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La felicidad no sirve para nada: cómo las emociones negativas te ayudan a ser mejor
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no sigas los dogmas de la psicología positiva

La felicidad no sirve para nada: cómo las emociones negativas te ayudan a ser mejor

La psicología positiva ha provocado que desterremos de nuestra vida algunos sentimientos como el miedo, la furia o la vergüenza, que pueden sernos de gran ayuda

Foto: Los sentimientos no son ni buenos ni malos; todo depende de cómo los utilicemos. (iStock)
Los sentimientos no son ni buenos ni malos; todo depende de cómo los utilicemos. (iStock)

La felicidad no es una meta, sino un trayecto. La sociedad de las últimas décadas ha confiado en este axioma tan a pies juntillas que ha terminado generando una serie de correlatos en teoría acertados pero que han terminado conformando dogmas de la psicología positiva: si no eres feliz no conseguirás ninguno de los objetivos de tu vida, el autocontrol es esencial para no dejarnos llevar por nuestras emociones y, sobre todo, la paz mental se alcanza a través de la ausencia de sentimientos negativos.

No todo el mundo está de acuerdo con dichas visiones simplistas de las emociones humanas. Para empezar, porque como ocurre con otras cualidades del ser humano, cumplen una función adaptativa a nuestro entorno. Si sentimos miedo, ira, vergüenza o furia es porque, en un momento u otro, estas nos ayudan a salir adelante en nuestra vida. No son pecados ni sentimientos insanos como a veces se ha afirmado, siempre y cuando sepan entenderse de forma positiva y no se salgan de lo razonable.

Como explica el periodista y escritor Matthew Hutson en un artículo publicado en Psychology Today, no hay emociones negativas o positivas de por sí, sino que estos sentimientos influyen en nuestra motivación, fisiología, percepción, creencias y comportamientos de forma distinta.

En realidad, la felicidad es uno de los sentimientos más paralizantes, puesto que suele conducir al pensamiento superficial, a la arrogancia y a tomar riesgos que de otra manera nos parecerían descabellados. Como dijo Jardiel Poncela, “hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota; otra, serlo”. El autor ha realizado una completa guía sobre cada uno de estos sentimientos que nos desvela qué ocurre y qué podemos hacer cuando afloran.

Furia

Es uno de los sentimientos con peor fama en todo el mundo, puesto que suele conducir a la pérdida del autocontrol. ¿Cuándo aparece? Cuando sentimos que los demás no nos valoran de la forma en que pensamos que deberían valorarnos. Por ello, intentamos reafirmar nuestra importancia a través de amenazar a aquellos que nos han infravalorado; de ahí que a veces nos enfademos simplemente cuando alguien intenta echarnos una mano, porque está sugiriendo que necesitamos ayuda.

Cuando sentimos furia, nuestro ritmo cardiaco aumenta, sudamos y nuestra cabeza empieza a maquinar qué puede hacer para restituir ese equilibrio que los demás han destruido. Es uno de los sentimientos que más desestabilizan nuestro organismo, y que si bien puede hacer que nos comportemos de forma inadecuada, en caso de que no seamos capaces de expresarla puede empujarnos a la depresión.

¿Qué podemos aprovechar de la furia? Al contrario que la mayor parte de sentimientos negativos, que nos conducen a evitar los problemas, la ira nos empuja a actuar. Además, aumenta nuestra confianza en nosotros mismos, nos hace más optimistas y, enfadados, somos más proclives a tomar riesgos. Tan sólo hay que intentar que no se nos vaya de las manos. Como sugieren las investigaciones de Aaron Sell, creador de la teoría recalibracional, “la furia es una adaptación diseñada por la selección natural que funciona para regular los conflictos de interés”.

Vergüenza, bochorno y culpa

Son los tres sentimientos que más nos ayudan a tener conciencia de nosotros mismos, ya que por lo general nos devuelven una imagen negativa. En primer lugar, nos hacen sentir desgraciados o ridículos. Somos conscientes de que hemos hecho algo mal: salvo en el caso de la vergüenza ajena, se trata de un sentimiento que uno tiene acerca de sus propias decisiones.

La vergüenza es una sensación dolorosa que nos advierte que debemos tener más cuidado la próxima vez, o nos volverá a causar una aflicción semejante. Nos obliga a examinar qué hemos hecho para sentirnos así y no volver a repetirlo. En caso de que hayamos perjudicado a alguien, intentaremos reparar el perjuicio causado. Es una herramienta tanto de autoconocimiento como de engrasamiento social, ya que nos alerta sobre nuestros errores hacia los demás.

Como ha mostrado el profesor Dacher Kletner de la Universidad de California en sus investigaciones, las personas que muestran su vergüenza o bochorno en público suelen ganarse el cariño de los demás, aunque lo hagan de forma inconsciente: sonrojarse es otra forma de decir “lo he hecho mal, lo siento”.

Envidia y celos

La felicidad no es un absoluto, sino que establecemos nuestro nivel de bienestar a partir de nuestra comparación con los demás. Como sugería una curiosa investigación realizada por la Universidad de Colorado, las personas que saben que hacen el amor más que sus vecinos son más felices.

La envidia, considerada tradicionalmente como un mal español, puede interpretarse de forma tanto positiva como negativa. Entre las cualidades a aprovechar se encuentran la motivación para mejorar y la ambición para alcanzar el éxito en el futuro. Además, las personas envidiadas pueden ser un buen modelo de comportamiento.

Los celos, explica Huston, no tienen nada que ver con la envidia. Esta última es el deseo de tener lo mismo que otra persona, y los celos aparecen cuando una tercera persona parece poner en peligro aquello que tenemos. También ellos pueden ser positivos, como hemos explicado en otras ocasiones: por ejemplo, son una alarma que nos indica cuándo algo puede estar marchando mal en nuestra relación de pareja.

Miedo y ansiedad

El miedo es probablemente la mejor herramienta de las que dispone el hombre –y la mayor parte de animales del planeta– para sortear los peligros que le rodean y ofrecer una respuesta veloz a las amenazas. Cuando sentimos miedo, nuestros ojos y orificios nasales se abren para captar toda la información posible. La adrenalina se dispara, el corazón se desboca y nos sentimos listos para correr lejos de cualquier amenaza. Nuestra atención se agudiza y se centra sólo en los estímulos pertinentes.

Aunque compartimos esta emoción con muchos animales, el hombre ha desarrollado un nuevo miedo: el miedo social, que nos lleva a comportarnos con cautela, dentro de las costumbres y la moral convencional. Si no tuviésemos miedo, tampoco sentiríamosninguna aversión al riesgo e incurriríamos en comportamientos altamente peligrosos no sólo para nuestra salud, sino también para nuestra vida en sociedad.

Cuando no podemos desentrañar la fuente de nuestro miedo, sentimos ansiedad. Aunque se trata una de las grandes plagas de la sociedad moderna, nos conduce a recabar toda la información que podemos para intentar reducirla. La ansiedad nos lleva al aprendizaje, a ponernos en marcha y a mantenernos vigilantes.

Arrepentimiento

Con el nombre de “pensamiento contrafactual” la psicología entiende aquellos procesos mentales que nos hacen pensar sobre realidades alternativas. Como ocurre con la vergüenza, el arrepentimiento es un sentimiento que nos alerta de que hemos hecho algo mal. Hutson explica cómo la ciencia ha demostrado que el hecho de sentir remordimientos es una forma de marcar con colores fluorescentes en nuestra memoria nuestros errores.

Es el arrepentimiento lo que nos hace llevar preservativos encima, beber menos y volver a casa pronto, sugiere el psicólogo. También nos lleva a intentar enmendar nuestros errores con otros comportamientos positivos. Como han demostrado algunas investigaciones, la gente que piensa más en sus otros posibles yoes suelen tener personalidades más complejas y maduras.

Confusión, frustración y aburrimiento

Vivimos en la era de la incertidumbre, en la que cada vez es más difícil saber qué es lo correcto. Sin embargo, estas resistencias presentes en el mundo que nos rodea hacen necesario que gestionemos de forma más apropiada la información que recibimos. Son las dificultades deseables de las que han hablado psicólogos como Malcom Gladwell, y que constituyen todos aquellos escollos que nos hacen crecer como persona.

Si la confusión persiste, caemos en la frustración. Y si la frustración persiste, caemos en el aburrimiento. Son signos de que quizá deberíamos cejar en nuestro empeño y cambiar de objetivo o, mejor aún, de herramientas para alcanzarlo.

La felicidad no es una meta, sino un trayecto. La sociedad de las últimas décadas ha confiado en este axioma tan a pies juntillas que ha terminado generando una serie de correlatos en teoría acertados pero que han terminado conformando dogmas de la psicología positiva: si no eres feliz no conseguirás ninguno de los objetivos de tu vida, el autocontrol es esencial para no dejarnos llevar por nuestras emociones y, sobre todo, la paz mental se alcanza a través de la ausencia de sentimientos negativos.

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