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Esto es lo que escribían en las paredes los ciudadanos de Pompeya (y te va a sonar)
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Los grafitis del pasado

Esto es lo que escribían en las paredes los ciudadanos de Pompeya (y te va a sonar)

Las calles de Pompeya hay más de 10.000 textos, tanto en los muros de las casas y negocios como en las paredes interiores, archivo de la vida cotidiana, ideas y sentimientos de los pompeyanos

Foto: Las ruinas esconden los mensajes que los pompeyanos escribieron hace milenios. (Corbis)
Las ruinas esconden los mensajes que los pompeyanos escribieron hace milenios. (Corbis)

Tras el éxito cosechado con Palabralogía (Crítica, 2014) en el que Virgilio Ortega proponía un apasionante viaje por el origen de las palabras, el autor acaba de publicar Palabrotalogía (Crítica), libro en el que se centra en el origen de las palabras malsonantes. En esta ocasión, Ortega plantea una guía para descubrir la Pompeya del año 79 y, de su mano, podremos leer los grafitos de sus paredes. Este tratado (muy soez, pero muy culto y, sobre todo, muy divertido) nos permitirá descubrir allí los secretos de nuestras palabras obscenas.

Recogemos aquí algunos epígrafes del libro dónde se muestran ejemplo de los principales tipos de grafitos que había en Pompeya.

Grafitos cultos… y de otros

Lo que más me sorprendede las calles de Pompeya es que están llenas de textos escritos, tanto en los muros exteriores de las casas y negocios como en las paredes del interior. Debe de haber más de 10.000 textos, en latín sobre todo, pero también en osco, en griego… y he visto uno incluso en hebreo. Son un gran archivo de la vida cotidiana, de las ideas y sentimientos de los pompeyanos.

Grafitos políticos

La primavera pasada acaba de haber elecciones a cargos municipales y aún nadie ha borrado los carteles. Hay más carteles que electores: Trimalción me dice que en Pompeya tienen derecho a voto sólo unas dos mil quinientas personas. Ósea, no tienen derecho a votar ni las mujeres, ni los esclavos, ni los niños. Calculo que hay más de tres mil carteles electorales.

«Todo esto sucede por tener un edil que no vale tres higos. Si nosotros tuviéramos cojones, no saldría tan bien librado. Pero la gente hoy es así: leones en privado, gallinas en público». (‘Edil’ ya lo conocemos, ‘gallina’ lo aprenderemos en el termopolio y ‘cojones’ e ‘higos’ en el cubículo 9 del lupanar, así que sólo nos falta saber que león procede del latín leo, de donde nos llegan también los contratos leoninos y las mujeres leonas).

«Los ciudadanos se dejan comprar y van con sus votos a la caza de unas monedas. Está en venta el pueblo, en venta el Senado: se subasta la popularidad». (El pueblo viene del latín populus, el ‘conjunto de los ciudadanos de un estado’, y de su derivado popularitas llega popularidad, en un principio el ‘afecto que une a los del mismo pueblo’, a los compatriotas. Nuestro Senado procede del Senatus romano, y los dos juntos formaban el famoso acrónimo SPQR, Senatus Populusque Romanus, que aún figura en el escudo de la Ciudad Eterna. Y ambos parecían venderse ya entonces).

«La plebe está asediada entre dos precipicios: la plaga de la usura y la necesidad de acudir a empréstitos. Ninguna casa está segura, nadie está libre de hipotecas». (¿Pensaban ustedes que la usura era de hoy? ¡Pues no! La usura, que empezó siendo el ‘uso’ de una cosa, pasó a ser el ‘uso del capital prestado’ y acabó siendo ‘el interés del capital’… prestado con usura, claro. ¿Y creían que la hipoteca es algún invento malvado de un banco moderno? ¡Pues tampoco! Ya los romanos podían pedir una hypotheca y los griegos una hypotheke, por supuesto dejando algo en ‘prenda’, como ‘fundamento’…, o sea, como ‘hipoteca’). Por ello, ya cabreado de tanta corrupción y tanta hipoteca con usura, Petronio anima a la rebelión: «La audacia que nada tiene, nada tema».

Grafitos amatorios

Otro gran tema de los grafitos pompeyanos es, el del amor y/o sexo. Pero aquí no hay scriptores pagados por un editor: todos los textos son de espontáneos. Eso sí, de tres tipos: de enamorados románticos, de enamorados desengañados y de carreteros bocazas.

A. Los primeros están llenos de recuerdos del pasado y de anhelos de caricias para el futuro. Por ejemplo.

«Me gustaría estrechar tu cuello entre mis brazos y depositar mis besos en tus hermosos labios»

¿Se lo dirá un chico (puer) a una chica (puellula), una chica a un chico, un chico a un chico o una chica a una chica? En cualquier caso, casi resulta pueril de tan pulcro como es (pulcher, -chra, -chrum, ‘bonito’, ‘bello’, ‘aseado’).

B. El segundo tipo de grafitos amatorios son los de amantes despechados, como este que copia el poeta Catulo.

«Lo que la mujer enamorada dice al amante hay que escribirlo en el viento y en las rápidas aguas»

Y se comprende, porque Catulo ha perdido ya a su amada Lesbia. Era un perdito amore, en dos sentidos: era un ‘amor perdido’, pero también un ‘amor de perdición’. Por eso, despechado, hoy la añora: «Cuando allí surgían aquellos numerosos juegos amatorios, que yo buscaba y la joven no desdeñaba, brillaron, en verdad, radiantes soles para mí».

C. Y ahora un ejemplo de grafito amatorio del tipo carretero (por carrus, carro), que va acompañado de toda clase de palabras lascivas (lascivus, ‘juguetón’, ‘lascivo’) y salaces (salax, ‘lascivo’, ‘inclinado a la lujuria’).

«Aquí me tiré a la tira de tías»

Pero a mí no me gana Trimalción en cuanto a pasión por los grafitos de Pompeya. Veo uno inspirado en Catulo, en el que el grafitero se dirige al objeto de sus delicias y le pide que le invite a ir a su casa a pasar la siesta. Para eso utiliza un argumento no muy poético pero sí contundente:

«¡Prepárate a joder nueve veces seguidas!»

Faroles en la casa del farolero –pienso yo–. Otro que confunde las aspiraciones con las posibilidades.

Tras el éxito cosechado con Palabralogía (Crítica, 2014) en el que Virgilio Ortega proponía un apasionante viaje por el origen de las palabras, el autor acaba de publicar Palabrotalogía (Crítica), libro en el que se centra en el origen de las palabras malsonantes. En esta ocasión, Ortega plantea una guía para descubrir la Pompeya del año 79 y, de su mano, podremos leer los grafitos de sus paredes. Este tratado (muy soez, pero muy culto y, sobre todo, muy divertido) nos permitirá descubrir allí los secretos de nuestras palabras obscenas.

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