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Todo lo que siempre quisiste saber sobre tu pareja pero no te atreviste a preguntar
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LAS CUESTIONES TABÚ

Todo lo que siempre quisiste saber sobre tu pareja pero no te atreviste a preguntar

Si quieres que tu relación funcione bien, hay que tener el valor de tratar unas cuantas cuestiones tabú que son esenciales para garantizar el bienestar de la pareja

Foto: Hay cuestiones que debemos preguntar a la pareja si no queremos llevarnos sorpresas. (Corbis)
Hay cuestiones que debemos preguntar a la pareja si no queremos llevarnos sorpresas. (Corbis)

Formar una pareja es una decisión insensata. George Bernard Shaw se quejaba, hablando del matrimonio, de que “cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe”.

Una protesta igual de válida en el mundo actual, en el que el matrimonio no es tan imperioso, pero el compromiso futuro sigue decidiéndose en los momentos de arrebato irracional. Los años de la fase de enamoramiento se viven bajo aceleraciones continuas del pulso, altibajos de la presión arterial, aumento de la producción de glóbulos rojos, revolución hormonal y funcionamiento bajo mínimos de nuestro córtex cerebral. Si esos desajustes fisiológicos tuvieran otra causa serían suficientes para obtener la baja laboral en muchos empleos. Pero a pesar de ello tomamos muchas decisiones en medio de ese estado alterado de conciencia. Durante ese tiempo encauzamos nuestra dinámica de relación con otra persona con acuerdos implícitos y explícitos que generan expectativas tanto a corto plazo (proximidad física, sexo,…), como a medio (salir con esa persona, vacaciones juntos,…) y largo plazo (convivencia, hijos…).

El mayor error cognitivo que nos produce esa locura transitoria es atribuir nuestras emociones a las características de la otra persona. Creemos que nuestros sentimientos se deben a “cómo es” nuestra pareja cuando en realidad están causados por la revolución hormonal. Un ejemplo de este sesgo surge en una investigación de la psicóloga Elaine Hatfield. La investigadora creaba artificialmente excitación en un grupo de varones universitarios que después eran entrevistados por una mujer para ver a qué atribuían su estado de activación. Y comprobó que avivando a las personas con cualquier estímulo (un susto, una película pornográfica, ejercicio físico potente, exposición como espectadores a monólogos divertidos, visión de imágenes repulsivas,…) se conseguía que atribuyeran su excitación al atractivo físico e intelectual de la muchacha. Cuando sentimos euforia romántica creemos que la belleza, la bondad o la chispa de la otra persona son la causa: nos olvidamos de que todo el mundo siente lo mismo, aunque se haya enamorado de un patán.

Cuestiones básicas para saber cómo funciona tu pareja

Esta tendencia a creer que nuestro estado es producto de las características del otro solo funciona en sentido positivo. Hay mecanismos para que los desasosiegos producidos por los defectos del otro no sean procesados. Como nos recuerda la bióloga Helen Fisher, la bioquímica del amor produce una distorsión en la forma de percibir al otro. Durante el enamoramiento pasional suspendemos el sistema de alerta emocional que nos permite intuir problemas futuros con una persona. Un ejemplo: por el simple hecho de estar cerca de la persona amada segregamos continuamente dopamina, una hormona que produce sensaciones agradables… independientemente de lo que esté ocurriendo. Eso hace que aunque estemos viviendo una situación potencialmente peligrosa (por ejemplo, una reacción violenta por parte de la persona amada) ignoremos los hechos y continuemos en un estado de ánimo placentero.

De hecho, ni siquiera llegamos a plantearnos cuestiones básicas que nos permitirán saber cómo va a funcionar nuestra pareja en el futuro. Otra de las hormonas que se disparan en la fase de amor pasional, la oxitocina, es la culpable de ese “exceso de confianza en el otro”. Gracias a ella, damos por hecho que no hay ningún problema en la otra persona…por la insensata razón de que todavía no han surgido.

¿Qué hubiera sido de Romeo y Julieta si hubieran podido continuar su relación? Ni ellos mismos lo podrían saber porque el enamoramiento no tiene futuro, solo presente. Los problemas que surgen en el amor compañero (la fase que viene después de los tres primeros años pasionales) estaban presentes en los silencios, en las zonas anteriormente sin explorar. Pero la borrachera hormonal no nos permitió verlos…

Las cuestiones tabú

Por eso los psicólogos recomiendan que, en cuanto la bioquímica lo permita, empecemos a hacer determinadas preguntas. Estos son cuatro ejemplos de cuestiones tabú que podrían darnos datos decisivos sobre la otra persona:

1. ¿A qué se debió su última ruptura amorosa?

El sociólogo Francesco Alberoni, autor del influyente libro Enamoramiento y amor, define el amor pasional como una revolución, una transgresión que pretende crear un estado naciente a partir del cual el individuo inicia una nueva vida. La fuerza de este sentimiento nos hace creer que “No importa lo anterior” y que ahora empieza algo completamente distinto. Pero, evidentemente, no tiene porque ser así.

Cambiar cuesta muchísimo y requiere desesperación: no es habitual que lo hagamos en un momento de euforia como éste. Además, el baño hormonal de esta etapa esta seleccionado adaptativamente para crear energía destinada a cambiar el mundo, no a uno mismo. Hay poca introspección en el amor pasional.

Por eso sería bueno preguntar a la otra persona por el final de las anteriores relaciones. No se trata de remover heridas, solo de escarbar en el pasado con visión de futuro. Conocer la huella que dejó en sus anteriores relaciones es una forma de encontrar “zonas de vulnerabilidad” que siguen estando ahí. Aunque nosotros pensemos “Conmigo será diferente”, si la otra persona terminó su anterior relación por una infidelidad, por su tendencia al alcoholismo o por su frialdad sexual, hay riesgo de que el problema se repita. Saberlo puede ayudar a prevenirlo.

Eso sí, conviene recordar que para estar realmente seguros de que conocemos la verdad hay que evitar las “Respuestas Humo”. No podemos conformarnos con frases evanescentes del tipo “Se acabó el amor”, “Nos habíamos convertido en amigos” o “Ya no teníamos los mismos objetivos vitales”. Esos tópicos son solo una descripción del síntoma, una perogrullada equivalente a afirma “La relación se acabó porque se acabó la relación”. Se trata de conocer las causas reales: el amor no se desintegra por sí solo.

2. ¿Qué ha hecho, a lo largo de su vida, cuando no ha podido conseguir lo que quería?

La frustración genera ira. Si queremos algo y no lo conseguimos, es inevitable que nos enfademos. La diferencia entre unas personas y otras reside en la forma de canalizar ese malestar.

Cuando alguien desilusiona a una persona con mucha tolerancia a la frustración, el “afectado” encuentra maneras de desahogarse sin afectar a los demás y rápidamente pasa a buscar nuevos objetivos. Pero ésa no es la norma general: lo natural es la agresión.Casi todo el mundo ataca a las personas que les decepcionan. En pareja, por ejemplo, se utiliza la violencia verbal o el chantaje emocional cuando la otra persona no nos da lo que queremos (cariño, sexo, atención,…) En determinados casos, la dificultad para sobrellevar la frustración lleva a la violencia física: cuando no pueden conseguir lo que quieren, ciertas personas recurren a la agresividad.

Un factor que entra aquí en juego es el narcisismo. Las personas enfocadas en sí mismas no toleran bien que los demás no actúen a su antojo. Les disgusta especialmente que las otras personas no satisfagan sus expectativas. Y esto, evidentemente, es un dato a tener en cuenta en una pareja.

Por eso sería muy útil saber qué hace el individuo con el que tenemos planes de compartir proyectos cuando las cosas no salen como quiere. Y nada mejor que preguntarle por ejemplos del pasado… ¿Qué ha hecho cuando no congeniaba con un profesor, cuando sus padres le impedían salir a determinados sitios, cuando ha vivido un rechazo amoroso, cuando no ha conseguido un trabajo por el que había luchado? Probablemente haya un patrón en el afrontamiento de esas situaciones.

3. ¿Qué duelos no ha finalizado?

Hoy en día, casi siempre nos enamoramos de personas con historias pasadas sin concluir. No siempre ha sido así: hasta principios del siglo XX la esperanza de vida no llegaba a los cuarenta años. La mayoría de las personas vivían una sola historia de amor a lo largo de sus días. Y era una relación que casi siempre terminaba con la muerte de uno de los cónyuges, es decir, con una clausura emocional inevitable.

Pero en el siglo XXI nuestras parejas traían en su mochila duelos sin resolver. Muchas veces se trata de relaciones amorosas anteriores que todavía no han cicatrizado: el amor, como la guerra, es más fácil de empezar que de acabar. Pero no solo son parejas anteriores, también entran en ese saco familia de la que la otra persona todavía no se ha desvinculado (“Mi suegra me trata como a un Dios: sabe que existo pero no me puede ver”) o relaciones tóxicas de amor-odio con amigos.

En su libro Pérdidas necesarias, la psicoanalista Judith Viorst nos recuerda las consecuencias psicológicas de no haber renunciado a estos vínculos. Los duelos no resueltos generan expectativas irreales (“Esta persona me hará olvidar a la anterior”) y comparaciones (“Aunque ahora me va mucho mejor en todo lo demás, sexualmente estaba mejor en la desastrosa relación anterior”) que van minando la relación.

Y lo peor es que solemos ignorar de donde provienen estas perturbaciones. No nos gusta hablar de las relaciones anteriores, porque el amor pasional se siente único. Cuando estamos enamorándonos somos incapaces de creer que la persona se haya sentido así otras veces. Y nos cuesta preguntarle qué duelos tiene aún sin resolver.

No tiene sentido emplear energías en duelos que no son nuestros, sino de nuestra pareja. Por eso es importante conocerlos. Miguel de Unamuno decía que el amor es el hijo de la ilusión y el padre de la desilusión. Hoy en día también es el nieto de una ilusión posterior y está bien que conozca a sus antecesores.

4. ¿De qué temas no le gusta hablar?

El psiquiatra Ronald Laing afirmaba la dinámica de pareja consiste, en gran parte, en decidir de qué temas se puede hablar y de qué otros no. Es más: las sucesivas conversaciones van matizando qué lenguaje está permitido utilizar para hablar de aquellos asuntos que no están prohibidos. Y todo esto de resuelve de forma inconsciente en esos primeros “meses locos” de la relación.

Numerosas investigaciones hablan de ese efecto. Por ejemplo, es clásica su repercusión en el machismo: la socióloga M. Fishman encontró que en la conversación normal de una pareja los temas que tienen éxito (es decir, de los que se va a seguir hablando) son, por regla general, los introducidos por el hombre. Y los psicólogos T. Falbo y L. Peplau hallaron que cuando se les pregunta a las mujeres cómo afrontarían el problema de convencer a su pareja para hacer algo juntos, son más propensas a recurrir a la influencia indirecta: mostrarse especialmente cariñosa en el lenguaje, dar a entender sus anhelos, etc. Los hombres, sin embargo, manifiestan lo que quieren de forma directa.

Sea cuál sea la causa del tabú, la dificultad para afrontar un tema en pareja es un mal síntoma. Los terapeutas saben que la diferencia entre las parejas que funcionan bien y las que fracasan no es la cantidad de problemas que tienen, sino la capacidad de llegar a acuerdos sobre ellos y seguir adelante. Para eso, hay que poder discutirlos.

Preguntar sobre rupturas anteriores, capacidad para afrontar la frustración, asuntos de los que la otra persona se siente avergonzada o duelos enquistados es posible cuando se “cura” la fase de enamoramiento pasional. Hay que hacer acopio de tolerancia a la tensión (porque la otra persona querrá evitar esos temas y tendremos que “forzarla” a hablar de ellos) y renunciar al “Prototipo Amoroso Hollywood” en el que nunca se habla de estos asuntos. Pero merece la pena: es purificador enfrentarse a fantasmas psicológicos y ver cómo se diluyen en la normalidad. Porque solo empezamos a estar en pareja cuando comprendemos todas las palabras que la otra persona no dice.

*Luis Muiño es psicólogo.

Formar una pareja es una decisión insensata. George Bernard Shaw se quejaba, hablando del matrimonio, de que “cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe”.

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