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Las razones que llevan a una mujer a ser actriz porno, en dos gráficas
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Las razones que llevan a una mujer a ser actriz porno, en dos gráficas

¿Qué hay de cierto en del estereotipo que afirma que detrás de toda actriz pornográfica hay un historial de traumas infantiles, vida disoluta y abusos sexuales?

Foto: Sasha Grey, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. (Efe/Ulises Ruiz Basurto)
Sasha Grey, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. (Efe/Ulises Ruiz Basurto)

¿Qué hay de cierto en el estereotipo que afirma que detrás de toda actriz –o actor– pornográfico hay un largo historial de traumas infantiles, vida disoluta y, en algunos casos, abusos sexuales? Linda Lovelace vio cómo su madre le obligaba a dar en adopción a su hijo, al que no volvería a ver jamás, y se dedicó a la prostitución antes de protagonizar Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano), una historia que se ha enarbolado para defender que la pornografía es un submundo para inadaptados.

No obstante, cada vez más actrices reivindican su derecho a haber elegido su carrera profesional sin que ello las convierta en unas fáciles o unas perturbadas. Recientemente contábamos la historia de Sasha Grey o Belle Knox para recordarlo.

La sociología se ha preguntado recientemente por las razones que realmente conducen a una mujer a convertirse en actriz porno. Es la respuesta a la que intentó responder un estudio llamado «Why Become a Pornography Actress?» y publicado en el International Journal of Sexual Health. En él, se preguntó a 176 actrices por su motivación para trabajar en la industria, sus preferencias y los puntos más negativos de su trabajo.

Como cabía esperar, el dinero ocupaba la primera posición, y no porque sean unas materialistas, sino porque suele ser la principal razón por la que todos los trabajadores –pornográficos o no– se desplazan a su puesto de trabajo cada mañana. Le seguía el sexo, una actividad percibida como positiva y placentera por dichas intérpretes. A continuación presentamos la lista entera.

La encuesta no sólo se centraba en las razones para tomar la decisión, sino que también se pedía una valoración de los aspectos positivos y negativos de su trabajo. Entre los primeros se encontraban el dinero, la gente y, una vez más, el sexo. Entre los segundos se hallaban la gente (repitiendo), las enfermedades de transmisión sexual y la explotación.

Otro estudio realizado por el mismo grupo de investigadores, que cuenta con James D. Griffith, Sharon Mitchell, Christian L. Hart, Lea T. Adams y Lucy L. Gu entre sus filas, señaló que la tesis de los “juguetes rotos” (es decir, que estas decisiones personales son el producto de una vida truncada) está muy desencaminada. “Los estereotipos han sido usados para apoyar o condenar la industria y para justificar visiones políticas sobre la pornografía, aunque las cualidades individuales de las actrices son desconocidas porque no hay ningún estudio”, explicaban.

“Algunas descripciones de las actrices pornográficas han incluido atributos como la drogadicción, el desamparo, la pobreza, la desesperación y ser víctimas de los abusos sexuales”. Sin embargo, los resultados mostraron algo muy diferente: las actrices no sólo no encajaban en dicho perfil en la mayor parte de los casos, sino que, por lo general, podían presumir de tener mayores niveles de autoestima, de espiritualidad, de satisfacción sexual, de apoyo social y de positividad que el grupo de mujeres con otras dedicaciones que habían consultado.

No todo eran buenas noticias, claro está. Estas actrices tenían más probabilidades de haber sufrido abusos durante su infancia, así como de haber probado hasta 10 variedades de drogas a lo largo de su vida. El trabajo tiene sus exigencias y sus problemas, por lo que alrededor del 40% de ellas estaba soltera, aunque más de un tercio mantenían una relación estable de pareja.

¿A qué perfil respondían estas actrices? El estudio listaba una serie de características más o menos compartidas: se identifican como bisexuales; tuvieron su primera experiencia sexual a una edad muy temprana; habían tenido un mayor número de parejas sexuales que la media; y manifestaban una mayor preocupación por las enfermedades de transmisión sexual y un mayor disfrute de la experiencia sexual.

Ellos también quieren

¿Qué ocurre con los hombres? Su imagen dentro de la industria es mucho más positiva, y encaja con cierto estereotipo machista que sugiere que una actriz porno es una pobre descarriada y, el hombre, un triunfador. Ello se refleja en algunas de las respuestas que se recogen en otra investigación realizada, cómo no, por el mismo grupo de investigadores y denominada «Pornography Actors: a Qualitative Analysis of Motivations and Dislikes», publicado en el North American Journal of Psychology.

Las respuestas proporcionadas por los hombres no eran tan diferentes de las de las mujeres. En lo alto de la lista de sus motivaciones figuraba, de igual manera, el dinero y el sexo. Como explicaban los autores, “dos categorías lógicas porque la gente trabaja para que les paguen y muchos hombres ven atractiva una profesión que consiste en tener sexo con mujeres”.

Más llamativas eran las razones que les seguían: el networking, es decir, la posibilidad de conocer gente (“cuando los conocí se mostraron tan amistosos que me di cuenta de que me aceptaban como era”); la curiosidad (muchos accedieron a la industria tras recibir una propuesta de un productor); e, incluso, una interesante oportunidad laboral en un panorama de desempleo.

¿Qué hay de cierto en el estereotipo que afirma que detrás de toda actriz –o actor– pornográfico hay un largo historial de traumas infantiles, vida disoluta y, en algunos casos, abusos sexuales? Linda Lovelace vio cómo su madre le obligaba a dar en adopción a su hijo, al que no volvería a ver jamás, y se dedicó a la prostitución antes de protagonizar Garganta profunda (Deep Throat, Gerard Damiano), una historia que se ha enarbolado para defender que la pornografía es un submundo para inadaptados.

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