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El plan que han cocinado desde Silicon Valley para echar a los malos profesores
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LA GUERRA CONTRA LOS SINDICATOS Y LOS DOCENTES

El plan que han cocinado desde Silicon Valley para echar a los malos profesores

Poco a poco, el mundo de la tecnología ha conseguido ganarse un gran número de enemigos entre sectores laborales muy distintos. Los próximos son los profesores

Foto: ¿Tienen los profesores la culpa de que el sistema educativo funcione mal? (Corbis)
¿Tienen los profesores la culpa de que el sistema educativo funcione mal? (Corbis)

Poco a poco, el mundo de la tecnología ha conseguido ganarse un gran número de enemigos entre sectores laborales muy distintos. Entre ellos se encuentran los taxistas, el pequeño comercio o, incluso, el periodismo de papel, y parece ser que los próximos serán los profesores. Una sentencia dictada por el juez Rolf Michael Treu este mes de junio probablemente sentará un importante procedente, al señalar que la reglamentación del estado de California sobre el empleo de los profesores viola la Constitución al negar el acceso de los alumnos a una educación pública de calidad… por culpa de los profesores.

La lógica seguida por el ahora tan discutido True es que, si un profesor no cumple los estándares mínimos de calidad, sus alumnos se encontrarán en una situación desigual respecto a los de otros centros o, incluso, otras aulas del mismo centro. El juicio, que comenzó en enero, consiguió ir un paso más allá del caso de 1992 de Butt contra el estado de California, en el cual la Corte Suprema comprobó que un distrito escolar con problemas presupuestarios había recortado costes haciendo que las vacaciones de verano se adelantasen seis semanas. Obviamente, dichos estudiantes recibían una peor educación que los que respetaban el calendario completo. En el presente juicio (Vergara contra California), la distinción ya no se hace entre centros, sino entre los profesores que imparten las clases.

En otras palabras, aquellos alumnos que tenían peores docentes recibían una educación sustancialmente inferior que la de los alumnos que tenían buenos profesores. Y, por lo tanto, las leyes que protegen a los profesores violan la igualdad recogida en la Constitución. En el caso, se argumentó que los estudiantes de las minorías más pobres tenían más probabilidades de dar con sus huesos frente a uno de esos malos profesores, algo que perjudicaba su posterior carrera laboral y profesional. ¿Qué pinta el sector tecnológico en todo esto, se preguntará el lector? Resulta que el caso fue impulsado por David Welch, un emprendedor de Silicon Valley de 53 años que, durante los últimos años, ha dedicado gran parte de sus esfuerzos a mejorar el sistema educativo estadounidense.

Los profesores, ¿los culpables?

El problema, quizá, sea las herramientas con las que ha intentado poner fin a un problema de carácter casi global. Como se recoge en el artículo de portada de la revista Time de esta semana, Welch llegó a la conclusión, después de invertir en programas como NewSchools Venture Fund o StudentsFirt, de que una de las grandes dificultades del sistema educativo americano es la imposibilidad de despedir a esos profesores que no dan la talla. El artículo recoge su encuentro con un superintendente escolar que le abre los ojos: “El educador no pedía más dinero ni más iPads”, explicaba. “Él me dijo ‘dame control sobre mi fuerza de trabajo’. Eso tenía mucho más sentido. Pensé ‘¿por qué nadie está haciendo nada contra ello’? ¿Por qué nadie le pone remedio?” La portada del semanario es inequívoca: “Es casi imposible despedir a un mal profesor, pero algunos millonarios de la tecnología pueden haber encontrado una forma de cambiarlo”.

Ahí se encuentra la clave de la polémica y el ojo de un huracán que ha provocado que algunas asociaciones de profesores se hayan quejado por la portada del medio americano. No es de extrañar: la tesis que se desprende del artículo y de las opiniones recogidas por Welch es que se puede acabar con moscas a cañonazos o, en otras palabras, mejorar el sistema educativo acabando, uno a uno, con los malos profesores. No se plantea en ningún momento mejorar los recursos, introducir nuevas metodologías o, ni siquiera, preguntar a un profesor cuál es el problema, sino que la raíz de todo mal parece encontrarse en la dificultad para despedir a las “manzanas podridas” (como titula el medio), una argumentación a la que sonará de algo a los funcionarios españoles.

La presidenta de la Asociación de Educación Nacional ha respondido en la página web de Time a dicho artículo en el que recuerda lo irónico que resulta que "los lobos de Wall Street se hayan levantado un buen día y se hayan puesto de acuerdo en que todos los problemas de la educación americana pueden solucionarse despidiendo profesores". Por el contrario, señala, cree que Time debería "homenajear a los auténticos héroes de nuestros colegios: los profesores que saludan todos los días a sus alumnos en la puerta del colegio y los aceptan como son". Los privilegios asociados con la antigüedad son importantes en cuanto que permiten a los profesores gozar de la autoridad para dar la voz de alarma en los casos en que sea necesario.

El texto recuerda que hasta comienzos del siglo XX un profesor podía ser despedido por sus ideas políticas, por no ir a la iglesia o por cualquier otra razón. Gracias a la lucha de los sindicatos –grandes críticos del artículo de Time y la sentencia del juez Treu–, los docentes consiguieron unos derechos que, como sugiere la autora del texto, Haley Sweetland Edwards, pueden entrar en conflicto con los derechos de los alumnos. Es el caso de Vergara, que se puso en marcha después de que dos hermanas denunciasen que su profesor no podía controlar su clase y, a veces, se dormía. El artículo cita otras historias semejantes, pero probablemente, excepcionales, como la del colegio de Los Ángeles en el que una profesora le había recomendado a un estudiante tras intentar suicidarse que se cortase las muñecas más profundamente la próxima vez.

Con los datos de nuestro lado

Por supuesto, dicha visión culpabilizadora de los profesores va acompañada de sus correspondientes estudios. Uno de ellos señala que un mal profesor puede retrasar la formación de un alumno en 9.54 meses. ¿Adivinan quién financiaba dicho estudio? Pues sí, la Fundación Bill y Melissa Gates, que presentó el pasado año su último proyecto, el measures of effective teaching (“Medidas para una enseñanza eficaz”) que tiene como objetivo identificar y medir la buena enseñanza. Otro, realizado por la Universidad de Harvard, diseñó un sistema calificado como polémico en dicho artículo, el VAM (“medidas de valor añadido”) que señalaba que la diferencia entre un profesor mediocre y otro excelente puede suponer una diferencia de 250.000 dólares en las ganancias futuras de sus alumnos. Además, otras figuras de Silicon Valley como Mark Zuckerberg (que invirtió 220 millones en colegios públicos), Peter Thiel de PayPal o Reed Hastings de Netflix han invertido una gran cantidad de dinero en solucionar los problemas educativos, aunque con distintas herramientas.

El gran problema (aunque no el único) se encuentra a la hora de medir la calidad de un profesor en sí misma, fuera de su contexto, de sus alumnos, de su centro, y cabe preguntarse si dicho baremo puede ser suficiente para declarar que un docente debe ser desprovisto de su plaza. Como explica Welch en el artículo, el sistema educativo parece incapaz de cambiar, y de sus palabras se desprende que los profesores son la máxima expresión de dicho conservadurismo, la barrera interpuesta entre los avances tecnológicos y los alumnos. El artículo cita un ejemplo significativo que pone en duda el acierto de estas pruebas: durante el caso de Vergara, uno de los alumnos afirmó que su profesor era inútil… el mismo docente que el año previo había sido elegido el Profesor del Año en Pasadena. Este mes de abril, la Asociación Estadística Americana cuestionó en un documento que el VAM midiese de verdad el valor que un profesor proporciona a la educación de sus alumnos.

Como cualquiera que haya visto la cuarta temporada de The Wire sospecha, no hay nada más tóxico para la (buena) educación que la estadística y los criterios homogeneizadores impuestos en realidades altamente complejas. Cierto es que, por ejemplo, en Madrid, los exámenes periódicos están dando buenos resultados, pero en caso de implantar unos criterios muy claros para analizar el trabajo de los profesores, estos pueden centrarse únicamente en aquello que saben que les reportará una mejor nota, aunque consideren que no es lo mejor que pueden hacer. En definitiva, las pruebas y los juicios a los profesionales pueden acabar con la tan preciada libertad en el aula de los docentes.

En última instancia, si algo resulta ingenuo es la creencia de estos millonarios de estar haciendo lo correcto frente a la desidia del sector público. Welch afirma en el artículo: “gracias a Dios que gente como Bill Gates y la familia Walton sienten la responsabilidad moral de poner sus activos donde piensan que es correcto”. Además, añade, “tienes el aspecto más importantes de la sociedad, la habilidad para educar a nuestros hijos, y ves que es incapaz de cambiar”. El juez Treu aseguraba que los malos profesores tienen “un impacto real, directo, apreciable y negativo en un número importante de los estudiantes de California, ahora y en el futuro mientras dichos profesores mantengan sus posiciones”. En definitiva, todo parece empezar y acabar en los docentes. El trabajador, una vez más, tiene la culpa del deterioro del sistema.

Poco a poco, el mundo de la tecnología ha conseguido ganarse un gran número de enemigos entre sectores laborales muy distintos. Entre ellos se encuentran los taxistas, el pequeño comercio o, incluso, el periodismo de papel, y parece ser que los próximos serán los profesores. Una sentencia dictada por el juez Rolf Michael Treu este mes de junio probablemente sentará un importante procedente, al señalar que la reglamentación del estado de California sobre el empleo de los profesores viola la Constitución al negar el acceso de los alumnos a una educación pública de calidad… por culpa de los profesores.

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