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Los experimentos científicos que podrían salvar el mundo (o acabar con él)
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LA ONU avala LA GEOINGENIERÍA

Los experimentos científicos que podrían salvar el mundo (o acabar con él)

La geoingeniería es uno de los campos de estudio científico más controvertidos de la actualidad, que divide a políticos, ecologistas y a investigadores

Foto: La geoingeniería busca revertir el cambio climático interviniendo sobre la tierra. (Corbis)
La geoingeniería busca revertir el cambio climático interviniendo sobre la tierra. (Corbis)

En septiembre de 2011 el equipo británico de científicos británico a cargo del proyecto SPICE (Stratospheric Particle Injection for Climate Engineering), anunció que estaba listo para lanzar un globo a la atmósfera con el objetivo de enfriar la temperatura de ésta. El experimento era relativamente sencillo, consistía en imitar los efectos refrigerantes de las erupciones volcánicas a corto plazo liberando en el aire 120 litros de agua pura.

El globo estaba preparado para despegar en un campo de aviación en desuso de Norfolk (al este de Inglaterra). Pero, a falta de días para dar el pistoletazo de salida al experimento, el equipo de investigación decidió cancelar la operación: sus implicaciones a nivel político, empresarial y ambiental eran difíciles de prever. En resumidas cuentas, no se sentían lo suficientemente respaldados como para abrir la caja de Pandora. El despegue de la geoingenieria tendría que esperar.

Tal como la definió la Royal Society en un informe de 2009, la geoingeniería es “la manipulación deliberada y a gran escala del medio ambiente planetario para contrarrestar el cambio climático antropogénico [provocado por el hombre]”. Se trata de uno de los campos de estudio científico más controvertidos de la actualidad, que divide a políticos, ecologistas y a los propios investigadores que, una vez más, no tienen claro si, a la hora de manipular la naturaleza, no puede ser peor el remedio que la enfermedad.

¿Una herramienta real para frenar el cambio climático?

Lo que parece claro es que la geoingeniería, que hasta hace muy poco se veía como un capricho especulativo de ingenieros y ambientalistas con poca viabilidad real –el proyecto SPICE fue la excepción a la regla, y aun así fue un fiasco–, es ahora una posibilidad que contempla, incluso, la Organización de Naciones Unidas.

El consejero científico del Grupo Intergubernamental sobre Cambio climático de la ONU cree que la geoingeniería debe ser una prioridad pública

Hace sólo un mes, el 27 de septiembre, se publicó el informe del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC), un documento que se realiza cada seis años y es el más riguroso e influyente estudio multidisciplinar sobre la materia. Además de alertar de nuevo sobre los peligros del calentamiento global, y resaltar que el hombre es el principal responsable de éste, el informe incluyó, por primera vez, una mención a la geoingeniería.

Tras la sarta de malas noticias, en el último párrafo, el informe habla de la geoingeniería con un tono especialmente cauto: “Los modelos indican que ciertos métodos de geoingeniería, si son realizables, tienen el potencial para compensar sustancialmente el aumento de la temperatura global”. El consejero científico de la IPCC, David MacKay, fue aún más allá en la presentación del informe, recomendando que la geoingeniería fuera “una prioridad pública”.

Un atractivo campo de inversión

Aunque la geoingeniería no es todavía una prioridad para los gobiernos, sí lo es para muchos empresarios. Bill Gates ha aportado más de 3,5 millones de euros a través de su Fundación para sostener el Fondo para la Innovación del Clima y la Investigación Energética (Ficer), dirigido por dos de los investigadores más reconocidos del ramo, el profesor de la Universidad de Harvard, David Keith, y el profesor de la Universidad de Standford, Ken Caldeira.

Cualquier alteración del clima tiene consecuencias globales, lo que hace imposible experimentar con la geoingeniería si no hay acuerdos internacionales

Gates no es el único millonario que ha puesto el ojo en este tipo de proyectos. La geoingeniería cada vez atrae a más inversores, entre otros el padre de Virgin y emprendedor todoterreno, Richard Branson, el cofundador de Skype Niklas Zennstrom e incluso el multimillonario Murray Edwards. Todos ellos han apoyado públicamente la geoingeniería, han financiado a compañías que trabajan en ella y han llegado a la misma conclusión: si los políticos no se ponen de acuerdo serán las fortunas privadas las que se ocuparán de salvar la tierra. Una afirmación que, lógicamente, levante suspicacias.

En declaraciones a The Guardian, Doug Parr, director científico de Greenpeace, dio la voz de alarma: “La idea de que un grupo 'autoseleccionado' tenga tanta influencia es algo extraño. Lo que está en juego es mucho, y los científicos no están en la mejor situación para decidir sobre las implicaciones sociales, éticas y políticas que provoca la geoingeniería”.

Unas medidas abonadas para la polémica

El tema no puede ser más controvertido. En primer lugar, para el estereotipado ciudadano medio la geoingeniería puede resultar ciertamente agresiva. Entre los proyectos más destacados del ramo destacan enviar al espacio un cristal gigantesco que refleje la luz de nuevo al espacio, crear volcanes artificiales que entren en erupción, pulverizar sulfatos en la estratosfera, eliminar montañas y llevar los restos al mar o liberar en el océano toneladas de limaduras de hierro para estimular el crecimiento de las algas (una técnica conocida como fertilización oceánica, que es de las que más han avanzado). Cierto es que también hay proyectos que consisten en plantar árboles o pintar las casas de blanco pero esto, en vez de parecer demasiado, parece quedarse muy corto.

La apuesta por la geoingeniería puede llevar a ciertos sectores sociales a pensar que no es necesario preocuparse por reducir las emisiones de CO2

En segundo lugar, existe una gran controversia geopolítica en torno al asunto. Cómo es sabido, cualquier alteración del clima tiene consecuencias globales, lo que hace imposible experimentar con la geoingeniería si no hay acuerdos internacionales que permitan la aprobación de proyectos a gran escala. Y aun así, todo debe hacerse con una precisión exquisita. Por poner un ejemplo, es sabido que los proyectos Gestión de la Radiación Solar, que tienen como objetivo rechazar parte del calor del Sol que llega a la Tierra para, así, enfriarla, pueden tener diferentes consecuencias en cada región. Poniendo un ejemplo ficticio pero verosímil, la India podría enfriar su espacio, logrando disminuir el impacto del cambio climático, pero, a su vez, cambiar los patrones de los monzones en Asia, lo que además de tener serias consecuencias imprevisibles daría lugar a todo tipo de interpretaciones. ¿No estaría Pakistán tentado a culpar desde entonces a la India de cualquier inundación indeseada?

La tercera gran controversia tiene que ver con el tipo de medidas para frenar el cambio climático que queremos priorizar. La apuesta por la geoingeniería puede llevar a ciertos sectores sociales a pensar que no es necesario preocuparse por reducir las emisiones de CO2 ya que podremos acabar con éstas artificialmente, algo que nadie admitiría en público, pero que muchos están tentados a creer.

Lo único que sabemos por ahora es que no estamos haciendo lo suficiente para frenar el cambio climático, y muchos ni siquiera creen que sea cierto –algo que va en contra de la evidencia científica–, y, si no buscamos una solución, pagaremos las consecuencias. El escándalo, en realidad, no es la geoingeniría. Es, como apuntó en El Confidencial José M. de la Viña, seguir pensando que aquí no pasa nada.

En septiembre de 2011 el equipo británico de científicos británico a cargo del proyecto SPICE (Stratospheric Particle Injection for Climate Engineering), anunció que estaba listo para lanzar un globo a la atmósfera con el objetivo de enfriar la temperatura de ésta. El experimento era relativamente sencillo, consistía en imitar los efectos refrigerantes de las erupciones volcánicas a corto plazo liberando en el aire 120 litros de agua pura.

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