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La guerra de clases, también en la comida: comer sano, sólo al alcance de unos pocos
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La guerra de clases, también en la comida: comer sano, sólo al alcance de unos pocos

La comida saludable es cara, y por lo tanto, no todo el mundo puede permitírsela. Esta idea se encuentra detrás de los niveles de obesidad en Occidente

Foto: La teoría del 1% también llega al mundo de la alimentación. (Corbis)
La teoría del 1% también llega al mundo de la alimentación. (Corbis)

Hasta hace unas décadas, a pocos les entraba en la cabeza que la gordura pudiese llegar a identificarse con un bajo nivel económico, pero aquellos que se criaron entre cartilla y cartilla de racionamiento se sorprenderían si viesen los esfuerzos que los más ricos realizan para perder peso. Los cambios en la alimentación occidental durante las últimas décadas han provocado que la obesidad de los pobres y la delgadez de los ricos se convierta prácticamente en un axioma. Una brecha entre clases sociales que no hace más que ampliarse, como pone de manifiesto una investigación recién publicada por la Escuela de Salud Pública de Harvard, que señala que la diferencia entre los hábitos alimenticios de los pobres y los ricos de Estados Unidos se ha duplicado durante la última década.

La primera conclusión, no obstante, es positiva. En su conjunto, la sociedad americana cuida más su alimentación que durante las últimas décadas siglo XX. Aunque no haya aumentado el consumo de vegetales ni descendido el de carne o sal (que, de hecho, se consume más), se han introducido en las dietas productos beneficiosos como las legumbres, las grasas poliinsaturadas o la fruta. El cambio más importante ha sido el significativo descenso en el consumo de grasas trans que se encuentran en la bollería industrial, las pizzas congeladas o los precocinados, y que ha sido objeto de diversas medidas como su eliminación de determinados alimentos. Algo que también ha ocurrido en España, donde la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición limitó la venta de alimentos y bebidas altos en ácidos grasos en los centros escolares.

A pesar de los, en principio, buenos resultados, los investigadores no lanzan las campanas al vuelo. Los 29.124 participantes, cuyos hábitos fueron contrastados con la Escala del Índice Alternativo de Alimentación Saludable, obtuvieron una calificación por debajo de los 50, mientras que la dieta ideal se encontraría en el 110. Una nota provocada, sobre todo, por los hábitos de los más desfavorecidos.

El peso de la pobreza

La investigación asegura que la diferencia en el nivel de ingresos y en la educación es lo que marca la gran brecha entre ricos y pobres. La crisis económica ha acentuado los malos hábitos de los niveles más bajos de la sociedad, añaden, y mejorado los de los más ricos. Ello ha provocado que se acentúe la epidemia de obesidad en Estados Unidos que se está importando a otros países de Europa. Si la situación sigue igual, vaticina el profesor de nutrición y epidemiología Frank Hu, uno de los responsables del estudio, las enfermedades relacionadas con una mala alimentación se dispararán entre el 99% de la población que dispone de menos recursos.

Se trata de una situación que puede trasladarse a otros países, incluso al nuestro. Según señalaba un informe realizado por la Fundación Thao para la prevención de la obesidad infantil, en España, los niveles de obesidad tanto infantil como adulta aumentan a medida que desciende la escala social. Los niños de entre 3 y 12 años de los niveles socioeconómicos más altos tienen una prevalencia de obesidad del 8,9%, mientras que la cifra aumenta hasta el 23,7% en los niveles más bajos. Estos, que pertenecen a familias con una renta inferior a 8.800 anuales, presentan un 30% más de sobrepeso que las clases medias y altas, que ganan más de 24.000 euros al año.

Los investigadores de Harvard proponen que se lleven a cabo campañas de reforma sanitaria y educación pública para revertir la situación y guiar los hábitos de las clases más bajas, como aumentar los impuestos de los alimentos más peligrosas. Es lo que intenta evitar programas del gobierno estadounidense como el SNAP (Supplemental Nutrition Assistance Program), que distribuye una media de 133 dólares mensuales a 47 millones de americanos para comprar alimentos saludables. Sin embargo, hay algo que no cambiará, y es que, por lo general, comer bien es comer caro.

Hasta hace unas décadas, a pocos les entraba en la cabeza que la gordura pudiese llegar a identificarse con un bajo nivel económico, pero aquellos que se criaron entre cartilla y cartilla de racionamiento se sorprenderían si viesen los esfuerzos que los más ricos realizan para perder peso. Los cambios en la alimentación occidental durante las últimas décadas han provocado que la obesidad de los pobres y la delgadez de los ricos se convierta prácticamente en un axioma. Una brecha entre clases sociales que no hace más que ampliarse, como pone de manifiesto una investigación recién publicada por la Escuela de Salud Pública de Harvard, que señala que la diferencia entre los hábitos alimenticios de los pobres y los ricos de Estados Unidos se ha duplicado durante la última década.

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