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El 'superbecario' o la lucha mezquina por un trabajo en la jungla empresarial
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"terminar a medianoche es acabar temprano"

El 'superbecario' o la lucha mezquina por un trabajo en la jungla empresarial

Un nuevo entorno de presión infernal, exagerada competitividad y sabotaje inmisericorde rodea el mundo del trabajo. Pero nadie se queja...

Foto: La competitividad feroz, la presión y los horarios imposibles provocan la fatiga irreversible de los becarios. (Corbis)
La competitividad feroz, la presión y los horarios imposibles provocan la fatiga irreversible de los becarios. (Corbis)

La figura del becario está cada vez más en el punto de mira, debido a que sus obligaciones, derechos, deberes y, en el caso de existir, sueldos, se hallan en un limbo del que nadie sabe mucho. Lo que sí está claro es que los becarios están para ser explotados, o así lo contaba The Times en un reciente artículo, lo que también demuestra que la explotación del joven cualificado no es exclusiva del territorio nacional.

Basta con echar una breve ojeada al mundo del becariado para descubrir un circo de los horrores. Desde los licenciados tan cansados que desconocen en qué día viven, hasta la mujer que dormía sobre un pequeño trozo de gomaespuma tras su escritorio, ya que volver a casa no le compensaba, pasando por la becaria altamente cualificada y sin remuneración a la que se pidió que desatascase el fregadero o el joven que, aterrado como estaba de mostrarse vulnerable, ocultó que tenía una hernia.

Becario hasta la muerte

La alarma la ha disparado la muerte de Moritz Erhardt, joven de 21 años que trabajaba como becario en la sucursal que el Bank of America Merrill Lynch tenía en Londres. Erhardt falleció en la ducha tras haber trabajado 72 horas seguidas, y el acontecimiento hizo que la empresa anunciara una inminente revisión en las condiciones laborales que padecían los trabajadores en prácticas.

El caso de Erhardt ha puesto cara al feroz mundo financiero, en el que los trabajos cada vez son más escasos y la competitividad entre los jóvenes por obtener el premio final no conoce límites. Es lo que se ha dado a llamar el ‘superbecario’, ese perfil de joven muy cualificado, talentoso, obsesivo con el trabajo y dispuesto a trabajar un número incontable de horas en las condiciones que sean necesarias para salir victorioso (si sale). De hecho, se ha señalado que el lema que presidía el perfil en línea de Ehardt era “La mejora constante y la búsqueda de la excelencia”.

No ha quedado aún claro si el fallecido becario tenía una condición médica que ha contribuido a su muerte, pero lo que es un hecho es que estos jóvenes tienen que demostrar una resistencia asombrosa. Una de las prácticas más comunes es la que se llama popularmente como “la rotonda de la magia”: el becario en cuestión, tras 24 horas de trabajo intenso, coge un taxi camino de su casa y, una vez en el portal, le pide al taxista que espere; el joven sube, se pega una ducha veloz, un rápido lavado de dientes y en un abrir y cerrar de ojos se halla de nuevo en el asiento trasero del vehículo, pidiéndole al taxista que le devuelva a su lugar de trabajo para empezar una nueva jornada. Jonathan, un abogado que pasó por la becaría, afirma que no sólo es una locura sino, también, muy triste: “Prácticamente sólo hablas con los taxistas, que acaban llamándote por tu nombre de pila”.

Alex es un antiguo empleado de otro importante banco, donde su trabajo consistía en supervisar a los becarios. “Nadie dijo nunca ‘es demasiado, no puedo soportarlo’, porque eso sería un signo de debilidad”, afirma. “Trabajan hasta altas horas de la madrugada y deben estar constantemente disponibles, de guardia. Terminar a las doce de la noche se considera acabar la jornada temprano”. Las condiciones parecen, efectivamente, demasiado drásticas y, aunque muchos lo sobrellevan con la ilusión inicial, al cabo de algunas semanas se hace insoportable. No sólo por la fatiga irremediable, sino también porque esa implicación supone un impedimento para ver a los amigos o la familia, o para disfrutar de alguna afición que sirva como vía de escape.

La ley de la jungla

Como dice un empleado del Departamento de Recursos Humanos del banco, “sólo sobreviven los más fuertes: es la ley de la jungla”. Por su parte, el banco declara que sólo están interesados en “estrellas brillantes, la crème de la crème más absoluta”.

William es un antiguo becario de la empresa y afirma que “la hora normal de salida era las dos de la mañana, todas las noches, incluyendo los fines de semana. Éramos tres que competíamos por un solo puesto, así que si otro de los becarios se queda hasta las cuatro, ¿qué alternativa tienes? Pues te quedas también hasta las cuatro. O las cinco”.

Las consecuencias de este ritmo frenético se traducen en que, al final, los becarios viven en el trabajo. La mayoría de los bancos tienen actualmente duchas y gimnasios, así como dentistas, médicos y fisioterapeutas, de modo que no hay necesidad de dejar la oficina. Algunos han incluido, incluso, ‘puntos de sueño’, en los que se puede echar una cabezada sin perder tiempo para ir a casa. Según comentan los becarios, el sabotaje es exagerado y la competitividad, mezquina: una práctica común es, cuando un compañero deja el escritorio unos instantes, cambiar lo que tiene en pantalla y abrir alguna red social o página superficial, o registrar como su nuevo correo electrónico alguna palabra obscena. Por supuesto, el peloteo a los jefes llega a límites de sumisión: si el jefe fuma, tú también.

Muchos becarios, aun habiendo concluido su labor, no quieren abandonar su puesto de trabajo y se mantienen frente al ordenador fingiendo que trabajan, lo que desemboca en un ‘presentismo laboral’ exagerado y absurdo. Según señala William uno no puede, de ninguna manera, pedir tiempo libre o sugerir que tiene un asunto familiar. Menciona al chico avergonzado de confesar que tenía una hernia y, según él, lo peor es que cuando finalmente pueden descansar, la mayoría de los becarios enferman debido a la brusca ruptura de su descabellada rutina.

La figura del ‘superbecario’ está tan consolidada que Peter Mattei ha escrito una nueva novela satírica que acaba de publicarse en Reino Unido, titulada The Deep Whatsis y que describe el proceso de conversión de un humilde becario en alguien tan despiadado como su jefe.

Prácticas no remuneradas

Sin embargo, no se trata meramente de un asunto que pueda inspirar a las mentes literarias, sino de un problema real, ya que muchos de estos jóvenes están siendo explotados y su trabajo no se remunera. Lucy Neuberger, de 23 años, ha terminado ya tres contratos de prácticas en los que no percibía ingresos para las principales empresas de relaciones públicas de Londres. La joven cree que es la manera que tienen de obtener mano de obra gratuita. Aunque Lucy tiene una licenciatura en Justicia Penal, algunas de las tareas que le encomendaron fueron limpiar la cocina o desatascar el fregadero. La joven cuenta que la empresa elaboró un horario titulado “Ángeles de la cocina” que eran, fundamentalmente, turnos de limpieza.

Gus Baker, codirector del grupo Intern Aware, reconoce que no es que las empresas no puedan permitirse pagar a los becarios, sino que se ha convertido en parte de la cultura industrial el utilizar descaradamente a los jóvenes para trabajos no remunerados. Asimismo, afirma que ningún becario suele quejarse nunca, ni reivindicar mejores derechos o condiciones más viables. (¿Pueden, realmente? ¿Cómo hacerlo, si están en constante competición unos contra otros? ¿Cuánto se juegan?).

Edward, uno de los banqueros más prestigiados, habla prácticamente como si estos jóvenes debieran estar agradecidos por unas condiciones laborales infames. “Es una oportunidad fantástica para ellos, que puede llegar a hacerles muy ricos”.

Muchos, según él, llegan pensando que van a formar parte de las operaciones más importantes. “Vienen vestidos como el cliché, con el pelo engominado y tirantes”. Además, añade, los becarios piensan “que tienen que cumplir. Siempre son los primeros en llegar y los últimos en irse. Es difícil decir si la presión viene de arriba o de ellos mismos”. El banquero, finalmente, termina reconociendo que lo que sí es cierto es “que la presión es infernal”. Además, en cualquier caso parece evidente que, por muy autoexigente que sea el becario, tanto sus condiciones de trabajo como el funcionamiento de la empresa no dependen de él, sino de sus jefes.

En definitiva, estos jóvenes se hallan bajo una presión constante e insufrible las 24 horas del día, y pueden ser reprendidos por la menor falta. Huelga decir que algunos de ellos no sobrevivirán a la criba y serán despedidos sin piedad al final del verano.

La situación en España

Todos estos ejemplos han tenido lugar en Londres, pero el problema parece tener una dimensión mucho más general. Como analizaba recientemente El Confidencial, los jóvenes españoles están sobrecualificados para las actividades que realizan. De una manera o de otra, cada vez más jóvenes europeos que cuentan con educación superior terminan desatascando fregaderos.

Que la situación no es exclusiva de algunos países lo confirma Diego Vicente, profesor de Comportamiento Organizacional de IE Business School, que considera que “estas situaciones se contagian. no es algo de un país o de otro, y menos en el mundo globalizado en el que vivimos”. En España se da la misma situación, y con mucha frecuencia. Vicente apunta que la responsabilidad del empresario, que a menudo no tiene ningún escrúpulo, es evidente, pero que no debemos olvidar que “hay que mirar al propio becario, que también tiene responsabilidad: la gente debe aprender a poner sus límites, a decir que no a situaciones abusivas”.

Vicente señala la frecuencia con que las empresas, en lugar de apostar por trabajadores consolidados en la propia firma, contratan a gente de fuera. Asimismo, conoce numerosos casos de becarios brillantes que nunca llegan a formar parte de la plantilla: en el momento de renovar su contrario, son reemplazados por un nuevo becario, ya que prima la reducción de costes. Como vemos, España no se libra de la explotación becarial, en la que poco influye el tamaño o la ubicación de la empresa.

El profesor cuenta cómo a menudo los becarios realizan un trabajo propio de un profesional, y se sorprende de que las empresas inviertan tanto capital en publicidad y traten así a sus empleados. Porque el becario, cuando sale, narra su experiencia, y no hay peor manera de anunciarse que esa.

Finalmente, Vicente termina comentando que, por desgracia, casos extremos como la tragedia de Erhardt no tienen por qué ser exclusivos de los becarios: “nadie está exento de esas situaciones; con más frecuencia de la que debería, el trabajo mina nuestra salud. Debemos saber poner límites entre el uso y el abuso”.

Tal vez sea el momento de plantearse si la celebérrima crisis económica no viene de la mano de una profunda crisis de valores.

La figura del becario está cada vez más en el punto de mira, debido a que sus obligaciones, derechos, deberes y, en el caso de existir, sueldos, se hallan en un limbo del que nadie sabe mucho. Lo que sí está claro es que los becarios están para ser explotados, o así lo contaba The Times en un reciente artículo, lo que también demuestra que la explotación del joven cualificado no es exclusiva del territorio nacional.

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