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La psicología explica por qué los listos cometen estupideces tan grandes
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LOS SESGOS DEL RAZONAMIENTO MÁS PELIGROSOS

La psicología explica por qué los listos cometen estupideces tan grandes

Hasta los más inteligentes pueden comportarse de forma ridícula. Ellos también están expuestos a los prejuicios que perjudican al resto de los mortales y a unos cuantos más por su posición privilegiada

Foto: Es listo, atractivo y un gran líder, pero no tiene ni idea de lo que está haciendo. (iStock)
Es listo, atractivo y un gran líder, pero no tiene ni idea de lo que está haciendo. (iStock)

El ser humano en general y el español en particular tiende a pensar que los demás son mucho más idiotas que él, una cualidad que, a medida que dicha persona asciende en la escala social (políticos, celebridades, seleccionadores de fútbol) parece acentuarse. En lo que no solemos reparar es en que algo debe haber en esas personas, más allá de su incompetencia, que las haya colocado en la posición en la que están. En otras palabras, hay gente que dirige nuestras vidas que no es tan tonta como parece.

En muchas ocasiones, la diferencia se encuentra en que se ven obligados a tomar decisiones complejas que no pueden satisfacer a todo el mundo. Los diferentes sesgos cognitivos que determinan la conducta del ser humano son los culpables de que incluso las personas más inteligentes se equivoquen ante la sorpresa de los demás, que ven cómo ese animal llamado hombre se tropieza una, dos, tres e infinitas veces en la misma piedra sin que nadie se lo advierta.

Cuando nos vemos obligados a tomar decisiones continuamente, dedicamos mucho menos tiempo y esfuerzo a cada una de ellas, algo que puede ser fatal

El concepto de sesgo cognitivo fue de hecho introducido por Daniel Kahneman y Amos Tversky a principios de los años setenta, especialmente en lo concerniente a la toma de decisiones en la ciencia económica, donde existe un alto grado de incertidumbre. Los economistas son, al igual que políticos u otros gestores, personas acostumbradas a tratar con grandes cantidades de información contradictoria que conduce a tomar atajos heurísticos que se apartan de los principios básicos de la posibilidad. Vaya, que toman el camino más sencillo y conocido.

Avaros cognitivos

Uno de los sesgos que afectan más a menudo a los seres humanos es el del avaro cognitivo, una teoría de cognición social que fue presentada por Susan Fiske y Shelley Taylor en 1991. En resumidas cuentas, cuando el mundo a nuestro alrededor es complejo, tendemos a seleccionar únicamente aquella información que se adapte y confirme nuestras creencias, de forma que reduzcamos nuestro esfuerzo mental. Es, al mismo tiempo, una mentalidad irracional y racional: irracional porque nos empuja a olvidarnos de toda aquella información que contradice nuestro punto de vista y que configura una visión más fiel de la realidad, pero racional porque, si no utilizásemos dichos atajos, nos resultaría imposible enfrentarnos a la infinidad de información que compone el mundo.

Esto se agrava en los momentos en los que el responsable de una empresa o un político debe tomar un gran número de decisiones en muy poco tiempo, lo que provoca que dedique mucho menos tiempo y esfuerzo a cada una de ellas. Hay veces que nos llevamos las manos a la cabeza por alguna desafortunada decisión tomada en las altas esferas. Lo más probable es que nosotros dispongamos de una mayor información de dicho tema, quizá porque es nuestra especialidad, que la que tiene esa persona supuestamente inteligente. No hay que preocuparse, es algo que nos ocurre a los periodistas continuamente.

El efecto Dunning-Kruger

Cabe otra posibilidad, y es que las personas aparentemente inteligentes en realidad sean mucho más estúpidas de lo que parecen. En definitiva, que sean tan tontas hasta el punto de que confían excesivamente en su ignorancia, lo que le conduce a comportarse con tal seguridad que pasan ante los demás por ser personas muy listas al no tener (equivocadamente) ninguna duda sobre sus creencias. Es lo que asegura el efecto Dunning-Kruger, que señala que “los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas”. Ello les lleva a infravalorar a los demás, es decir, a los que dudan y, por lo tanto, parecen menos inteligentes que el resto.

En realidad, deberíamos fiarnos muchos más de esas personas que no son capaces de decidirse por una u otra opción. Como señalaban los autores que dan nombre al término en su investigación de 1999, las personas más competentes tienden a infravalorar sus habilidades, puesto que disponen de más información para contradecir sus esquemas mentales.

Ilusión de control

Quizá sea uno de los sesgos menos habituales para la mayor parte de nosotros que, presa de la ansiedad, tendemos a pensar que las cosas nos van a ir mal o regular en el futuro. Por el contrario, muchas personas inteligentes (especialmente aquellas que han conocido el éxito) tienden a sufrir de la conocida como “ilusión de control”, que provoca que sobrevaloremos nuestra influencia personal sobre el entorno que nos rodea, y en el que realmente participan multitud de factores que escapan a nuestro control.

Cuando alguien llega lejos, empieza a rodearse por personas que, en lugar de sacarle de sus errores, le dan la razón en todo, incluso cuando se equivocan

Como explica un estudio publicado en 'Experimental Psychology', no se trata tanto de una motivación social y de protección de la autoestima como de que lo verdaderamente influyente es la probabilidad de acción. Es decir, aquellas personas que deben tomar cartas en un asunto para obtener un resultado determinado tienen más probabilidades de sufrir esta clase de ilusión que aquellas que son meros espectadores. Los que tienen una mayor responsabilidad entre manos son víctimas potenciales de este sesgo.

Los “yes men”

Hay otro factor importante a la hora de entender cómo funciona la cabeza de personas con un gran talento que pueden haber llegado muy lejos por sus propios medios. Una vez que estas ocupan una posición de responsabilidad, empezarán a rodearse de asesores que, en teoría, deberían ocuparse de recabar la información de la que ellos carecen por cuestión de tiempo. El problema es que muchos de ellos son los conocidos como “yes men”, que en lugar de llevar la contraria a sus superiores, condicionados por sus sesgos cognitivos, les dan la razón, especialmente si ello les va a resultar más cómodo que sugerir que esa gran idea que se les acaba de ocurrir quizá no sea tan sensacional. Mientras que la mayor parte de nosotros suele tener al lado a una madre, padre, novia, novio o cuñado que nos saque del error, la espiral del silencio del poder provoca que los líderes no cuenten con otro punto de vista.

El ser humano en general y el español en particular tiende a pensar que los demás son mucho más idiotas que él, una cualidad que, a medida que dicha persona asciende en la escala social (políticos, celebridades, seleccionadores de fútbol) parece acentuarse. En lo que no solemos reparar es en que algo debe haber en esas personas, más allá de su incompetencia, que las haya colocado en la posición en la que están. En otras palabras, hay gente que dirige nuestras vidas que no es tan tonta como parece.

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