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“Los españoles sois unos taberneros”; “Y vosotros sólo venís aquí a mamaros”
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A FONDO: AMOR Y ODIO EN LA UNIÓN EUROPEA II

“Los españoles sois unos taberneros”; “Y vosotros sólo venís aquí a mamaros”

Esta es la segunda parte del reportaje "Amor y odio en la Unión Europea", cuya primera parte se publicó ayer.

Foto: “Los españoles sois unos taberneros”; “Y vosotros sólo venís aquí a mamaros”
“Los españoles sois unos taberneros”; “Y vosotros sólo venís aquí a mamaros”

Esta es la segunda parte del reportaje "Amor y odio en la Unión Europea", cuya primera parte se publicó ayer.

Jesús es doctor en química. Es uno de los cientos de investigadores que han abandonado España en busca de un trabajo mejor en Alemania. Está contento con su nuevo empleo, pero en sólo un mes, tal como ha explicado a El Confidencial, se le cayeron los mitos que tenía sobre el país teutón. “En serio”, comenta el joven investigador, “lo de que curran más es la mayor mentira que existe en el mundo. En España todo el mundo dice que los alemanes curran más porque tardan muy poco en comer. Aquí comen delante del ordenador porque, para empezar, son asociales. Es cultural. Cuando comemos todos juntos comemos en 20 minutos, se tiran la comida por encima”.

Lo que se percibe en Europa es ese estereotipo según el cual los españoles somos vagos y nos pasamos el día bebiendo¿Y qué hay de su famosa eficiencia? “Yo cuando llego al curro lo primero que hago es mirar el Marca”, reconoce Jesús. “Esta gente llega y se pone a currar, pero es que a las cuatro de la tarde se van a su casa. Aquí a partir de las cuatro solo quedan guiris. Yo concibo que mi vida en el trabajo es parte de mi vida, y me llevo genial con la gente, y estoy de broma y te pregunto por tu fin de semana. Ellos eso no lo ven así. Cuando están en el trabajo están trabajando. Tampoco es que trabajen a tope, trabajan sin más, y no se relacionan entre ellos. Prefieren estar con su familia tres horas más que estar hablando contigo. La realidad es que trabajan menos horas y al mismo ritmo que en España”.

Pero la realidad no importa demasiado cuando están las creencias de por medio. Da igual que pasemos más tiempo en la oficina o que nuestra carga de trabajo sea mayor, porque lo que de verdad se percibe en Europa, como señala Ismael Crespo, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Murcia, es ese estereotipo según el cual, los españoles somos vagos, nos pasamos el día bebiendo y en los toros y no damos palo al agua. Y esos discursos, según las últimas encuestas, han ido calando como lluvia fina entre la ciudadanía europea. Así pueden explicarse actitudes peculiares, como esos gritos (“tabernero español, sucio vago”) que Rafa Benítez, el entrenador del Chelsea londinense, tiene que sufrir todos los domingos”.

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Tal como explica José Ignacio Torreblanca, director de la oficina madrileña del European Council on Foreign Relations, hay que tener en cuenta que “no es lo mismo la imagen del un país que el sentimiento concreto respecto a los ciudadanos de otros países”. El problema surge cuando, como está ocurriendo ahora, acabamos mezclando nuestra opinión sobre una nación, con la que merecen sus políticos o sus ciudadanos. “Cuando empiezas a mezclarlo todo y metes en el mismo saco a Merkel, los alemanes y los nazis es cuando las cosas empiezan a irte mal”, apunta Torreblanca.

Según el politólogo, en este auge del estereotipo han jugado un papel importante los medios de comunicación sensacionalistas, como el Bild en Alemania, que ha orquestado una auténtica campaña en contra de los países del sur de Europa, y los movimientos populistas, xenófobos o radicales, que en países como Reino Unido o Francia han tenido un importante auge.

Todo ello ha hecho que la crispación entre países crezca. Paloma, una joven madrileña que vivió cinco años en París, recuerda que en 2001, cuando llego a la capital francesa, los españoles estaban de moda. “Con los franceses había muy buena sintonía. Estábamos empezando a triunfar en los deportes, en la música, en lo económico… Fue la época del éxito de Almodóvar. La gente, cuando se enteraba de que era española, me decía que se sabía de memoria todas las canciones de Ska-P. Todo el mundo estaba aprendiendo español. Ahora las cosas han cambiado por la situación política y económica. Mis amigos franceses me dicen que ‘España está en la mierda’”.

El eterno discurso de ricos contra pobres

Los españoles que viven en el extranjero no sólo tienen que luchar por colocar en buen lugar la tan reivindicada Marca España, además tienen que tratar de que no les juegue una mala pasada. Ana, una asesora jurídica madrileña, que trabaja en resolución de conflictos, se casó el año pasado con un alemán, que conoció cuando fue a estudiar a Leizpig. Desde que trata con alemanes asegura que sólo ha notado cariño y comprensión, y nadie le ha tachado de vaga. Pero de un tiempo a esta parte está empezando a escuchar cosas que le chirrían: “En la prensa se está poniendo a España a caldo. Hay mucha gente que lee muchas cosas y no sabe qué pensar. Mi círculo de amigos son todos universitarios y no se lo creen todo. Preguntan. Pero claro, lo lee cualquier otra persona y se lo cree. El discurso de la gente que no tiene educación, no tiene cultura y no se entera, es que están pagando a la gente los platos rotos de los países del sur de Europa, igual que antes pagaban los de la RDA o los turcos”.

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Esos estereotipos que circulan por la Unión Europea sobre nuestro carácter, y que tan útiles resultan en el terreno amoroso y relacional, se vuelven mucho más oscuros cuando se abordan los planos económico y laboral. En esa mente europea que construyen los medios, estamos muy bien dotados para la pasión, quizá en exceso, porque eso hace que razonemos menos, seamos menos pragmáticos y nos dejemos llevar por lo anímico. Estamos hechos para pasarlo bien, y no para tomar decisiones racionales. Gastamos más de la cuenta y trabajamos menos de lo que debemos…

Lo curioso es cómo esos discursos terminan reproduciendo viejos estereotipos no ligados a ámbitos estrictamente nacionales, y que están mucho más relacionados con las tensiones entre ricos y pobres. Jesús captó esto a los pocos meses de vivir en Alemania. El laboratorio en el que trabaja está en Thüringen, antes parte de la Alemania socialista. Enseguida se dio cuenta de que las tensiones políticas con el oeste son “exactamente iguales” que las que se viven en España entre regiones como Cataluña y Andalucía. “Baviera es como Cataluña”, asegura Jesús. “Allí dicen que todo el resto de Alemania son unos vagos, que no trabajan y chupan lo que ellos producen. Los de aquí dicen que son unos chulos. Es la misma historia que en España, los ricos metiéndose con los pobres y viceversa”.

Las críticas de los alemanes respecto a los españoles son las mismas que profieren los catalanes respecto de los andalucesEsta mala imagen no sólo funciona en Alemania. La alta presencia de españoles jóvenes en países europeos, que han emigrado debido al elevado desempleo de nuestro país, ha hecho que en algunos lugares nos dejen de ver con buenos ojos. “Los españoles estamos literalmente invadiendo Escocia, en concreto Edimburgo”, explica Blanca, una maestra española que vive en la ciudad británica. “No deja de comentarse que estamos aquí por los benefits, una ayuda que da el Gobierno si no trabajas o cobras menos de lo que se considera necesario para vivir. Lo que no tienen en cuenta es que ese dinero te da para vivir míseramente. Vamos, que vivir de ese dinero es un suicidio”

Una clase de acusaciones que se reproducen casi punto por punto en los distintos niveles territoriales, alcanzando a las relaciones entre regiones. Como asegura Ismael Crespo, son las mismas “que profieren los catalanes respecto de los andaluces. Muchos de ellos también piensan que los sevillanos o los malagueños se benefician de su trabajo y que son unos aprovechados que les están sacando la sangre para pagar sus prestaciones del desempleo”.

La intransigencia pasa factura

Pero tanto estereotipo no sale gratis: suele regresar como un búmeran hacia quienes los utilizan. Si los países del norte de Europa denigran a los del sur, éstos han comenzado a atizar discursivamente a sus vecinos de más arriba. Los alemanes pueden vivir bien porque los del sur viven mal, de manera que sus insultos no son más que una cortina de humo tras la que se oculta la continua extracción de recursos financieros de la población mediterránea.

En España, se trata de un fenómeno novedoso, pues la visión que teníamos hasta ahora de los alemanes era muy positiva. Tal como explica Mauro F. Guillén, sociólogo de la escuela de negocios Wharton (Pensilvania, EEUU), a los españoles, históricamente, nos han caído siempre mal los franceses –por la vecindad, los conflictos agrícolas y la actitud que tuvieron frente al terrorismo de ETA– y los ingleses –principalmente por el conflicto con Gibraltar–, pero los italianos y los alemanes han estado desde hace mucho tiempo entre nuestros países favoritos de Europa. Nuestra actitud hacia Alemania, no obstante, está cambiando de una manera vertiginosa.

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Y eso está llegando a la gente. Jesús tiene claro que la imagen  de los alemanes, de tipos serios y cultos no está justificada: “Todos los alemanes han estado en Barcelona y en Baleares. A Madrid han ido pocos y ninguno te va a decir que El Prado es muy bonito. Van a las islas a mamarse y gastarse su pasta en un sitio caluroso”.

“Mucha gente está empezando a atribuir el que hayamos alcanzado los 6 millones de desempleados a la intransigencia alemana”, explica Guillén, “y creo que tienen razón en parte. Francamente, Alemania está siendo un poco intransigente”. Aunque el sociólogo reconoce que Alemania “ya ha dado mucho”, cree que su postura radical respecto a la austeridad es fatal para el conjunto de Europa, incluidos ellos mismos: “Si el país que se puede endeudar con tipos de interés negativos, el país que está fuerte, también está con políticas de austeridad, a ver quién nos salva. No es un país cualquiera, es el mayor socio comercial de España, Portugal, Italia, Francia, Grecia… De todos los países. Si nuestro principal cliente no para de hacer ajustes, me dirás a dónde vamos a parar. Si continúa la política de Merkel… No sé, ¿podría llegar el desempleo en España a los siete millones? Yo creo que sí”.

Una fractura europea difícil de cerrar

En opinión de Torreblanca, la actitud del Gobierno alemán, que “está ejerciendo un poder asimétrico y muy hegemónico”, ha generando un importante resentimiento, que a la larga podría ser dañino para Europa en su conjunto. Tal como explica, “estábamos acostumbrados a una Europa mucho más horizontal, donde siempre se ha dado una imagen de cooperación, aunque no siempre fuera real, y los países parecían iguales. Ahora con la crisis, la economía lo domina todo y el poder económico se convierte en poder político. No hay frenos institucionales que digan que aunque un país tenga el poder económico no debe imponerlo todo políticamente”.

“Este lenguaje continuo de condicionalidad ha hecho que la Unión Europea sea como el FMI para los Latinoamericanos”, asegura Torreblanca. “Ahora entendemos lo que eso significó en esos países, gente que impone desde fuera y a la que nunca puedes contestar, porque no tienes los instrumentos. Es un poco una exageración, porque Europa no es lo mismo, pero ha habido un cambio tan grande del poder con la debilidad de Francia, y la marginación de Reino Unido, que la situación es semejante”.

Estábamos acostumbrados a una Europa mucho más horizontal, donde siempre se ha dado una imagen de cooperaciónAna reconoce que no está en la posición de defender a España, pero resume bien el resentimiento del que habla Torreblanca con aquello que les dice a los alemanes cuando le preguntan por España: “Sinceramente, nos estáis jodiendo”.

¿A dónde puede llevarnos este aumento del resentimiento y la crispación? No lo sabemos, pero sí podemos ver cómo Europa pierde legitimidad a marchas forzadas. “Europa no es un país, no es una nación, y la gente no se identifica con ella como lo hace con su estado”, explica Torreblanca. “Su legitimidad está muy ligada al desempeño económico, a los resultados. Como los resultados no acompañan, se deteriora esa legitimidad. Si luego, además, los procedimientos tampoco son muy democráticos, o la gente los percibe como distantes u opacos, se deteriora aún más la situación”. La crispación y el resentimiento podrían conducir a una fractura política y social de consecuencias imprevisibles.

Esta es la segunda parte del reportaje "Amor y odio en la Unión Europea", cuya primera parte se publicó ayer.