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“Cuando te das cuenta, ya te has acostado con todos”
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A FONDO: EL AMOR EN PROVINCIAS

“Cuando te das cuenta, ya te has acostado con todos”

La vida amorosa fuera de las grandes capitales es mucho más complicada, porque todo termina sabiéndose. Estos son sus problemas y así los combaten quienes los sufren

Foto: En los pueblos la oferta se reduce notablemente. (Corbis)
En los pueblos la oferta se reduce notablemente. (Corbis)

Juan dejó la gran ciudad hace dos años en busca de territorios menos problemáticos. Ahora es abogado en una ciudad del norte de España, y puede vivir en el campo, a diez kilómetros de la urbe, en un paraje más o menos idílico. “Tardo menos en coche hasta mi trabajo de lo que tardaba en Madrid”. La luz es mejor, la comida es mejor, el tiempo no es bueno, pero a él le gusta observar las largas tardes de lluvia, y, sin duda, el dinero es un parámetro a tener en cuenta: aquí se gasta en un mes más o menos lo que se dejaba en Madrid en una semana tranquila. Sin embargo algo falla. Soltero convencido a sus cuarenta años, en la capital mantenía una vida sentimental tirando a agitada, novias sucesivas, un par de amantes de algún modo fijas y aventuras ocasionales que podían surgir en cualquier momento y en cualquier bar. Aquí, ahora, nada. ¿Nada? “No es que yo fuera lo que se llama un ligón, pero no me iba mal. Aquí, ni un rosco”.

Hace seis meses tuvo un cierto acercamiento con una chica pero se quedó finalmente parado. “No sé qué pasó”, explica. “Es como si los códigos a los que yo estaba habituado hubiesen cambiado de pronto. Lo que considerabas como hecho de repente cambiaba, había que hacer algo más y yo no tenía claro exactamente qué. Aquí hay muchas chicas, las conoces, porque conoces casi a todo el mundo al cabo de tres o cuatro meses de estar en la ciudad relacionándote, pero es realmente difícil. En este tiempo lo normal en Madrid habría sido tener por lo menos un par de rollos, tirando por lo bajo. Aquí no, así que al cabo de un año o así empecé a mosquearme”.

La conclusión a la que llegó es que el problema no era exactamente suyo y que, sencillamente, el chascarrillo que se suele aplicar al País Vasco está vigente en casi cualquier plaza de tamaño medio. “En provincias y entre la población de provincias, la posibilidad de un ligue ocasional, decrece de manera exponencial”, afirma. “Parece como si el cortejo siguiese vigente. Como si viviésemos en otro tiempo, aunque la gente vista a la última y tal; con el problema añadido de que los que venimos de la ciudad nos hemos olvidado bastante de cómo se hacía eso de cortejar, ¿no? De hecho, con cuarenta años, yo creí que el cortejo en el viejo sentido ya estaba obsoleto, que era incluso ridículo. Una tía en una ciudad grande te preguntaría que por qué demonios estás perdiendo el tiempo de esa manera…”.

El infierno del qué dirán

Lola, de cuarenta y seis años, médico, bisexual, es originaria de un pueblo de tamaño medio de Andalucía. Estudió en Barcelona y ha desarrollado allí su carrera como médico. Coincide en lo de que en provincias no se liga pero tiene una visión distinta de las razones. “En mi ciudad de origen, cuando vuelvo”, cuenta, “me doy cuenta de que todo el mundo se conoce de una manera casi enfermiza. Es el deporte nacional, saber de los otros. Hasta yo, que llevo veinte años fuera y raramente paso, estoy perfectamente escaneada. Casi puedes ver la noticia corriendo de punta a punta”.

Además, y siendo serios, excepto excepciones, los tipos intelectualmente válidos están en las capitales

“Parece que todo ha cambiado mucho pero no ha cambiado desde hace 50 años, en el fondo. Al final lo que la gente quiere es lo mismo, casarse, ser feliz, tener hijos, y, aunque no de una manera tan salvaje como antes, se te sigue clasificando de una manera muy rápida. Aquí alguien con el pelo medio largo es un hippie, alguien que salga habitualmente es un pasado de vueltas y un yonqui y por supuesto alguien que se acuesta con dos o tres y no lo oculta –y esto último es lo importante- es una puta”. En su opinión, “la situación de las ‘chicas’ de cuarenta y tantos, de mi generación, en una ciudad pequeña es un verdadero drama algunas veces. En el aspecto sentimental y sexual, quiero decir. Lo que les pasa es que se han acostado con todos los que valen para algo; aunque hayas follado poco, de los 16 a los 46 te ha dado tiempo, contando las noches tontas… Había siete, y te has follado a los siete. Ahora los que no están casados son los que realmente no sirven para una relación y tú también has sido clasificada, de alguna manera… Nadie se va a aproximar para algo serio. Y a ciertas alturas la gente quiere algo serio. Es difícil salir de ese círculo si te has quedado ahí. Algunas acaban haciendo el ridículo, claro”.

Pese a que ella vive ahora en Barcelona, algo le ha quedado de la prudencia con la que afrontaba estos temas en el pasado: “Si tengo una pareja”, considera, “y me pregunta con cuantos tíos me he acostado, ni de coña le digo la verdad. Diré: cuatro, mis cuatro novios. Por supuesto de las chicas ni hablamos”.

Si eres una niña mona y con el punto exótico de que vienes de fuera, la voz se corre enseguida

“Al final lo que haces en provincias es crearte una identidad ficticia o joderte y atenerte a las reglas, o ponerte en plan punki y que ya te de igual lo que nadie piense. Esa podría parecer la mejor opción, pero te aseguro que se te hace pagar por eso también. Yo cuando vuelvo soy una santa, paso de rollos. Además, y siendo serios, excepto excepciones, los tipos intelectualmente válidos están en las capitales”.

Todos quieren ligar contigo

María, que pertenece a otra generación (30 años) pero que también huyó joven de una provincia a la que vuelve periódicamente, tiene un punto de vista ligeramente distinto. Reconoce que “yo, la verdad, en provincias he ligado poquísimo (dos veces)”, pero cree que “las posibilidades que he tenido son más o menos las mismas”. Coincide en que “la ‘tipología’ de la oferta parece menos variada que en las grandes ciudades y, por ende, menos tentadora”, pero afirma que “incluso puede que la oferta se amplíe si vienes de fuera: si eres una niña mona y con el punto exótico de que vienes de fuera, la voz se corre enseguida y tipos a los que a lo mejor no les habrías apasionado por ti misma, están dispuestos a ligar contigo porque saben que quieren hacerlo los demás... Te conviertes enseguida en pieza de trofeo y… ¡puedes ligarte a quien quieras! Ahora, si lo haces, sabes que también se va a correr la voz, con igual premura”.

Y ahí está, dice Mario, músico y barman que lleva toda la vida viviendo en Galicia, una de las claves: en el “material” foráneo. “Desde luego la cosa ha cambiado desde la época de nuestros padres, porque la gente tiene más relaciones sexuales, pero no porque “aquí” se folle más, sino porque al final han empezado a entender que hay que buscar lo que viene de fuera.Las mujeres de aquí siguen en cierto modo los viejos parámetros. Quieren un cierto cortejo y la finalidad última es el matrimonio. Y los hijos, claro. Así que los tíos (y algunas mujeres) buscan rutas alternativas. Mi primo, por ejemplo, que es un tío joven y guapo que no debería tener problemas para ligar, ha terminado apuntándose con varios amigos al Badoo. Ahí lo que encuentras es un montón de chicas sudamericanas que quieren ‘pescarte’. Si no eres de los que se dejan pescar, puedes follar y mucho. Luego está la opción, si vives en una ciudad con universidad, de intentar entrar en los círculos de los Erasmus. Te vas a los bares donde los estudiantes extranjeros van y lo intentas. Allí es más fácil, lo que pasa es que a partir de una cierta edad empiezas a parecer Alfredo Landa y todo se vuelve patético. No sé cómo actúan esas chicas extranjeras en sus pequeñas ciudades de provincias italianas o checoslovacas pero aquí… bueno, no es que sean promiscuas ni nada, son lo que en una ciudad grande se consideraría normal, es decir, hay una posibilidad de ligar, de ligar en el momento, sin tener que levantar toda una fachada de la leche. Cierto es que hay una doble moral bastante asquerosa por parte de los tíos, que se acostarán con esas chicas pero no dejarán de considerarlas unos putones y preferirían para tener una relación, a una de aquí con pinta de niña buena”.

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“En todo caso, al final cinco de cada diez veces que echas un polvo, lo haces con alguien que no es de la ciudad. Basta con que sea de un poquito más lejos, basta con que no sea exactamente del pueblo y la cosa se relaja. Es como ser invisible: ‘Aquí puedo hacer lo que quiera’. Las últimas tres veces que he ligado ha sido fuera de aquí o aquí con gente que estaba de paso”.

Viene el verano

María coincide y pinta un cuadro similar de veinte años atrás: “Recuerdo que para mis amigos, de pequeños, los momentos dorados de la adolescencia eran los veranos, que llegaban cargados de la promesa de las nuevas hornadas de niñas monas de la capital para librarlos de la monotonía de las implicaciones familiares y los largos cortejos”.

“Y no creo que las turistas fuesen más ‘libres’”, apunta, “en sus vidas cotidianas. Al final, si vives en la capital, también vives generalmente circunscrito al ‘pueblo’ del hábitat social que te es propio, también tienes que preocuparte por los amigos de tus padres, los amigos de tus amigos y tal y tal... pero, cuando llegaban en verano, eran ellas las que tenían en mente lo de ‘aquí nadie me conoce’ y hacían cosas que no harían en casa o, al menos, con una despreocupación mayor. En las provincias que son turísticas, sí se crea en los veranos una especie de tierra de nadie o de estado de gracia en que todo el mundo se olvida de sus propias limitaciones socio-sexuales. Y esto no sólo vale para madrileñas, mis amigas alemanas siempre decían que les encantaba ir a Canarias o a Marbella etc., porque se liberaban...”.

Tienes mucho menos margen para equivocarte, y eso genera todo tipo de reticencias por ambas partes

Susana, de la misma quinta que María (fueron compañeras de colegio) nunca salió sin embargo del ambiente provincial, está separada y tiene dos hijos. “Para empezar”, opina, “creo que todavía en provincias la gente tiende a casarse más joven”, como hice yo, lo cual limita en cierta medida la época del tonteo sin expectativas. Existe, que no estamos en los años cincuenta y, en mi grupo de amigos de la adolescencia, casi todos se habían dado algún que otro besito con casi todas, pero enseguida se acaba. Enseguida empieza la época en que si sales cinco veces con la misma persona, tienen los ojos puestos en ti, y debes aguantar el proceso inquisitorial de la tía solterona y todo lo demás… Pero creo que, fundamentalmente, es porque aún hay una diferencia de unos cuantos años sobre cuando se empieza a asumir que te tienes que tomar las cosas en serio. Por el contrario, supongo que también te liberas más rápido de esa carga social: si pasas cierta edad sin compromisos, deja de esperarse que los adquieras y te conviertes en alguien con quien se puede ligar sin presiones. Por desgracia, no fue mi caso”.

“Si pienso en mis viejos amigos de la provincia”, interviene María, “son más los que se acabaron casando con su novia/o de los quince y los que han tenido noviazgos largos que han acabado en rupturas traumáticas. Supongo que si tienes 23 y llevas cuatro años con la misma persona, y es normal que a los 26 estés casado, ese noviazgo está revestido de una apariencia de viabilidad que no tendría, si la edad normal de matrimonio fuesen los 31. Así que, hay mucha más presión y las rupturas son más determinantes aunque la elección de pareja la hicieses a una edad en la que aún no estabas en absoluto maduro... En resumen: tienes mucho menos margen para equivocarte, y eso genera todo tipo de reticencias por ambas partes”.

*La segunda parte de este artículo puede leerse aquí:

Juan dejó la gran ciudad hace dos años en busca de territorios menos problemáticos. Ahora es abogado en una ciudad del norte de España, y puede vivir en el campo, a diez kilómetros de la urbe, en un paraje más o menos idílico. “Tardo menos en coche hasta mi trabajo de lo que tardaba en Madrid”. La luz es mejor, la comida es mejor, el tiempo no es bueno, pero a él le gusta observar las largas tardes de lluvia, y, sin duda, el dinero es un parámetro a tener en cuenta: aquí se gasta en un mes más o menos lo que se dejaba en Madrid en una semana tranquila. Sin embargo algo falla. Soltero convencido a sus cuarenta años, en la capital mantenía una vida sentimental tirando a agitada, novias sucesivas, un par de amantes de algún modo fijas y aventuras ocasionales que podían surgir en cualquier momento y en cualquier bar. Aquí, ahora, nada. ¿Nada? “No es que yo fuera lo que se llama un ligón, pero no me iba mal. Aquí, ni un rosco”.

Sin censura Amor Noadex
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