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El valeroso capitán poeta que fue víctima de una masacre antológica
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LA BATALLA DE ALCAZARQUIVIR

El valeroso capitán poeta que fue víctima de una masacre antológica

El 4 de agosto de 1578, cerca de 40.000 agitados moros en estado de trance y debidamente jaleados por una turba de imanes enfervorizados, salieron disparados hacia las filas portuguesas

Foto: La única representación conocida de la batalla de Alcazarquivir, pobra de Miguel Leitão de Andrade.
La única representación conocida de la batalla de Alcazarquivir, pobra de Miguel Leitão de Andrade.

“La realidad es lo que no se esfuma cuando dejas de creer en ello”.

Philip K. Dick.

A unos cincuenta kilómetros de Tánger y en dirección sudoeste, se encuentra un antiguo enclave portugués excelentemente fortificado y en su tiempo, audaz cuña inexpugnable en medio de un territorio de hostilidad extrema hacia todo lo europeo. Rompiendo con su tradicional política mercantil basada en el control de las autopistas líquidas con pequeñas naos, se metieron en un fregado para el que no estaban preparados. Era el siglo XVI cuando nuestros hermanos de cuna desembarcaron en las playas de Asilah, 17.000 infantes y caballeros, lo más granado de la aristocracia lusitana.

Felipe II, en aquel tiempo detentador omnímodo de un imperio de dimensiones mastodónticas, no conseguía disuadir al iluminadoy romántico rey de Portugal Sebastian I, de una empresa que se le había metido entre ceja y ceja. Este elemento de la naturaleza se quería meter entre pecho y espalda ni más ni menos toda una cruzada contra los desgalichados moritos, como en efecto ocurrió pero con resultados catastróficos.

Dotado de una fe incompatible con cualquier forma de razonamientoe inasequible al desaliento, pretendía aplicar un severo varapalo a los recalcitrantes y levantiscos autóctonos alzados en armas para dirimir quien tenía más musculo para optar al cetro de la corona Saadi, imperante en aquel momento en las tierras surcadas por los Atlas.

Para hacerle entrar en razón y disuadirle de su empecinamiento, el austero monarca español, envió en misión altamente secreta y disfrazados como miembros de la diáspora judía a Francisco de Aldana y al capitán de los tercios –de dos metros de altura y especialista en la más avanzada esgrima–, Diego de Torres. Disfrazados de esta guisa, los dos militares se dieron una vuelta por Fez, Alcazarquivir y Tanger al efecto de recabar información. Hay que destacar que Aldana era un consumado poliglota –hablaba a la perfección doce idiomas–, y que además estaba dotado de una memoria fotográfica portentosa, habilidades estas, nada desdeñables en el desempeño de su profesión.

Además del favorable factor terreno, los autóctonos guardaban a los portugueses una antipatía con solera 

Las noticias que traerían al adusto rey de reyes, no hacían más que confirmar lo que era obvio. Adentrarse en aquellas polvorientas tierras plagadas de turbantes cabreados, era una empresa de alto riesgo habida cuenta de la volatilidad de las fidelidades que los locales profesaban al Sultán de turno, muy vinculadas al cantar de sus bolsillos. Además del favorable factor terreno, los autóctonos guardaban a los portugueses una antipatía con solera por las constantes razias a las que los sometían nuestros hermanos del otro lado de la marca fronteriza, que cuando estaban inspirados, requisaban al otro lado del estrecho en audaces golpes de manotodo lo que se movía a diestro y siniestro.

Un desenlace anunciado

De vuelta a la península tras su ajetreado viaje por el norte de lo que hoy es Marruecos y tras informar a su rey a puerta cerrada sobre el balancedel viaje, Francisco de Aldana fue enviado con toda celeridad para disuadir al rey Sebastián de Portugal de su osado empecinamiento. Todo fue en balde. Los preparativos para la invasión estaban tan adelantados, que más de treinta de las ciento cincuenta naves que configuraban la expedición ya habían partido hacia Ceuta y Asilah. La suerte estaba echada.

ldana, cansado de sí mismo y del mundanal ruido, espectador de primera fila en San Quintín y el Saco de Amberes, busca el silencio de un monasterio donde refugiarse de todo lo visto. Mas una vez más, el destino devorador e impío lo acerca a un nuevo abismo.

En su viaje a Lisboa lleva un salvoconducto de Felipe II, para que en caso de mantenerse el portugués en sus trece, le da carta blanca para unirse a la expedición. Dicho y hecho.

Este poeta, florentino de hechuras y español de casta, combatiente en Flandes, diplomático y militar a la par, poeta vocacional llamado “el Divino” por Cervantes, impulsor del renacimientoespañol tardío, intuyó su final tras acordar con el soberano portugués su implicación en la expedición. En uno de sus sonetos postreros atisba el desenlace anunciado…

Mas paréceme ver que el mortal velo/ no consintiendo al mal nuevo aposento/ lo guarda allá en su centro el más profundo…

La batalla de Alcazarquivir y la muerte de Aldana

El agua escaseaba, los víveres estaban racionados, había bastante de improvisación, la aproximación al campo de batalla se había hecho sin que las preceptivas avanzadillas certificaran novedades; en fin, como corolario se había reventado a la tropa con unas marchas forzadas impropias de un enfrentamiento que requería una planificación más exhaustiva y seria. El rey Sebastian, un mito en la historia de Portugal, más que iluminado por la fé, parecía haber sufrido una severa insolación de pronóstico reservado. Aldana lo sabía y cabalgaba taciturno hacia su destino.

El 4 de agosto de 1578, cerca de 40.000 agitados moritos en estado de trance y debidamente jaleados por una turba de imanes enfervorizados, salieron disparados hacia las filas portuguesas. Entre que el monarca estaba en modo místico y la tropa de aquella manera, fueron los preparados oficiales lusos los que firmarían una heroica página con la que alimentar el prestigio de aquel ejército condenado de antemano.

Portugal se vestiría de luto riguroso durante muchos años, pues casi todas las familias lusas habían perdido algún pariente en aquella obscena tragedia

La masacre fue antológica. Los portugueses al borde del colapso por agotamiento y mal nutridos por imprevistos de logística, además de pelear durante cerca de ocho horas hasta la extenuación, acabaron prisioneros y finalmente vendidos por millares como esclavos en los mercados del Maghreb.

Francisco de Aldana cayó a los pies de su propio caballo, acuchillado el rocín por la turbamulta, mientras se aferraba a un decolorado escapulario en su trágico transito al más allá. Mientras abandonaba su cuerpo hacia el indeterminado lugar del imperio del silencio, un infernal griterío se apoderaba de aquel escenario de muerte y desolación. Años más tarde, el capitán Joao das Antas –amigo personal del aeda– reciclado al Islam por razones perentorias de supervivencia , tras su rendición y posterior redención como esclavo, entregaría a la familia del poeta este preciado recuerdo, testimonio último de un acto poético extremo. Ironías del destino, los tres reyes enfrentados morirían en la batalla.

Portugal se vestiría de luto riguroso durante muchos años, puescasi todas las familiaslusas habían perdido algún parienteen aquella obscena tragedia.

Aldana, de la saga alimentada en hechuras de tinta y sangre, como Cervantes, Quevedo y Garcilaso, dejó una inmensa obra poética de enorme calidad literaria, que sobrevivió gracias al tesón y empeño de su hermano Cosme y que fuera del ámbito de la filología y sus periferias nunca tuvo la difusión merecida.

Su epístola premonitoria a Arias Montano, secretario particular de Felipe II y amigo del bardo, anticipa su final de manera harto reveladora…

“Y porque vano error más no me asombre, / en algún alto y solitario nido/ pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre…”

Francisco de Aldana, in memoriam.

“La realidad es lo que no se esfuma cuando dejas de creer en ello”.

Muerte Portugal
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