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Lobbies: el oscuro poder de los grupos de influencia
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''ESPAÑA ES UN CASO DIFERENTE''

Lobbies: el oscuro poder de los grupos de influencia

En España, no hay más que pronunciar la palabra “lobby” para que salten las alarmas. Profundos intereses de los grandes grupos empresariales, corrupción, tráfico de influencias

Foto: Lobbies: el oscuro poder de los grupos de influencia
Lobbies: el oscuro poder de los grupos de influencia

En España, no hay más que pronunciar la palabra “lobby” para que salten las alarmas. Profundos intereses de los grandes grupos empresariales, corrupción, tráfico de influencias y todo un entramado de relaciones que pasa desapercibido ante los ojos del ciudadano y que, sospechamos, son los que realmente determinan las leyes españolas. Sin embargo, el antiguo colaborador de Bloomberg TV y Punto Radio Juan Francés se ha propuesto derribar todos estos mitos con ¡Que vienen los lobbies! El opaco negocio de la influencia en España (Editorial Debate), un ensayo que se centra en la función social de este tipo de grupos y que defiende una tesis clara: los lobbies pueden ser positivos, pero lo importante es que actúen con transparencia, algo que no ocurre en nuestro país.

¿De qué manera puede beneficiarnos la actividad lobística? “Por un lado, sus intereses no siempre son ‘negativos’, hay lobbies que defienden intereses que benefician al conjunto de la sociedad. Si una ONG intenta influir en el Gobierno para que prohíba las bombas de racimo en el ejército español, es socialmente benéfico”, indica Francés. “Por otro lado, es positivo que los gobiernos legislen escuchando los argumentos de aquellos que se van a ver afectados por dicha regulación. Sería muy peligroso que un Gobierno se dedicara a tomar decisiones sin escuchar los argumentos de los afectados. Esa interlocución ayuda a evitar que se cometan errores en la legislación y mejora los textos legales”.

España, un caso diferente

Francés expone que la percepción negativa que existe en nuestro país sobre los lobbies es muy diferente a la que existe en otros países, donde no sólo existe una mayor transparencia sobre su comportamiento, sino que son valorados de forma mucho más positiva. ¿Por qué? “Es una conjunción de factores. El principal es que es algo cultural, propio de los países mediterráneos y latinos, donde existe esa hipocresía de no reconocer públicamente que los poderes públicos toman decisiones influidos por los grupos de presión”, explica el periodista.

En España siempre ha habido 'lobbies', pero la gente no se entera“Eso en los países anglosajones está socialmente aceptado. En España, Italia o Francia también se hace, pero la gente no se entera. La propia ausencia de regulación ha propiciado que nos movamos en una zona de sombras donde no hay necesidad de hacer públicas esas actividades. Por lo tanto, los ciudadanos las desconocen pero sospechan que existen, por lo que se recurre al ‘piensa mal y acertarás’ y el lobby se asocia con prácticas que sí son ilícitas como el tráfico de influencias.” En Estados Unidos, cada llamada de teléfono realizada por un grupo de presión debe ser registrada, y Bruselas lleva a cabo un recuento de todos los actores lobistas y qué personas realizan estas acciones y cuál es su presupuesto, algo que también afecta a compañías españolas como Telefónica. En España, al no existir ninguna legislación, no hay necesidad de informar sobre este tipo de relaciones, y por lo tanto, no existe ninguna información que el ciudadano pueda consultar.

El problema es, por lo tanto, de desconocimiento, ya que no tiene nada que ver con la corrupción. “La gente piensa que el lobby es el que compra a un político a cambio de que haga lo que él dice, cuando el lobby profesional simplemente defiende sus intereses exponiendo sus argumentos ante el poder, algo totalmente lícito. Y eso puede hacerlo una empresa o una organización de discapacitados. Evidentemente, ahora mismo hay en la sociedad una situación de hastío y hartazgo con respecto a la clase política. Si reguláramos esta actividad dotando al proceso de mucha mayor transparencia, beneficiaría a la clase política”.

Otra de las funciones que los grupos de interés y presión cumplen es la informativa, al permitir a los poderes públicos llegar donde no podrían por sus propios medios. Algo ante lo que, según Francés, no hay que escandalizarse. “En el ámbito legislativo, por la naturaleza del parlamento español, los diputados y senadores no tienen todos los conocimientos, ni la obligación de tenerlos, sobre todas las materias sobre las que legislan. Por ejemplo, la Ley del Juego. ¿Cómo van a legislar sobre el juego unos diputados que no tienen conocimiento sobre este tema? ¿No es lógico que escuchen a los implicados para que se formen una opinión antes de redactar la ley? Lo que sería temerario es prohibir estos contactos, porque aislaríamos a los poderes públicos de las personas que tienen más conocimientos sobre esa materia”.

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Rechazando la etiqueta

Sin embargo, muchos de aquellos que Francés cataloga como lobbies no gustan de considerarse a sí mismos como lobistas. Es lo que ocurría el pasado domingo en Salvados, el programa de Jordi Évole dedicado a los lobbies, cuando Ada Colau, fundadora y portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, rechazaba la etiqueta que Agustí Uribe, autodenominado lobista, utilizaba para referirse a ella. Colau afirmaba que no formaba parte de un lobby, sino simplemente “una ciudadana que lucha por sus derechos”. Para Francés, ambos términos son lo mismo: “Es una cuestión de desconocimiento. Te puedo contar casos de personas que trabajan en ONG como Intermón Oxfam, que hacen un lobby súper profesional y que se definen a ellos mismos como lobistas. El lobby no es exclusivamente el banquero con el puro que se dedica a quedar a comer con su contacto del Gobierno”.

Otros de los factores que explican el rechazo de los españoles hacia los lobbies es la escasa participación política que se ha mantenido en nuestro país y el gran desapego de los ciudadanos hacia estas actividades. “Dentro de la situación trágica que vivimos, una de las pocas cosas buenas es que se está estimulando la participación ciudadana a favor de los propios intereses. Antes, votábamos cada cuatro años y entre medias nos quejábamos de lo malos eran los políticos”, señala Francés. “No estábamos dispuestos a participar activamente en la vida pública para defender aquello que nos interesaba. Otros países estimulan mucho más la participación ciudadana, en forma de asociaciones, organismos de defensa… El caso paradigmático es Estados Unidos, donde para cualquier tema, desde el rifle hasta la asociación en defensa del río Potomac, existen amplios colectivos que influyen en los responsables políticos de cada zona. Esa articulación ha aparecido recientemente en España, por ejemplo, con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca”.

Rodeados por los lobbies

Eso quiere decir que hay muchas organizaciones que nunca calificaríamos como “lobby” pero que sí lo son. Probemos. ¿El 15M, por ejemplo, lo sería? “Quizá sea más desestructurado, pero se nutre de esa insatisfacción de la falta de contacto de diversos colectivos con la vida política. Dice Jordi Sevilla en mi libro que si no haces política, te la terminan haciendo, y eso está cada vez más claro en España”. ¿Y el Rey Juan Carlos I? : “No lo definiría como lobby, sería lo que yo denomino ‘un bróker de la influencia’. No es tanto una persona que se dedique a defender argumentos ante el poder sino que utiliza sus contactos al más alto nivel”.

El problema no son los procesos de intermediación, sino su transparenciaEn el libro, Francés habla precisamente de la adjudicación del AVE a La Meca que ha vuelto a la primera plana de los periódicos por la hipotética participación de la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein en el proceso. “El problema no es que se hayan producido labores de intermediación, porque los ciudadanos pueden entender como algo positivo que el rey haya conseguido gracias a sus contactos la adjudicación de un contrato a empresas españoles, que se traduce en ingresos y aumento del empleo para ese sector”. Una vez más, lo problemático es la opacidad: “Lo mínimo a exigir es que ese proceso sea transparente”.

Francés indica que algunos de los lobbies más poderosos son al mismo tiempo, los más aceptados socialmente, como es el caso de la ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles) o CERMI (Comité Español de Representantes de Personas con Dispacidad), en cuanto que no se oponen a ningún interés de otros grupos. “Son muy profesionales y muy potentes, y en la mayor parte de los casos consiguen sus objetivos”. Sin embargo, esto puede ocasionar, como expone en el libro, que los que gobiernan acepten sus tesis a pies juntillas, de manera acrítica. “Siempre es mejor que existan contrapesos. La labor del Gobierno es legislar a favor del interés general, pero en la realidad de la vida diaria es complicado traducirlo en algo concreto, porque siempre salen unos más beneficiados de todos”.

Los lobbies problemáticos

Así visto, cabría pensar que los grupos de presión son siempre positivos, pero por supuesto, pueden excederse en sus límites o entrar en conflicto con los intereses de la población general. Es lo que ocurre cuando, por ejemplo, una empresa utiliza su influencia para garantizar su monopolio e impedir la presencia de una mayor competitividad en su sector que repercuta en el beneficio del consumidor. “Ese es el peor tipo de lobby, el que intenta conservar sus privilegios. Lo que pretende no es contribuir al crecimiento de su industria, sino conservar el poder que tienen. Eso implica que se vea beneficiado un sector muy pequeño de la población, a costa del conjunto”.

Si te reunes siete veces con la AEB y ninguna con Stop Desahucios, la gente juzgaráAdemás, no todos los grupos de presión influyen de la misma manera, como resulta obvio, y en ese sentido los recursos económicos marcan la diferencia. “Por supuesto, los que tienen más recursos son las que tienen un mayor acceso al poder. Es inevitable y muy difícil de cambiar”. La solución, por enésima vez, es legislar para que haya una mayor transparencia de los procesos de contactos y toma de decisiones. “Si obtienes una herramienta que permita notificar todos los contactos con el poder, los ciudadanos tendrán elementos de juicio para valorar la actuación de los poderes públicos. Por ejemplo, si te reúnes siete veces con la AEB (Asociación Española de Banca) y ninguna con Stop Desahucios”.

La idea final es que los lobbies no son malos ni buenos de por sí, sino que por lo que hay que luchar es por su máxima transparencia: “El lobby no siempre es positivo, puede ser perjudicial, pero sería mucho más perjudicial que se prohibieran los lobbies”.

¿Qué nos espera en el futuro inmediato? Francés, además de asegurar que cada vez habrá más lobbies, recuerda que “el presidente del Gobierno anunció en el debate sobre el Estado de la Nación una regulación. Se ha creado un grupo de trabajo presidido por el Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes”. Al fin, parece que gozaremos de la tan esperada legislación sobre los grupos de presión. ¿O no? “Confío en que se avance, pero no soy del todo optimista en que se consiga aprovechar la oportunidad para realizar una regulación amplia de esta actividad. Podemos dar un paso en falso y regular sólo lo que hace el Parlamento y que deje fuera a los Ministerios”.

En España, no hay más que pronunciar la palabra “lobby” para que salten las alarmas. Profundos intereses de los grandes grupos empresariales, corrupción, tráfico de influencias y todo un entramado de relaciones que pasa desapercibido ante los ojos del ciudadano y que, sospechamos, son los que realmente determinan las leyes españolas. Sin embargo, el antiguo colaborador de Bloomberg TV y Punto Radio Juan Francés se ha propuesto derribar todos estos mitos con ¡Que vienen los lobbies! El opaco negocio de la influencia en España (Editorial Debate), un ensayo que se centra en la función social de este tipo de grupos y que defiende una tesis clara: los lobbies pueden ser positivos, pero lo importante es que actúen con transparencia, algo que no ocurre en nuestro país.