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Jamás un mapamundi dio más de sí: cómo cambió España el mundo
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ACULTURACIÓN Y EXPOLIO

Jamás un mapamundi dio más de sí: cómo cambió España el mundo

El mercadeo de esclavos, los exploradores, la guerra por un dios único y el control de las rutas marítimas marcaron el inicio del actual concepto de 'mundialización'

Foto: La conquista de la nación azteca. (Diego Rivera)
La conquista de la nación azteca. (Diego Rivera)

"Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora", Antonio Machado.

Cuando Colón o Balboa estaban “amerizando“, no eran conscientes de ser los creadores de la “hispanoglobalización”. Al descubrir la monarquía hispánica el tornaviaje a través de Urdaneta, la ruta de regreso a América desde Filipinas, se hila una cultura de mestizaje, mercantil e integradora, más allá del choque brutal de la guerra como zona de conflicto redentora de la casualidad.

Colón, Vasco de Gama, Elcano, Balboa o Magallanes confeccionan el primer imperio global de la historia conocida. El trajín del mercadeo de esclavos, los exploradores con sus cambalaches, la religión del Dios único y monopolista, creando herejes donde antes había paganismo mondo y lirondo, las codiciadas especias motoras de las más grandes expediciones marítimas, el mestizaje como consecuencia de una necesidad imperiosa confesable; en fin, una nueva dimensión de una humanidad efervescente y bulliciosa en su eterno caminar hacia adelante.

Tras la hazaña sin precedentes de Cristóbal Colón en 1492, le sigue la de los portugueses en 1498 al insertar emporios en la India con la dinámica fluidez comercial característica de nuestros hermanos lusos para la vis comercial. Para cerrar este ciclo glorioso, Magallanes remata de cabeza junto con Elcano la vuelta al mundo entre 1519 y 1522. La mayoría de los economistas sostienen, en contra de bastantes historiadores, que la era de los descubrimientos es la que da origen a la globalización.

Los héroes viven su gloria en un suspiro, en una extraña cronología lineal y llena de sobresaltos

La desestructuración de las comunidades indígenas, la aculturación, el expolio sobrevenido, la violencia militar y las terribles consecuencias de incorporar una adquisición de conquista mediante métodos obvios en una confrontación bélica sobrevenida forman parte de la devastadoras reglas de un juego maldito que habita en la profunda fosa abisal de la condición humana. Las categorías étnicas y estamentales que 'a priori' segregaban acabaron fusionándose a través del mestizaje, diluyendo al conquistador y al conquistado en la misma categoría de iguales –al menos ante las inexorables leyes de la vida–, aunque con suerte desigual en lo estamental. Castas siempre ha habido.

Los tres grandes hitos de la conquista –o descubrimiento de lo ya existente– fueron aniquilados por las caprichosas veleidades del destino. Colón murió sin reconocimiento y en la pobreza; Magallanes en una playa del Extremo Oriente combatiendo frente a un sol de justicia a unos exaltados que querían echarlo de sus posesiones naturales. Balboa moriría colgado en Acla por el infame y vengativo Pedrarias. Los héroes viven su gloria en un suspiro, en una extraña cronología lineal y llena de sobresaltos .

Pero la posibilidad de convertir el globo en una gran autopista era ya imparable. En 1521 Hernán Cortes ya habría propuesto al emperador Carlos V seguir financiando la inercia este –oeste. Pero este impulso definitivo lo aportaría el ínclito vasco Urdaneta, uno de los muchos pilotos que llevarían las naves castellanas a encoger la tierra en menos de un siglo. El famoso tornaviaje, la vuelta desde Filipinas hasta Acapulco con su duración de cuatro meses, asombraría a la humanidad por sus capacidades y latencias, y, de paso, de sus limitaciones.

Cuando los 'cucos' y cultos jesuitas visitaron la Ciudad Prohibida en 1600, rodeados de una enorme cohorte de mandarines con sus pulcras cabezas rasuradas y túnicas doradas, ya habían hecho gala de su proverbial habilidad diplomática. Confeccionaron para tal efecto un mapamundi en el que casualmente China ocupaba el centro de la engañifa. Con buen criterio, uno de los gerifaltes locales argumentaría que si el mundo era redondo, ¿por qué China iba a estar necesariamente en el centro?, a lo que el relator Diego Pantoja, escribano en funciones de aquel surrealista evento diplomático y espadachín del verbo sin par, argumentará no sin temor por su pescuezo que China era lo más grande en el contexto internacional. Tras esta ágil respuesta, todos los concurrentes respiraron aliviados.

Los defensores de la historia global ven la historia universal como un sumatorio de culturas sin una relación previa o antecedente, mientras que la historia global ve a la humanidad como un todo conectado. Quizás esta sea la corriente a navegar. Hay quienes sostiene que las dos revoluciones industriales inglesas del siglo XIX –sin olvidar la agrícola, que tuvo su miga– son las que dan el impulso definitivo a la globalización. Y tal vez hay que tener cierta serenidad estomacal y pocas perturbaciones digestivas, si no es imposible darle cuerda al magín.

El mestizaje producto de las conquistas y las transacciones económicas a gran escala produjeron un concepto de 'globalización' adelantado 500 años

Aquel inmenso imperio sin nombre que conocemos como el 'imperio español' jamás se llamó así. Como mucho fue la monarquía española o la monarquía hispánica; sea como fuere jamás un mapamundi dio tanto de sí. La mezcla de lo étnico, lo comercial, el jeroglífico de lenguas con inserciones del castellano por doquier, el real de a ocho (el euro de la época), un mestizaje enriquecedor, el arte y sus fusiones sobrevenidas, la cocina como elemento centrípeto y de fácil difusión, y la enorme fortuna de que nuestros hermanos portugueses, por los azares de la historia, se unieran a nosotros para compartir una historia común crearon un concepto de globalización adelantado en 500 años al que hoy parece doctrina canónica geopolítica .

El cosmopolitismo de la apertura de mercados – aunque fuera en contra de nuestros intereses– introdujo a los holandeses e ingleses en el 'cotarro'. Lacas, porcelanas, algodón, lino, cacao, café y sedas comenzaron a instalarse en el mundo “civilizado” de forma paulatina. Por contra, hay que recordar que la mundialización no fue un proceso pacífico. La colisión cultural entre los dos continentes adquirió a veces tintes apocalípticos. La pérdida de los rasgos propios de los pueblos invadidos fue fagocitada por la potencia imparable del imperio español y, más tarde, por las otras potencias europeas. Obviedades del 'si vis pacem, para bellum'…

Finalmente, el sincretismo de lo pagano –con todo el respeto del significado primigenio de esta palabra– se amalgamó con la potencia difusora del catolicismo, aunque este viniera acompañado de palo y la zanahoria, y algunos arcabuces de complemento. Los nativos llegaron a la conclusión de que sus creencias, como las de todo quis-que, eran esencialmente íntimas y, por ello, inescrutables a los ojos de los pesquisidores, y que con decir 'vale' y 'ora pro nobis' la cosa quedaba arreglada .

Total, que lo que hoy está de moda y es novedad desde hace un cuarto de siglo: la globalización, ya lo habían patentado los Austrias durante la enorme épica de la conquista española e hispano-portuguesa en aquella breve joint venture o liaison que el viento se llevó.

Cuánto desmemoriado descarriado.

"Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora", Antonio Machado.

Globalización Monarquía
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