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La gran epopeya de Magallanes y Elcano, y de su olvidado esclavo, Enrique de Malaca
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La gran epopeya de Magallanes y Elcano, y de su olvidado esclavo, Enrique de Malaca

Allá en los albores del siglo XVI y después de exponer a su rey Manuel I de Portugal el magno proyecto de buscar un paso por

Foto: La gran epopeya de Magallanes y Elcano, y de su olvidado esclavo, Enrique de Malaca
La gran epopeya de Magallanes y Elcano, y de su olvidado esclavo, Enrique de Malaca

Allá en los albores del siglo XVI y después de exponer a su rey Manuel I de Portugal el magno proyecto de buscar un paso por el oeste hacia el país de las especias (Islas Molucas), Magallanes, rechazado por el monarca luso y sin desistir de su ambicioso empeño, se dirigió a la corte española con la misma oferta. El rey emperador español, que al principio se mostró algo díscolo y reacio al ver que la locura del marino no remitía, le dijo que sí a todo y a continuación puso a descansar su fatigada mente. El portugués era harto locuaz y persuasivo.

Fernando de Magallanes (en el idioma de SaramagoFernão de Magalhães) nació en 1480 en una pedanía cercana a Oporto y, a causa de las heridas recibidas en combate en Mactao (Filipinas), no pudo rubricar la titánica tarea de circunnavegar el mundo por primera vez en la historia, empresa que quedó en manos del vasco Elcano, compañero de exploración que finalmente la concluyó.

Magallanes era un marino portugués soñador y desenfadado al servicio de un rey español paradójicamente austero en lo personal a la vez que manirroto en lo que concierne al tremendo dispendio y mantenimiento financiero que exigía la  bien engrasada maquinaria de guerra hispana. Rápidamente confraternizaron estas dos almas desubicadas…

En aquel tiempo, Castilla era muy reacia a las aventuras de ultramar, pero las propuestas de ilustrados marinos y exploradores de fortuna de a poco fueron cambiando esta filosofía estática. Los pingües beneficios que el descubrimiento de América comenzaba a redituar reciclaron el tradicional pensamiento castellano de "tierra adentro".

Sucedió que, en 1505 y a la edad de veinticinco años Magallanes ya se había enrolado en la Gran Flota que Portugal había enviado a India para instalar como  virrey a Francisco de Almeida, mas después de librar diferentes combates en Goa, Cochin y Kerala, finalmente resultó herido en esta última y decisiva batalla, lo que habría de influir en él para los restos.

Un camino hacia las Molucas

Retornó a Portugal, con la reforzada convicción de encontrar un paso hacia las Molucas que no transgrediera las zonas de influencia delimitadas en el tratado de Tordesillas. Hasta entrado 1640 ambas partes respetaron lo pactado. Fue el Conde Duque de Olivares el que faltó a la palabra dada por Felipe II a nuestros hermanos portugueses obligándoles a cumplimientos ajenos a lo pactado.

La travesía era a todas luces una auténtica temeridadA la vuelta de la India, Fernando de Magallanes se volcó en las cartas náuticas de la escuela de Chagres, posiblemente la más avanzada de la época. En 1517, y en busca de su particular "Ínsula Barataria", se acercaría a La Casa de la Contratación de Sevilla a probar suerte, queriendo la fortuna de que allá se encontrara a su amigo y "factótum" Juan de Aranda, el cual le facilitaría enormemente las cosas. En marzo de 1518 sería ascendido a capitán y favorecido con privilegios inusuales por Carlos I.

Comenzaron los lentos preparativos para estibar todo aquello que se suponía para una tan larga singladura, no sin contratiempos pues entre otros obstáculos, el rey portugués en una pirueta muy ajustada, pretendía impedir a su súbdito colaborar con los castellanos y estos a su vez estaban un poco soliviantados por el extenso número de portugueses embarcados. Finalmente y haciendo algunos encajes de bolillos, se consiguió un statu quo aceptable para las partes.

El 10 de agosto levaron anclas en Sevilla las cinco naves al mando de Magallanes y tomaron rumbo Guadalquivir abajo hasta Sanlúcar de Barrameda, donde acabaron de avituallar la expedición.

Guiados por "costa a la vista" bordearon el perfil oeste de África. Pero llegando a Sierra Leona había que tomar una decisión y esta no era otra que la de calcular con un margen de error lo suficientemente razonable si el monto del agua potable embarcada en los aljibes sería el apropiado para afrontar una travesía que a todas luces era una auténtica temeridad, sin más calificativos.

Dijeron haber visto colosos de hasta tres metros, los PatagonesHay que hacerse a la idea de que las estimaciones en navegación en aquella época estaban más ligadas a la probabilidad que a la certeza. La diferencia la marcaban pilotos y marinos de tradición arraigada. La escasa aportación financiera y técnica de otras partes de los reinos mancomunados que fueron el sustrato de lo que hoy es España, hicieron que una hornada de marinos vascos muy duchos en el durísimo cantábrico o golfo de Vizcaya se incorporaran a la expedición como hombres de mar avezados, en un número aproximado de cuarenta.

Ante el reto que se planteaban sobre si quedarse a la espera de mejores vientos o de sacudirse otras zarandajas que impedían liberarse del miedo a ese gran salto al vacío -la travesía del Atlántico-, tripulaciones y mando debatían acaloradamente sobre los resultados de tan descabellada acción; ElCano, un curtido marino de Getaria vino a poner un poco de orden y a decir más o menos que "la gloria estaba en el Oeste". Y así fue…

Después del impacto visual de una espectacular costa brasileña y de visitar algunas playas que favorecian la molicie y les impedían motivarse adecuadamente para continuar con tan temeraria apuesta, recalaron al sur de la Patagonia en un escenario de desolación, silencio divino y un frío que acosaba sin piedad. Algunos expedicionarios al borde de la extenuación por el racionamiento de las provisiones y de la fatiga intelectual de tanto pensar en el momento en que acabarían las calamidades, dijeron haber visto colosos de hasta tres metros. Los Patagones.

Afrontando el desaliento

Aire tan puro y ayuno tan prolongado podían haber generado alucinaciones, sin descartar la posible contribución al delirio por la ingesta de algunas plantas  autóctonas de efectos un tanto inciertos  que aquella tropa famélica consumía como último recurso antes de que les visitara la locura. Lo inhóspito de aquel escenario creaba una sensación de nada absoluta.

Al cabo, la desesperación de la marinería comenzó a manifestar signos inequívocos de desaliento, e incluso algo más grave. Un amotinamiento despertó una mañana al marino luso con pocas esperanzas de ser resuelto por las buenas. Hábilmente manejó aquella debacle que finalmente, para desgracia de los afectados, se resolvió cortando algunas cabezas díscolas y dejando en tierra algún levantisco.

Una ingente cantidad de nativos estupefactos agasajaron a los famélicos nautas El 1 de noviembre de 1520, después de una larga y desesperante búsqueda más allá del heroísmo que se supone razonable, dieron en encontrarse con el Océano Pacífico y quiso la fortuna mostrarles su cara amable. El regocijo de aquellos olvidados y devotos marinos que anteriormente habían flojeado en su fe les hizo recuperarse "ipso facto" de las desdichas padecidas hasta aquel momento. Como Estrecho de Todos los Santos fue bautizado en primera instancia el paso que más tarde daría en llamarse de Magallanes.

Pero la malhadada expedición cuya colosal gesta todavía hoy agota adjetivos seguía adelante empujada por las fuerzas encontradas de la adversidad y la inabarcable presencia de un océano tan profundo. Cautivos de aquella solemne inmensidad y huérfanos de cualquier posible asistencia, cuentan las crónicas del veneciano Antonio Pigafetta embarcado en la expedición como pasaje, cartógrafo y observador astronómico, que la hambruna se había apoderado de las tripulaciones obligándoles a ingerir el condumio en un estado mas allá de lo tolerable. La busca y captura de roedores arreció.

Finalmente, un día de marzo de 1521 dieron en descubrir las Islas Molucas. Una ingente cantidad de nativos estupefactos agasajaron a los famélicos nautas con todo tipo de presentes. Habida cuenta de que las "cartas de marear" portuguesas marcaban sus fronteras más remotas al Este, situándolas en estas islas, era  razonable deducir que habían llegado al límite Oeste de la hasta entonces inexplorada ruta, y por lo tanto certificaban la convergencia de lo que hasta entonces eran dos mundos separados.

Magallanes no vería cumplido su sueño. Un enfadado jefe indígena de nombre Lapu-Lap, en lo que posteriormente sería dado en llamar Filipinas, pensó que el portugués no le había agasajado de manera satisfactoria y contundente por lo que en consecuencia le clavó una certera flecha que le impidió seguir adelante con su empecinamiento.

De los 216 hombres que salieron de Sanlúcar, 195 no volverían a ver el sol

En julio de 1522, tres años después de esquivar a varias flotas portuguesas en el Océano Índico y la costa occidental de África, llegaron a Sevilla estos desahuciados del destino que a la postre darían tanto prestigio a la historia de la navegación y las exploraciones en este siglo donde la humanidad asistía atónita al descubrimiento de su ilimitada ignorancia.

De los 216 hombres que salieron de Sanlúcar, 195 no volverían a ver el sol. Dieciocho de ellos salvarían la vida en condiciones extremas de supervivencia entre los cuales figuraría Elcano. Otros cuatro de un contingente de 55 adscritos a la tripulación de la Trinidad, llegarían después de seis años de errar por los océanos y en una situación física más propia de un personaje de El Greco.

La paradoja de toda esta historia es que podría haber ocurrido que Enrique de Malaca –el esclavo de Magallanes-, fuera el primer hombre en dar la vuelta al mundo si aceptamos que la historia oficial tiene un pasado muy corto y cierta tendencia a adulterar las verdades. Este hombre fue hecho cautivo en la misma isla en la que la expedición se detuvo a hacer aguada y recoger provisiones. Unos años antes Magallanes lo habría comprado allí mismo.

Allá en los albores del siglo XVI y después de exponer a su rey Manuel I de Portugal el magno proyecto de buscar un paso por el oeste hacia el país de las especias (Islas Molucas), Magallanes, rechazado por el monarca luso y sin desistir de su ambicioso empeño, se dirigió a la corte española con la misma oferta. El rey emperador español, que al principio se mostró algo díscolo y reacio al ver que la locura del marino no remitía, le dijo que sí a todo y a continuación puso a descansar su fatigada mente. El portugués era harto locuaz y persuasivo.