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Esto es lo que ocurre en los probadores de las tiendas, según los vigilantes de seguridad
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SEXO, ROBOS Y ESCATOLOGÍA

Esto es lo que ocurre en los probadores de las tiendas, según los vigilantes de seguridad

Cada cual sabe a la perfección qué es lo que hace cuando entra a probarse ropa, pero ¿y el vecino? ¿Y los demás? Los profesionales de seguridad nos ayudan a entender mejor los límites de la gente

Foto: Donde la frontera entre lo público y lo privado se esfuma. (iStock)
Donde la frontera entre lo público y lo privado se esfuma. (iStock)

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con salirse de la norma en el probador de una tienda de ropa? No hace falta que este ensueño sea de índole sexual: la peculiar disposición de estos cubículos, un oasis de privacidad en medio de uno de los lugares más públicos que puede haber, donde a menudo nos encontramos a solas en mitad de un establecimiento transitado por miles de personas, provoca que nuestra imaginación se dispare, generalmente para nada bueno.

Sólo podemos utilizar nuestra mente, o los testimonios de nuestros amigos menos vergonzosos, para entrever qué es lo que ocurre en los probadores, ya que en España está prohibida la instalación de cámaras en estos compartimentos. De ahí que la única seguridad posible sea contar las prendas que el cliente está metiendo consigo o confiaren que la no tan remota posibilidad de que alguien se equivoque y abra la cortina disuada a más de uno de perpetrar un hurto.

Hombre y mujer entran por separado a cada uno de los probadores y entonces (“a ver qué tal te queda este calzoncillo, cariño”) uno se cambia de cubículo

La situación es muy diferente en Estados Unidos, donde todos los Estados menos trece, entre los que se encuentran California, Alabama, Minnesota o Hawái, permiten la instalación de cámaras en los probadores. Gracias a ello, 'Cracked' ha preguntado a algunos de los vigilantes de seguridad que en ellos trabajan que expliquen qué es lo más habitual (pero también, lo más raro) que suelen ver en las pantallas de sus monitores. Y aunque a grandes rasgos resulta previsible –la realidad nunca supera nuestras imaginaciones más retorcidas–, algunos detalles desvelan que la impudicia del ser humano no conoce límites.

¿Sexo en los probadores? Claro que sí

Basta con echar un vistazo a alguna página de vídeos pornográficos como, por ejemplo, Pornhub, para comprobar que el sexo en las tiendas de ropa no es nada raro y que, además, tiene un gran número de seguidores pornovidentes. Por lo general, hombre y mujer entran por separado a cada uno de los probadores y entonces uno de los dos, haciéndose el loco (“a ver qué tal te queda este calzoncillo, cariño”) y aprovechando que nadie mira, entra en el del otro. Probablemente lo mejor no sea probar cosas muy raras y limitarse al sexo oral, como bien nos ha enseñado el porno 'amateur'.

¿Les apetece descender a las simas del amor furtivo? Una de las fuentes consultadas por 'Cracked' admite que pilló a un joven de 18 años con una mujer de 75 años en plena faena, algo que la anciana justificó recordando que “¡sólo lo estaba ayudando, soy su abuela!” No sabemos qué es peor: que mintiese o que dijese la verdad.

Un clásico de las cámaras ocultas.

Robos, robos, robos

Como cabe esperar, los probadores son el lugar perfecto para arrancar la alarma, meterse una prenda en la mochila o, simplemente, ponerse la ropa que uno quiere sisar. “Todo el mundo roba”, señala uno de los vigilantes. Ello incluye a niños, adolescentes, adultos y ancianos. La motivación, eso sí, no es ni la de una persona necesitada ni la de Winona Ryder: “Por lo general, es porque quieren”. Al igual que con el sexo, robar proporciona el placer de romper las normas sociales sin correr demasiado peligro. Aparte de la ropa, otros robos habituales son los cosméticos, los productos electrónicos… y la carne. “Me pilló con la guardia baja descubrir a un tío que había robado dos costillares y se los había metido en los pantalones”, explica uno de los guardas. Por lo general, estos robos tienen como objetivo revender el producto, no consumirlo.

Aunque también puede ocurrir que el robo se produzca por una cuestión de pudor, como aquellos (son unos cuantos) que sisan maquillaje para que las dependientes o el resto de clientes no piensen que es para él. Por lo general, si el robo es pequeño, la mayor parte de tiendas no se molestan en llamar la atención al ladrón, o al menos es lo que ocurre en las cadenas donde trabajan los vigilantes consultados: resulta más eficiente hacer la vista gorda que detener a alguien, registrarlo, llamar a la policía, etc. Por otra parte, resulta más barato perder un producto que a un cliente al que se le acusa de algo que no ha hecho. Además, los vigilantes recuerdan que es legal meter cualquier producto en tu bolsillo, siempre y cuando no abandones la tienda sin haber pagado por él. Por eso las tácticas disuasorias suelen resultar más útiles que las punitivas.

Es un lugar sin ley que sólo Dios y los vigilantes de seguridad sobrealimentados a base de donuts pueden otear desde las alturas

O también se puede utilizar la imaginación: es lo que ocurría con un cliente que todas las semanas se comía una ensalada en su supermercado preferido sin pagar por ella y tiraba el recipiente a la basura. La ingeniosa solución para dejarle en evidencia fue recoger los restos, depositarlos en su cesta de la compra y que el cajero le preguntase “¿se lleva también esto?” cuando llegó al envase vacío.

Puaj

Pues eso: si ya bastante desagradable es cambiarse de ropa en un cubículo de tres por tres metros cuadrados donde una pareja ha hecho el amor, bastante peor es hacerlo en un lugar donde alguien ha hecho sus necesidades… mayores y menores. “Tanto desperdicios líquidos como sólidos, a veces ambos a la vez”, explica consternado uno de los vigilantes. “No es precisamente divertido”. Salvo en aquel caso en el que el escatológico maleducado decidió portarse medianamente bien y orinar en una botella que dejó en el probador. Reconozcámoslo: si nos da un inesperado apretón en mitad de una tienda que no dispone de baños –y, salvo que sea un centro comercial, probablemente no los tenga–, no hay un lugar menos malo que el probador, esa zona desconocida donde las fronteras de lo público y lo privado desaparecen. Un lugar sin ley que sólo Dios y los vigilantes de seguridad alimentados a base de donuts pueden otear desde las alturas.

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con salirse de la norma en el probador de una tienda de ropa? No hace falta que este ensueño sea de índole sexual: la peculiar disposición de estos cubículos, un oasis de privacidad en medio de uno de los lugares más públicos que puede haber, donde a menudo nos encontramos a solas en mitad de un establecimiento transitado por miles de personas, provoca que nuestra imaginación se dispare, generalmente para nada bueno.

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