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“La acusación pedía un año de cáncer”: 10 razones por las que necesitamos correctores
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“La acusación pedía un año de cáncer”: 10 razones por las que necesitamos correctores

No hace falta pasarse el día leyendo para darse cuenta. Cada vez es más sencillo encontrar erratas en libros, folletos y páginas web. ¿Qué ha sido de los correctores?

Foto: El bolígrafo rojo ha sido siempre la herramienta de trabajo del corrector. (iStock)
El bolígrafo rojo ha sido siempre la herramienta de trabajo del corrector. (iStock)

No hace falta pasarse el día leyendo para darse cuenta. Cada vez es más sencillo encontrar erratas en libros, folletos y páginas web. ¿Escribimos cada vez peor? Quizás, pero lo que es seguro es que cada vez se revisan menos los textos. En tiempos de crisis, los encargados de corregir lo que otros escriben han sido los primeros en abandonar el barco,y las erratas, como el capitán, siempre son las últimas en marcharse.

Hace una década era impensable que un periódico o revista saliera a la calle sin que cada uno de sus textos hubiera sido revisado antes por uno o varios correctores, los profesionales que se encargaban decorregir la ortografía, la gramática, la sintaxis, la ortotipografía, el estilo, el formato y la precisión fáctica del texto. Los profesionales que se encargaban, en definitiva, de que el texto estuviese bien escrito.

Hoy los medios y editoriales que cuentan con correctores en plantilla se cuentan con los dedos de una mano –los que resisten trabajan como autónomos–, y en aquellas empresas en las que sobreviven son mucho menos numerosos que antes.

Hoy se inaugura en Madrid el TercerCongreso Internacional de Correctores de Textos en Español, cuyas pasadas ediciones se celebraron en Buenos Aires y Guadalajara (México), un evento que quiere dar a conocer el trabajo de unos profesionales tan imprescindibles como poco valorados.

Un oficio que trata de reinventarse

“La revisión de un texto es una de las cosas que menos coste tienen y que más se notan”, asegura a El Confidencial Antonio Martín, presidente de la Unión de Correctores (UniCo). En opinión de Martín, “nuestra población no perdona las erratas” y prueba de ello, asegura, es que las redes sociales están llenas de capturas de pantalla de titulares que nunca deberían haberse publicado en un periódico y carteles publicitarios que son el hazmerreír de la red.

Una errata de las gordas, de esas que provocan vergüenza ajena (y que los correctores adoran recopilar), da una imagen de dejadez que ninguna gran empresa se puede permitir. Es por ello que, como explica Martín, el oficio de corrector está viviendo un repunte en el ámbito de la publicidad y el marketing.

“En el mundo de la publicidad,si aparece un anuncio con erratas, a la agencia se le cae el pelo”, explica. “Allí sí es necesario un trabajo de control de calidad”. Entre otras cosas porque una errata puede acabar provocando pérdidas millonarias: los folletos publicitarios tienen carácter contractual, y los consumidores pueden exigir que se les cobre el precio que aparece en ellos.

Son numerosas las historias de empresas que han perdido auténticas millonadas por no haber revisado bien los textos. Valga como ejemplo un caso reciente. En 2010, la editorial Penguin Australia publicó La Biblia de la pasta, un libro de recetas que habría pasado desapercibido si no fuera porque, en uno de sus platos, se pedía a los lectores que condimentaran la pasta con “pimienta de negra recién molida”, en lugar de decir con “pimienta negra recién molida”. El descuido se interpretó como una alusión racista y obligó a la editorial a destruir 7.000 ejemplares, lo que supuso una pérdida económica de 20.000 dólares.

La inmediatez no puede servir como excusa

El oficio de corrector ha estado íntimamente ligado a la historia de la imprenta. Su labor era imprescindible en un tiempo en que un descuido grave obligaba a corregir las planchas de letras ya armadas y reimprimir. Un proceso que costaba un dineral, pero se evitaba fácilmente si alguien especialmente minucioso revisaba todos los textos.

De momento los libros no han desaparecido, pero en un mundo donde cada vez se leen más textos a través de internet el oficio del corrector parece menos relevante. Si hay un error se cambia sobre la marcha y listo. Lo que muchos empresarios no acaban de entender es que internet es un arma de doble filo. Sí, las erratas se pueden eliminar en un santiamén, pero si te pillan no vas a poder destruir los ejemplares. En un mundo en el que prima lo inmediato, en el que importa más ser el primero que ser el mejor, las erratas son las reinas de la fiesta. Y los textos, que se producen cada vez más rápido, están cada vez más descuidados.

Martín aboga por un cambio en la figura del corrector, que debe empezar por su denominación: “La palabra 'corrector' suena mal, porque parece alguien que te va a regañar. No quieres un corrector porque no quieres que nadie te corrija, por eso ahora nos llamamos asesores lingüísticos. No sólo corregimoslas erratas, editamos los textos para que tengan calidad”.

En opinión del presidente de los correctores –el cambio de denominación aún no ha llegado a sus siglas–, la profesión está viviendo un importante momento de inflexión (al igual que todos los oficios relacionados con la comunicación). “Cada vez más empresas españolas están exportando español. Es necesario un idioma de calidad, y eso exige controles”, insiste Martín. Controles que sólo puede hacer un especialista que sepa valorar el texto y su contexto, algo que, de momento, no puede hacer un corrector informático.

No se trata sólo de hacer valer los dictámenes de la RAE y abogar por una unificación de estilo (algo que brilla por su ausencia en los actuales medios digitales), se trata de algo mucho más sencillo, pero a la vez más complejo. Lo importante, como en todo proceso comunicativo, es que el público al que va dirigido un mensaje lo entienda. Y si está mal escrito, no va a entenderlo nadie.

Los correctores de textos, por aquello de defender la importancia de su trabajo, son muy dados a recopilar erratas. LaUnión de Correctores ha compartido con El Confidencial algunas de las más sangrantes, pero basta con bucear en internet para encontrar todo tipo de recortes y pantallazos que evidencian que, en los nuevos tiempos, los grandes gazapos son aún más visibles.

Quizás el portadista de El País es del Ku Klux Klan, pero lo más probable es que las prisas le jugaran una mala pasada.

Basta cambiar una "i" por una "o" para que un titular de lo más normal se convierta en una guasa. El recorte, de agosto de este año, acabó en la mitad de los smartphones de España (y todos los de Soria).

Este cartel del PSOE de las últimas elecciones andaluzas no pasó desapercibido por los medios, que tuvieron la oportunidad de elaborar titulares como "El PSOE demuestra con una errata en sus carteles que la Educación es un problema". También a los políticos les vendría bien un corrector.

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Un clásico básico de los titulares delirantes. El corrector de textos no sólo corrige los errores ortotipográficos, sino tambiénlos fallos de estilo. Y morirse dos veces no tiene mucha clase.

"Señor juez, lléveme a la cárcel, pero no quiero pasar por quimioterapia".

Un buen corrector no sólo ve si un texto está correctamente escrito, además se detiene a comprobar si las cifras (con las que los periodistas se suelen liar) tienen sentido.

Los errores gramaticales llaman mucho la atención, pero no hay duda de que los fallos de sintaxis son los más graciosos, máxime si te invitan a imaginar a una gorra con una navaja en la mano.

Los errores en publicidad pueden ser fatales para el negocio, sobre todo si prometes lo contrario de lo que deberías prometer.

Magnífico pie de foto con errata doble. Primero se confunde "de" por "del" y después le cambian el nombre a la Armada, en una frase que parece sacada de Capitán Planeta. Sólo falta el Ejército del Fuego.

La abuela parecía un poco animal...

No hace falta pasarse el día leyendo para darse cuenta. Cada vez es más sencillo encontrar erratas en libros, folletos y páginas web. ¿Escribimos cada vez peor? Quizás, pero lo que es seguro es que cada vez se revisan menos los textos. En tiempos de crisis, los encargados de corregir lo que otros escriben han sido los primeros en abandonar el barco,y las erratas, como el capitán, siempre son las últimas en marcharse.

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