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Fuera de control: las cinco razones por las que hemos fallado al contener el ébola
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Fuera de control: las cinco razones por las que hemos fallado al contener el ébola

Nos preguntábamos si algún día el ébola llegaría a nuestra casa. “Casi imposible”, decían. Ahora vemos que el “casi” no era tan “casi”. ¿Qué ha ocurrido?

Foto: Un equipo de enterradores de Freetown (Sierra Leona) se prepara para entrar en la casa de un infectado. (Reuters)
Un equipo de enterradores de Freetown (Sierra Leona) se prepara para entrar en la casa de un infectado. (Reuters)

“El riesgo de un brote de ébola en Europa es nulo”. “El riesgo de contagio del virus del Ébola en España es casi cero”. “El ébola se está extendiendo en África porque no cuentan con la infraestructura necesaria, en Europa nunca pasaría esto”.

Son frases literales que hemos oído en boca de todo tipo de expertos de salud pública cuando, en verano, empezamos a darnos cuenta de que la epidemia era más peligrosa de lo que pensábamos. Nos preguntábamos si algún día llegaría a nuestra casa. “Casi imposible”, decían. Ahora vemos que el “casi” no era tan “casi”.

Numerosos virólogos alertaron del riesgo que conllevaba no tomarse en serio el ébola, pero no fue hasta el 8 de agosto, cuatro meses y medio después de que se conociera que el brote estaba fuera de control en Guinea, Liberia y Sierra Leona, cuando la OMS declaró la emergencia global. Una semana después falleció el sacerdote español Miguel Pajares, primer ciudadano nacional víctima de la enfermedad. Sólo entonces empezamos a pensar que la cosa iba en serio.

La segunda semana de agosto habían fallecido ya más de 1.000 personas en África, pero EEUU y Europa no empezaron a preocuparse por el virus hasta que contagió a los primeros occidentales. A principios de septiembre había más de 1.800 muertes confirmadas y, aun así, la OMS –una institución que ha sufrido importantísimos recortes en la última década– no había sido capaz de organizar una respuesta conjunta de carácter global.

Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC) prevén que, si no logramos contener la epidemia (y no lo estamos haciendo) en enero habrá más de un millón de casos de ébola. Existe un 75% de probabilidades de que el virus llegue a Francia antes de la última semana de octubre y un 50% de que para entonces se detecte un caso en Reino Unido, según un estudio basado en patrones de desplazamiento y ritmo de contagio.

¿Cómo hemos podido hacerlo tan mal? Como explica Alexandra Sifferlin en The Time, las causas son múltiples, aunque la insolidaridad y desidia de la comunidad internacional están detrás de casi todas ellas.

1. La respuesta ha sido extremadamente lenta

Aunque hoy sabemos que la primera víctima del brote de ébola –probablemente, un niño guineano de dos años– murió el 6 de diciembre de 2013, no fue hasta primavera cuando las autoridades sanitarias africanas alertaron de que estaban frente a una nueva epidemia. Pensaban que estaba bajo control.

A mediados de abril, parecía que los casos de ébola habían disminuido, lo que provocó cierto alivio pero, también, una relajación de las precauciones. El ministro de Salud de Guinea llegó a decir que en su país la enfermedad estaba bajo control y la OMS hizo un llamamiento a la calma. “Esto es todavía relativamente pequeño”, aseguró el portavoz de la OMS Gregory Hartl en una rueda de prensa en Ginebra.

Nada más lejos de la realidad. El virus se fue extendiendo por las aldeas de Guinea, Liberia y Sierra Leona, y ni la población ni la mayoría de los servicios sanitarios sabían cómo lidiar con él. Después de un periodo de calma, en el que se podría haber actuado con mayor dureza, vino uno de tempestad.

No fueron pocos los médicos que, habiendo visitado la zona cero, advirtieron de que la epidemia estaba totalmente fuera de control. Pero nadie les hizo caso. Uno de ellos fue Robert Garry, virólogo de la Tulaen University, que estuvo en Sierra Leona. El médico alertó a las autoridades estadounidenses de que, en su opinión, las noticias y los datos que llegaban sobre la enfermedad no eran precisos y que la epidemia no se estaba controlando en absoluto. “Su respuesta fue cordial, pero no hicieron nada”, asegura en Time.

En un agrio artículo publicado en The New England Journal of Medicine, Peter Piot, director de la London School of Hygiene and Tropical Medicine y uno de los investigadores que descubrió el virus del Ébola en la primera epidemia de 1976 fue tajante: “El ébola ha llegado al punto en el que podría establecerse con una infección endémica debido a una respuesta global insuficiente y tardía (…). La emergencia de salud pública no se declaró hasta pasados cinco meses y 1.000 muertes, y se ha tardado hasta dos meses más en montar en la zona una respuesta humanitaria”.

2. No ha habido ningún tipo de sensibilidad cultural

El virus del Ébola no es especialmente contagioso: sólo se contrae si se entra en contacto directo con fluidos de la persona infectada, como saliva, sangre o vómito, nunca por vía aérea. Por desgracia, cuando surgieron los primeros casos, nadie sabía con qué estaban tratando.

Los investigadores creen que los familiares de los enfermos entraron en contacto directo con todo tipo de fluidos corporales de sus allegados, dadas las costumbres de la zona, donde las caricias y los besos son muestras de cariño muy extendidas y frecuentes. En la expansión de la epidemia también han tenido un importante papel las tradiciones funerarias: es habitual que los familiares de un fallecido limpien y besen el cadáver, que es el mayor foco de contaminación.

Pero nadie tuvo en cuenta estas características culturales a la hora de contener la epidemia. “Creo que uno de los mayores errores que se cometieron fue ignorar a los médicos de atención primaria y que no se hiciera nada por explicar a las comunidades a qué problema se enfrentaban”, ha explicado a Time Paticia Omidin. “Se desplegaron programas para decirle a la gente lo que no tenía que hacer, pero no se hizo ningún esfuerzo por garantizar su participación y aumentar su confianza”.

3. No contamos con equipos médicos especializados

Tanto la OMS, como EEUU y la mayoría de países europeos –incluido España–, cuentan con reputados equipos de trabajo que son capaces de diseñar estrategias de contención de enfermedades, localizar a las personas que pueden entrar en contacto con los pacientes infectados, y predecir la propagación de un virus con las más avanzadas técnicas epidemiológicas. Pero ninguno de los investigadores de estos grupos ha tratado nunca a pacientes con este tipo de enfermedades, y no hay doctores ni enfermeras especializados en éstas.

Esta situación fue denunciada ya en primavera por muchos médicos y enfermeros de nuestro país. “El personal de enfermería de cuidados intensivos de La Paz llevamos pidiendo formación adecuada y entrenamiento desde el mes de mayo, cuando nos dijeron que nos teníamos que encargar de tratar a estos pacientes si se daba algún caso”, explicaba a El Confidencial Amaia Batanero, secretaria general de la Asociación Madrileña de Enfermería. Sus demandas nunca fueron escuchadas.

Y si en España no se cuenta con personal especializado, aún menos en África, donde además tienen problemas de infraestructuras: antes de que estallara la epidemia sólo el 63% de los hospitales de Liberia y el 70% de los de Sierra Leona disponía de guantes esterilizados, una herramienta esencial para evitar el contagio.

La epidemia ha revelado la total desconexión existente entre los responsables de salud pública y los profesionales que se han encargado de tratar la enfermedad en el terreno. Mientras en los despachos se hablaba de planes estratégicos para contener la enfermedad en los hospitales africanos faltaban guantes, mascarillas y sueros, y los propios médicos eran los encargados de transportar los cadáveres a la morgue.

De los más de 3.000 muertos que se ha cobrado ya la enfermedad al menos 200 son trabajadores de hospitales. Keiki Fukuda, director general adjunto de seguridad sanitaria de la OMS, visitó una clínica en africana en la que 23 de los 25 trabajadores habían muerto. “Esto es realmente un profundo nivel de heroísmo”, aseguraba en The Washington Post.

4. No tenemos ninguna cura

Hay que recordar que el ébola es tan peligroso porque se trata de un virus muy letal (la actual cepa mata a más de la mitad de los infectados), que además no tiene cura. Pero la inexistencia de medicamentos y vacunas no se debe a una falta de innovación, sino a una falta de interés por tratar una enfermedad que hasta ahora no había afectado a tantas personas y, por tanto, no sería lucrativa para las farmacéuticas, que no han invertido apenas recursos en su investigación.

“La gente como yo que hemos trabajado durante años para encontrar vacunas y contramedidas estamos frustrados”, asegura a Time Thomas Geisbert, un profesor de microbiología e inmunología de la Universidad de Texas.

Hay que recordar que el Zmapp, el suero experimental que se ha administrado ya a varias personas (incluidos los dos españoles repatriados hasta la fecha), pertenece a una pequeña compañía farmacéutica con sólo nuevo empleados. La empresa fabrica el medicamento en una plantación de tabaco, y los científicos tienen que esperar a que crezca una nueva cosecha para fabricar un nuevo lote. Ya no quedan unidades.

5. Pensábamos que era sólo un problema africano

Esta es el último error de la lista, pero engloba a todos. ¿Por qué la comunidad internacional ha tardado tanto en contener el ébola? Porque era un problema que afectaba a África, un continente que parece no importar lo más mínimo a quien tenía el poder y los recursos para frenar la epidemia. La comunidad internacional –pero también los medios, y la propia sociedad– sólo ha empezado a tomarse en serio el asunto cuando ha visto que el ébola podía llegar a EEUU o Europa.

En nuestro propio país casi nos habíamos olvidado de la epidemia después de la muerte del sacerdote Miguel Pajares. Según se puede observar en Google Trends –la herramienta del buscador que permite saber qué interés despierta un tema en cada momento–, la preocupación por el ébola tiene su pico la primera semana de agosto (cuando se repatrió a Pajares), y decae después. Ni siquiera nos preocupó demasiado la muerte de un segundo misionero español, Manuel García Viejo. Apenas nos acordábamos del ébola hasta que se ha anunciado aquello que nos aseguraban que era imposible: que hubiera un contagio en nuestros avanzadísimos hospitales.

Ahora todo son críticas sobre lo mal que se han hecho las cosas, pero en su momento nos importaba bien poco una enfermedad que sólo afectaba a los países más pobres del planeta. El discurso, además, era tramposo: el ébola no podría llegar a Europa porque nuestros sistemas de salud son mucho mejores y nuestros ciudadanos están más concienciados, y no había ningún peligro en repatriar a los compatriotas infectados para que tuvieran una mejor atención en nuestros centros. Pero lo cierto es que no hay nada, más allá de la falta de recursos, que impida a los africanos defenderse de la enfermedad: en Nigeria se ha controlado la epidemia casi desde el primer día y sólo ha habido ocho muertos y 19 casos.

La mayoría de expertos coinciden: si la comunidad internacional hubiera ayudado como es debido a los médicos de Sierra Leona, Guinea y Liberia la epidemia se habría contendido con relativa facilidad. Pero ya es tarde, el ébola está fuera de control, y después de tanta aseveración desafortunada nadie se atreve a asegurar nada. Según la mayoría de expertos en España la posibilidad de contagio masivo es mínima, y el alarmismo nunca es un buen compañero, pero es difícil trasmitir calma después de que las autoridades sanitarias hayan cometido tantos despropósitos.

“El riesgo de un brote de ébola en Europa es nulo”. “El riesgo de contagio del virus del Ébola en España es casi cero”. “El ébola se está extendiendo en África porque no cuentan con la infraestructura necesaria, en Europa nunca pasaría esto”.

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