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Por esto se rompen las relaciones: los 7 rasgos que abocan al fracaso
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Por esto se rompen las relaciones: los 7 rasgos que abocan al fracaso

Está claro que no le podemos caer bien a todo el mundo, pero limar nuestros defectos es todo un signo de madurez que nos ayudará a integrarnos mejor en la sociedad y a pasar desapercibidos

Foto: Así de primeras: ¿te cae bien o mal? Pocas personas son capaces de obviar sus prejuicios. (iStock)
Así de primeras: ¿te cae bien o mal? Pocas personas son capaces de obviar sus prejuicios. (iStock)

La naturaleza humana está plagada de infinitos matices que marcan la diferencia entre los diferentes individuos que formamos parte de esta especie. Sin embargo, a pesar de estos defectos o particularidades, también somos seres acostumbrado a vivir en sociedad, a relacionarse, buscar un bien común y estar en compañía de otros seres humanos con los que se tiene afinidad.

Son estos los motivos por los que tanto nos importan nuestras relaciones sociales y por los que intentamos esconder al máximo nuestras carencias, mientras que tratamos de mostrar nuestros puntos fuertes y sacar partido de ellos. Hay personas que son un auténtico prodigio a la hora de conseguir aprovechar sus virtudes, pero no nos engañemos, nuestra naturaleza humana es imperfecta y hasta la persona más sociable o con más confianza tiene debilidades, dudas sobre sí mismo y le rodea una serie de rasgos que no le permiten desarrollar planamente todas sus relaciones sociales.

En ocasiones nos empeñamos en dar más importancia de lo debido a nuestras carencias, mientras que olvidamos nuestros puntos positivos, otros signos que también nos pueden pasar factura. Y aunque no lo creamos, en determinados aspectos, existen numerosos rasgos coincidentes entre unos y otros. Desde Business Insider recogen algunos de los más llamativos.

1. El excesivo apoyo

Muchas personas se acaban amargando porque no se parecen en nada al resto de sus amigos o entorno familiar. Sin embargo, no es tan habitual hablar de aquellos casos en los que existen demasiadas similitudes entre unos y otros. Encontrar afinidad con nuestros círculos más cercanos es un auténtico privilegio, pero en muchas ocasiones se cae en el error de una excesiva retroalimentación. Ni nuestro amigo tiene por qué ser el más inteligente del mundo, ni nuestros planes los mejores, ni nuestra novia la más guapa, ni nuestra madre la mejor cocinera de croquetas. El sentimiento de orgullo y de pertenencia a un grupo es un lujo, pero hay que tener claro que cada persona somos un único ser, con nuestras opiniones y particularidades.

2. El sabelotodo

Desarrollar el intelecto y fomentar el conocimiento debe ser una prioridad que todos debemos tener en cuenta, pero a menudo junto a la expansión del saber se desarrolla un aspecto no tan positivo: la pedantería. En la realidad, el típico cerebrito que sabe mucho de todo menos de relaciones sociales es un retrato muy común en todos los entornos. En este caso, el problema no reside en el exceso de conocimiento, sino en cómo este nos puede alejar de la realidad y de las relaciones banales que tanta importancia tienen en el día a día. No siempre habrá un clima propicio para discutir sobre El Príncipe de Maquiavelo o el Ulises de James Joyce.

3. El que lleva la contraria

Por mucho que lo queramos no somos siempre objetivos. Si hemos hablado de aquellas veces en las que nos dejamos llevar y sobrevaloramos nuestro entorno, también puede ocurrir todo lo contrario y con determinadas personas, o ante determinadas situaciones, simplemente llevamos la contraria por el único motivo de dar una respuesta negativa. Es evidente que debemos tener una visión crítica que nos permita rechazar aquello con lo que no estamos de acuerdo, pero en ocasiones podemos llegar a ser demasiado ‘tocanarices’. Un estudio demostró que en los sitios públicos en los que aparecían letreros que prohibían las pintadas se acababa produciendo un efecto llamada hacia los grafiteros. Por tanto, la próxima vez que nos vayamos a negar algo, quizá sea mejor pensarlo un par de veces para saber si realmente lo rechazamos.

El sentimiento de orgullo y de pertenencia a un grupo es un lujo, pero hay que tener claro que cada persona es un único ser

4. El excesivo postureo

Presumir es un acto casi tan antiguo como el ser humano, pero el auge de redes sociales como Facebook o Instagram lo han llevado hasta límites insospechados. Hasta cierto punto es normal tener más ganas de compartir los éxitos que los fracasos, pero el exceso puede llegar a generar una falsa percepción de la realidad en la que nos obliguemos a subir contenidos que hagan creer que estamos realmente contentos, cuando ocurre todo lo contrario y, además, nos acabemos retroalimentando negativamente del resto de contenidos exagerados que comparten nuestros contactos.

5. El hombro en el que llorar

La amabilidad, la empatía y capacidad de escuchar al resto son virtudes que, por desgracia, escasean en una sociedad que fomenta el individualismo extremo. Aunque a todos nos encantaría encontrarnos con perfiles de personas que cumplan estas características, tampoco es recomendable excederse en ellas, puesto que no todos los problemas del resto tienen por qué afectarnos, ni tenemos por qué ser el hombro en el que pueda llorar las penas todo aquel que nos rodea. Primero porque en muchas ocasiones si damos la mano nos cogen el brazo y, segundo, porque involucrarse en exceso en otros problemas nos puede generar una carga mental y una infelicidad que no tenemos por qué soportar.

6. Estereotipos

Categorizamos constantemente todo lo que nos rodea: bueno, malo; divertido, aburrido; trabajo, ocio… Estas etiquetas las utilizamos en todos los ámbitos de nuestra vida, desde el mundo profesional hasta nuestro círculo más cercano o privado, lo que en ocasiones nos puede llevar a prejuzgar a las personas a simple vista. Posiblemente a todos nos ha ocurrido que en alguna ocasión nos haya sorprendido gratamente una persona que en un primer momento no nos acababa de convencer porque la habíamos catalogado en una posición o tribu social alejada de lo que consideramos semejante a nosotros. Esta sensación es muy placentera, pero en muchas ocasiones no la llegamos a vivir por caer en el error de estereotipar, lo que también nos puede llevar a terminar rodeados de personas aparentemente similares a nosotros y a tener un círculo demasiado cerrado y poco heterogéneo.

7. La dependencia desmedida

El apego es una de las sensaciones más bonitas relacionadas con el querer y el amar. Crear un vínculo profundo y una asociación con una persona es de lo más bonito que se puede vivir, pero en muchas ocasiones no es sencillo detectar dónde está la línea de la dependencia que no debe traspasarse para no caer en el error de ser posesivo con quien queremos o que nos aparezca la necesidad de su presencia para llevar a cabo un plan. Cada persona debe tener su propio ámbito privado y debe respetar de la misma forma el del resto.

La naturaleza humana está plagada de infinitos matices que marcan la diferencia entre los diferentes individuos que formamos parte de esta especie. Sin embargo, a pesar de estos defectos o particularidades, también somos seres acostumbrado a vivir en sociedad, a relacionarse, buscar un bien común y estar en compañía de otros seres humanos con los que se tiene afinidad.

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