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Tres cosas que puedes aprender mientras duermes, según la ciencia
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DE PALABRAS EN OTRO IDIOMA A CANCIONES

Tres cosas que puedes aprender mientras duermes, según la ciencia

Durante décadas, se pensó que la hipnopedia no era más que el producto de la imaginación de Aldous Huxley, pero recientes estudios sugieren que quizá tuviese razón

Foto: Durante décadas, la hipnopedia ha resultado tan atractiva como sospechosa: ¿podemos aprender (lo que queremos y lo que no queremos) durmiendo? (Corbis)
Durante décadas, la hipnopedia ha resultado tan atractiva como sospechosa: ¿podemos aprender (lo que queremos y lo que no queremos) durmiendo? (Corbis)

En Un mundo feliz de Aldous Huxley, los niños de la sociedad fordiana aprendían durante la noche algunos contenidos que no podían retener durante el día. Así, la repetición de unas frases determinadas durante el descanso nocturno terminaba provocando que estas se aferrasen a la mente de los pequeños, ya sea el conocimiento del idioma –uno de los personajes conseguía aprender inglés escuchando las obras de teatro de George Bernard Shaw– o las consignas que dicha sociedad utópica asignaba a cada casta de la sociedad y que se interiorizaban de forma acrítica, una manipulación del individuo que ha hecho desconfiar de toda forma de educación inconsciente. “Cien repeticiones tres noches por semana durante cuatro años”, se dice el protagonista Bernard Marx. “Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad. ¡Idiotas!

En otro momento del libro, un niño se muestra incapaz de responder a la pregunta “¿cuál es el río más largo de África?” Aunque este puede completar la frase “el Nilo es el río más largo de África y el segundo en longitud de todos los ríos del mundo”, no es capaz de extraer de dicha secuencia de sonido su significado. En otras palabras, los eslóganes quedan grabados a fuego, pero estos no forman un conocimiento verdadero, sino una mera fórmula que se repite en sus cabezas sin saber muy bien lo quiere decir.

Quizá por la desconfianza que generaba dicha forma de aprendizaje, la mayor parte de investigaciones de la segunda mitad del siglo XX habían puesto en duda su eficacia. Como señaló un artículo canónico publicado en el número de noviembre de 1956 de la revista Science, los analizados no aprendían nada mientras dormían, y si eran capaces de retener cierta información durante el sueño, es porque probablemente se habían despertado. Sin embargo, la tendencia ha cambiado durante los últimos años, quizá porque el listón se ha rebajado y ya nadie cree que podamos convertirnos en especialistas en literatura eslava escuchando audiolibros de Gogol o Gorki entre cabezadita y cabezadita.

Sin embargo, y como recordaba recientemente el neurocientífico Matt Davis a El Confidencial, el sueño es el período del día en el que se consolida lo aprendido durante la jornada, que ayuda a hacer que la información recibida pase del hipocampo y la memoria a corto plazo al córtex y la memoria a largo plazo. Y, en ese sentido, los estímulos externos pueden jugar un papel mucho más importante de lo que pensábamos hasta la fecha a la hora de predisponer o ratificar un conocimiento que habremos de aprender o que ya hemos conocido durante la vigilia. Diversas investigaciones, recogidas en un reciente artículo publicado en Business Insider, han logrado señalar de qué manera el condicionamiento clásico –es decir, el que provoca que un estímulo condicionado produzca una respuesta condicionada, como el célebre perro de Pavlov– puede mejorar nuestro proceso de aprendizaje.

Aprender idiomas

Empecemos por el que quizá sea el contenido hipnagógico más popular, sobre todo gracias a las célebre cintas en otros idiomas que solían ser reproducidas mientras su usuario hacía otra cosa (conducir, correr, dormir) con el objetivo de que su contenido se grabase en su cabeza sin ningún esfuerzo. ¿Tienen alguna utilidad esas grabaciones old school? Según un experimento realizado por los investigadores alemanes Thomas Schreiner y Björn Rasch, los estímulos externos que reactivan recuerdos en nuestro cerebro mientras dormimos pueden contribuir a la consolidación de lo aprendido. Dichos estímulos pueden ser tanto olfativos como sonoros.

El experimento se llevó a cabo con un grupo de alemanes que estaban aprendiendo palabras en holandés, y que no eran conscientes de lo que ocurría. Aquellas personas que, durante el sueño, habían escuchado las palabras que descubrirían después, mostraban hasta un 10% más de acierto a la hora de identificar y traducir dichos términos, mientras que aquellas otras que no las habían escuchado no mostraban ninguna diferencia. “Nuestros resultados indican que las pistas verbales presentes durante la fase no REM del sueño reactivan las memorias asociadas, y facilitan el recuerdo posterior del vocabulario extranjero sin dificultar los procesos de consolidación”, concluía el estudio.

Otra investigación publicada en Nature por la doctora Susanne Diekelmann hizo lo mismo con el juego Concentration (semejante al Memorama o Memory, juego consistente en recordar la posición de las cartas cuando están son volteadas para encontrar su pareja) y los olores: aquellos que habían recibido un condicionamiento olfativo durante el sueño y la vigilia recordaban el 84% de las cartas, mientras que el grupo de control tan sólo recordaba el 61%.

Habilidad musical

No cabe duda de que la música se encuentra ligada en un alto grado con nuestra intuición, así que no resulta sorprendente que retengamos mejor una melodía que hemos oído durante el sueño. Como explicamos, las canciones pueden aflorar en nuestra mente en el momento menos pensado, lo que reafirma su carácter subconsciente. Un grupo de neurocientíficos publicó en la revista Nature una investigación que señalaba que aquellos que escuchaban durante el sueño una canción que habían ejecutado previamente en un juego similar a Guitar Hero, fueron capaces de reproducir dicho tema de forma mucho más acertada que los que no la habían vuelto a oír cuando se despertaron de su sueño. Así que mucho cuidado con la música que ponen los vecinos de madrugada si no queremos levantarnos cantando a Pablo Alborán sin saber muy bien por qué.

Reforzar nuestra memoria

El fondo de la cuestión: ¿cómo conseguimos que aquello que hemos aprendido –a veces, simplemente leyéndolo una vez, o porque nuestros profesor nos lo ha explicado de pasada– pase a formar parte de nuestro conocimiento a largo plazo? ¿Qué es lo que marca la diferencia? Según una investigación realizada en la Northwestern University, la reactivación encubierta del material previamente aprendido permite consolidar aquella información que deseamos retener, y nos permite desechar el resto. El experimento diseñado apelaba directamente a las emociones de los participantes. Estos fueron expuestos a determinados iconos que se presentaban en un lugar determinado de la pantalla del ordenador. Al mismo tiempo que estos aparecían, se reproducía un sonido relacionado con dicho icono, como por ejemplo, un maullido si se trataba de un gato.

Los participantes se marcharon a dormir, y durante este tiempo, algunos de ellos escucharon los mismos sonidos que habían oído por el día. Pues bien, estos recordaron mucho mejor la posición de los objetos, incluso –y aquí viene lo interesante del caso– la de aquellos cuyo sonido relacionado no habían vuelto a escuchar. La conclusión es que el estímulo facilitaba el recuerdo no sólo del objeto al que se encontraba ligado, sino también, del resto que habían sido percibidos durante el día, quizá por mera asociación mental. La emoción, en definitiva, es el mejor lubricante para nuestra memoria.

En Un mundo feliz de Aldous Huxley, los niños de la sociedad fordiana aprendían durante la noche algunos contenidos que no podían retener durante el día. Así, la repetición de unas frases determinadas durante el descanso nocturno terminaba provocando que estas se aferrasen a la mente de los pequeños, ya sea el conocimiento del idioma –uno de los personajes conseguía aprender inglés escuchando las obras de teatro de George Bernard Shaw– o las consignas que dicha sociedad utópica asignaba a cada casta de la sociedad y que se interiorizaban de forma acrítica, una manipulación del individuo que ha hecho desconfiar de toda forma de educación inconsciente. “Cien repeticiones tres noches por semana durante cuatro años”, se dice el protagonista Bernard Marx. “Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad. ¡Idiotas!

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