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Una misteriosa ola de suicidios ha sacudido Palo Alto. Y la causa es tétrica
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Una misteriosa ola de suicidios ha sacudido Palo Alto. Y la causa es tétrica

En los últimos años, muchos alumnos de la pequeña localidad de Palo Alto han decidido acabar con sus vidas. Una tragedia que nos ayuda a entender el lado oscuro de la cultura de la competición de EEUU

Foto: La ciudad californiana no es especialmente grande, pero en ella viven muchos de los empleados de Silicon Valley del sector tecnológico. (CC/Iwilltellyou)
La ciudad californiana no es especialmente grande, pero en ella viven muchos de los empleados de Silicon Valley del sector tecnológico. (CC/Iwilltellyou)

Palo Alto es una pequeña y en apariencia tranquila ciudad de algo más de 50.000 habitantes en el área de la bahía de San Francisco. Situada muy cerca de Silicon Valley y de la Universidad de Stanford, es uno de los centros neurálgicos de la educación americana. En ella habitan muchos trabajadores del Valle del Silicio, gran parte de ellos inmigrantes que encontraron en el sector en expansión su oportunidad para ascender socialmente. Sin embargo, durante los últimos años, la localidad ha tenido que enfrentarse a una oleada de suicidios adolescentes que han puesto de manifiesto las grietas de un sistema basado en la competitividad, el éxito y el aislamiento personal.

Desde octubre del pasado año, cuatro adolescentes han acabado con sus vidas. Un fenómeno nada casual: en 2009 y 2010, otros cinco estudiantes se suicidaron saltando a las vías del tren de East Meadow. Es lo que en inglés se conoce como suicide cluster (algo así como “grupo de suicidio”), el nombre que tiene la coincidencia en un mismo lugar de varios estos casos, fomentada en teoría por el efecto Werther que provoca la imitación del comportamiento entre aquellas personas con dichas tendencias.

52 de los 1.900 estudiantes del Instituto Henry M. Gunn han sido tratados por fantasear con el suicidio

Estos episodios trágicos en los que al menos tres personas se suicidan en un mismo lugar con muy poca diferencia temporal no son muy frecuentes, pero ocurren. Sus víctimas más habituales son los soldados, los presos y, a veces, los estudiantes: se han producido episodios semejantes en otros centros como Fairfax County (Virginia), la Universidad de Pensilvania y el MIT. En otras ocasiones, se producen tras la muerte de un personaje público, como ocurrió con Robin Williams. Aunque cada vez hay más voces que recuerdan que el efecto contagio del suicidio no es tan fuerte como solemos pensar, muchos expertos coinciden en que el primero en mayo de 2009 pudo provocar que aquellos que tan sólo habían fantaseado con la posibilidad se planteasen de verdad terminar con su vida. 52 de los 1.900 estudiantes del Instituto Henry M. Gunn han sido tratados por fantasear con el suicidio.

No obstante, como explica Diana Kapp, periodista oriunda de Palo Alto y estudiante de Stanford en un fantástico artículo publicado en Medium, esta catarata de suicidios pone de manifiesto una realidad más terrible y ocultada por el pacto de silencio que se cerró en 2009 para evitar que el efecto contagio hiciese aún más daño. Una realidad en la que algunos de los estudiantes más privilegiados de Estados Unidos soportan una gran cantidad de estrés día tras día, en la que la línea entre el éxito del fracaso es muy delgada y en la que obtener un notable en lugar de un sobresaliente no es una posibilidad.

Estudiando hasta la muerte

Si los primeros años de esta epidemia estuvieron marcados por el silencio, el constante goteo de nuevos casos ha provocado que cada vez más padres y alumnos denuncien el estado de las cosas. Una de ellas es Carolyn Walworth, que en un editorial llamado “los sufrimientos de los de Palo Alto” reconocía sentirse desolada y sufrir ataques de pánico, al mismo tiempo que se consideraba a sí misma un ejemplo en el sistema educativo de la ciudad. “Estoy enferma y cansada de ver a mis compañeros de clase luchar por el hecho de ser adolescentes y, además, aguantartoda esta locura”, escribía.

Por “esta locura” se refería a la gran cantidad de trabajo que los alumnos tienen que sacar adelante si quieren obtener buenas notas, al silencio de los profesores ya las presiones paternas. Como explica el artículo de la antigua estudiante, se trata de una cultura contradictoria que “demanda excelencia personal pero impide el apoyo emocional”. Palo Alto, recuerda, “niega la realidad en nombre de la perfección”, al mismo tiempo que los directores de centros como el Instituto Henry M. Gunn, donde estudiaban la mayor parte de alumnos que acabaron con sus vidas, se lavan las manos. Anna Barbier, una de las estudiantes que aparecen en el artículo de Medium, utiliza la palabra “farsa” para resumir la situación en Gunn. “Mi padre siempre dice que cuando crecía, los estudiantes luchaban contra el sistema. Ahora los estudiantes luchan contra otros estudiantes”.

Entre las alumnas que más han protestado contra el statu quo se encuentra Martha Cabot, que grabó un vídeo de tres minutos de duración tras el suicidio de uno de los jóvenes. En él señalaba que “la cantidad de estrés entre estudiantes es ridícula”, y denunciaba que cursar siete clases de AP (advanced placement, programas para los estudiantes más talentosos que es muy semejante al también exigente Bachillerato Internacional) no debían convertirse en la norma. “Estoy intentando que tomemos conciencia, especialmente los padres: calmaos”, pedía en su sincera grabación.

“No existe un punto intermedio para el éxito”, explica en el reportaje Olivia Eck, una estudiante de segundo año. “Nada de ‘estoy aquí y me siento feliz con lo que hago’, es más bien ‘necesito llegar aún más lejos’”. Un cóctel al que hay que añadir otros peligrosos componentes: no sólo hay que estudiar hasta que no puedes más, sino que además debes aparentar que lo haces sin esfuerzo. Es lo que otra compañera denomina el “síndrome del pato de Stanford”, que consiste en pavonearse y mantener la compostura aunque no puedas más. “Todo el mundo finge estar perfectamente y súper relajado, pero bajo la superficie están sufriendo”. Además, fantasear con el suicidio no sólo no es visto como un problema, al menos hasta que se desencadenó esta catarata de casos, sino deseable, puesto que sirve para llamar la atención.

Un código de silencio impuesto

No todosestánde acuerdo con dicho análisis. La familia de Harry Lee de 17 años, que estaba a punto de presentar su proyecto final de Economía antes de acabar con su vida, señaló que el estrés escolar no había afectado a su decisión, sino que llevaba mucho tiempo luchando contra la depresión. Esta condición campa a sus anchas por Palo Alto, en opinión de los psicólogos de los centros afectados. La diferencia en esta comunidad es que muchos jóvenes han optado por dar el último y letal paso. Algo que también influye en el grueso de estudiantes y profesores, que reconocen sentir algo parecido al estrés postraumático que experimentan los soldados que vuelven de la guerra. Sin embargo, la situación más habitual es un desorden de estrés agudo, una variante más pasajera e inmediata de aquella.

Todo el mundo piensa que los mejores son los que van a los cursos más difíciles

Con el objetivo de detener la escalada y cambiar el sistema de valores de la educación de Palo Alto, se han lanzado propuestas como We Can Do Better Palo Alto, fundada por Ken Dauber, cuya hija Amanda se suicidó en 2008. La organización tiene como objetivo reducir el estrés en el aula y concienciar a la comunidad educativa así como provocar pequeños avances, como el cambio de fechas de los exámenes de semestre o un cambio de políticas para reducir la cantidad de deberes, una decisión que sin embargo ha sido ignorada. Otra campaña, Save the 2008, liderada por Cabot, pedía reducir el tamaño de las clases, mayor trabajo con los padres, mejor comunicación entre profesores y alumnos y la prohibición de los teléfonos móviles, considerados como uno de los desencadenantes de esta soledad.

“El problema es que Palo Alto, según mi experiencia, es una comunidad con un oído un tanto duro, donde muchos habitantes sólo escuchan aquello que coincide con su visión del mundo”, se lamenta la autora. Aún no se ha publicado la “autopsia psicológica” de los suicidios de 2009 que ha llevado a cabo el Departamento de Psicología de Stanford. Otros recuerdan que el problema no sontanto los exigentes cursos o la necesidad de obtener sobresalientes sin parar como la mentalidad que late debajo de esto, la creencia de que “los que van a los cursos más difíciles son mejores”. Pero quien mejor resume la situación es el padre de Amanda: “Creemos que todos nuestros hijos son singulares y extraordinarios. Pero son simplemente niños”.

Palo Alto es una pequeña y en apariencia tranquila ciudad de algo más de 50.000 habitantes en el área de la bahía de San Francisco. Situada muy cerca de Silicon Valley y de la Universidad de Stanford, es uno de los centros neurálgicos de la educación americana. En ella habitan muchos trabajadores del Valle del Silicio, gran parte de ellos inmigrantes que encontraron en el sector en expansión su oportunidad para ascender socialmente. Sin embargo, durante los últimos años, la localidad ha tenido que enfrentarse a una oleada de suicidios adolescentes que han puesto de manifiesto las grietas de un sistema basado en la competitividad, el éxito y el aislamiento personal.

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