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El orden económico, el secreto mejor guardado de los incas
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"a nadie se le exigía más de lo que podía dar"

El orden económico, el secreto mejor guardado de los incas

La hegemonía del capitalismo parece sugerir a los ciudadanos del siglo XXI que el de la economía de mercado es el único sistema que funciona

Foto: Machu Picchu es considerado el gran símbolo de la arquitectura inca. (Corbis)
Machu Picchu es considerado el gran símbolo de la arquitectura inca. (Corbis)

El paso de los años y la hegemonía del capitalismo parecen sugerir a los ciudadanos del siglo XXI que el de la economía de mercado es el único sistema posible o, al menos, el único con ciertas garantías de funcionamiento. Sin embargo, cada cierto tiempo, los historiadores desentierran del pasado los hábitos y costumbres sociales de alguna civilización olvidada que nos recuerdan que quizá estemos dando por sentado demasiadas cosas y que otros modelos son posibles (o, al menos, lo fueron en un pasado).

Uno de los ejemplos más claros en este sentido es el de la economía inca que, con su centro en la ciudad de Cuzco (en el Perú actual) consiguió convertirse en una de las sociedades precolombinas más desarrolladas, hasta la conquista española capitaneada por Francisco Pizarro a mediados del siglo XVI. Y ello, a pesar de que nunca tuvo moneda, la producción y distribución de la comida y las materias estaba completamente centralizada y el propio sistema económico imposibilitaba que nadie pudiese enriquecerse con el producto de su trabajo. No lo necesitaban: la sociedad era tan rica de por sí que el Estado podía garantizar el bienestar de todos sus miembros.

Primero, Cuzco; después, el mundo

Algunos historiadores se han detenido en las peculiaridades de la economía de la civilización incaica. Quizá el más importante de ellos sea Gordon F. McEwan, que en The Incas: New Perspectives (W. W. Norton & Company), una concienzuda revisión de la historia del poderoso imperio inca, dedica un largo epígrafe a destacar lo que diferenciaba su modelo productivo, basado en la agricultura, del de otras sociedades precolombinas. Y que, sin embargo, permitió a la civilización inca disfrutar de un desarrollo económico, social y cultural sin parangón que se reflejó en su suntuosa arquitectura (ahí está Machu Picchu para ilustrarlo) y sus portentosos avances tecnológicos.

El sistema político de dicha sociedad era poderosamente centralista

“El aspecto más inusual de la economía inca era la ausencia de un sistema de mercado y de dinero”, señalaba el profesor de antropología del Wagner College en Staten Island. “Con la única excepción de algunas políticas costeras que fueron incorporadas al imperio, no existía una clase comerciante en la sociedad inca, y el desarrollo de la riqueza individual adquirida a través del comercio no era posible”. La autarquía y el abastecimiento local eran las claves de un imperio que, en su momento de esplendor, llego a extenderse por amplias regiones de lo que hoy en día serían Perú, Bolivia, Colombia, Argentina, Chile, Colombia y Ecuador.

En ocasiones, sí existía intercambio de productos entre diversas regiones, pero únicamente cuando era estrictamente necesario, puesto que no podían ser producidos de manera local. En muchas ocasiones, los incas establecían colonias en dichas regiones, pero las decisiones seguían siendo tomadas de manera exclusiva por el gobierno central inca. El sistema político de dicha sociedad era poderosamente centralista, y desde la ciudad de Cuzco se planeó la expansión de un Estado que cobijó las culturas y costumbres de los diferentes pueblos que cayeron bajo su influjo.

Los andenes, o terrazas de cultivo, aprovechaban las laderas de las colinas. (Corbis)Una división del trabajo ¿socialista?

Así pues, si el enriquecimiento privado a través del comercio era imposible, y el Estado se encontraba tan centralizado, ¿de qué manera se repartía el trabajo? De una manera semejante a la que propugnaría el socialismo, es decir, a través de una división del trabajo en la que todos los miembros de la sociedad estaban obligados a cooperar. La sociedad estaba organizada por ayllus, grupos cuyos miembros estaban unidos por vínculos familiares y que tenían como objetivo llevar a cabo las tareas demandadas por la sociedad, como el cultivo de las tierras, las obras públicas o la formación de milicias. Además, el imperio inca destinaba un porcentaje significativo de su población a la ingeniería agrícola.

Tan sólo existía una pequeña casta de nobles que tenían el privilegio de no estar obligados a ofrecer su trabajo al imperio

Como señala Luis Eduardo Valcárcel, uno de los historiadores peruanos más importantes, en Del ayllu al imperio, “a nadie se le exigía más de lo que podía dar; así, el niño trabajaba mucho menos que el joven y éste menos que el adulto, edad en la que se le exigía el máximo esfuerzo, descendiendo después la exigencia a medida que iba descendiendo la edad”. El trabajo era una función social de la que ningún individuo podía escapar. A cambio, los ciudadanos del imperio inca recibían comida, productos de primera necesidad, ropa y otras herramientas que surgían de los almacenes del estado, y no de su bolsillo.

Tan sólo existía una pequeña casta de nobles que tenían el privilegio de no estar obligados a ofrecer su trabajo al imperio. Pero incluso en la nobleza existía la llamada “nobleza de privilegio”, que estaba formada por aquellos que habían nacido como parte del pueblo llano y que, por sus méritos personales, habían conseguido ser considerados como parte de la nobleza aunque no fuesen descendientes o familia de los incas. Solía tratarse de jefes militares, sacerdotes y las acllas, bellas mujeres que eran elegidas en su infancia para formar parte del Estado, y que podían dedicarse a la confección de ropas (o a ser sacrificadas en un altar).

Todo empieza y termina en la agricultura

Pero si los incas pudieron permitirse un sistema tan original y, al mismo tiempo, que diese tan buenos resultados, fue por su virtuoso manejo de la agricultura, la base de su sociedad. Aunque el maíz y la patata eran sus productos estrella, se cree que pudieron llegar a cultivar hasta 70 vegetales diferentes, entre los que se encuentran el tomate, la coca y los camotes (o batata). Puede ser que no tuviesen moneda, pero sí cantidades industriales (y muy variadas) de comida. Curiosamente, los incas dieron preponderancia a la agricultura a pesar de tratarse de un pueblo que se desarrolló en las montañas.

Debido a la hostilidad del terreno, los incas centraron sus esfuerzos en los avances agrícolas

En ellas colocaron los llamados andenes, o terrazas de cultivo, que aprovechaban las laderas de las formaciones montañosas. Otra de las técnicas que desarrollaron fue la del llamado camellón (o waru waru), canales conectados entre sí que tenían como objetivo crear microclimas más estables, y que fueron empleados con una alta frecuencia en las zonas de Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia. A dicho avance tecnológico hay que añadir un avanzado sistema de irrigación a través de acueductos.

¿De dónde surge tal vocación por la agricultura, cuando precisamente el terreno no parecería favorecerla? Parece ser que de una gran hambruna que pudo tener lugar alrededor del siglo XI, junto a una gran tradición agrícola de los pueblos que precedieron a los incas en la zona. Ello habría provocado que los incas centrasen todos sus esfuerzos en el desarrollo de la tecnología agrícola, puesto que las fluctuaciones del clima pondrían en peligro sus vidas si no hacían nada para remediarlo. Las fuentes que dan fe de la vida e historia de los incas son confusas y limitadas, pero pueden darnos una buena idea de cómo puede desarrollarse una gran sociedad… sin gastar ni un duro.

El paso de los años y la hegemonía del capitalismo parecen sugerir a los ciudadanos del siglo XXI que el de la economía de mercado es el único sistema posible o, al menos, el único con ciertas garantías de funcionamiento. Sin embargo, cada cierto tiempo, los historiadores desentierran del pasado los hábitos y costumbres sociales de alguna civilización olvidada que nos recuerdan que quizá estemos dando por sentado demasiadas cosas y que otros modelos son posibles (o, al menos, lo fueron en un pasado).

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