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La clave para llegar a viejo sin ser un gruñón de Leopoldo Abadía: "Servir y dejarse servir"
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La clave para llegar a viejo sin ser un gruñón de Leopoldo Abadía: "Servir y dejarse servir"

"Un viejo que por la mañana y se dice ‘hoy no voy a hacer nada’, al cabo de unos días se preguntará ‘entonces, ¿para qué sirvo?". Estas son las soluciones que propone el octogenario tertuliano

Esperamos que nos reciba acompañado de su bastón –que, cuenta en su libro Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón (Espasa), “le da cierta elegancia inglesa”– pero Leopoldo Abadía aparece sin este accesorio que le acompaña a todas partes desde que hace unos meses se rompió la cadera. Le ocurrió al tropezar en unas escaleras, que son precisamente las que sube para acudir al encuentro con El Confidencial. Todos los presentes le rogamos “lo haga con cuidado”.

De aquel incidente, al que se sumó el incendio de su casa de Barcelona, surge este encargo –porque insiste en todos sus libros son peticiones expresas– escrito por el que él mismo denomina un nuevo Leopoldo 2.0. Alejado de la temática económica a la que nos tiene acostumbrados, Abadía analiza qué significa ser mayor y cómo afrontar la llegada a la vejez con una sonrisa.

¿Qué significa ser mayor?

El primer paso para disfrutar de la vejez y evitar convertirse en un gruñón no es otro que asumir que uno empieza a hacerse viejo: “Me di cuenta de que me hacía mayor cuando todo el mundo en mi casa empezó a hablar muy bajito. Yo me enfadaba y les decía ‘oye, por favor, hablad alto’. Y resulta que ya lo hacían”.

Cuando vas cumpliendo años uno que asumir su nuevo papel que es “servir y dejarse servir”. La rotura de cadera marcó, en cierto modo, un antes y un después para Abadía, quien de pronto tenía a sus hijos (nada más y nada menos que 12) pendientes de él: “Lo de dejarse servir cuesta –‘papá no te olvides el bastón’, ‘papá ¿has dormido bien?’– porque te humilla un poquillo. Por ejemplo, hasta antes de ayer conducía yo y desde el lunes me han puesto un chófer y no me gustaba nada la idea”.

Pero, ¿todo el mundo es consciente y se da cuenta de que empiezan a surgir limitaciones?: “Puede ser que no. En una empresa conocí a una persona de noventa y tantos años que no dejaba vivir ni trabajar a nadie. De aquellos que cuando alguien está atareado se mete en el despacho y se sienta y pregunta ‘¿qué estás haciendo?’ Pues se conserva usted muy bien, pero oiga, no moleste”.

Esforzarse para no envejecer

En el libro se recoge la idea de que cuando se deja de luchar por ser joven uno se muere de viejo: “Bueno, de viejo y de aburrimiento. Que debe ser algo parecido”, puntualiza Abadía al plantearle cómo puede uno mantenerse joven con más de 80 años a las espaldas. Para él la base está en seguir ocupado y sentirse útil: “Un viejo que se levanta por la mañana y se dice ‘hoy no voy a hacer nada’, al cabo de unos días se preguntará ‘entonces, ¿para qué sirvo?”.

Hago lo que me da la gana, digo lo que me da la gana y hablo cuando me da la gana

Pero no habla de ocupaciones livianas. En su opinión “cuando uno se jubila tiene que buscar algo profesionalmente. No me sirve el voy a comprar el pan y luego a recoger a los nietos, eso está bien pero hay que tener algo más”. Por ejemplo, plantea que un ingeniero nuclear jubilado intente seguir trabajando en un museo o que quien haya sido albañil no deje de arreglar cosas, pero no como hobby.

La pirámide poblacional y el futuro de los jóvenes

“En Europa se ha decidido no tener hijos y los viejos no nos morimos ni a tiros”, sentencia Abadía. “Llegará un momento en que el pobre chaval joven tendrá que alimentar a 30 viejos y, como digo en el libro, pensará en dos opciones: suicidarse o ametrallar a los ancianos”, ironiza el también conocido por ser abuelo de 45 nietos.

Ideas viejas, ideas nuevas

Prohíbe terminantemente que las personas mayores se aferren al ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. De ahí que en su libro también recoja reflexiones en torno a la situación actual de nuestro país desde el punto de vista de un octogenario.

Le preguntamos por el sistema educativo y lo tiene claro: “El día que me hagan ministro de educación ya sé lo que haré al día siguiente: una reforma. Como todos los que llegan al Ministerio”, bromea. Cree que es necesario darle más valor a la calidad humana de los profesores –“que es la que se traducirá en la calidad humana de los chavales”– que al currículum y a las asignaturas que se imparten. “Cuando veo las universidades tan politizadas me parece que no están cumpliendo con el cometido real de estos centros: No formas personas sino adeptos a sus ideas”, opina el escritor.

Me di cuenta de que me hacía mayor cuando todo el mundo en mi casa empezó a hablar muy bajito

“Lo que me encanta es que la gente tenga criterio. Que cuando escuchan una declaración de un político sean capaces de procesar la información, digerirla y valorarla por sí mismos”, y defiende que esto debería aprenderse en las escuelas y universidades.

También hay cabida para política en su libro, donde explica que no cree que haya buenos o malos partidos, sino buenos o malos gobernantes: “Cuando Pablo Iglesias habla de la casta entiendo lo que quiere decir, pero a mí me suena a la lucha de clases: todo rico es malo, todo pobre es bueno. Igual que el capitalismo salvaje no existe, existen salvajes que hacen de capitalistas, la casta no existe, son personas individuales”, explica Abadía.

Se acerca el final: cómo afrontar la muerte

“El mañana es el plan a largo plazo más fácil de llevar a cabo”, dice Abadía en su libro donde analiza cómo, al llegar a cierta edad, se piensa más en el final de la vida: “El día que me digan que me voy a morir no sé cómo reaccionaré, pero hoy, que me encuentro bien, pienso que lo de morirse es algo natural y no pasa nada”.

“Tengo un amigo que dice que no está demostrado científicamente que todos nos tengamos que morir. No está demostrado ¡pero aquí no queda nadie oye!”. En su opinión es un tema que se suele evitar. La palabra muerte apenas se menciona y se sustituye por eufemismos como ‘cuando falte don fulano’, ‘desde que se fue mengano’…

En Europa se ha decidido no tener hijos y los viejos no nos morimos ni a tiros

Él por su parte, lo tiene todo cerrado: “Tengo claras mis tres últimas voluntades: esquela con cruz; una estampita de la virgen del Pilar en la mano; y prohibido que al acabar el funeral algún nieto mío suba con un manojo de hojas a leer lo bueno y lo listo que era su abuelo ¡porque es mentira! Además que me daría mucha pena que la gente que vaya a rezar por mí se vaya de allí con la sensación de qué rollo nos ha metido éste”.

A la vejez, tertulias y fama

“En los programas de televisión y radio que hago me divierto muchísimo. No es que sea un plan preconcebido pero hago lo que me da la gana, digo lo que me da la gana y hablo cuando me da la gana”, explica el ya famoso tertuliano y colaborador que asegura que el éxito no se le ha subido a la cabeza en absoluto: “Como yo ya sé lo que sé, que es muy poco –puntualiza– también sé cómo me defiendo: leyendo dos periódicos al día para enterarme de lo que está pasando. Pero no soy economista, yo soy ingeniero y lo sé. Una cosa es que me lo pase bien y me ría y me haga fotos con todos y otra cosa es que me lo crea”.

El capitalismo salvaje no existe, existen salvajes que hacen de capitalistas, que es peor

“De vez en cuando me entraban tentaciones de decir ‘ya vale’. Pero luego te preguntas ‘¿por qué?’. Mientras tenga bien la cabeza, no sé por qué tengo que dejar de trabajar, eso sí, en cosas distintas a las que he trabajado antes”, explica Abadía mientras recuerda la cantidad de citas y eventos que tiene que cubrir en lo que queda de jornada.

Y aunque en este caso no hable sobre la situación económica actual, no podemos despedirnos de él sin hacerle la pregunta que, como comenta en su libro, escucha a menudo: ¿saldremos de esta? “Cuando me preguntan esto siempre contesto ‘sí’, lo que no admito es la segunda pregunta: ¿pero cuándo? Vamos en buen camino”.

Esperamos que nos reciba acompañado de su bastón –que, cuenta en su libro Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón (Espasa), “le da cierta elegancia inglesa”– pero Leopoldo Abadía aparece sin este accesorio que le acompaña a todas partes desde que hace unos meses se rompió la cadera. Le ocurrió al tropezar en unas escaleras, que son precisamente las que sube para acudir al encuentro con El Confidencial. Todos los presentes le rogamos “lo haga con cuidado”.

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