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"Retroligoteo": los métodos más locos para encontrar pareja que se usaban en el pasado
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"Retroligoteo": los métodos más locos para encontrar pareja que se usaban en el pasado

¿Podemos saber si nuestra pareja es la que más se adapta a nosotros? Durante siglos se ha intentado responder dicha pregunta, con resultados desiguales

Foto: Durante los años 20 se desarrollaron métodos que permitían descubrir si tu matrimonio iba a funcionar.
Durante los años 20 se desarrollaron métodos que permitían descubrir si tu matrimonio iba a funcionar.

“Señores, señoras… Al jardín”. Muchos recordarán estas célebres palabras que, pronunciadas por el fallecido Jesús Puente, antecedían al proceso de reflexión que llevaban a cabo los participantes de Tu media naranja. El programa, emitido en Telecinco durante los años 90, ponía a prueba los conocimientos de cada miembro de la pareja sobre su otra mitad y, en definitiva, mostraba a media España si el matrimonio estaba destinado a durar o no. Otros programas, como Granjero busca esposa, han utilizado una excusa semejante en su factura, la de ayudar a encontrar pareja a sus protagonistas.

Pero claro está que el hoy llamado matchmaking, y ligado a páginas web tan rentables como Meetic, eHarmony o Ashley Madison –cada uno busca lo que busca– ha mutado a lo largo del tiempo. Las alcahuetas medievales, como nos mostraron libros como La Celestina de Fernando de Rojas o el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, facilitaban los encuentros amorosos, no obstante, por lo general ilícitos (es decir, los más deseados).

Los matchmakers más habituales de las sociedades tradicionales eran los padres, y la mejor pareja, la que propiciaba mayores ganancias territoriales, materiales o de linaje a la familia. Sin embargo, algunas sociedades tenían sus propios casamenteros para arreglar los matrimonios. En la comunidad judía, por ejemplo, existían los shadkhan, que unían los pequeños grupos que componían la misma y propiciaban los encuentros entre las futuras parejas, ya que el cortejo personal estaba muy mal visto.

En Japón, sus equivalentes eran los nakodo, y China adoraba a una deidad, Nu Gua, que es la patrona de los casamenteros, representada con la cabeza de una mujer y el cuerpo de una serpiente. En muchos casos, tan sólo los más ricos podían permitirse contratar los servicios de estas personas que, como los ojeadores de un equipo de fútbol, se dedicaban a ponderar las ventajas y desventajas tanto personales como familiares de los candidatos.

La sociedad industrial y los nuevos usos del matrimonio

Durante siglos, el matrimonio estuvo condicionado por el mantenimiento de relaciones socialmente beneficiosas. Sin embargo, el Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX, unido a la revolución industrial y la migración del campo a la sociedad, dio lugar a una nueva concepción del amor en la que la mujer comenzaba a tener mucho que decir. Si a ello le unimos las grandes revoluciones científicas de finales de siglo XIX y comienzos del XX, que difundieron la idea de que la investigación podía descubrir cualquier tipo de dinámica oculta en la realidad, nos toparemos con experimentos tan llamativos como el que expuso el doctor Hugo Gernsback en las páginas de Science and Invention, una revista en la que llegó a publicar Nikola Tesla.

El inventor nacido en Luxemburgo aseguraba, en el año 1924, que había diseñado un modelo científico capaz de explicar si un matrimonio iba a funcionar o no. “Hoy en día, el matrimonio es una lotería”, afirmaba en su texto. “Nos preocupamos mucho por la cría de caballos, perros y gatos, pero en lo que se refiere a nosotros mismos nos despreocupamos y no utilizamos los medios o las herramientas que la ciencia pone en nuestras manos para la procreación científica”.

La solución, cuatro test diferentes que abordaban cada una de las facetas del potencial candidato. El primero de ellos estaba destinado a la atracción física, lo más importante para elegir bien en opinión de Gernsback, algo que no parece haber cambiado demasiado. La prueba consistía en pegar unos electrodos a los pechos de los enamorados para vigilar su pulso y respiración ante la visión del amado. Si estos se aceleraban, ¡enhorabuena! Habías dado con tu pareja ideal. La siguiente prueba podía ser un poco traumática: cada uno de los miembros de la relación tenía que observar a su contrario sometiéndose a una prueba médica, como un análisis de sangre. Si se agitaban, estaban demostrando que de verdad les importaba la otra persona.

A esos dos test había que sumar el del olor –Gernsback estaba convencido de que era la principal causa de disolución de un matrimonio– y el del desorden nervioso. El método era muy sencillo: un colaborador disparaba al aire y si los dos miembros de la pareja se ponían demasiado nerviosos, es que no estaban preparados para aguantar las tensiones del matrimonio.

“Rellene este formulario y veremos si tenemos un marido para usted”

La publicación libre del archivo de la productora Pathé ha provocado que salgan a la luz multitud de curiosos documentos del pasado. Uno de ellos es un vídeo en el que se promociona el Marriage Bureau, una agencia matrimonial de los años 40. Como bien sugiere un artículo publicado por la propia British Pathé, probablemente fuese la gran cantidad de familias separadas y grupos sociales fracturados lo que provocó el boom de este tipo de agencias, sobre todo en una sociedad en la que el cortejo aún estaba marcado por reglas eminentemente masculinas.

En el vídeo, se puede ver cómo una mujer acude a dicha agencia y rellena un formulario. Un proceso que también realiza un bastante más anciano caballero. Los engranajes de la agencia comienzan a ponerse en marcha y, rápidamente, ambos terminan dando un paseo por el parque. ¿El final? Un cartel de “recién casados”, como dios manda. Eso sí, la agencia recordaba que no todo era sencillo, por si alguien se hacía ilusiones: “No puedes entrar y elegir un hombre así como así. Primero, hay que discutir el asunto y rellenar un largo cuestionario”.

Más fácil lo tuvieron los habitantes de una pequeña ciudad alemana que, ante una grave crisis de hombres, no recurrieron al viejo método de la caravana sino a un preinformático sistema en el que se mostraba la fotografía y una breve descripción de los candidatos a conquistar a las bellezas locales. Si introducían unas monedas, las mujeres podían conseguir una descripción más detallada de aquel que les había entrado por los ojos. En caso de que le convenciese, enviaban una carta a la agencia, que le ponía en contacto con el hombre de sus sueños. Casi, casi, como Meetic.

En esos mismos años, los del baby boom, comienzan a surgir en Estados Unidos los predecesores de las redes sociales de contactos que hoy frecuentamos. Es el caso del proyecto TACT, creado por un joven de 25 años de Nueva York. En él, sus clientes tenían que pagar cinco dólares y responder a un cuestionario (esto no falla) con más de cien preguntas. Por ejemplo, si uno preferiría tener las habilidades de Picasso, Einstein o Schweitzer. O qué les gustaba menos, si los homosexuales, los métodos anticonceptivos, los extranjeros, el amor libre o el amor interracial.

Más sencillo lo tenían los inquilinos de los Milano Apartments, un complejo de viviendas en Torrance (California) inaugurado a mediados de los años sesenta y que era el sueño húmedo de todo ligón: se trata de un complejo proyectado “sólo para solteros”, eso sí, de ambos sexos. El South Bay Club tenía como objetivo reunir a la bella juventud americana de las profesiones liberales: a pesar de que sus precios eran entre 100 y 150 dólares superiores a los de los condominios circundantes, los pisos se vendieron en apenas 45 días y cada semana se rechazaban a decenas de candidatos.

“Vive donde está la diversión” era el eslogan de la urbanización, en la que el ratio entre mujeres y hombres era de 3 a 2. “Las chicas están aquí porque quieren casarse en algún momento”, comentaba uno de sus habitantes en un artículo publicado en la época en el L.A. Times. “Los chicos simplemente queremos hacer fiestas y pasarlo bien”. Por su parte, una joven señalaba que “para una chica es excitante tener a todos estos hombres alrededor. Hay una atmósfera de colegio mayor, pero mucho más sexy”. Claro está, no podía entrar cualquiera: se requería que la edad de los habitantes se encontrase entre los 21 y los 35 años y que estos fuesen “razonablemente atractivos”.

Entonces llegó el futuro, y las agencias matrimoniales se perfeccionaron. Durante mucho tiempo, guardaron una malísima fama: se trataba de un reducto para los inadaptados sociales que no podían encontrar pareja. Si recurrías a ellas, como Flanders de Los Simpson después de perder a su mujer (en un dantesco vídeo pergeñado por el propio Homer), es porque algo inadecuado había en ti. Poco a poco, el estigma ha conseguido desaparecer gracias y paradójicamente al anonimato de la red, que ha sido lo que ha animado a muchos a probar suerte en las nuevas páginas de contactos.

En el año 2008, un grupo de investigadores de GenePartner aseguró haber diseñado un test de ADN que te permitía encontrar la pareja que encajaba genéticamente contigo. El futuro parece bastante negro: ¿quién querría hallar a su futuro esposo o esposa pinchándose en el brazo, si lo puede encontrar en una urbanización habitada por bellos, jóvenes y ricos profesionales liberales?

“Señores, señoras… Al jardín”. Muchos recordarán estas célebres palabras que, pronunciadas por el fallecido Jesús Puente, antecedían al proceso de reflexión que llevaban a cabo los participantes de Tu media naranja. El programa, emitido en Telecinco durante los años 90, ponía a prueba los conocimientos de cada miembro de la pareja sobre su otra mitad y, en definitiva, mostraba a media España si el matrimonio estaba destinado a durar o no. Otros programas, como Granjero busca esposa, han utilizado una excusa semejante en su factura, la de ayudar a encontrar pareja a sus protagonistas.

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