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La inteligencia como cáncer: “Si destacas y se nota, irán a por ti y te cortarán la cabeza”
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CUANDO EL TALENTO ES EL PROBLEMA

La inteligencia como cáncer: “Si destacas y se nota, irán a por ti y te cortarán la cabeza”

“Capacidad de entender o comprender”. Esa es una de las definiciones de “inteligencia” que da la real Academia Española de la Lengua. “Capacidad de resolver problemas”.

Foto: La inteligencia como cáncer: “Si destacas y se nota, irán a por ti y te cortarán la cabeza”
La inteligencia como cáncer: “Si destacas y se nota, irán a por ti y te cortarán la cabeza”

“Capacidad de entender o comprender”. Esa es una de las definiciones de “inteligencia” que da la real Academia Española de la Lengua. “Capacidad de resolver problemas”. Esa es otra. Y como apunta Domingo, informático residente en Madrid: “Entender un problema y resolverlo son cosas muy distintas”, y aunque casi nunca se da la segunda sin la primera, parece que “la primera se da a menudo sin la segunda”. Hay más definiciones de la palabreja. La que cierra es “sustancia puramente espiritual”, pero esa no parece importarle a nadie. Y la pregunta es: “¿Es siempre la inteligencia un valor, una cualidad, o puede llegar a ser un hándicap?”. El periodista ha llegado a la pregunta después de años de tratar con gente cuya definición del asunto se acerca a la que da Yago, otro informático, compañero del anterior, que ahora empieza a despuntar como dibujante de comics –su verdadera pasión-: “La inteligencia es un cáncer, porque para triunfar hay que ser, además de inteligente listo, y para ser listo hay que ser un hijo de puta. Luego está la adaptación, que es lo que se le pide a la gente en este país: bajar la cabeza y aceptar. Pero eso no es inteligencia, es mera supervivencia”.

El contexto puede hacer que determinados tipos de inteligencia causen problemas a su poseedor

José Antonio Portellano Pérez, psicólogo clínico y profesor titular de la facultad de psicología de la Universidad Complutense de Madrid, está en desacuerdo con esa visión. Para él, la inteligencia “nunca puede ser un hándicap”, pero advierte de que no se debe caer en una simplificación: “La inteligencia no es una, la inteligencia es múltiple. Howard Gardner, que es premio príncipe de Asturias, demostró empíricamente lo que todos sabíamos de una manera intuitiva: que la inteligencia es un puzzle con muchas piezas: la lógica, la lingüística, la verbal, la espacial, la matemática, las que están relacionadas con las emociones…”.

Castigan la eficacia y el talento

Sin embargo, pese a que el elemento “inteligencia” es esencialmente positivo, su interacción con el contexto puede hacer que determinados tipos de inteligencia causen problemas a su poseedor. “Yo lo llamo el síndrome de Billy Elliot, que es un personaje que tenía lo que Gardner llamaba ‘muy alta inteligencia corporal cinestésica’, como puede ser por ejemplo, Messi. Inteligente no sólo es Einstein. Existe una inteligencia que es una capacidad para resolver problemas con tu cuerpo, igual que otras muchas”, explica el experto. Si esas capacidades no son reconocidas, puede llegar la frustración. “Somos inteligencia y emoción. Andamos sobre dos piernas, las necesitamos ambas para tener equilibrio”.

Si se buscan en internet las palabras inteligencia y hándicap juntas, apenas se encuentra nada en idioma inglés. En castellano, rebuscando, sí aparecen varias reflexiones sobre la incompetencia funcionarial endémica y otras lacras patrias. Para Yago, de nuevo, hay dos momentos clave en los que la inteligencia puede ser un lastre importante: “Existe, digamos, una precocidad en la comprensión de asuntos complejos. Y esa precocidad lo que hace es situarte en una posición distinta. Si vives en un entorno ‘social’ –y todos lo hacemos- y te sitúas como distinto, y si no tienes una protección para esa diferencia, se te castiga muy duramente. Todas las tribus tienen un chivo expiatorio y suele ser aquel que es débil o cuya función no entienden, que es lo mismo. Luego las cosas se equilibran, aprendes a usar esa diferencia, la ‘pones en valor’ que diría un ‘charlas’, y crees que te llevará lejos, te reafirmas en ella”.

¿Y después?

“Después”, dice Yago con una risa que es una mueca y que Domingo le acompaña, “llega el mundo del trabajo”. Después llegan las jerarquías. Y en España, comenta él, “somos de jerarquías a tope. El cuento de ‘vuelva usted mañana’, ¿lo conoces?, Yo creo que la mayor parte de los que te dicen ‘vuelva usted mañana’ lo dicen por no destacar, porque si destacas se te corta la cabeza. Así que el problema es que se castigan la eficacia y el talento, que vienen de un tipo de inteligencia creativa. Hay otro tipo de inteligencia que quizá sea mejor, menos altiva, más práctica, que aprende a confundirse con la masa. Los banqueros, si te fijas, hasta han adaptado su imagen a un rollo gris y ramplón”. Y se carcajea, otra vez: “Creo que es una mutación genética adaptativa”.

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La vida es el patio del colegio

La escalofriante historia que cuenta María explica esa infancia excesivamente precoz de la que habla Yago:

“Estamos a principios de los 90. Una niña de 10 años, tal vez no muy brillante pero culturalmente precoz, en un rincón del patio del recreo, lee a escondidas Tótem y Tabú tras haber sido rechazada por sus compañeras para saltar a la comba. Nota que algo viscoso y tibio resbala por su nuca y se vuelve para encontrar a otros niños de su clase... desternillados: le habían vaciado en la cabeza una botella de kétchup.

La misma niña, dos años después, rueda hacia abajo por la pendiente de hierba (que acaba en un lodazal) de otro patio de recreo, castigada por sus compañeros por haber empleado en clase el término ‘metempsicosis’.

Aún dos años después, ya una adolescente, tras haber leído un librito de divulgación sobre la Cábala, le dibuja emocionada a su nueva amiga el árbol de la vida durante las horas vespertinas de estudio programado del internado. A la mañana siguiente, jadea por el camino hacia clase mientras es apedreada por un grupo de indignados colegiales al grito de ¡judía! judía!

¿Es mejor ser listo que tonto?

Luego la vida la lleva por caminos más prosaicos, oculta los rasgos que puedan diferenciarla y aprende a ser condescendiente (llegando incluso a conductas dudosamente constructivas como suspender a propósito para resultar más convencional). Sin embargo, tras años de comer sola, encerrada en el cuarto de baño para evitar los baños de kétchup, las sensaciones de continua alarma y malestar social no la abandonarán nunca y entorpecerán su idea de sí misma y su forma de abordar a los demás”.

No es una gran tragedia pero, bueno o malo, todo lo que te hace distinto te aísla

Para ella, “un intelecto que se desarrolla más rápido que el de los demás puede hacer que aparezcan tendencias poco funcionales: soberbia, auto marginación, excesivo nerviosismo, necesidad de aceptación... carencias y deformaciones varias que repercuten de un modo u otro en sus motivaciones o influyen negativamente en sus capacidades potenciales. A la postre, un cierto freno o distorsión de su desarrollo personal. Pero no es una gran tragedia. Y es que, bueno o malo, todo lo que te hace distinto, te aísla. Ser muy guapo o bondadoso o noble también pueden llevarte al ostracismo. Pero sigue siendo mejor ser guapo que feo, listo que tonto, cultivado que iletrado. De todos los inconvenientes que podrían tocarte en suerte, este no parece alarmante”. Luego está el tema de la inseguridad, de la duda. Nunca he visto a un zoquete plantearse sus limitaciones. Los tontos no suelen dudar de sus capacidades; pero alguna gente brillante es profundamente insegura porque no sabe bien con quién medirse.

Portellano reconoce que el sistema educativo se ha ido adaptando muy lentamente y de manera deficiente a los niños “con altas capacidades”, ya que, dice, “no funciona el sistema censor”, y no se les plantean exigencias acordes a su inteligencia. “Además, se empieza con un aprendizaje, en lo que antes era preescolar que trabaja más el hemisferio izquierdo (intuición, creatividad) y luego se pasa bruscamente a un sistema que trata con el derecho (lo lógico, lo verbal, leer, escribir, calcular). Habría que educar al niño de una manera más armónica”.

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En el trabajo

Vayamos al segundo punto. El niño prodigio masacrado en la escuela ha conseguido reconstruirse, afirmarse y llegar medio intacto al mundo del trabajo. De nuevo (no ha aprendido) tiene grandes expectativas.

“Lo lleva crudo”, opina Gabriel, que trabaja en Publicidad: “La vieja guardia empresarial española es muy muy ‘micromanaging’. Impiden el desarrollo intelectual de sus subordinados y los terminan deformando. Cuando han acabado con ellos, tras seis o siete años, ya son gente inservible para cualquier otra empresa más competitiva donde se fomente lo contrario. Es una jodida desgracia que machaca a la gente, y en otros países es bastante distinto. Basta con ver los procesos de selección de empresas potentes extranjeras: buscan de manera muy evidente la excelencia. Quizá haya miserias después, pero desde luego se darán entre gente preparada para lo suyo y valorada por su capacidad, lo que inevitablemente te va a hacer más feliz que fingir que eres menos capaz para que te contraten y fingir que eres menos capaz para que no te echen”.

¿Menos capaz que quién?

“Menos capaz que tu jefe, claro”.

“Toda la vida es una reproducción a escala del instituto”, opina Yago: “está claro que muchos inflan sus currículos, pero también que, algunos no incluyen toda su formación para tener mejores oportunidades. Creo que la gente brillante siempre es bienvenida, en tanto no haga sentirse mal a sus compañeros o incomode a sus jefes. Otra cualidad intelectual que suele considerarse positiva (aunque en alto grado, sea una patología) es el perfeccionismo. Cuando alguien dice ‘soy demasiado perfeccionista’ parece que se está tirando el rollo; de hecho, es una de esas frases que se aconseja expresamente no soltar en una entrevista de trabajo. Pero puede ser un hándicap muy importante. También he visto jefes sobrepasados de trabajo porque no saben delegar, ya que todo tiene que estar perfecto y, para eso, tienen que hacerlo ellos mismos”.

Para el profesor Portellano, en la empresa sí se están viendo, sin embargo, algunos avances en ese sentido: “En empresas como Google ves que empiezan a fomentar la creatividad de sus empleados cuando estos tienen que solucionar problemas de lógica. Tienen una mesa de ping-pong o un sofá, o están dibujando en una pared. Se está superando el exceso de protocolo. Y ahí está el ‘coaching’ que trata de usar no sólo la inteligencia racional, sino las emocionales. Los distintos tipos de inteligencia se van teniendo cada vez más en cuenta”.

Peluqueras y azafatas

Queda un tercer reino, el de las relaciones personales. Lola, abogada, afirma que “yo ligo mucho más cuando digo que soy peluquera o azafata de imagen (con todos mis respetos) y eso que no creo que mi posición sea muy avasalladora. Creo que esto sólo nos pasa a las mujeres. Los hombres exhiben sus logros porque les gana terreno. ¡Pero las mujeres tienen que ser divertidas! Así que afectas frivolidad y no hablas de nada demasiado exigente. Y te haces un poquito de menos para poder ensalzar al contrario. También he visto que gente que presenta un potencial destacado suele atraer a los Pigmaliones: personas que, seducidas por tales capacidades, los cobijan bajo su ala e intentan darles forma a semejanza de su ideal. Y los obligan a enfrentarse a expectativas despiadadas o a encajar en esquemas que les son ajenos... Como en El juego de Ender!”.

Mi inteligencia podía ser una moneda de cambio: los que me puteaban empezaron a tratarme bien

Para Fernando, compañero de Lola, “se confunde demasiado a menudo inteligencia con adaptabilidad. La adaptabilidad puede ser una capacidad para el sufrimiento o una capacidad para la brutalidad”, comenta, “que no es estrictamente una inteligencia, me diga lo que me diga un psicólogo. Por ejemplo, si vives bajo una opresión, la que sea, e intentas acabar con ella mediante tu inteligencia, puedes conseguirlo o fracasar, pero a día de hoy muchos te dirían que lo ‘inteligente’ es aguantar, pasar desapercibido, adaptarte y ser feliz con ello. No me parece que eso sea una inteligencia, creo que es una negación nefasta. Y creo que las inteligencias refinadas desarrollan un sentido de la injusticia que rechaza esa negación y, por eso, a veces se auto inmola, por decirlo así”.

El recuerda que fue “lo que se llama un niño rarito” y que “en el colegio, a partir de una época, en la que las notas empezaban a importar, me di cuenta de que mi inteligencia podía ser una moneda de cambio: los que me puteaban empezaron a tratarme bien, no porque me apreciaran, sino porque les podía ser útil. Podía pasarles exámenes, podía explicarles cosas que ellos no sabían. No deja de ser un modo de ‘vender’ tu inteligencia, de sobrevivir. Pasas a ser el típico… contable de la mafia. Y si lo ves con claridad, es posible que eso seas el resto de tu vida. Yo por suerte salí del círculo, creo”.

La inteligencia nos hizo señores

No todas las historias terminan bien. Yago, el informático, afirma que “los tres tipos más brillantes de mi generación han acabado amargados o directamente mal. Los mediocres del pelotón sobreviven con mediano éxito, con el añadido positivo de que para ellos eso es la leche. Los dioses matan a quienes aman. Los dones espirituales son armas de doble filo, siempre: te impiden vivir tranquilo en una sociedad que tiene la normalidad como máxima”.

Daniel, periodista cultural, exhibe una idea casi opuesta: “La tentación evidente es decir que sí, que la inteligencia nos pesa, apelar a lo de que todos los tontos son felices, etcétera. Pero si nos ponemos serios hay que responder que no. La selección natural ha creado todo tipo de alas, pulmones, linfocitos, ojos y dientes. De todas clases. La inteligencia sólo surgió una vez y lo cambió todo, puso el planeta patas arriba y a nosotros nos hizo señores. Y ya a ras de tierra, aunque haya tontos y mediocres a montones a los que les fueron bien las cosas, nuestros héroes, los que cambiaron el mundo, eran todos tíos bien listos. Eso sí, se me ocurre que la inteligencia tal vez no sea buena compañera del riesgo. Cuántas empresas necesarias se habrán quedado en el camino por una reflexión paralizante”.

“Capacidad de entender o comprender”. Esa es una de las definiciones de “inteligencia” que da la real Academia Española de la Lengua. “Capacidad de resolver problemas”. Esa es otra. Y como apunta Domingo, informático residente en Madrid: “Entender un problema y resolverlo son cosas muy distintas”, y aunque casi nunca se da la segunda sin la primera, parece que “la primera se da a menudo sin la segunda”. Hay más definiciones de la palabreja. La que cierra es “sustancia puramente espiritual”, pero esa no parece importarle a nadie. Y la pregunta es: “¿Es siempre la inteligencia un valor, una cualidad, o puede llegar a ser un hándicap?”. El periodista ha llegado a la pregunta después de años de tratar con gente cuya definición del asunto se acerca a la que da Yago, otro informático, compañero del anterior, que ahora empieza a despuntar como dibujante de comics –su verdadera pasión-: “La inteligencia es un cáncer, porque para triunfar hay que ser, además de inteligente listo, y para ser listo hay que ser un hijo de puta. Luego está la adaptación, que es lo que se le pide a la gente en este país: bajar la cabeza y aceptar. Pero eso no es inteligencia, es mera supervivencia”.