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Las enfermedades que vienen (y que no se cuentan al médico)
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LAS PADECE EL 24% DE LA POBLACIÓN ACTIVA

Las enfermedades que vienen (y que no se cuentan al médico)

Los protagonistas de este artículo tienen una media de edad de 45 años, la mayoría, también, hijos y, afortunadamente de momento, un trabajo. Pero la presión

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Las enfermedades que vienen (y que no se cuentan al médico)

Los protagonistas de este artículo tienen una media de edad de 45 años, la mayoría, también, hijos y, afortunadamente de momento, un trabajo. Pero la presión diaria a la que se ven sometidos está machacando sus cuerpos y sus mentes. Laura, Sofía, Andrés o Claudia son sólo una diminuta muestra de los miles de afectados de estrés laboral, síndrome del quemado, fatiga personal, acoso laboral o sexual y violencia en el trabajo. En definitiva, son las víctimas de los principales factores de riesgo psicosocial que dibujan lo que se ha venido a denominar las nuevas enfermedades del siglo XXI.

Laura tiene 46 años y dos hijos. La factura que paga por tener un puesto laboral con altos niveles de estrés se contabiliza en forma de herpes labial, problemas de espalda, falta de sueño y dolores de mandíbula. “Mis dos primeros síntomas son ya permanentes, aunque la falta de sueño y el dolor de mandíbula aparecen en épocas de gran estrés. Además del volumen de trabajo, ha sido la situación crítica de la empresa, a la que prefiero no hacer referencia, la que ha acentuado mis problemas. Llevamos tres años enfrentándonos a la posibilidad de que cierre, justo el tiempo que duran mis dolencias”, sostiene.

El caso de Laura es sólo la punta del iceberg porque cientos de casos como el suyo no se comunican, no se consultan con el médico. “Entiendo cuál es la causa y no creo que la Medicina me aporte una solución. La prueba está en que cuando estoy de vacaciones todos los síntomas mejoran”, agrega.

Cristóbal Molina, Catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Jaén y director del Laboratorio-Observatorio de Riesgos Psicosociales de Andalucía (LARPSICO) reconocía recientemente que “la etiqueta genérica de riesgos psicosociales cubre realidades de tanta actualidad como son el estrés laboral, el síndrome del quemado, la violencia en el trabajo, el acoso moral, el acoso sexual e, incluso, mucho más recientemente, las adicciones en el trabajo. Son aún muy desconocidas por la población general, lo que no implica que no existan.

Con el fin de conocer las causas y efectos de estos riesgos emergentes en el mundo del trabajo y con el objetivo de diseñar herramientas para prevenirlos nació LARPSICO, pionero en la Unión Europea.

Se estima que cerca de un 24% de los trabajadores sufre este tipo de trastornosEn declaraciones a El Confidencial, Molina admite que España está muy por detrás de otros países a la hora de implementar medidas para reducir estos riesgos: “Así aparece en la Encuesta ESENER del 2010 hecha por la Agencia Europea de Seguridad y Salud en el Trabajo. La media europea sitúa en el 30% de las empresas de más de 10 trabajadores las que implantan sistemas o medidas de gestión de estos riesgos. España aparece con un 18%. Los países mejor posicionados son los nórdicos, Reino Unido e Irlanda. Los peores, los del Este o del Sur, como Italia y Grecia que están algo por debajo de nosotros. Francia y Alemania, por ejemplo, están también por debajo de la media europea, aunque un poco por encima de nosotros. Por tanto, es necesario mejorar en este ámbito”.

Admite, sin embargo, que se estima que cerca de un 24% de los trabajadores sufre este tipo de trastornos, aunque no existen datos específicos sobre esta realidad. “Es un problema que tenemos que resolver. No hay fidelidad plena en las estadísticas. Así como otros riesgos laborales, como los de higiene o seguridad tienen más tradición en su seguimiento, comunicación y registro, estamos ante una realidad nueva que empieza a plantar cara y sobre la que, afortunadamente, comienza a existir movimiento”.

Cuando nos llevamos los problemas del trabajo a casa

Claudia tiene 44 años, cuatro hijos, 23 años de experiencia laboral, pero ahora está en el paro. “Lo que menos daño me ha hecho es que me pusieran en la calle después de tantos años. Me ha pasado a mí como a más de cien compañeros. Es curioso, sabes que te adentras en un abismo que da pavor, pero en realidad al poco tiempo me di cuenta de que sentí alivio. Nunca me hubiera ido de mi puesto o denunciado el acoso que padecía. Podía haber seguido años trabajando bajo la indiferencia, las malas formas, la desacreditación, la presión, la humillación…”, asevera.

Se acostumbró al mobbing laboral, a no dormir, a que su autoestima tocara el suelo y a que nadie, ni compañeros ni el resto de jefes, hicieran nada justo por ella. “Aprendí que mi ansiedad, mi depresión y mis interminables problemas físicos, como dolores de cabeza y estómago, partían del único hecho de no plantar cara a mi jefe. Todavía hoy, lejos de él, le sigo teniendo miedo”.

Las cifras hablan de que “la incidencia del acoso laboral se sitúa en torno a un 5%, la del estrés, en un 22% y la del acoso sexual o por razón de sexo, en el 2%”, aclara el director del Larpsico.

Pese a los datos, y a pesar de que en las consultas de atención primaria los casos de depresión y ansiedad, entre otros muchos problemas, están aumentando, según documentan los expertos, pocos son los que reconocen la existencia de estas nuevas enfermedades psicosociales que conviven con la población desde mucho antes de que la crisis se instalara en España.

José Luis Carrasco, jefe de la Unidad de Trastornos de la Personalidad del Hospital Clínico Universitario San Carlos de Madrid, aclara este punto. “Siempre han existido personas más ambiciosas que otras, por poner un ejemplo. El problema es que la sociedad empezó a exigir que si tenías 100, porque no tener 1.000 y que si no luchabas por los 1.000 eras un ‘pringado’.  Antiguamente cuando un pintor, una enfermera o un barrendero hacía su trabajo sabía si lo hacía bien o mal. Había reglas, autoridad, que marcaban los límites entre lo que estaba bien y lo que no, pero se fue gestando una nueva forma de sociedad en la que se difuminaron estos valores y se cambiaron por otros en los que hicieras lo que hicieras era insuficiente. Si te ibas del trabajo a las cinco en lugar de a las siete de la tarde eras un vago o no hacías lo necesario. Todo ello generó un estrés con el que se convivía y cuyas consecuencias se silenciaban”.

Pensamos que el sistema nunca fallaría y hemos aprendido que todo lo aparentemente estable puede desaparecerFue entonces cuando las personas “se peleaban en los semáforos, consumían cocaína o se daban a las compras compulsivas”, insiste el psiquiatra madrileño. Y, de repente, las cosas cambiaron. Al nada es suficiente se sumó que las seguridades básicas en las que todos creían se derrumbaron. “Pensamos que el sistema nunca fallaría y hemos aprendido que todo lo aparentemente estable puede desaparecer. Hoy estamos ante dos tipos de trastorno de ansiedad. Uno que afecta a los que lo han perdido todo. Otro, que convive con los que diariamente creen que ese todo se puede perder”.

Andrés, 48 años, dos hijos y abogado, está diagnosticado de crisis de ansiedad por estrés. Resumiendo: sufre dificultad respiratoria, nerviosismo, insomnio… Sus síntomas empezaron hace dos meses, cuando le despidieron. “Estaba en búsqueda frenética de trabajo. Desesperado. Consulté al médico y me dijo que parte de mi problema era una personalidad excesivamente controladora y responsable. Ahora tengo trabajo, pero desde entonces vivo pensando que ando sobre una cuerda floja”.

Vicente Prieto, psicólogo del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, destaca: “Últimamente se habla más de las personas que pierden su trabajo pero también es importante dar información de las que se quedan en las empresas que han sufrido ERES, o que van mal. Estos trabajadores tienen que hacer frente a la inseguridad de cuándo me va a tocar a mí, tienen que hacer un trabajo mayor por reducción de la plantilla y el desgaste físico y emocional es muy alto. También, muchos de ellos, padecen sintomatología de ansiedad y depresiva”.

Cree, además, que “las nuevas relaciones laborales y la crisis están generando mucha incertidumbre y cambios en el estilo de vida. Esta situación requiere utilizar todos los recursos personales, familiares, apoyos de amistades y sociales para adaptarse a las nuevas circunstancias. Nadie nos ha educado a convivir con la incertidumbre y por lo general, suele provocar mayor nivel de preocupación y por lo tanto inseguridad y ansiedad. Cuanto antes cambiemos los objetivos y la forma de conseguirlos, las prioridades, las necesidades, antes nos adaptaremos y podremos recuperar la estabilidad emocional”.

En el 2020, más del 50% de las bajas de los trabajadores serán por estas enfermedades psicosocialesTodo ello sin apuntar que los recortes “están haciendo mucho daño, porque obligan, sobre todo en los servicios públicos, a declarar que realizan las mismas prestaciones con muchos menos recursos. Las personas -clientes o usuarios- que ya están más irascibles por la presión social, política o familiar que sufren no entienden que no se les preste las mismas atenciones de siempre”, puntualiza.

En el 2020, más del 50% de las bajas de los trabajadores serán por estas enfermedades psicosociales. “Los estudios más prudentes disponibles al respecto dicen que el sistema de salud ya está asumiendo al menos 700 millones de euros al año por atender a estas dolencias cuando deberían ser asumidas por los empresarios”, insiste Cristóbal Molina.

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Cuando el derecho al trabajo se convierte en un privilegio

Sofía tiene 44 años, dos hijos y es directora de varios productos en una editorial. Desde hace meses sufre parálisis del sueño, la incapacidad para realizar movimientos musculares voluntarios durante el sueño.”No sólo no me puedo mover sino que siento una presencia al lado. Creí que estaba alucinando hasta que me he dado cuenta de que le pasa a mucha gente. No duermo lo suficiente y estoy desbordada, creo que es por eso. Tengo problemas de espalda, tendinitis en un brazo… Mejor no sigo”.

La mayoría de las personas con parálisis del sueño aislada no tienen ningún problema de salud mental. Sin embargo, estos episodios parecen ocurrir con más frecuencia en personas con ansiedad, depresión o estrés postraumático.

Te tienes callar porque piensas que todavía conservas el puesto de trabajo frente a los seis millones de paradosLa causa, según ella, ”la nueva situación provocada por la crisis. Nos ha traído cuatro veces más de trabajo, el triple de horas frente al ordenador, incluso con obligaciones laborales durante el fin de semana para poder cumplir con los objetivos, la reducción de equipos y la de los sueldos en más de un 22% en mi caso. ¿Les preocupa a las empresas? Creo que no, prefieren dar la callada como respuesta. Sólo les importa sobrevivir, y es lógico, porque la administración está permitiendo que se hundan sin remedio y sin soluciones efectivas. Nos estamos acostumbrando a un situación donde la extenuación es el pan nuestro de cada día Se pide más, se exige más, se trabaja más y el cuerpo se resiente más. ¿Lo peor? Que te tienes callar porque piensas que todavía conservas el puesto de trabajo frente a los seis millones de parados, y que todavía puedes llevar un sueldo a casa... Resulta que ahora el derecho a tener un trabajo se ha convertido en un privilegio".

Afortunadamente, se ha puesto en marcha en la Organización Internacional de Trabajo un programa especial para analizar qué está pasando al respecto en todo el mundo. “España participa en ese programa. Se están mandado informaciones para hacerse una idea de la situación -hoy aún muy lagunosa e incierta- y proponer medidas. En Europa, además de las encuestas de condiciones de trabajo que se hacen cada 5 años y la referida encuesta ESENER -hecha a empresarios y representantes de seguridad y salud en toda Europa-, se ha hecho la citada campaña europea de la inspección y está previsto hacer una campaña de sensibilización empresarial para 2014-2015”, declara el catedrático Molina. En lo que sí coinciden todos los expertos es que crear un ambiente laboral participativo, comprensivo, justo e incentivador repercutiría en el bien de todos.

Los protagonistas de este artículo tienen una media de edad de 45 años, la mayoría, también, hijos y, afortunadamente de momento, un trabajo. Pero la presión diaria a la que se ven sometidos está machacando sus cuerpos y sus mentes. Laura, Sofía, Andrés o Claudia son sólo una diminuta muestra de los miles de afectados de estrés laboral, síndrome del quemado, fatiga personal, acoso laboral o sexual y violencia en el trabajo. En definitiva, son las víctimas de los principales factores de riesgo psicosocial que dibujan lo que se ha venido a denominar las nuevas enfermedades del siglo XXI.