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La gran esclavitud de la culpa: aprendiendo a liberarnos de sus cadenas
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NO TIENE SENTIDO DARSE LATIGAZOS

La gran esclavitud de la culpa: aprendiendo a liberarnos de sus cadenas

Cierta capacidad para sentirnos culpables puede ser ventajosa. El problema es cuando esa culpa se hace grande, aparece constantemente y genera sufrimiento

Foto: La culpa es una emoción que es difícil manejar. (iStock)
La culpa es una emoción que es difícil manejar. (iStock)

Tal vez no seamos conscientes de la presencia tan importante que tiene la culpa en nuestro día a día. Si hay un accidente, enseguida nos planteamos quién tuvo la culpa; si pierde nuestro equipo, al día siguiente no paramos de comentar si la culpa fue del entrenador o de los jugadores; si peleamos con nuestra pareja, nos empeñamos en dirimir quién fue el culpable de la discusión: si es el otro, sentimos enfado, deseos de venganza..., si somos nosotros, a menudo nos sentimos mal y no dejamos de reprocharnos lo que hemos hecho.

El sentido de culpa ha tenido y tiene una clara función de control social. Es la forma de que cumplamos con las normas explícitas o implícitas que la sociedad marca y que, en general, permiten que haya un orden y un funcionamiento adecuado. Las consecuencias derivadas de que nos culpen de algo funcionan como castigo que hace menos probable que volvamos acomportarnos de un modo no deseado; el malestar interno que experimentamos cuando nos sentimos culpables facilita que actuemos convenientemente sin que haya ningún juez externo. Personas como los psicópatas que carecen de remordimientos y notemen las consecuencias derivadas de sus actospueden llegar a ser muy peligros para el resto de las personas.

Cierta capacidad para sentirnos culpables, por tanto, puede ser muy ventajosa. El problema es cuando esa culpa se hace grande, aparece casi constantemente y genera mucho sufrimiento inútil. Para liberarnos de la tiranía de la culpa es importante tener en cuenta varias cuestiones básicas:

  • Por mucho que no nos guste equivocarnos, el error es inevitable, aprendamos a convivir con él. No tiene sentido flagelarnos y machacarnos cada vez que metemos la pata. Asumir nuestro error, intentar aprender para no repetirlo, corregirlo, reparar el daño, es estupendo, pero perdonémonos porque somos humanos y es inherente a la naturaleza humana equivocarse.
  • A veces no hay culpables, las cosas suceden, ocurren, sin más, los accidentes, las casualidades, las enfermedades, las muertes… Es normal buscar un responsable pero asumamos que a veces no lo hay. Nadie dijo que la vida fuera justa, ni razonable, las desgracias ocurren, los problemas surgen, y no tiene sentido malgastar nuestras energías buscando culpables. Convivamos con lo inevitable y pongamos nuestros esfuerzos en aceptarlo y adaptarnos a ello.
  • Nuestras decisiones tienen consecuencias, unas deseables y otras no tanto. Cuando elegimos, hemos de tener capacidad para asumir los pros derivados de la elección pero también los contras. No tiene sentido culparnos por los inconvenientes que son inevitables, las opciones sin costes rara vez existen.
  • No podemos imponernos la obligación de saberlo todo. Uno hace las cosas lo mejor que sabe y puede, pero es posible que eso no baste. La experiencia nos enseña, no tiene sentido que, a toro pasado, cuando la vida ya nos ha mostrado lo que sucede cuando tomamos ciertas decisiones, nos machaquemos reprochándonos aquello que no podíamos saber antes de elegir. No somos adivinos ni podemos pretender serlo.
  • Tampoco podemos imponernos hacer siempre absolutamente todo lo que está en nuestras manos para que las cosas salgan bien. Uno tiene derecho a no exigirse darlo todo al máximo en cada momento. Esto, simplemente, es imposible.
  • Mucho cuidado con responsabilizarnos del bienestar de los otros. Nuestro comportamiento afecta a los demás, como a nosotros nos influye el suyo, pero cada uno es responsable del malestar que siente. Intentemos no pisar ni dañar a nadie pero entendamos que, a veces, ejercer y defender nuestros derechos puede no gustar pero si hemos de respetar a los otros, mucho más hemos de respetarnos a nosotros mismos.
  • Incluso si uno ha sido negligente o ha causado un daño sabiendo que su comportamiento lo provocaría, tampoco tiene demasiado sentido darse de latigazos. Asumamos las consecuencias:si somos mayores para hacer lo que hemos hecho, también lo somos para asumir responsablemente lo derivado de nuestra conducta.
  • Si todo esto es válido para nosotros, también lo es para los demás. Cuando sintamos la tentación de culpabilizar a los otros, paremos a pensar que los demás también tienen derecho a equivocarse, es más, que es inevitable que lo hagan, que no pueden saberlo todo, que sus decisiones van a tener inconvenientes, que están en su derecho de no hacer todo lo humanamente posible por que las cosas salgan y que no son responsables de nuestro malestar. Nosotros hemos de cuidarnos y de manejar incluso la conducta indeseable de los otros, eso sí, también tenemos todo el derecho del mundo a aplicar las consecuencias que nos parezcan oportunas para defender nuestro bienestar.

Si el sentimiento de culpa o, mejor, de responsabilidad ante un suceso, ayuda a cambiar las cosas a mejor, a rectificar, a aprender para el futuro, a ponernos en el lugar del otro y comprenderlo, estupendo; pero la culpa como mero machaque es una emoción que nos bloquea y que no aporta nada positivo, tengamos cuidado de no alimentarla.

Tal vez no seamos conscientes de la presencia tan importante que tiene la culpa en nuestro día a día. Si hay un accidente, enseguida nos planteamos quién tuvo la culpa; si pierde nuestro equipo, al día siguiente no paramos de comentar si la culpa fue del entrenador o de los jugadores; si peleamos con nuestra pareja, nos empeñamos en dirimir quién fue el culpable de la discusión: si es el otro, sentimos enfado, deseos de venganza..., si somos nosotros, a menudo nos sentimos mal y no dejamos de reprocharnos lo que hemos hecho.

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