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El “peligroso” libro que resucita la tesis de que el racismo es una realidad científica
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LOS CIENTÍFICOS, EN PIE DE GUERRA

El “peligroso” libro que resucita la tesis de que el racismo es una realidad científica

Pocas ideas han sido tan tóxicas como la realidad biológica de las razas, pero el exjefe de ciencia del New York Times asegura que es hora de resucitarla

Foto: ¿Existen argumentos científicos para recuperar el concepto de raza? (iStock)
¿Existen argumentos científicos para recuperar el concepto de raza? (iStock)

“Pocas ideas han sido tan tóxicas y dañinas como la realidad biológica de las razas y, con ella, la idea de que los humanos de distintas razas son biológicamente diferentes entre ellos. Por esta comprensible razón, la idea ha sido eliminada de la conversación académica. Argumentar que la raza es algo más que un constructo social puede hacer que te expulsen del campus inmediatamente. La evolución humana, insiste la idea de consenso, terminó en la prehistoria. Pero, aunque sea inoportuno, como sostiene Nicholas Wade en A Troublesome Inheritance, la visión de consenso podría estar equivocada”.

Estas palabras, en la contraportada del último libro del experiodista científico de The New York Times Nicholas Wade, A troublesome Inheritance (Penguin Books), –publicado en España por la editorial Ariel con el título Una herencia incómoda– preparan al lector, autoexculpación mediante, para lo que va a encontrarse: un ensayo que justifica una idea que muchos creíamos desterrada: que la raza sí puede influir, e influye, en nuestro comportamiento.

El libro de Wade, que el propio periódico en el que fue redactor jefe no ha dudo en calificar como “profundamente erróneo, engañoso y peligroso”, ha levantado una enorme polvareda en Estados Unidos, un país espacialmente sensible en lo que respecta a los temas raciales (más ahora, con todo lo que está ocurriendo en Ferguson).

Un abultado grupo de científicos (143, por ahora), entre los que se encuentran varios de los investigadores más reputados del campo de la genética y muchos de los autores de los estudios que el propio Wade cita en su libro, han firmado una carta abierta en la que acusan al periodista de apropiarse de forma indebida de las investigaciones de su campo de estudio para apoyar argumentos sobre la diferencia entre las sociedades humanas.

Una idea muy polémica

A grandes rasgos, Wade defiende en su libro que la población humana puede dividirse en tres grandes grupos raciales: africanos subsaharianos, caucasianos y asiáticos del este. Entre estas razas (las de toda la vida), además de las evidentes diferencias físicas, existen diferencias en el comportamiento y las funciones cerebrales. En su opinión, “estas pequeñas diferencias, que son prácticamente invisibles entre individuos, tienen importantes consecuencias en la sociedad en su conjunto”, y explican parte del éxito económico y cultural de algunas regiones con respecto a otras.

Según Wade, las divisiones raciales comenzaron cuando los humanos salieron de África hace 50.000 años: a medida que los distintos grupos poblaron diferentes lugares, tuvieron que enfrentarse a diferentes retos y surgieron distintas variantes genéticas, que generaron diferentes rasgos, incluyendo distintos comportamientos sociales.

Como punto clave en esta diferenciación genética, Wade cita la adopción de los países europeos, a partir del siglo XI d.C., del principio de que las leyes son las que rigen la sociedad. Según el periodista, esto permitió la transición de organizaciones tribales cerradas a unos estados nación más abiertos, basados en el comercio, que generaron variantes genéticas que fomentaban un comportamiento más productivo y confiado.

Mientras, las otras dos grandes razas desarrollaron sus propias distinciones. Los asiáticos, y sus genes, evolucionaron para adaptarse a la disciplina, en una cultura más respetuosa respecto a la autoridad. Los subsaharianos, por el contrario, evolucionaron para adaptarse a la lealtad que requiere una cultura tribal, lo que según Wade explica, en parte, por qué los actuales afroamericanos son más violentos que el resto de sus compatriotas estadounidenses y se resisten a adaptarse a las modernas instituciones y prácticas económicas.

Wade no se corta en ningún momento, y no tiene problemas en elogiar de forma especial a un determinado subgrupo racial: “Los judíos no sólo han alcanzado la excelencia en la ciencia, sino también en la música (Mendelssohn, Mahler, Schoenberg), en la pintura (Pissarro, Modigliani, Rothko). Los autores judíos han ganado el Nobel de Literatura escribiendo en inglés, francés, alemán, ruso, polaco, húngaro, yiddish y hebreo. Tal logro requiere una explicación, y la mejor y más simple es que los judíos se han adaptado genéticamente a un modo de vida que requiere una capacidad cognitiva mayor de la normal”.

En definitiva, tal como apuntan la mayoría de las airadas críticas que ha despertado el libro, Wade resucita el argumento clásico del racismo colonialista, pero basándose en estudios científicos actuales. Y añadiendo, de paso, una crítica al establishment científico: sus argumentos son verdades incómodas que han sido ocultadas por una comunidad científica dominada por izquierdosos y socialistas.

“Rechazamos que nuestros trabajos corroboren sus conjeturas”

Podríamos pensar que las ideas que Wade defiende en su libro (que, hay que recordar, ha sido publicado por una de las más grandes editoriales del mundo) son cosa del pasado y nadie va a tomárselas en serio. Pero no es cierto. Las ideas tradicionales sobre la raza siguen muy presentes y basta que alguien intente justificarlas científicamente para que ganen fuerza de nuevo. Pero ¿existe realmente alguna evidencia científica que soporte, al menos parcialmente, los argumentos de Wade?

Los expertos en genética que la semana pasada firmaron la carta abierta para denunciar públicamente al periodista son tajantes: “Wade yuxtapone una parte incompleta e imprecisa de nuestras investigaciones sobre las diferencias genéticas entre humanos con la especulación de que la selección natural ha dado lugar a diferencias en todo el mundo en los resultados en los test de coeficiente intelectual, las instituciones políticas y el desarrollo económico. Rechazamos que nuestros trabajos corroboren sus conjeturas. No lo hacen”.

Mark Stoneking, experto en genética evolutiva del Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology de Leizpig (Alemania), uno de los firmantes de la carta abierta, ha explicado en The Independent que, aunque los argumentos de Wade pueden resultar convincentes y creíbles, parten de un error de base.

Tal como reconoce Stoneking, definir el concepto de raza biológica no es fácil, pero para que este exista debe poder definirse qué personas pertenecen a una u otra raza e identificar límites precisos entre ellas. Pero tal cosa no puede hacerse: “Si miras los patrones de variaciones genéticas en las poblaciones humanas observarás que están distribuidos entre diferentes clinas geográficas, pero no hay límites distinguibles. Es como un arcoíris. Puedes identificar partes del arcoíris que son diferentes, pero no hay límites entre los colores; un arcoíris es una escala de colores”. Las razas, como ha defendido desde hace décadas la práctica totalidad de los biólogos, no existen en los humanos: son sólo una interpretación social.

Este artículo se publicó orginalmente el 21 de agosto de 2014 con motivo de la publicación en EEUU de A Troublesome Inheritance.

“Pocas ideas han sido tan tóxicas y dañinas como la realidad biológica de las razas y, con ella, la idea de que los humanos de distintas razas son biológicamente diferentes entre ellos. Por esta comprensible razón, la idea ha sido eliminada de la conversación académica. Argumentar que la raza es algo más que un constructo social puede hacer que te expulsen del campus inmediatamente. La evolución humana, insiste la idea de consenso, terminó en la prehistoria. Pero, aunque sea inoportuno, como sostiene Nicholas Wade en A Troublesome Inheritance, la visión de consenso podría estar equivocada”.

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