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El experimento que desvela cómo piensas de verdad cuando estás borracho
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EL INSOPORTABLE UTILITARISMO DEL EBRIO

El experimento que desvela cómo piensas de verdad cuando estás borracho

¿Qué clase de decisiones tomamos cuando nos hemos pimplado unas copas de más? Un experimento realizado en bares franceses ha llegado a una conclusión que parece contradecir nuestros prejuicios

Foto: ¿Cómo funciona la mente de estos dos personajes? (iStock)
¿Cómo funciona la mente de estos dos personajes? (iStock)

Existe un gran número de tópicos populares sobre los borrachos. El más famoso de ellos seguramente sea el de que, como los niños, siempre dicen la verdad. Otros tantos se corresponden con los efectos que el alcohol causa en nuestro comportamiento: cuando estamos borrachos somos más atrevidos, perdemos la vergüenza, nos empiezan a dar igual ciertas convenciones sociales, infravaloramos los riesgos que hay a nuestro alrededor (es decir, nos pedimos otra copa más que nos pasará factura al día siguiente) y nos prestamos a embarcarnos en complejas empresas que se nos olvidarán poco después.

Lo que resulta mucho más complicado es entender cómo funciona la lógica del borracho y sus emociones. ¿Es más idealista o más práctico? ¿Nos convierte el alcohol en bonachones, como sugieren esos brindis por la amistad que se prodigan en las noches toledanas, o en egoístas? ¿Por qué, si estamos intoxicados, tenemos la sensación de que estamos más lúcidos que nunca? Con el ánimo de responder a dichas preguntas, Aaron Duke, psicólogo de la Universidad de Yale y Grenoble, se embarcó en un peculiar experimento en los bares de la ciudad francesa en la que trabaja.

Durante mucho tiempo se pensaba que la opción utilitarista era elegida por la gente más racional, pero el resultado muestra que no tiene por qué ser así

Duke y su equipo cogieron a 103 personas de dos bares de Grenoble y les presentaron un dilema ético clásico, el del tranvía, para que lo contestasen. Acto seguido, tomaron muestras de la sangre de todos ellos, y compararon las dos medidas. Los resultados han sido publicados en la revista 'Cognition', y resultan mucho más sorprendentes de lo que cabría esperar, porque contradicen lo que los autores probablemente esperaban encontrar.

La moral de los dipsómanos

El dilema del tranvía, que fue ideado por la filósofa británica Philippa Ruth Foot, es ampliamente conocido y se utiliza comúnmente en las clases de ética, pero también en las discusiones sobre derecho penal. El planteamiento es el siguiente: “En la vía del tranvía hay cinco personas atadas por un terrorista. Sin embargo, es posible pulsar un botón que llevará al tranvía por otra vía alternativa, aunque hay una persona atada en ella. ¿Qué harías?”. Si no pulsamos el botón, morirá un mayor número de personas, pero si lo hacemos, estaremos tomando partido y provocando que un inocente pierda la vida debido a nuestra decisión. Aunque racionalmente sería preferible el mal menor (adiós, hombrecillo de la vía), muchas personas suelen decantarse en primer lugar por la inacción, puesto que aunque muriesen cinco personas, no cargarían con el peso de haber tomado una decisión que ha conducido a la pérdida de una vida humana. Ahí está el dilema.

No fue ese el único problema ético planteado por los investigadores, sino también el del puente, muy semejante al otro, solo que cambiando la ambientación. Pues bien, los investigadores descubrieron que a medida que la ingesta alcohólica aumentaba, los participantes tenían una mayor propensión a matar al inocente para favorecer a las otras cinco personas. En definitiva, a abrazar la solución más utilitarista, en la que se calculan los costes y beneficios de cada acción y se toma partido en razón de ello. Una respuesta en apariencia previsible pero que tiene significativas implicaciones éticas.

Para empezar, porque, como declaró Duke a 'The Atlantic', “esto contradice la noción de que las preferencias utilitarias son el mero resultado de una mayor deliberación”. Es decir, dicha teoría señala que tarde o temprano todos terminaríamos adoptando la decisión más efectiva (“vale, que muera uno, porque así salvaré la vida a cinco”), ya que el tiempo nos ayuda a deshacernos de nuestras primeras reacciones, más emocionales (“¿cómo voy a ordenar yo que muera alguien?”). Sin embargo, en este caso ocurre todo lo contrario: en un ambiente más distendido y menos reflexivo en apariencia, la respuesta es la misma. “Hay una argumentación que defiende que la ética utilitaria es correcta porque está asociada con la gente menos emocional”, explicaba el autor. Pero los resultados señalan lo contrario.

Estoy borracho, déjame en paz

Los investigadores analizan lo ocurrido a partir de la teoría del procesamiento dual de la psicología moral propuesta por Joshua Greene, que señala que los humanos tomamos nuestras decisiones basándonos tanto en nuestro sistema cognitivo racional como en nuestras emociones. Precisamente, el alcohol provoca que nuestro razonamiento se ofusque y que nuestros sentimientos se alteren, por lo que este experimento puede servir para entender de qué manera funciona nuestra moral y si de verdad el consumo de sustancias puede alterar nuestros juicios morales.

El alcohol nos lleva a sentir una menor empatía hacia las personas que nos rodean

Así visto, puede parecer que los borrachos son menos emotivos y más fríos que el resto de personas, puesto que ese es el argumento que se ha utilizado para describir las lógicas utilitaristas. Sin embargo, en el caso de los borrachos no se trata tanto de que su aplicación de la lógica sea implacable como que, debido a su estado, y por la misma razón por la que no dudarían en tirarle los tejos a una persona a la que sobrios no se habrían acercado, infravaloran las consecuencias de sus actos y sienten una menor empatía hacia aquellos que los rodean. En este caso, el pobre tipo que sería arrollado nos importa tan poco como lo que pensarán los demás después de que nos hagan la cobra.

Hay otro matiz importante en las explicaciones que propone el autor. El ambiente en el que se realiza la encuesta, así como las cantidades de alcohol que corren por las venas de los encuestados, provocan que los participantes del estudio no tengan en cuenta algunas de las implicaciones del dilema, por lo que se afronta de manera más simple que si estuviesen completamente sobrios. No se trata ni de un aula ni de la vida real, sino de un bar. En resumidas cuentas, si algún día un terrorista nos secuestra y nos ata a una vía, crucemos nuestros dedos para que al negociador no se le haya ido la mano con los gin-tonics.

Existe un gran número de tópicos populares sobre los borrachos. El más famoso de ellos seguramente sea el de que, como los niños, siempre dicen la verdad. Otros tantos se corresponden con los efectos que el alcohol causa en nuestro comportamiento: cuando estamos borrachos somos más atrevidos, perdemos la vergüenza, nos empiezan a dar igual ciertas convenciones sociales, infravaloramos los riesgos que hay a nuestro alrededor (es decir, nos pedimos otra copa más que nos pasará factura al día siguiente) y nos prestamos a embarcarnos en complejas empresas que se nos olvidarán poco después.

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