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"Mi atractiva terapeuta me propuso hacer el amor con ella". Esto es lo que se aprende
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LOS LÍMITES DE LA CONFIANZA

"Mi atractiva terapeuta me propuso hacer el amor con ella". Esto es lo que se aprende

Una historia muy peculiar nos ayuda a explorar los límites de los sentimientos que pueden surgir cuando alguien acude a consulta y se siente atraído por la profesional que lo está tratando

Foto: ¿Qué fronteras pueden cruzarse en una relación entre médico y paciente y cuáles no? (iStock)
¿Qué fronteras pueden cruzarse en una relación entre médico y paciente y cuáles no? (iStock)

Una de las facetas más complejas de la profesión médica es aquella que se pregunta acerca de los límites de la relación entre paciente y profesional, no sólo en lo que concierne a su privacidad sino también a los términos en que esta se define. Algo acentuado aún más en el caso de la psicología, en el que el paciente está obligado a confiar ciegamente en el confidencial, abrir en canal su vida delante de él y explorar aspectos de la vida más íntima que quizá no compartiría con nadie más. En definitiva, a ser colegas, amigos, ¿incluso amantes?

Una historia autobiográfica publicada en 'Narratively', un estimulante proyecto periodístico basado en relatos personales, nos ayuda a entender mejor dónde se encuentran los límites. En él, Michael Stahl –a la sazón editor de la publicación– explica cómo su terapeuta, a la que da el nombre ficticio de Lori, le propuso acostarse con ella al mismo tiempo que intentaba curar sus problemas de autoestima.

¿Era parte de la terapia, se estaba propasando o su relación pasó, de buenas a primeras, a formar parte de un área gris en la que resulta muy complicado saber si la culpa había sido del paciente por admitir su deseo hacia la terapeuta, de esta por permitirle dar el paso, o en realidad, no se trataba más de un sentimiento imaginado.

La psicoanalista le recordó a su cliente que no era el primero que le había explicado sus fantasías: “¿Cuál es la tuya? ¿Ponerme a cuatro patas?”

No hay ninguna duda de que se trata de una de las grandes preguntas que todos los psicoterapeutas se realizan en su relación con los pacientes (y viceversa), hasta tal punto de que regularmente aparecen nuevos libros sobre el tema, como es el caso de 'The Enigma of Desire: Sex, Longing and Belonging in Psychoanalisis' (Routledge) de Galit Atlas, una de las fuentes independientes consultadas en el artículo. Y si bien, como es natural, ninguna guía defiende que un terapeuta se acueste con su cliente, más dudas existen sobre cómo reaccionar a la transferencia erótica, ese concepto creado por Raymond Lloyd en el cual el paciente cree haberse enamorado del profesional que lo está tratando.

¿Es sólo amor, o algo más?

Inseguridad. Esa es la causa que condujo a Stahl a la consulta de Lori, y probablemente, también la razón por la cual las cosas empezaron a complicarse. Una inseguridad causada por su familia y acentuada por su nuevo trabajo como periodista 'freelance'. Un buen día, Lori le dijo “creo que es tu sensibilidad lo que te hace un gran partido para ligar”, y ahí empezó todo. En primer lugar, las dudas: el autor no supo qué hacer con un cumplido así de “una bella mujer”. Su reacción fue admitir que se sentía atraído por ella, y le pregunto que cómo lo había sabido. No hay duda, por la descripción proporcionada por el autor, que se trataba de una mujer a sus ojos espectacular; tanto que nunca hubiese pensado que tuviese alguna oportunidad.

¿Fue demasiado lejos Lori al preguntarle si se sentía atraído por ella, o cayó Stahl en la trampa al admitirlo? Sea como sea, la conversación volvía a surgir una y otra vez en los 60 minutos de terapia. El autor afirma que intentaba evadirse de ella, puesto que “la idea de ponerse caliente con la terapeutas es un cliché tan grande que me daba vergüenza admitirlo”. Sin embargo, Lori contraatacaba hasta el punto de que le recordó a su cliente que no era el primero que le había explicado sus fantasías sexuales: “¿Cuál es la tuya? ¿Ponerme a cuatro patas y darme por detrás?”

'Un método peligroso' explica el triángulo amoroso formado entre Freud, Jung y Sabina Spielrein.

La cosa empezaba a tomar tintes de película pornográfica. Sin embargo, para Lori, el objetivo era normalizar la situación y ayudar a que el paciente se sintiese más cómodo. “Hablar abiertamente de sexo es arriesgado siempre, no digamos con un cliente”, le confesó en una cita posterior. La transparencia era para la terapeuta el mejor arma con el que podía ayudar a Michael, y por eso, ella misma reconoció: “No te creas que no me gusta oír que un chico como tú piensa que soy guapa”. Al autor sólo le quedaban dos opciones: o seguir en la terapia con la constante duda de si el deseo de la psicóloga era verdadero o, simplemente, una artimaña para que se sintiera mejor, o dejarla e intentar ligar con ella una vez hubiesen roto los lazos profesionales. Y eso que lo más fuerte estaba aún por llegar.

Transferencia y contratransferencia

“¿Quieres hacer el amor conmigo?”, le preguntó un buen día Lori a Michael. “Hagamos el amor. Aquí mismo, ahora. ¡Vamos!” La respuesta fue una negativa, y a pesar de ello, Lori siguió insistiendo. “Eso es lo que pensaba”, concedió finalmente la terapeuta. “Mike, no creo que vayas a hacer nada que fuese a perjudicarnos, y por eso te di la posibilidad de elegir”. De buenas a primeras, la deseada aunque polémica propuesta sexual se había convertido en una prueba de la independencia del paciente, de la que este había emergido sabiendo que tenía la habilidad para tomar las decisiones correctas. La terapia, de repente, funcionaba: “Estaba consiguiendo confianza y creía en mí mismo”.

Durante los tres meses en los que Lori y Michael no se vieron debido a la excedencia que pidió la terapeuta, este conoció a Shauna, con la que rápidamente hizo 'click'. Sin embargo, la reaparición de Lori y un mensaje extemporáneo de móvil harían que la nueva novia del autor se preguntase si esa relación era, en realidad, normal. “Una relación entre un terapeuta y un paciente puede a veces parecer más íntima que entre una pareja romántica”, fue la respuesta que Lori dio. Sin embargo, la terapia siguió adelante hasta el día en el que la mujer le explicó al cliente que, según el código ético de la profesión, debían pasar al menos dos años antes de salir juntos. “Si quieres salir conmigo, está esa opción”.

No están enamorados de su terapeuta, sino que anhelan aceptación, y en esos casos la están recibiendo de su doctor

El final de la historia es ambiguo. El autor sospecha que, en todo momento, Lori siempre dejó la pelota en su tejado: era ella quien le invitaba a acostarse con ella, quien volvía a sacar el tema una y otra vez y quien finalmente dejó abierta la posibilidad de una relación. Pero también la que, con su comportamiento, estaba evitando que Michael cayese en los brazos de uno de los grandes miedos que le habían llevado a la terapia: el miedo a ser ignorado. En el reportaje, Lori aclara que su comportamiento siempre tuvo como objetivo el “mejor interés” del paciente, y que nunca quiso alimentar su propio ego.

Transferencia y contratransferencia son los términos psicoterapéuticos que pueden servirnos para entender una relación como esta, una entre tantas otras entre pacientes y profesionales, pero que describe bien lo borrosas que son determinadas fronteras. La transferencia es algo habitual en los casos en los que el paciente se siente inseguro o ignorado, y que provoca que el lazo que se establece ente terapeuta y paciente adquiera rasgos en los que es difícil separar unos sentimientos de otros. “No están enamorados de su terapeuta tanto como anhelan aceptación, y en esos casos la están recibiendo de su doctor”. El caso de Lori y Michael, no obstante, va un poco más lejos, y en él se produce una contratransferencia en la que el profesional, quien tiene la sartén por el mango, reconoce sus propios sentimientos de deseo. Es el peso emocional que ambos arrastran a la sesión de terapia, con la diferencia de que, como explica Atlas en el reportaje, “no se trata de una relación simétrica, y el terapeuta es el responsable”. ¿Irresponsable, en este caso?

Una de las facetas más complejas de la profesión médica es aquella que se pregunta acerca de los límites de la relación entre paciente y profesional, no sólo en lo que concierne a su privacidad sino también a los términos en que esta se define. Algo acentuado aún más en el caso de la psicología, en el que el paciente está obligado a confiar ciegamente en el confidencial, abrir en canal su vida delante de él y explorar aspectos de la vida más íntima que quizá no compartiría con nadie más. En definitiva, a ser colegas, amigos, ¿incluso amantes?

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