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Guerra Mundial T (de trabajo): “Peleaos y sed competitivos o desapareced”
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Guerra Mundial T (de trabajo): “Peleaos y sed competitivos o desapareced”

“El nuevo sujeto es el hombre de la competición y del rendimiento. El empresario de sí mismo es un ser hecho para triunfar, para ganar. El

Foto: En el mundo laboral sólo quedarán los que ganen la pelea. (Corbis)
En el mundo laboral sólo quedarán los que ganen la pelea. (Corbis)

“El nuevo sujeto es el hombre de la competición y del rendimiento. El empresario de sí mismo es un ser hecho para triunfar, para ganar. El poder de la competición, más aún que las figuras idealizadas de los dirigentes de empresas, es el gran teatro social que exhibe a los dioses, semidioses y héroes modernos”. Con estas palabras, Christian Laval y Pierre Dardot sintetizan en su libro La nueva razón del mundo (Ed. Gedisa) las similitudes de nuestra vida cotidiana, en especial la laboral (pero no sólo) con ese mundo de enfrentamientos enconados, épica de segunda y adjetivos exagerados que es el deporte.

Lo cual se hace especialmente evidente en algunos de sus elementos. Que la figura del coach (el entrenador) haya venido a sustituir a los viejos consejeros, como los sacerdotes, los adivinos, los psicólogos o el confidente de la barra del bar, es suficientemente revelador de cómo la preparación intelectual del pasado ha dejado lugar a una permanente puesta en forma física y mental, y de cómo las perspectivas éticas, morales o intelectuales abandonan el lugar para dejar paso a la disciplina y la forja de músculos emocionales.

Sin embargo, las metáforas no se agotan en el uso de unos cuantos términos. Es el entorno en sí mismo el que está imbuido de ese espíritu. Las nuevas formas del capitalismo se agrupan en torno a un frame que da sentido a sus partes. El deporte es ese marco conceptual: por eso, más que contratar trabajadores, la empresa esponsoriza a quienes poseen más talento, a los que alberga en el seno de su firma sólo en tanto sigan ofreciendo las "marcas" previstas. Un empleado, que no es otra cosa que un competidor, debe hacerse visible destacando respecto de la masa con la finalidad de ser patrocinado (contratado) por una empresa de prestigio. Para esa tarea, tiene que cuidarse mental y físicamente y potenciar las virtudes que le hacen diferenciarse. Tiene que adquirir las habilidades relacionales y los conocimientos teóricos que le lleven a ascender un escalón, pero la clave reside ante todo en mantener la actitud correcta, que es la de intentar llegar un paso más allá y romper los límites, como si se fuera un atleta que busca permanentemente batir un récord.

El deber de competitividad

Así funciona, afirma Christian Laval, profesor de sociología en la Universidad de París X Nanterre, nuestro entorno económico, laboral y existencial. Su objetivo no es tanto exhortarnos a que nos adaptemos a los modelos del mercado, cuanto “la transformación de todas las relaciones sociales según el modelo único de la competencia, obligando a todos los individuos a un deber de competitividad. Toda la política y la moral contemporáneas obedecen a ese principio universal, que sobrepasa el marco económico y que se convierte en la nueva coherencia normativa de nuestro mundo: sed competitivos o desapareced”. Esa lógica funciona a gran escala, como se ha visto a la hora de gestionar la crisis de los países mediterráneos acuciados por la deuda pública, asegura Laval, pero sobre todo es eficaz en el nivel cotidiano: “Nos encontramos ante una lógica general cada vez más interiorizada por los individuos. La competencia se ha erigido en principio social”.

Pero este nuevo contexto no implica que se fuerce a la gente a actuar de un modo predeterminado, como ocurre en los totalitarismos. “No estamos ante esas instituciones totales, como el ejército o la iglesia, que modelan a los individuos metiéndoles en el mismo molde. En nuestra sociedad se puede ser diferente y cultivar la singularidad, pero siempre que se utilice como un arma a la hora de competir. La libertad de nuestro sistema es la libertad para obtener resultados: haz lo que quieras, pero añade valor. Ese el mandato del que uno no se puede sustraer”.

Empobrecimiento generalizado

El objetivo es hacer de sí mismo una marca y de tratar de añadir a la misma el máximo capital simbólico. “Se trata de convertirse en empresario de uno mismo, algo que será presentado por los nuevos discursos como el verdadero arte de vivir, y como algo que sólo surge a partir de la ética existencial que uno aprende si se mueve continuamente en el filo del riesgo. Estos discursos, ávidamente divulgados, pueden seducir a mucha gente, en particular a aquellos jóvenes atraídos por la aventura de la empresa, pero son también una manera de dar algo de atractivo a una realidad mucho más complicada, como es el empobrecimiento generalizado de la población”.

Cada vez más los sistemas educativos y, afirma Laval, se nota mucho en el europeo, están enfocados hacia el objetivo de que cada cual haga una marca de sí mismo y que aprendamos a pelear en esa lucha sin cuartel por posicionarnos en el entorno laboral. “Somos los managers de nuestras propias vidas, y las empresas han comprendido bien este principio poniendo en concurrencia los equipos y los individuos a través de retos, de concursos y de técnicas de evaluación y de comparación. Así, la ética de nuestro tiempo termina exaltando el vigor, el combate y el éxito, convirtiéndonos en guerreros que pelean por la supervivencia, en “una lucha de todos contra todos para obtener las posiciones más envidiables o simplemente para conseguir un empleo. La guerra de clases no ha desaparecido. Se ha generalizado y, en ese movimiento, ha hecho explotar los grandes grupos sociales en fracciones que luchan una contra otra”. El mundo (laboral) se ha convertido de una suerte de combate continuado, donde sólo los vencedores sobreviven.

Pero esa competencia feroz se complementa, para ser del todo eficaz, con la idea de que vivimos en un sistema justo que nos da lo que nos merecemos. Si tenemos éxito o fracasamos es por completo mérito o demérito nuestro, por lo que no podemos culpar a las estructuras sociales o a los demás de que nosotros no consigamos lo que queremos. Y esa mirada, plenamente operativa a nivel individual, se traslada también al plano general, señala Laval. “Si las desigualdades, el paro y la pobreza aumentan, no es por culpa del sistema, sino que es el individuo el único directamente responsable de su suerte. No hay que olvidar que el capitalismo contemporáneo es herencia del puritanismo, del darwinismo social y del eugenismo. Los pobres tienen lo que se merecen, por lo que la única manera de ayudarles es animarles a luchar unos contra otros”.

“El nuevo sujeto es el hombre de la competición y del rendimiento. El empresario de sí mismo es un ser hecho para triunfar, para ganar. El poder de la competición, más aún que las figuras idealizadas de los dirigentes de empresas, es el gran teatro social que exhibe a los dioses, semidioses y héroes modernos”. Con estas palabras, Christian Laval y Pierre Dardot sintetizan en su libro La nueva razón del mundo (Ed. Gedisa) las similitudes de nuestra vida cotidiana, en especial la laboral (pero no sólo) con ese mundo de enfrentamientos enconados, épica de segunda y adjetivos exagerados que es el deporte.

Deuda París