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"El humanismo es fofo, hipócrita y estrecho": la nueva idolatría que niega al hombre
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"El humanismo es fofo, hipócrita y estrecho": la nueva idolatría que niega al hombre

Cada vez más voces recuerdan que la obsesión por traducir a datos todos los aspectos de la vida del ser humano puede eliminar la esencia de su vida: es la era del posthumanismo, según Leon Wieseltier

Foto: ¿Tiene el hombre el mundo en sus manos o, más bien, son los datos quienes manejas al hombre? (iStock)
¿Tiene el hombre el mundo en sus manos o, más bien, son los datos quienes manejas al hombre? (iStock)

Lo cuenta John Gill en un artículo publicado en Times Higher Education (THE), una publicación dedicada al mundo universitario. Las universidades, asegura, viven instaladas en dos cultos que perjudican la tarea de los docentes: por una parte, el trabajo continuo durante las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Por otro, el culto a las métricas, denunciadas por el profesor de Estructura Biológica del Imperial College de Londres Stephen Curry. La universidad se rige por “números (ingresos, gastos, impactos y la satisfacción del estudiante”), como explicábamos en un reciente artículo sobre el auge de la burocracia entre la profesión docente.

No es algo completamente inútil, recuerda el profesor, salvo que se utilicen los datos de una manera incorrecta o confiando demasiado en ellos, como ocurre ahora, lo que crea “un nudo gordiano que está ahogando la vida académica”. Hay determinados aspectos de la experiencia humana que no se pueden cuantificar, puesto que si se hace, corren el riesgo de perder lo verdaderamente sustancial. Es lo mismo que denuncia el filósofo y antiguo editor literario de The New Republic Leon Wieseltier en una columna publicada en The New York Times: vivimos en una era de cambio de paradigma y, como en todo momento de cambio, hemos abrazado la constante cuantificación de todo sin que entendamos completamente las consecuencias que ello puede tener: “Todas las tecnologías se adoptan antes de que se comprendan totalmente”, advierte.

La obsesión por la información, el desprecio del conocimiento

Esta nueva era está definida por una promesa: la cuantificación como la “influencia más apabullante sobre el entendimiento de los americanos de, bueno, todo”. Y quien dice Estados Unidos, dice el mundo occidental al completo. Del rendimiento de cada trabajador a las decisiones académicas pasando por la economía, la sociología, la literatura y el periodismo, todo parece ser traducido en datos que decidirán nuestro futuro. Pero, como recuerda el veterano columnista, “hay 'métricas' para fenómenos que no se pueden medir de esa forma. Valores numéricos se asignan a cosas que no pueden ser reducidas a números. Los conceptos económicos devastan los reinos no económicos: ¡los economistas son ahora nuestros expertos en felicidad!

La velocidad con la que obtenemos datos es inversamente proporcional al tiempo que pasamos reflexionando sobre ellos

De entre todos los adelantos tecnológicos de las últimas décadas, quizá el más decisivo haya sido “las casi inimaginables capacidades para generar datos” que han propiciado “una idolatría”. A los efectos aparentes de este estado de las cosas (control del trabajador, vigilancia global, olvido de la vida espiritual del hombre) hay que añadir uno que engloba todo ello: “La distinción entre el conocimiento y la información es algo del pasado, y no hay nada más desgraciado que estar pasado de moda”. La velocidad con la que obtenemos datos es inversamente proporcional al tiempo que pasamos reflexionando sobre ellos.

placeholder Leon Wieseltier.

Como recuerda Wieseltier, ello ha dado lugar a una distinción entre aquellas disciplinas válidas y las que no lo son. Mientras en un pasado el humanismo apostaba por el saber por el saber, en el siglo XXI tan sólo aquello que puede ser traducido en términos científicos es válido: “La noción de que las dimensiones inmateriales de la vida deben ser explicadas en términos materiales, y que el entendimiento no científico debe ser trasladado a términos científicos si quiere contar como conocimiento, es cada vez más popular dentro y fuera de la universidad, donde las humanidades son menospreciadas como blandas, poco prácticas y no lo suficientemente nuevas”.

Una advertencia semejante a la que realizaba el Pulitzer Edward O. Wilson cuando apostaba por “promocionar las humanidades, que son lo que nos hacen humanos, y no usar la ciencia para hacer el tonto con esa fuente inagotable que es el absoluto y inigualable potencial del futuro humano”. No, recuerda Wieseltier: ni el sexo es únicamente una necesidad biológica, ni la mente es el cerebro, ni la literatura o el teatro importan porque nos pueden conseguir un mejor trabajo.

Viviendo en la era del posthumanismo

Según afirma el escritor, vivimos en una época en la que la visión del mundo imperante es la que él denomina como “posthumanista” y que, como su propio nombre indica, se define en relación al humanismo tradicional que consiste, en opinión del autor, de una mezcla de pedagogía y visión del mundo. “La pedagogía consiste en el currículo Occidental de la filosofía y literatura clásicas que entran en erupción en su redescubrimiento en Europa durante los primeros siglos de la modernidad y en los ideales del refinamiento personal a través del estudio de los textos y la experiencia estética que legó, o que fue desarrollada bajo su inspiración, en los siglos 'ilustrados' del XVIII y el XIX, y finalmente culminó en programas de educación en humanidades en las universidades modernas. La visión del mundo implica la centralidad del hombre en el universo y la irreductibilidad de la humanidad a sus tendencias animales.

El procesamiento de información no es la meta más alta a la que el espíritu humano puede aspirar, como no lo es la competitividad en una economía global

La era posthumana precisamente amenaza con desplazar el hombre de ese centro, ya que “entiende el mundo en términos de fuerzas y estructuras impersonales, y niega la importancia, incluso la legitimidad, de la acción humana”. En el siglo XXI, la sociedad y la academia se han rebelado contra el humanismo tradicional, al que se considera “sentimental, fofo, burgués, hipócrita, complaciente, conservador, liberal, santurrón, estrecho y, a veces, una justificación para el poder”. Por eso, el autor tiene lo que el considera “una humanista proposición para la era de Google”, que resume todas sus reservas frente a las nuevas aplicaciones de la tecnología: “El procesamiento de información no es la meta más alta a la que el espíritu humano puede aspirar, y tampoco lo es la competitividad en una economía global. El carácter de nuestra sociedad no puede ser determinado por ingenieros”.

Wieseltier concluye recordando que puede ser que el humanismo parezca sentimental, pero que lo sentimental no tiene por qué ser falso, y que aquella visión del mundo aún debe seguir vigente en un mundo que pretenda perseguir lo sustancial, independientemente de la plataforma en que se presente. “La persistencia del humanismo a través de los siglos, a pesar de los tremendos obstáculos sociales e intelectuales, se debe a la verdad de sus representaciones de la complejidad de nuestros corazones, y a la guía que ha ofrecido, en sus versiones multicolores y conflictivas, para una existencia conmovedora y sensible”.

Lo cuenta John Gill en un artículo publicado en Times Higher Education (THE), una publicación dedicada al mundo universitario. Las universidades, asegura, viven instaladas en dos cultos que perjudican la tarea de los docentes: por una parte, el trabajo continuo durante las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Por otro, el culto a las métricas, denunciadas por el profesor de Estructura Biológica del Imperial College de Londres Stephen Curry. La universidad se rige por “números (ingresos, gastos, impactos y la satisfacción del estudiante”), como explicábamos en un reciente artículo sobre el auge de la burocracia entre la profesión docente.

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