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Los intelectuales paletos o la gente que ve Sálvame, "pero porque te ríes mucho"
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LA EDUCACIÓN MEDIÁTICA

Los intelectuales paletos o la gente que ve Sálvame, "pero porque te ríes mucho"

Joan Ferrés, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra, pone en entredicho los parámetros tradicionales de la educación mediática

Foto: Introducir las tecnologías de comunicación en las aulas, sólo como un instrumento, no garantiza una mejor educación, según Ferrés. (Corbis)
Introducir las tecnologías de comunicación en las aulas, sólo como un instrumento, no garantiza una mejor educación, según Ferrés. (Corbis)

“Me conectaron a un ordenador mediante varios dispositivos colocados en mi piel –presumiblemente para examinar mi actividad cerebral-. Otro dispositivo, un rudo joystick, fue colocado en mi mano izquierda. Presionando hacia adelante o hacia atrás podría indicar si me gustaba o me desagradaba lo que estaba viendo. Vi un típico menú de imágenes a un ritmo rápido: sexo, publicidad, noticias, debates, sentimentalismo y tedio. Al final del experimento me sentía frustrado por no haber podido expresar mucho más que algunas débiles aprobaciones o desaprobaciones. Para mi asombro, vi que cada cambio de imagen había sido grabado por un sensor u otro, que se correspondían con mi conductividad cutánea, mi pulso, los latidos de mi corazón y otras misteriosas reacciones. Todo mi cuerpo había estado escuchando y observando”.

El extracto anterior pertenece a La piel de la cultura (Gedisa), del sociólogo de la comunicación Derrick de Kerckhove. Un experimento mediante el que el belga-canadiense pudo comprobar que ni siquiera aquellas pantallas denominadas como “tontas” producen en la mente del interlocutor un encefalograma plano. Es más, generan una intensa actividad mental, y buena parte de ella tiene lugar en la mente sumergida, en el laberinto de las emociones.

Esta es la premisa de la que parte el profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra Joan Ferrés, en su último ensayo Las pantallas y el cerebro emocional(Gedisa). Una tesis sosegada, lúcida y en la que apenas se ha profundizado, pero que derrumba tanto los argumentos de los apocalípticos de las nuevas tecnologías como de los ciberoptimistas.

Ni una cosa ni la otra, matiza Ferrés, “lo que nos mueve a las personas son las emociones, y dependiendo de la calidad de éstas, el uso que se haga de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación será bueno o malo”. Para el profesor no hay duda de que “las pantallas” ofrecen posibilidades extraordinarias, pero sacarles partido “depende más de nuestra educación emocional que de la cognitiva, aunque desgraciadamente las estrategias educativas se centran en esta última”.

La era del ‘intelectual paleto’

¿El resultado? Quedarnos en lo anecdótico y no ir más allá, no progresar. Es decir, “no basta con comprender, sino que deberíamos ir al fondo de la cuestión y crear otros intereses, modificar las actitudes para ser realmente autónomos, críticos, participativos…”. Para explicarlo Ferrés pone el ejemplo del supuesto intelectual que ve telebasura, para ‘reírse’ o por ‘curiosidad antropológica’: “Mucha gente te dice que el Sálvame es una basura, pero argumenta que lo ve porque se ríe. Esto quiere decir que no llega con educar sólo lo cognitivo, la capacidad de comprensión, pues no se desarrolla la creatividad y el interés por otras cosas”.

No es suficiente con educar sólo lo cognitivo, la capacidad de comprensión, hay que educar las emociones

Los resultados de sus últimas investigaciones sociológicas, en torno a las competencias mediáticas de la ciudadanía en esta nueva sociedad digital, no dejan demasiado lugar para el optimismo. “Todos somos conscientes de que la potencialidad de las nuevas herramientas tecnológicas es muy grande, pues a diferencia de la televisión, en la que sólo veías el mundo a través de imágenes, la comunicación digital es multimedia y multimodal, con una multiplicidad de códigos más enriquecedora", apunta.

A pesar de estas posibilidades, añade, "en las encuestas y entrevistas en profundidad que hicimos, la mayoría de gente se quedaba en blanco cuando le preguntabas cuál era el uso más creativo que había hecho de internet. Mucha gente, por ejemplo, utiliza Youtube para el entretenimiento, para ver vídeos sólo de entretenimiento, lo que quiere decir que otra gente, con inquietudes previas, vea internet y estas plataformas como una herramienta con muchísimas posibilidades”.

placeholder Joan Ferrés, profesor de Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra. (Unia)

La diferencia entre los youtubers de gatos y los que, por ejemplo, espolearon la Primavera Árabe o el 15-M, reside precisamente en la educación emocional de unos y otros, según el profesor. Aunque ambos estuviesen indignados y comprendiesen que hay una crisis, sólo se movilizaron aquellos que previamente ya lo estaban, por ejemplo participando en ONGs, existiese el mundo 2.0 o no.

La paradoja de los avances

“La herramienta en sí misma no moviliza”, sentencia Ferrés, respondiendo indirectamente a una de los grandes dilemas de internet: la sobreabundancia de contenidos, repetitivos, instantáneos y superficiales, que nos llevan a la desinformación. O peor aún, a pasar de ser una sociedad teledirigida a otra ‘jibarizada’, como explicaba el ensayista Pascual Serrano en esta entrevista.

Si cualquier experiencia modifica el cerebro, alterando las conexiones sinápticas, la interacción con las pantallas más todavía porque tienen una mayor intensidad emocional

En los últimos años, se ha potenciado desde distintos ámbitos, especialmente el educativo, la utilización de las tecnologías de la información destinadas al aprendizaje. El problema de esto, según advierte Ferrés, es que la incorporación de dichas herramientas no mejora el aprendizaje por sí mismas. “Estamos acercándonos a las tecnologías sólo como instrumento, no como objetivo de estudio, lo que nos hace caer en un cierto fetichismo tecnológico, que no garantiza una mejor educación”.

Para visualizar mejor el argumento de que “vivir en un entorno tecnológico no lo soluciona todo”, Ferrés recurre a la metáfora del coche: “Hay que ponerle gasolina al motor para accionar el vehículo. Ahora tenemos una posibilidad de acción extraordinaria, pero para ello tenemos que incentivar deseo, las emociones. Bien es cierto que la dirección que coja puede dirigirse hacia la manipulación o la instrumentalización, por lo que hay que tomar conciencia de ello y dirigirse hacia direcciones más compartidas y socializadores que también potencien la autonomía personal”.

Más luces que sombras

El primer y más importante paso, insiste el profesor, “es tomar conciencia de qué experimentamos cada vez que interactuamos con las pantallas. Todas las imágenes, por muy triviales que sean, generan una intensa actividad cerebral, sobre todo en la parte emocional, el llamado sistema límbico”. Por tanto, deduce, si cualquier experiencia modifica el cerebro, alterando las conexiones sinápticas como se ha demostrado desde la rama de la neurología, “la interacción con las pantallas más todavía porque tienen una mayor intensidad emocional”.

La llegada de la imprenta, por ejemplo, produjo cambios en la capacidad de memorización, que necesariamente era mayor cuando solo existía la cultura oral. Ahora, con la llegada de las herramientas digitales no hay duda, opina Ferrés, de que la capacidad de concentración, por ejemplo, es menor.

Sin embargo, recuerda que son simples cambios en los procesos mentales, que inevitablemente tienen que producirse debido a la introducción de nuevas herramientas, pero cuyas ventajas pueden ser mayores que sus perjuicios. Todo tiene sus luces y sombras, reconoce, pero para primar unas sobre otras es preciso cambiar radicalmente la educación mediática.

“Me conectaron a un ordenador mediante varios dispositivos colocados en mi piel –presumiblemente para examinar mi actividad cerebral-. Otro dispositivo, un rudo joystick, fue colocado en mi mano izquierda. Presionando hacia adelante o hacia atrás podría indicar si me gustaba o me desagradaba lo que estaba viendo. Vi un típico menú de imágenes a un ritmo rápido: sexo, publicidad, noticias, debates, sentimentalismo y tedio. Al final del experimento me sentía frustrado por no haber podido expresar mucho más que algunas débiles aprobaciones o desaprobaciones. Para mi asombro, vi que cada cambio de imagen había sido grabado por un sensor u otro, que se correspondían con mi conductividad cutánea, mi pulso, los latidos de mi corazón y otras misteriosas reacciones. Todo mi cuerpo había estado escuchando y observando”.

Cerebro Conciencia Pascual Serrano
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