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La raíz más poderosa de la corrupción española: de la lealtad ciega al 'networking'
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LAS DOS CARAS DE LA SOLIDARIDAD

La raíz más poderosa de la corrupción española: de la lealtad ciega al 'networking'

La sociedad de nuestro país tiene características peculiares: durante mucho tiempo, su solidaridad ha permitido salir adelante a muchas familias, pero también ha provocado que seamos muy corruptos

Foto: Contextos informales como el bar, la universidad o el club de campo favorecen la creación de redes de clientelismo. (iStock)
Contextos informales como el bar, la universidad o el club de campo favorecen la creación de redes de clientelismo. (iStock)

El pasado 26 de enero, desayunábamos con una noticia tan habitual en nuestro menú diario como la tostada o el café: un registro de domicilios, empresas y sedes del PP en Valencia ponía al descubierto una nueva trama de corrupción en la ciudad del Turia. Con el paso de los años y la acumulación de casos semejantes, nos hemos terminando inmunizando a la corrupción generalizada, pero eso no quiere decir que sea menos escandaloso ni que los favores circulen en muchos otros niveles de la sociedad.

“Las prácticas corruptas de esas instituciones están ya tan normalizadas que parece que desde dentro ni siquiera llegan a cuestionarse que deberían hacer las cosas de otra manera, los principios de igualdad y democracia parece que no han llegado a calar”, explica a El Confidencial Lucía Sell-Trujillo, profesora de Psicología Social de la Comunicación en el Centro Universitario EUSA (Universidad de Sevilla) y en el CEA (centro afiliado a la Universidad de New Haven). La autora ha pasado la última década y media estudiando los mecanismos de la corrupción en España, cómo surge, cómo funciona, cómo se expresa y por qué nos resulta tan difícil librarnos de ella.

El colectivismo propio de la sociedad española es muy útil para sobrevivir en tiempos de crisis, pero también es la base del nepotismo cuando se pervierte

“No creo que la corrupción en sí sea un fenómeno español”, matiza la autora, aunque es cierto que vivimos en un momento en el que es más probable que salgan nuevos casos a la luz. Nuestra corta y mejorable tradición democrática es el factor que muchos suelen señalar como lo que nos diferencia de los países anglosajones, pero solemos olvidar la que quizá sea la llave para entender la idiosincrasia de la corrupción española (e italiana): el colectivismo de una sociedad en la que la lealtad sea el valor más preciado, que nos ha permitido tejer redes de apoyo con las que superar grandes crisis económicas, pero que puede “generar perversiones”.

Las relaciones (peligrosas) de conocidos

Para entender cómo funciona la corrupción, el amiguismo o el clientelismo en España, resulta muy útil ojear la tesis doctoral de Sell-Trujillo, en la que examinaba las relaciones de conocidos de la isla canaria de la Gomera, en las que se “piden y garantizan favores y tratos con cierta reciprocidad en una dimensión temporal y espacial”. En muchos casos, explica, los pequeños grupos humanos como los de dicha sociedad rural establecen entre sí relaciones que los ayudan a sobrevivir, especialmente si, como suele ser el caso, son entornos empobrecidos. Algo que ha abundado durante siglos en España.

Hay dos requisitos para este tipo de relaciones, en las que “la lealtad al grupo y las relaciones tienen mucho valor”: que el espacio sea limitado y haya una continuidad en el tiempo (a veces, entre varias generaciones) de los individuos. Es decir, se genera un sistema de valores que apoya la percepción de que los vecinos, la familia o los conocidos deben apoyarse mutuamente para salir adelante, frente al individualismo de otras culturas. Es, en realidad, un sistema de valores muy positivo puesto que, como explica Sell-Trujillo, “se generan mecanismos de reciprocidad y apoyo social”.

No obstante, es también la base para la corrupción: “en el lado más perverso, lo que promociona es la desigualdad, porque provoca que solamente se apoyen unos pocos”. Es lo que ocurre cuando esa mentalidad se traspasa a las instituciones o hay dinero público en juego, en cuyo caso las “relaciones de conocidos” ya no sirven únicamente como un mecanismo de supervivencia y cohesión, sino de enriquecimiento y de consolidación del poder en unas pocas manos: “Que un grupo de personas decida favorecer a un círculo propio y buscar el beneficio económico personal tiene poco de rito, es una malversación punible y una perversión sistémica”.

El sistema de enchufismo de la élite adinerada se parece sospechosamente a ese tipo de relaciones de conocidos propio de, por ejemplo, la España rural

Pero no hay corrupción si las relaciones son meramente transitorias, como la de un viajero que pasa apenas unos meses en un pueblo: de ahí que la permanencia de cargos en un mismo puesto durante largos períodos de tiempo favorezca el nepotismo. Pero como recuerda Sell-Trujillo, aunque muchas veces el corrupto es consciente de serlo, en otros casos sólo se da cuenta de su mala praxis a posteriori y, aunque en el pasado contratar a un conocido no parecía una forma de enchufismo, la racionalización posterior le hace caer en la cuenta que así es. Lo que nos lleva a esa difusa línea que separa el favor personal del nepotismo (si es que la hay).

Amigos, conocidos, enchufes ocultos

Es fácil calificar una concesión ilegal de un concurso público a un amigo como un claro ejemplo de corrupción, pero ¿qué ocurre con esos intercambios de favores más sutiles, por ejemplo, a la hora de contratar a una persona u otra? Es decir, cuando no afecta, en principio, a lo público (y, por lo tanto, punible), sino simplemente a lo privado, pero que también resulta discriminatorio (y totalmente antimerocrático). Curiosamente, el sistema de enchufismos de la élite adinerada se parece sospechosamente a ese tipo de relaciones de conocidos propio de, por ejemplo, la España rural.

“Son absolutamente equiparables, porque los dos requisitos siguen estando presentes”, recuerda Sell-Trujillo. Es decir, son “grupos reducidos que generan mecanismos que reproducen esa reciprocidad de favores permanentes”. Por ejemplo, señala, un grupo de antiguos alumnos de una universidad de élite o los compañeros del club de polo: “Ya no hablamos de una sociedad en la que haya escasez, es más instrumental: 'vamos a apoyarnos unos a otros y a generar mecanismos para beneficiarnos, porque sé que a través de esta red exclusiva que he creado hay un mecanismo implícito que garantiza esa lealtad”. En el caso, por ejemplo, de que uno rechace un favor, rompiendo la tradición, a los ojos de los demás miembros del grupo se estará exclyendo. Es el nuevo nepotismo, generado en base a “grupos con una identidad muy poderosa”, como hermandades, clubes o partidos políticos.

Esta aceptación implícita de los tratos de favor personales, no obstante, se extiende a toda la práctica empresarial que, como recuerda Sell-Trujillo, se refleja en expresiones de moda que, en realidad, maquillan algo tan antiguo como el favoritismo. “Hay todo un sistema de lenguaje que legitimiza estos mecanismos desde la empresa privada: por ejemplo, el cazatalentos, cuyo objetivo es instrumentalizar este tipo de relaciones, o el 'networking', que se enseña en las Escuelas de Negocios y que dice que debes tener tu red de contactos”. Como explica la autora, se trata de herramientas que generan estructuras de poder oculto.

En España es habitual buscar a alguien para acceder a un servicio por la imposibilidad de cumplir los criterios públicos o la existencia de barreras

Con frecuencia, las “relaciones de conocidos” siguen siendo una herramienta para acceder a servicios que, de otra manera, serían inalcanzables, lo que demuestra el fracaso de las instituciones públicas y sus mecanismos para cubrir las necesidades de los individuos: “Nuestras instituciones quizá no están formuladas con esa agilidad que debieran tener, lo que promueve que las personas intenten buscar acceso a personas que estén en estructuras de poder para llevar a cabo sus actividades o conseguir recursos escasos como acceder a un colegio o a una lista de especialistas de la seguridad social”.

“Esta imposibilidad de cumplir los criterios públicos o la existencia de tantas barreras obligan a buscar un acceso indirecto, o asumir que no puedes cumplir con todas las normas y buscar quien te dé acceso a ella”, recuerda Sell-Trujillo. “Quizá ese sea un elemento que aparece más en España, por ese cambio de un sistema dictatorial o jerárquico a un sistema democrático cuyos pasos no se han dado bien”. Durante mucho tiempo (aunque ya no sea así), el español no había tenido esa “sensación de deber hacia lo público” que hoy sí es más común.

Es difícil escapar a ese círculo. A un nivel general, la participación ciudadana y el control de la sociedad son dos factores importantes para evitar que se generen dinámicas cerradas y la corrupción se institucionalice, favoreciendo criterios meritocráticos o creando índices de transparencia. Pero a un nivel individual, vuelve a resultar útil la tesis de Sell-Trujillo: cuando algunos de los gomeros que en ella aparecían dejaban de hacer favores, no sólo rompían con la tradición. Sobre todo, “estaban imponiendo otra forma de ver el mundo, en la que los valores democráticos (justicia, igualdad, equidad) tienen preferencia frente a la lealtad”. Quizá acabar con el enchufismo sea más complicado de lo que nos parece: ¿quién puede decir que no a un amigo?

El pasado 26 de enero, desayunábamos con una noticia tan habitual en nuestro menú diario como la tostada o el café: un registro de domicilios, empresas y sedes del PP en Valencia ponía al descubierto una nueva trama de corrupción en la ciudad del Turia. Con el paso de los años y la acumulación de casos semejantes, nos hemos terminando inmunizando a la corrupción generalizada, pero eso no quiere decir que sea menos escandaloso ni que los favores circulen en muchos otros niveles de la sociedad.

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