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"No volverás a dejar la ventana abierta": lo peor que le puede ocurrir a una mujer
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UNA HISTORIA TÉTRICA Y CON MORALEJA

"No volverás a dejar la ventana abierta": lo peor que le puede ocurrir a una mujer

Hace unos años, un grupo de investigadoras fue capaz de dar con un violador en serie que amenazaba a las mujeres americanas. Su historia, sin embargo, nos dice mucho acerca de nuestros prejuicios

Foto: Cuando la policía encontró a Marie, estaba sollozando en su colchón. (iStock)
Cuando la policía encontró a Marie, estaba sollozando en su colchón. (iStock)

El 5 de enero de 2011, una estudiante de informática de 26 años fue despertada en su residencia de Golden (Colorado) a las ocho de la mañana por un hombre que la ató a la cama y le advirtió: “No grites o te mataré”. De su mochila sacó zapatos de tacón, lubricante, toallitas, agua embotellada y una cámara digital. El misterioso hombre la violó durante cuatro horas. Todo quedó grabado en vídeo, un humillante registro de lo ocurrido que el agresor amenazó con publicar en internet si decía algo. Una vez que terminó, le pidió a su víctima que se duchase y se lavase los dientes.

Este caso fue tan sólo el primero de una larga lista de violaciones que tuvieron lugar en Estados Unidos y que terminarían engrosando una relación de hasta 28 delitos. Pero si esta serie de agresiones, que acaban de ser narradas en un fantástico artículo publicado en 'Propublica', resultan tan terribles, no es únicamente por la violencia y frialdad con la que el culpable cometía sus delitos, sino porque en última instancia, muestra de qué manera la sociedad puede terminar convirtiéndose en la principal agresora, cuando no sólo se queda de brazos cruzados sino que termina culpabilizando a las víctimas.

Una investigación espinosa

Si finalmente los investigadores estadounidenses pudieron dar con el agresor sexual fue gracias a su trabajo conjunto. O quizá deberíamos hablar de investigadoras. Fueron Stacy Galbraith, Scott Burguess (el único hombre) y Edna Hendershot quienes finalmente consiguieron encontrar al hombre que había cometido dichas violaciones. Por ejemplo, la del verano de 2010, cuando una viuda de 59 años fue asaltada en su casa mientras dormía. El procedimiento fue muy similar al caso de la joven ingeniera: grabó las imágenes con una cámara Sony y la obligó a ducharse después de haber terminado. “Supongo que ya no volverás a dejar la ventana abierta” fue la tétrica advertencia que el agresor dispensó a su víctima.

No podían encontrarse restos de ADN en las escenas del crimen: limpiaba su semen y todas las marcas con toallas mojadas. “Era puntilloso, pero no perfecto”.

O el de octubre de 2009 en Aurora (Denver), cuando una mujer de 65 años fue violada por un un hombre que llevaba una bufanda para ocultar su rostro. Al igual que había ocurrido en casos anteriores, la grabación del encuentro y la ducha también fueron parte del ritual del violador. Cuando la mujer le dijo a su agresor con templanza que debería buscar ayuda, este le respondió “es muy tarde para eso”. O el de Lakewood, también cerca de Denver, donde una artista de 46 años fue asaltada por un hombre enmascarado, con la única diferencia que consiguió huir saltando por la ventana, con el coste de tres costillas rotas y un pulmón perforado.

Las investigadoras consiguieron trazar un mapa del radio de acción del agresor y de su 'modus operandi': el hombre que rondaba los barrios de las afueras de Denver era un tipo que conocía a la perfección la ciencia forense, por lo que incluso podía tratarse de un policía. Apenas podían encontrarse restos de su ADN en las distintas escenas del crimen: limpiaba su semen y todas las marcas con toallas mojadas, obligaba a las víctimas a ducharse y se deshacía de toda la ropa que pudiese estar manchada. “Era puntilloso, pero no perfecto”.

No existe crimen perfecto, y el de Marc O' Leary tampoco lo fue. Una mujer denunció las visitas frecuentes a su casa de un Mazda de 1993, registrado a nombre de un habitante de Lakewood. Se trataba del mismo automóvil que aparecía en las imágenes de las cámaras de vigilancia que rodeaban la casa de la ingeniera de 26 años. La única información de la que las investigadoras disponían era la de que se trataba de un militar sin antecedentes penales. Gracias al análisis de su ADN encontrado en una taza de café, descubrieron que efectivamente, él era el culpable. El 13 de febrero de 2011, Galbraith, junto a siete policías, irrumpió en el de domicilio de O'Leary. Allí alzó la pernera de su pantalón para descubrir la marca de nacimiento que una de las acusadas había descrito. No había ninguna duda de que se trataba de él. Actualmente, cumple una condena de 327 años y medio.

El largo brazo de la justicia

Pero quizá la parte más triste de esta historia ocurrió mucho antes de que la investigación se pusiese en marcha, y quizá en ella O' Leary no fuese más que un comparsa. Marie era una joven desgraciada. Había pasado la mayor parte de su infancia vagando de un hogar de acogida a otro, hasta hacer un total de 10 u 11, porque había perdido la cuenta. No sólo eso, sino que empezó a tomar medicación como el antidepresivo sertralina a los ocho años. Su vida parecía encauzarse cuando fue adoptada por Peggy Cunningham, después de pasar un tiempo con Shannon McQuery, y se mudó a Lynnwood, cerca de Seattle. Se había echado novio, Jordan, y cuando cumplió 18 años decidió independizarse gracias al dinero que había ganado trabajando en un centro comercial ofreciendo comida a los clientes y con el apoyo de Project Ladder, un programa diseñado para ayudar a los jóvenes de los hogares de acogida.

No había ninguna emoción cuando me contó su violación. Era como si me estuviese diciendo que se había hecho un sándwich

El 11 de agosto de 2008, no obstante, todo eso iba a cambiar. A las nueve de la mañana de un lunes, dos agentes acudieron a un piso de Lynnwood después de recibir una denuncia de violación. Allí se encontraba Marie, acompañada de Peggy, que contó a los policías lo ocurrido: después de hablar con Jordan por teléfono, se quedó dormida y fue despertada por un hombre con un cuchillo que la ató, le vendó los ojos y la violó. El asalto duró mucho tiempo, explicó, pero no podía recordarlo bien. Lo que más sorprendió a los investigadores y a Shannon, la antigua madre de adopción de Marie, fue la frialdad con la que relató lo ocurrido: “No había ninguna emoción. Era como si me estuviese diciendo que se había hecho un sándwich”. El examen médico, no obstante, mostró heridas en las muñecas y en la vagina de la joven.

El caso daría un giro trágico un día después cuando Peggy, que había pasado los últimos meses fijándose en que Marie hacía cualquier cosa por llamar la atención, llamó a los policías, el sargento Mason y Jerry Rittgarn, y les advirtió de que quizá la violación no había ocurrido. “Estaba intentando ser una buena ciudadana” es la explicación que Peggy ofreció más tarde. Por si fuera poco, Marie señaló que había intentado llamar a Jordan antes de cortar sus ataduras, cuando en su primera declaración había dicho a los policías que lo había hecho justo después. Razón más que suficiente para que estos empezasen a dudar de la veracidad de su versión.

Un día después, los policías pidieron a Marie que volviese a ofrecer testimonio. A cada momento que pasaba, estaban más y más seguros de que se trataba de una invención. En esta ocasión, Marie señaló lo siguiente: “Cuando me fui a dormir soñé que alguien entraba y me violaba”. Sin embargo, había un problema con esta versión, y es que en ella se deshacía de toda responsabilidad alegando que se trataba de un sueño. Bajo presión, la joven volvió a escribir otra confesión, en este caso, reconociendo que había mentido: “Quería ver a alguien y nadie estaba disponible, así que me inventé la historia, pero no esperaba que se saliese de madre. No sé por qué no se me habría ocurrido otra cosa. No debí haberlo hecho”.

Aunque Marie intentó volver a cambiar su confesión pasados unos días, la suerte estaba echada y unas semanas después recibió una citación judicial firmada por el sargento Mason, que la había denunciado por falso testimonio. La mejor amiga de Marie creó entonces una página web donde la llamaba “mentirosa” con su nombre y apellidos. El 12 de marzo de 2009 la joven acudió con la única compañía de su abogado al juzgado, donde se decidió retirar los cargos a cambio de 500 dólares (los costes del juicio), aceptar terapia mental durante un año y libertad condicional supervisada.

Dos años y medio después, la policía llamó a la puerta de Marie y le confesó que su violador, ese que, según la ley, no existía, había sido detenido. Junto con la noticia le otorgaron un sobre con los 500 dólares que había entregado y una guía para víctimas sexuales. La joven denunció a la ciudad y consiguió 150.000 dólares, así como la disculpa de sus dos madres adoptivas, Shannon y Peggy. También la de Mason, con quien Marie se encontró a la salida de la estación de policía. “Lo siento de verdad”, le respondió, y Marie le creyó.

Despiece

El 5 de enero de 2011, una estudiante de informática de 26 años fue despertada en su residencia de Golden (Colorado) a las ocho de la mañana por un hombre que la ató a la cama y le advirtió: “No grites o te mataré”. De su mochila sacó zapatos de tacón, lubricante, toallitas, agua embotellada y una cámara digital. El misterioso hombre la violó durante cuatro horas. Todo quedó grabado en vídeo, un humillante registro de lo ocurrido que el agresor amenazó con publicar en internet si decía algo. Una vez que terminó, le pidió a su víctima que se duchase y se lavase los dientes.

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