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“Shalalalalá, ¡uoh oh oh!”: por qué algunas canciones resultan tan pegadizas
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ESCUCHANDO BONEY M. AL BORDE DE LA MUERTE

“Shalalalalá, ¡uoh oh oh!”: por qué algunas canciones resultan tan pegadizas

La ciencia ha investigado por qué algunas canciones tienen la capacidad de instalarse en nuestra mente indefinida, y esto es lo que ha descubierto

Foto: "La barbacoa, ¡hey!, la barbacoa. Cómo me gusta, la barbecú". (Corbis)
"La barbacoa, ¡hey!, la barbacoa. Cómo me gusta, la barbecú". (Corbis)

Es 1985. Simon Yates y Joe Simpson se proponen escalar hasta la cima del Siula Grande, de 21.000 pies de altura, en la cordillera de los Andes. Cerca de la cumbre, Simpson se rompe la pierna y, casi congelado y sin poder moverse, comienza a escuchar una canción en su cabeza. “Brown girl in the ring. Sha la la la la la. There’s a brown girl in the ring. Sha la la la la la. She looks like a sugar in a plum. Sha la la la la la”. Sí, nada menos que la melodía de «Brown Girl in the Plum», uno de los temas inmortales de Boney M. “Oh, Dios mío, me voy a morir escuchando a Boney M.”, explicó muchos años más tarde Simpson en el documental Tocando el vacío, de Kevin Macdonald.

Se trata de uno de los casos más extremos –y divertidos, visto con distancia temporal– de cómo una canción pegadiza puede agarrarse a nuestras neuronas amenazando nuestra estabilidad mental. ¿Cómo puede ocurrir que no puedas librarte de un tema que odias, como era el caso de la canción de Boney M., ni siquiera cuando tu vida está en peligro? Diversas investigaciones han intentado explicar la problemática de los earworms, esos gusanos del oído que tienen forma de canciones. Esto es lo que sabemos sobre ellos.

  • Apenas duran ocho segundos. Según los resultados de un estudio presentado en la X Conferencia Internacional sobre Percepción y Cognición musical, no son las canciones las que resultan adictivas de por sí, sino breves fragmentos de las mismas que no superan los ocho segundos de duración y que pueden conformar un coro (“shalalalala”), un riff de guitarra o un melodía muy concreta, que se repetirá de forma involuntaria en nuestras cabezas.
  • Le ocurre a todo el mundo. Según la misma investigación, el 91% de las personas consultadas reconoce ser víctimas de esta trampa psicológica al menos una vez a la semana. Una cuarta parte de ellos aumentaba dicha frecuencia a todos los días. O, al menos, eso afirman, puesto que es muy complicado medir de forma objetiva los earworms.
  • La culpa es de la corteza motora. El estudio realizado por los psicólogos de la Universidad de Helsinki sugiere que la música afecta de forma sensible a la corteza motora, la encargada de planear y llevar a cabo los movimientos corporales, incluso en el caso de que estemos completamente quietos.
  • Sus notas tienen una larga duración pero un pequeño intervalo musical. ¿Por qué resultan tan pegadizos riffs de guitarra como el de «Smoke on the Water» o el de «Highway to Hell»? Quizá porque son tan monolíticos rítmicamente como relativamente previsibles desde un punto de vista armónico que resultan fáciles de cantar por cualquier persona. La misma razón por la que raramente recordaremos un solo de saxo de Ornette Coleman u otro intérprete de free-jazz.
  • Han sonado hasta la sociedad. La repetición ayuda a memorizar, como bien saben los estudiantes que pasan las noches en vela leyendo y releyendo los mismos apuntes. Por esa razón, son los mayores amantes de la música los que suelen sufrir más a menudo la invasión de un gusano del oído (les guste o no la canción).
  • Aparecen cuando estás estresado, cansado o aburrido. Según una investigación realizada por la psicóloga especializada en percepción musical Victoria Williamson, hay determinados contextos que provocan la aparición de estas cancioncillas en nuestro cerebro y que podrían explicar cómo, en una circunstancia tan extrema, Simpson empezó a pensar en Boney M. Entre ellos se encuentran momentos en los que nuestra concentración decae como ante altos niveles de ansiedad o, todo lo contario, cuando estamos dejando vagar nuestra mente.
  • La asociación de ideas, clave. No falla: si decides hacer una barbacoa con tus amigos, pronto tendrás a no menos de cinco personas cantando el célebre tema de Georgie Dann. La asociación de conceptos o, simplemente, de similitudes musicales, puede hacer que nos acordemos de determinada canción. ¿A quién no le ha pasado aquello de escuchar una canción parecida a otra y terminar enganchado del tema original?
  • Nuestro cerebro canta por nosotros. Cantar mentalmente una canción es uno de los actos más inconscientes que puede llevar a cabo el ser humano. Como puso de manifiesto una investigación realizada por la Universidad de Cincinatti y el Darmouth College, el córtex sigue reproduciendo la canción en la cabeza incluso después de que esta sea detenida, generando un loop en nuestras cabezas.
  • No son necesariamente malos. En dicho estudio, Williamson desvela que, la mayor parte de las ocasiones, estos fragmentos musicales son percibidos de forma positiva o, simplemente, neutra. El problema, señala, es que tendemos a recordar sólo aquellos que nos han resultado particularmente pesados; del resto, nos olvidamos rápidamente.
  • Librarse de ellos es fácil. Ya explicamos en alguna ocasión cómo podemos deshacernos de los gusanos de oído, pero Williamson añade un método adicional al de intentar concentrarnos en otra cosa: escuchar de forma voluntaria y repetida la canción de la que queremos librarnos, para que el cerebro complete esa información que se está repitiendo en nuestra cabeza de forma fragmentada.

Es 1985. Simon Yates y Joe Simpson se proponen escalar hasta la cima del Siula Grande, de 21.000 pies de altura, en la cordillera de los Andes. Cerca de la cumbre, Simpson se rompe la pierna y, casi congelado y sin poder moverse, comienza a escuchar una canción en su cabeza. “Brown girl in the ring. Sha la la la la la. There’s a brown girl in the ring. Sha la la la la la. She looks like a sugar in a plum. Sha la la la la la”. Sí, nada menos que la melodía de «Brown Girl in the Plum», uno de los temas inmortales de Boney M. “Oh, Dios mío, me voy a morir escuchando a Boney M.”, explicó muchos años más tarde Simpson en el documental Tocando el vacío, de Kevin Macdonald.

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