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Así era el porno en la Edad Media: humor, picardía y mala leche
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LO CORTÉS NO QUITA LO PICANTÓN

Así era el porno en la Edad Media: humor, picardía y mala leche

La descripción literaria del acto sexual no la ha inventado E.L. James, ni mucho menos. Hace siglos, otros autores narraban lo que ocurría entre las sábanas con más humor y mejor ojo clínico

Foto: No apto para niños. (Efe)
No apto para niños. (Efe)

Debemos culpar a nuestro etnocentrismo por esa tendencia a pensar que las novelas eróticas o pornográficas son un producto esencialmente moderno, consecuencia de la libertad sexual recién adquirida o del desarrollo de la sociedad burguesa y sus valores. Por el contrario, el ser humano ha manifestado sus predilecciones sexuales a lo largo de toda su historia, incluso en el período de oscurantismo conocido como Edad Media.

Acaba de darse a conocer que Morrissey, el ex líder de los Smiths, ha sido el ganador del Bad Sex In Fiction Award, ese galardón que reconoce la peor descripción sexual de las novelas modernas y del que ya hemos hablado en otras ocasiones. Con ese motivo, 'The Independent' ha seleccionado una buena candidata si el premio se hubiese entregado en el siglo X. Se trata de una adivinanza anglosajona de la Alta Edad Media que, traducida, vendría a ser algo así como:

Hay un gran número de ejemplos semejantes en la novela medieval, a veces en novelas que fueron prohibidas por su carácter explícitamente sexual

“Soy una maravillosa ayuda para las mujeres,

la esperanza de que algo está por venir. No hago daño

a ningún ciudadano excepto a mi verdugo.

arraigado estoy en un alto lecho.

soy peludo en la parte de abajo. A veces la bella

hija del campesino, preparada, entusiasmada

y orgullosa mujer agarra mi cuerpo,

carga contra mi roja piel, me agarra duramente,

reclama mi cabeza. La mujer

de pelo rizado que me coja rápido sentirá

nuestro encuentro. Su ojo se humedecerá”

La solución al acertijo es sencilla, ¿verdad? Pues no, no se trata de lo que están pensando, sino de la cebolla. Es uno de esos juegos de dobles sentidos tan propios de las culturas tradicionales, que explicitaba de forma indirecta que había determinados temas de los que no se podía hablar y que, en todo caso, la obscenidad se encontraba en el entendimiento del mal pensado.

El cortejo en el medievo

Hay un gran número de ejemplos semejantes en la novela medieval, a veces en obras que fueron prohibidas por su carácter explícitamente sexual. Es el caso de 'El libro de buen amor' del Arcipreste de Hita o 'Los cuentos de Canterbury', la única obra de Geoffrey Chaucer, un clásico de la literatura inglesa que, no obstante, ha sufrido multitud de mutilaciones y censuras a lo largo de los más de seis siglos que han pasado desde su publicación. Un buen ejemplo es el cuento del mercader, una acertada síntesis de erotismo y humor.

En él se narra la historia de Enero, un anciano sátiro de Pavía que, a los 60, tras haber “solazado su cuerpo con las mujeres que le gustaban”, decide tomar una esposa. Eso sí, que “no debe pasar de los dieciséis”: “Mi gusto puede ser el del pescado hecho, pero la carne, joven; un lucio será mejor que un pequeño lucio, pero la carne de ternera joven es mejor que la de buey”. A Enero le gusta presumir de sus capacidades amatorias: “Aunque tenga el pelo canoso, soy el árbol que florece antes de que el fruto madure. Y un árbol en flor no está ni muerto ni seco”. Sí, en esta ocasión, no se refiere precisamente a una cebolla.

En su noche de bodas con Mayo, le pide a su esposa lo siguiente: “No hay buen artesano que efectúe una buena tarea apresuradamente; por ello, tomémonos el tiempo necesario y hagámoslo bien. No importa el tiempo que estemos retozando: los dos estamos atados por el sagrado vínculo del himeneo y nada de lo que hagamos puede ser pecado”. En otras palabras, Enero estuvo “trabajando hasta que empezó a clarear”, probablemente como resultado de su inconfesable impotencia: “Retozaba como un potrillo, farfullaba como una urraca mientras cantaba y hacía voz de falsete, chirriando como un totoposte, la arrugada piel de su cuello se movía flácida arriba y abajo”.

Por favor, no os ofendáis, damas: soy un tipo rudo y no sé andarme con rodeos. Damián no perdió el tiempo: le tiró el sayo para arriba y penetró en ella

Ante el decepcionante desempeño de su esposo en la cama, Mayo termina por buscarse un varón que rinda mucho más, y lo encuentra en el enamorado Damián, con el que finalmente consigue encontrarse en el jardín. Algo que el mercader relata de la siguiente manera: “Él se inclinó doblándose y ella pudo subirse a su espalda, se agarró a una rama y se encaramó. Por favor, no os ofendáis, damas: soy un tipo rudo y no sé andarme con rodeos. Damián no perdió el tiempo: le tiró el sayo para arriba y penetró en ella”. Cuando Enero los sorprende, descubre a su esposa “de una forma que me resulta imposible explicar sin ser rudo”. Es un mecanismo habitual en las descripciones más atrevidas: unir la elipsis con el lenguaje de lo inefable, es decir, no dar detalles pero prometer que estos son muy, muy picantes, y que cada cual imagine lo que quiera.

50 sombras de Margarita

No sólo los hombres escribían novelas eróticas. Uno de los volúmenes con un mayor contenido erótico de la Edad Media es el 'Heptamerón' de la reina Margarita de Valois (consorte de Enrique II de Navarra), una colección de 72 novelas que, al igual que 'Los cuentos de Canterbury', se inspira en el 'Decamerón' de Bocaccio. Aunque por su fecha se escapa a la Edad Media (la autora falleció en 1549 dejando su obra inconclusa), muchas de sus características la convierten en una obra propiamente medieval, como explica José Antonio González Alcaraz en su estudio sobre la obra.

Entre la multitud de historias que los personajes relatan hay lugar, cómo no, a lo sexual. Basta con echar un vistazo a algunos títulos, que parecen salidos de un vídeo porno de Pornhub, para comprobarlo: el séptimo cuento se llama “Un comerciante engaña a la madre de su amante para encubrir su falta”, el octavo “Donde se habla de un sujeto que habiéndose acostado con su mujer, en lugar de con su doncella, envió allí a su vecino, que le puso cuernos sin que su mujer supiese nada” y el número 33, “El clérigo incestuoso”. Este cuenta nada menos que la historia de una religiosa pero incestuosa niña de trece años que se queda embarazada de su hermano, que para más inri es cura, y que finalmente confiesa lo ocurrido.

En “Donde se habla de una bella y joven dama que comprobó la fe de un joven estudiante amigo suyo antes de concederle licencias sobre su honor”, por ejemplo, una atractiva señora pone a prueba a su pretendiente obligándole a dormir en la misma cama sin rozarle un pelo, así como a hacer el amor a otra muchacha pensando que va a encontrarse con ella. “Su infeliz enamorado, creyendo encontrarla tal como ella prometiera, no faltó a la hora prometida, entrando en la habitación lo más suavemente que pudo, y después de que cerrara la puerta y se hubo desnudado y quitado sus borceguíes forrados, fue a meterse en el lecho, donde pensaba encontrar a la que deseaba, y apenas alargó los brazos para abrazar a la que imaginaba su dama, cuando la infeliz muchacha, que creía que el caballero le pertenecía por entero, le echó los suyos al cuello al tiempo que le decía palabras tan cariñosas y con rostro tan amantísimo que cualquiera que no fuera un eremita hubiera perdido el 'paternos ter'”, se puede leer.

Permaneció con ella más tiempo que su marido, y la mujer se maravillaba, pues no estaba acostumbrada a tales noches

En “Habiéndose acostado con su mujer”, una de las doncellas protagonistas participa en una especie de intercambio de parejas 'avant la lettre' y conoce a un hombre que “permaneció con ella más tiempo que su marido, y la mujer se maravillaba, pues no estaba acostumbrada a tales noches”. En 'Los franciscanos' se cuenta la historia de dos religiosos de Niort que “para matar el aburrimiento” decidieron tomar por la fuerza a una batelera “o si se negaba, la tirarían al río” antes de ser humillados al ser descubiertos. Pero quizá la palma se la lleve 'El marido tuerto', sobre una joven esposa que se enamora de un hidalgo y, cuando es descubierta por el tullido marido del título, sale de la habitación dándole un beso en el ojo bueno, mientras su amante es escabulle. Una vez más, humor, amor y una divertida amoralidad, que han caracterizado durante siglos a estas historias picantonas.

Debemos culpar a nuestro etnocentrismo por esa tendencia a pensar que las novelas eróticas o pornográficas son un producto esencialmente moderno, consecuencia de la libertad sexual recién adquirida o del desarrollo de la sociedad burguesa y sus valores. Por el contrario, el ser humano ha manifestado sus predilecciones sexuales a lo largo de toda su historia, incluso en el período de oscurantismo conocido como Edad Media.

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