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1-1-1936: los nazis, la Orden Negra y la búsqueda del poder oculto
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CUANDO LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA SE VA DE MADRE

1-1-1936: los nazis, la Orden Negra y la búsqueda del poder oculto

El que fue el mejor y más calificado espionaje de aquel tiempo, compartía mesa, mantel e información altamente confidencial con los integrantes de la famosa cofradía de la Orden Negra

Foto: El congreso de Nuremberg en 1937. (Corbis)
El congreso de Nuremberg en 1937. (Corbis)

Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea.

–Stefan Zweig

Entre algunas confortables mentiras y muchas verdades distorsionadas, una domesticada humanidad ha ido avanzando por la vereda del conocimiento oficial hasta llegar a un grado de enajenación razonable que le ha permitido su supervivencia sin cuestionarse demasiado el precio de su ignorancia.

La sabiduría, un difícil objetivo por su alejamiento de la limitada comprensión humana, un camino de espinas y desengaños que exige grandes dosis de autocrítica para avanzar, donde la incertidumbre anida en los vastos terrenos del espejismo de la lógica formal y, cuya obtención no es sinónimo de éxito sino de humildad; para aquellos contados que la han alcanzado en este vasto erial, ha sido como encontrar el ubicuo Mar de la Serenidad búdica o Nirvana.

Lo que caracterizaría a este iluminado de bajo voltaje en su cruel deambular por esta vida sería su inveterada afición por el esoterismo puro y duro

Mentes amorales, refinados psicópatas al asalto del poder, uniformados sin escrúpulos y políticos narcisistas de barbero y manicura semanal, asaltaron Alemania y a sus disciplinados pobladores en el interregno de la República de Weimar con el claro propósito de usar todos los medios a su alcance para doblegar cualquier forma de pensamiento incompatible con sus brutales métodos. Entonces, mediado el siglo pasado, en uno de los amaneceres cíclicos de la locura, cuando despuntaba la II Guerra Mundial y el infierno reclamaba sus derechos para satisfacer su incontinencia tras un ayuno de escasa duración, en un secretísimo departamento de la inteligencia militar alemana dirigida por el almirante Canaris, la Abwehr, se solapaba un grupo de iluminados investigadores de lo esotérico.

La cofradía de la Orden Negra

El que fue probablemente el mejor y más calificado espionaje de aquel tiempo, compartía mesa, mantel e información altamente confidencial, con los elementos que integraban la famosa cofradía de la Orden Negra de la que Heinrich Himmler era el gerifalte más destacado.

Heinrich Himmler era un genocida de profesión dedicado en cuerpo y alma a la búsqueda de la pureza racial, objetivo del que quedaban excluidos majaderos como él. Rubricaba con firma impecable, tinta china, papel verjurado y uso profuso del lacre –quizás por el simbolismo sanguíneo que encerraba– condenas que implicaban millones de ejecuciones de desgraciados que se habían cruzado en su camino por azares del destino. Era un psicópata de manual calificado como tal a día de hoy por concluyentes estudios, además de por los hechos vergonzantes que cometió amparado en la más absoluta impunidad.

Su afinidad por lo esotérico, las ideas de origen hindú, las medicinas alternativas, y su aspecto puro de intelectual al uso de la época, le conferían ante sus alucinados pares un ascendente espectacular, cuando en realidad era un mequetrefe del tres al cuarto que durante la defensa del Frente del Vístula en los últimos días del III Reich, manifestó gravísimas carencias en la ejecución de órdenes elementales. Su arrogancia era tan imperativa que ni siquiera los generales de estado mayor osaban discutir sus delirantes órdenes; sabían que iban a una muerte segura y punto.

Pero lo que caracterizaría a este iluminado de bajo voltaje en su cruel deambular por este tránsito llamado vida, sería su inveterada afición por el esoterismo puro y duro. Amparado en la invulnerabilidad que emana de una arrogancia enfermiza, contribuyó al diseño de la todopoderosa Sociedad Ahnenerbe, nido de atildados arqueólogos con sobrepeso de gomina especializados en civilizaciones antiguas y provenientes de la flor y nata del nacionalsocialismo. Esta sociedad era una especie de división ocultista y sancta sanctorum hermético de las tropas de choque del III Reich, las temidas y tristemente famosas SS.

Oficiales de las SS como Otto Rhan recorrieron desde Carcasona hasta el Atlántico cientos de kilómetros haciendo preguntas incómodas a eruditos o lugareños

La misteriosa Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte Deutsches Ahnenerbe (Sociedad para la investigación y enseñanza sobre la herencia ancestral alemana), no reparó en medios desde su fundación en Berlín el 1 de enero del año 1936 .Como indica el periodista Lorenzo Fernandez Bueno en su interesante libro Templarios, nazis y objetos sagrados (Ed. Luciérnaga), durante los diez años de actuaciones registradas de esta impenetrable sociedad , visitaron los cuatro confines de la tierra.

Una búsqueda aventurera

Persiguiendo el tesoro visigótico –para ser más precisos el Tesoro Antiguo– desde la Septimania francesa hasta la hispánica Toledo y más tarde, hacia su posible último destino registrado en Cádiz antes de embarcar hacia lo desconocido; el seguimiento del enorme tesoro expoliado del templo de Yahveh por el emperador romano Tito en el año 70 a.n.e., sufrió un sinnúmero de vicisitudes.

Atildados oficiales de las SS, como es el caso de Otto Rhan, recorrieron desde Carcasona hasta el Atlántico cientos de kilómetros inasequibles al desaliento haciendo preguntas incómodas a eruditos o lugareños. En el Tíbet removieron los lamasterios, gompas y estupas y hasta las cavernas que albergaban a serenos ermitaños con tal de encontrar indicios de Shangri La, utopía mítica donde supuestos seres inmortales habitaban entre las costuras de los Himalayas.

En Etiopía estuvieron buscando el Arca de la Alianza (y anda que no hay pocas en la antigua Abisinia) para verificar sus pretendidos mágicos poderes. De Austria se llevaron la espada de Longinos –el centurión que atravesó con su herramienta de guerra a Jesús el Cristo- y que curiosamente más tarde sería canonizado como santo por la Iglesia Católica en un inextricable malabarismo teológico.

En Argentina se empeñaron hasta las cejas en la búsqueda del famoso Bastón de Mando Simihuinqui, elaborada joya con poderes sobrenaturales –decían–, con un acabado en basalto que es una obra de orfebrería imperecedera y una datación de carbono de cerca de ochenta siglos ni más ni menos, cuando se supone que in illo tempore la tierra estaba habitada por una lista zoológica de nombres impronunciables, donde las piedras y poco más eran las que tenían todo el protagonismo, si lo que nos cuenta la historia oficial es verdad.

Además, también les dio por emprenderla con la Mesa de Salomón, pero al parecer ésta, estaba entrenada para escaparse de estos peculiares depredadores de lo mistérico y mágico, por darles una ligera pátina de cultura a estos rubicundos teutones disfrazados de una parafernalia de calaveras, parches oculares e inquietantes anagramas.

Al final de tanto delirio de grandeza, la ambición desmedida del Reich de los mil años, acabaría finiquitada por unas pequeñas cápsulas de cianuro. Paradigmas de la locura cuando cabalga desbocada.

Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea.

Heinrich Himmler
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