

Revueltas en un país entretenido

En aquel tiempo, campesinos desarraigados y escupidos de sus tierras, jornaleros en paro, braceros que más bien parecían espectros, algunos avezados analfabetos que aspiraban al saber, y que no querían ser políticamente domesticados, comienzan a configurar una masa crítica que intenta cambiar el orden establecido.

Los caprichos de la torpe reina, que cambiaba de amantes a velocidad de vértigo, quedarán para la posteridad reflejados en anécdotas muy jugosas y coplas sin parangón dignas del ingenio de las muy ilustres comparsas de chirigotas gaditanas.

Cuando la agitación cobra visos de acabar a estacazos, las juntas revolucionarias y el general Prim por un lado, y las tropas afectas a la reina por otro, se lían en la batalla de Alcolea montándola parda. Ella, ajena a las cosas de la doméstica política, estaba en San Sebastián tomando una merluza a la koxkera regada con txakoli de Getaria, caldo al que era muy aficionada y cuya generosa ingesta le ocasionaba a veces, literalmente, algunos quebraderos de cabeza. De ella decía el papa Pio Nono, que era una puta muy piadosa. Un poco osado el purpurado para lo que debería de ser un más que obligado y sutil lenguaje diplomático, además del respeto debido a cualquier meretriz, aunque ésta porte una corona.

En este periodo, el ruido de sables se hizo notable, y de entre sus conmilitone hay que destacra las tres figuras del reparto de aquel convulso momento. Narváez y su fuerte sentido de Estado y responsabilidad institucional le llevaron a menudo a enfrentarse con la misma monarquía para salvarla de sus dislates. Sin embargo, el uniformado con mayor sentido de Estado, pragmático y con unas ideas de estados de tiralíneas fue O'Donnell. De Espartero, solo cabe decir que era un hombre de buena voluntad y escasas entendederas, amparado en su ampuloso uniforme de sastrería y una genitalidad rebosante de testosterona.

Pero ocurrían muchas cosas y en cascada. España nunca ha sido un país aburrido.

Incompetentes repartiéndose el gobierno

Para entonces, las juntas revolucionarias triunfaron y se lo creyeron. Donde hubo incrédulos, hubo fusilamientos muy convincentes, o palos aderezados con salsa de demagogia. Pero Prim, que era un hacha, les convenció para que entregaran la “artillería “y así en un periquete quedaron desmovilizadas las masas. Una vez conjugado y conjurado el susto de un lio monumental; las promesas del generalato y los lenguaraces políticos se diluyeron como agua de borrajas. Pero para aquel momento, la temperamental reina había puesto pies en polvorosa hacia Francia.

Las promesas de una república quedaban diluidas y la vuelta a los cuarteles de invierno del hambre, y las desgarradoras injusticias de siempre se volvían a hacer patentes. La estrechez de miras de la clase política impedía un salto cualitativo a la nación, que por una mera cuestión empírica, experiencia aparte, debería de haberse convertido en sabia y juiciosa. Pero no fue así una vez más. Aspirar a un futuro de adelantados, a una nación en vanguardia de la exploración, seguiría siendo poco menos que una quimera.

La historia de España es un reflejo de cómo se puede involucionar tras haber puesto picas en los cuatro puntos cardinales

La época Isabelina es un clarísimo exponente de cómo una incompetente camarilla de políticos irresponsables se reparten el desgobierno –vía turnismo– de la nación, mientras nuevas tendencias políticas asoman inquietantes en el horizonte social pidiendo derechos. Entretanto, el lujo suntuario de la arrogancia se convierte en insulto hacia la gente condenada a la precariedad e incertidumbre cotidiana, algo que a juzgar por las actuales circunstancias, parece tener eco en el tiempo.

La historia de España es un reflejo de cómo se puede involucionar tras haber puesto picas en los cuatro puntos cardinales. En vez de buscar dotar de conocimiento y formación al personal, se dificulta el acceso de éste, a esos pagos donde campa la exclusividad, y en vez de concebir un país donde la cultura, que es la madre paridora de genios y oportunidades, se busca estupidizar al respetable para hacerlo más manipulable y necio. Quizás haya de ser así, y tengamos que vivir una ficción cuya trama nos parezca aceptable, tragando como los faquires el sable hasta la empuñadura.

El caso es que ninguna de las Cortes europeas tenía demasiado interés en meterse en el indefinido potaje español. Mas el astuto Prim tenía un as en la manga y se trajo de Italia a un demócrata formal y serio con intención de hacer reformas en la constitución y adaptarla a los nuevos tiempos. Pero las fuerzas reaccionarias eran muy poderosas.

Amadeo de Saboya, en efecto, llegó, se instaló y se escandalizó, todo uno a la vez.

El capítulo de 'Reyes de España' dedicado a Isabel II.

Se le hizo el vacío, o directamente, la vida imposible. Era un tío educado, de visión avanzada y abierto al diálogo. Prim era su respaldo, pero a este preclaro general unos emboscados le endosaron una sinfonía de trabucos de muy oscura investigación, obligándole a cruzar el umbral antes de tiempo. Se cree que el autor intelectual, Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, fue el principal sospechoso de instigar el crimen, aunque a Prim le sobraran los enemigos.

Los hombres de confianza Montpensier y del general Serrano –otro de los sospechosos– , que le sucedería en el gobierno, cayeron presos en pocos días, y de más de una veintena de hombres, siete de ellos fallecerían en prisión tras practicarles unos interrogatorios bastante cuestionables, y otra docena, morirían después de manera harto misteriosa.

Desamparado de la tutela de este brillante militar y acreditado estratega, a la par que conspirador conspicuo y sagaz; este fugaz rey de origen italiano, hastiado de intentar organizar lo que más parecía una corrala que un país serio, hizo las maletas y tomó las de Villa Diego; no sin antes pronunciar una sentencia premonitoria y un diagnóstico demoledor de esta extraña España. Si al menos fueran extranjeros los enemigos de España, todavía. Pero no. Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la nación, son españoles.

Vida y muerte en el solar patrio

Isabel II, una mezcla de alquimia de inocencia y candidez, pagaría cara su ineptitud política. El enconamiento de los carlistas hacia su egregia majestad por su condición femenina, básicamente, y su obligado exilio tras el empuje de la revolución de La Gloriosa, no menoscaban logros obtenidos durante su reinado por algunos competentes ministros, que además de en su bolsillo, también pensaban en España, lo cual no deja de ser un valor añadido.

Sus logros: la instalación del ferrocarril, actuar como fulcro moderador de la ascensión de la burguesía en su pugna contra el acantilado inmovilista de la aristocracia, la habilidad manipuladora de la corrala patria , el postre que daba a sus amantes con galones para sedarlos de sus aspiraciones febriles de poder y el furor uterino que dispensaba generosamente entre advenedizos, arribistas y amantes puntuales; diseñan el gran fresco del 'perpetuum mobile' de este peculiar 'solar patrio', en el que los liberales echan un pulso a la Corona y la ponen contra las cuerdas.

La Gloriosa fue una breve ficción con la inconsistencia de un sueño, como aquella verdad que es como una manta que te deja los pies fríos

Tras una afección respiratoria, aparentemente breve e indolora, esta mujer de proporciones no cuantificables, a distancia de prejuicios y estereotipos, se relajó profundamente en la mecedora de su casa parisina, para afrontar el último gran paso hacia un destino incierto, tras vivir una vida intensa y dejar la imagen de la Corona en un lugar discutible.

Como decía Marilyn Monroe, las desilusiones te hacen abrir los ojos y cerrar el corazón. Quizás esto fue lo que le ocurrió a esta reina mitad humanidad, mitad frivolidad.

Mientras una silenciosa desesperación se abría paso lenta e inexorablemente hacia una nueva España condenada a un parto con fórceps, La Gloriosa fue una breve ficción con la inconsistencia de un sueño, como aquella verdad que es como una manta que te deja los pies fríos.

"El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad".

Isabel II
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